Artículo publicado en la revista Fuego Amigo en abril de 2016 para el monográfico Socialdemocracia.
¿Es el PSOE de 2016 el mismo que el de 1977? ¿Hacia dónde ha evolucionado? ¿Ha mutado su identidad? En este artículo analizamos la transformación del Partido Socialista a través de sus programas electorales presentados en los últimos cuarenta años de democracia.
El Partido Socialista defiende en ocasiones que un nuevo contexto exige un cambio para la adaptación al mismo. Con este argumento el PSOE ha justificado el giro de su discurso y su inesperado comportamiento cuando ha ocupado el gobierno. Pero, ¿hasta qué punto esos virajes han aniquilado su identidad socialdemócrata? Si es así, ¿cuál es su nueva identidad? ¿Existe una continuidad ideológica?
Javier Ortiz contaba cómo se le quedó grabada una respuesta del escritor Manuel Vázquez Montalbán en una entrevista que le hizo en 1985. En referencia a la generación posterior a la suya, Montalbán le comentó: “Vosotros, en los años sesenta, decíais que yo era un maldito socialdemócrata, reformista, revisionista y no sé cuantas cosas más. Y probablemente teníais razón. Lo era y lo sigo siendo. Pero el escenario político se ha desplazado de tal manera hacia la derecha que ahora, manteniéndome en las mismas posiciones, todo el mundo me toma por un peligroso izquierdista radical”.
El reproche que Montalbán hacía a la socialdemocracia hace más de treinta años ha sido precisamente el más repetido al PSOE durante la campaña electoral de 2015: la pérdida de su espíritu socialdemócrata y la aproximación a planteamientos más propios del liberalismo. Las primeras elecciones a las que concurrió el PSOE, tras la caída de la dictadura franquista, fueron las de 1977. Desde aquel momento hasta el 2016, el PSOE ha modificado sus propuestas, su discurso contra la oposición y las posiciones políticas de sus representantes más destacados. Una parte de este giro ideológico quedó representado en el imaginario popular como ‘el abandono de la chaqueta de pana’. Desde el último triunfo electoral que permitió que el Partido Socialista accediera, o más bien se mantuviera, en el gobierno han pasado sólo ocho años. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?¿Es la legislatura de 2008 la clave de la desafección, o las bases de esta crisis se sentaron en años anteriores? ¿Qué ha marcado la crisis identitaria del Partido Socialista? ¿Se puede encontrar una explicación ideológica a la pérdida del apoyo ciudadano?
Para intentar responder a estas preguntas hemos analizado los programas electorales que el PSOE ha presentado a las elecciones generales durante los últimos cuarenta años de democracia. De ellos hemos rescatado los lemas, las prioridades ideológicas y las propuestas políticas específicas para compararlas y ver su transformación a lo largo de las últimas décadas.
Más páginas no garantizan un gran proyecto
Lo primero que llama la atención de los programas es el incremento progresivo de las páginas. Este dato puede parecer poco relevante desde el punto de vista ideológico, sin embargo, su consideración puede proporcionar información interesante. ¿Cuál es la razón de que el programa de 1977 esté formado por 30 páginas y el de 2015 por 274?
Entre 1977 y 1982 ninguno de los programas superaban las 50 páginas, a pesar de que las propuestas políticas específicas eran más numerosas que en los programas posteriores. La variable explicativa es que en la década de los setenta y principios de los ochenta los mensajes se presentaban directamente, sin justificación previa, sin preámbulos, ni disfraces retóricos. Esta exposición del discurso denota una gran seguridad sobre la validez de lo presentado, que se puede interpretar como un fuerte compromiso ideológico (independientemente del resultado de la puesta en práctica de las ideas). En aquel momento no era preciso recurrir a un lenguaje enrevesado que suavizara el discurso.
Frente a estos primeros programas, los de finales de los ochenta, de los noventa y de este siglo se han cargado de un lenguaje ampuloso, alargando los textos hasta la extenuación. A partir de ese momento, la lectura detallada de cualquiera de los programas requiere una dedicación plena para poder acabarlo en un día. Los circunloquios, las repeticiones y otras figuras retóricas que extienden la forma del discurso, pero no amplían el contenido, se hicieron cada vez más frecuentes.
La campaña electoral de 1982 mantuvo el régimen franquista como referente de oposición. En ese sentido se puede hablar de una coherencia ideológica respecto a los años anteriores, a pesar de que, como veremos, fue en este momento cuando se comenzaron a introducir algunas medidas contradictorias con el discurso socialista previo.
El lema de aquel año fue “Por el cambio”, con el que se marcaba no sólo la distancia respecto a los años de la dictadura, sino la presentación de un nuevo proyecto.
La fórmula funcionó y significó un gran logro del PSOE, teniendo en cuenta la inmovilidad de la sociedad española.
Imagen del cartel electoral de 1982 en el que el líder del partido, Felipe González, es el protagonista.
