Para mi la libertad era como una asintota. Habité durante muchos años en lo más profundo de la oscuridad, aprendí a caminar por esa clase de caminos hasta lograr encontrar la belleza en la devastación. Yo, soy de esos que sobrevivió a la isla de Heremia, a sus acantilados, a la visita de los lobos en plena madrugada.
Mis años de aislamiento y soledad, me llenaron de enseñanza y de madurez. Con el paso del tiempo mi cuerpo se fue transformando en algo para lo que no estaba preparado. Lentamente, dolorosas protuberancias brotaron de mi espalda, hasta que llegado el momento comprendí que se trataban de alas, al principio huesudas, implumes. Hoy, grises, así me cubren los flancos.
Batiendo las alas, así fue como logré dejar atrás los acantilados e ir mucho más allá.
En aquel vuelo lleno de causalidad no tardé en toparme con la libertad. Ella me sobrepasó en pleno vuelo, alocada, con los brazos extendidos, danzando con el titilar del viento. La libertad iba cantando una canción que no reconocí. Giró su hermoso rostro y me sonrió, detuvo su marcha al ritmo de mi batir y se puso a volar a mi lado.
Tan solo bastó cruzar con ella unas pocas palabras para que llegase a mi corazón. La bella voz que desprendían sus palabras, era como la tenue luz de un sol ausente.
Yo le conté sobre mis vivencias en aquella estancia… ella, escuchaba atenta las cosas que le decía, en ocasiones asombrada, otras apenada. Ella también me habló de sus encierros en un pasado y comprendí que la libertad nació libre, pero se hizo libertad porque hubo un tiempo en el que estuvo atrapada.
Supongo, que en nosotros, ambos encontramos comprensión y compañía, y el tiempo, cómplice, nos sostuvo en una eterna coyuntura. Lo que debía de ser un vuelo de tan solo unos minutos para llegar al sendero de los nostálgicos, se volvieron días.
Le confesé que en mis años de clausura, yo pensaba en ella, que la extrañaba, que la deseaba, que preguntaba dónde estaría, que su mero pensamiento de esperanza por encontrarla me daba el aliento para poder encontrarme con ella. Y ahora que la tengo delante, mirando sus tiernos ojos azules, discierno sobre el dolor, sobre la causalidad, sobre si necesitaba encontrar la madurez suficiente para volar al lado de ella, desde su libertad.