Honras fúnebres
Entierro "a la Federica" del Excmo.Sr.D. Manuel Prieto Lavín
"A la Federica" es una expresión española que viene a significar “al estilo” de los tiempos de Federico el Grande de Prusia, asociado con la ostentación, el lujo y postín. Este modo de vestir consistía en una casaca, de seda o de terciopelo de distintos colores, bordada en oro, plata o azabache y un chaleco también bordado; debajo, una camisa blanca con chorreras. Una indumentaria propia de los nobles caballeros rejoneadores del siglo XVIII que, al igual que en la moda taurina, lucían en la cabeza un tricornio. El entierro a la federica escenifica una ceremonia de excesiva pompa que consiste en transportar por las calles al ataúd del difunto en un carruaje tirado por caballos cuyos cocheros vestían de un estilo “a la Federica”. La comitiva se compone de servidores y asistentes que marchan en procesión detrás del ataúd. Este tipo de funeral está reservado a personalidades de alta relevancia como reyes, presidentes, etc. Por ello, la ceremonia suele incluir un ritual militar.
Capilla ardiente, conducción del cadáver, manifestación de duelo e inhumación de los restos mortales
La muerte el 21 de marzo de 1949 del célebre empresario santanderino D. Manuel Prieto Lavín, cuyas virtudes y excelencias destacaban sobre el resto de industriales de la época, supuso una pérdida irreparable para un territorio necesitado de hombres que generasen riqueza para la región y muy pocos lo hicieron como él.
Relatan los testigos de la época, que no cesó el desfile de personas por la capilla ardiente en su domicilio, situado entre los paseos de Menéndez Pelayo y de General Dávila, en donde se recepcionó una gran cantidad de coronas fúnebres y ofrendas florales. Durante el traslado del cadáver al panteón familiar del cementerio de Ciriego, donde iba a reposar el ilustre empresario, se conformó una enorme manifestación de duelo a la que se solidarizaron todas las clases sociales sin distinción de matices y credos.
Encabezaba el cortejo fúnebre (1), la cruz alzada portada por el sacristán y dos monaguillos con ciriales a cada lado de la cruz procesional, precediendo a una nutrida representación parroquial de sacerdotes, sacristanes y monaguillos. El féretro de caoba iba dentro de una carroza barroca “a la Federica" (2), flanqueada por niños del orfanato Obra San Martín, tirada por ocho caballos engualdrapados, con arneses negros y penachos del mismo color, conducidos por auriga y lacayos con pelucas debajo de sus sombreros de tres picos y vestimentas de época. La comitiva fúnebre (3), integrada únicamente por hombres con sus brazaletes y distintivos negros en señal de luto, inicio su marcha en el paseo de Menéndez Pelayo para después callejear por la ciudad, en donde se estacionaba numeroso público. En algunos puntos del recorrido, se hacía imposible el dar un paso dada la aglomeración de gente que se congregaba. El vecindario, agolpado en ventanas y balcones, contemplaba con muestras de gran respeto y condolencia el paso del séquito funerario.
(1) El cortejo fúnebre
(2) Carroza "a la Federica"
(3) Manifestación de duelo
(4) Panteón Familiar
Una vez finalizado el recorrido en el panteón familiar (4), se cantó un solemne responso que los asistentes escucharon con profundo recogimiento y religioso respeto. Terminada la oración, los restos mortales del gran empresario cántabro fueron depositados en el interior del mausoleo en su nicho patriarcal, procediéndose a tapiar y colocar la lápida sobre la que se había grabado una inscripción conmemorativa. A continuación se dio por despedido el duelo, iniciándose el largo camino de vuelta. La ceremonia fúnebre resultó una expresiva y elocuente manifestación del duelo, que afligió a la ciudad de Santander por la pérdida del insigne empresario.