Las similitudes entre este modelo, incluyendo el propio eslogan, y los que se plantean en el escenario político actual parecen indicar que los nuevos partidos han encontrado en esta etapa una buena fuente de inspiración. La imagen del líder carismático, muy potenciada desde el Congreso de Suresnes, se situó en el centro de las campañas políticas, con Felipe González como aglutinador de la ideología socialista.
En este año destaca otro cambio. Los grandes discursos ideológicos desaparecieron de los spots electorales. El márketing electoral se impuso al programa, a pesar de que el PSOE aún proponía una larga lista de medidas políticas concretas. El vídeo de la campaña, que estaba más próximo a la publicidad, tan sólo mostraba el eslogan y una serie de ventanas que se abrían a otras ventanas para culminar con la imagen del líder. Con este modelo, la ideología y la política se sacaron del foro público mediático.
El límite de este patrón se alcanzó en 1996. Al Partido Socialista, completamente desgastado por la corrupción y las malas prácticas en el Gobierno, y sin ninguna propuesta política relevante, sólo le quedó comparar a su principal oponente, el Partido Popular, con un perro pit bull. El spot electoral espoleaba el terror a regresar a una época negra (literalmente) frente a la soleada opción que significaba el PSOE, todo ello sin presentar ninguna propuesta política concreta.
En el extenso programa de 1996 buena parte del espacio se dedicó a explicar el nuevo escenario político, y sobre todo se plasmaba la continua necesidad de justificar el comportamiento del Partido Socialista en sus años de gobierno.
Los abusos cometidos resultaron tan dañinos para su imagen, que las propuestas políticas dejaron de ser una prioridad. Su tiempo y espacio se consumieron intentando vender los logros conseguidos y buscando responsabilidades alejadas de su seno: “La política invade la actualidad (…) sobre escándalos y crispación (…) Se distorsionan hasta la exageración las carencias y las dificultades que debemos enfrentar y se menosprecia lo conseguido entre todos. (…) Desde 1977 hemos desarrollado un amplio ciclo de reformas en el ámbito político, económico y social (…) Reivindicaremos con orgullo la acción realizada en estos años y los resultados obtenidos.”
En el nuevo siglo la rendición de cuentas del adversario se convirtió en una tendencia. Durante los setenta la dictadura había servido simplemente como trampolín de un nuevo proyecto. Aquel proyecto era autónomo e integral, no dependiente del régimen anterior. Sin embargo, a partir de los noventa, los programas se rellenaron con los errores del rival. Sólo el comportamiento del Partido Popular parecía respaldar la posición política del Partido Socialista. En el programa de 2004 se llegó a incorporar un punto titulado “Hechos y datos contra la propaganda del PP”. En aquel programa, PP o Partido Popular eran citados 68 veces.
A pesar de este baldío punto de partida, durante la legislatura de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero logró reconfigurar una embrionaria identidad socialista. De hecho, la durísima oposición que ejerció el Partido Popular no impidió que el PSOE volviera a vencer en 2008, esta vez con un programa en el que el PP no constituía la razón de ser del proyecto de país socialista. Frente a la omnipresencia del adversario en el programa anterior, en esta ocasión se redujo a 14 menciones.
Otro dato interesante de esta etapa es la recuperación de la imagen del líder político. El PSOE logró asociar la figura del candidato al proyecto, llegando al extremo de concentrar en “la ceja” todo un plan de país. Después de años de ausencia de una cara socialista, la imagen de José Luis Rodríguez Zapatero abrió los programas de 2004 y 2008.
No obstante, los cimientos sobre los que se había asentado esta nueva identidad resultaron ser muy frágiles y se quebraron con las primeras presiones, desmoronando la imagen de coherencia y compromiso ideológico del PSOE.
Programa de 2008, en el que la imagen del líder se recupera como elemento propagandístico.
La crisis del Partido Socialista se acentuó en los años posteriores, incapaz de construir un modelo de país asociado a su identidad ideológica. En una metáfora de su situación, el PSOE perdió hasta la rosa roja de su logo. Si nos atenemos al criterio de la aparición del rival en el programa, nunca antes el proyecto socialista había dependido tanto de la oposición, como en 2015: PP o Partido Popular fueron referidos 89 veces en el programa.
En el Partido Socialista dejaron patente su preocupación por la crisis de identidad, cuando en uno de los spots de 2015 apelaron al vínculo emocional con el partido. En el vídeo de la campaña tuvieron que recordar que el voto al PSOE tenía que ver con “el ADN socialista, y las ideas socialistas” más que con las políticas específicas, que quizá no toda la militancia respaldaba.
Por otro lado, la figura del líder político prácticamente no existe en este último período. Una ilustrativa manifestación se refleja en el spot electoral para las elecciones generales de 2015. Una serie de ciudadanos presenta sus demandas. El candidato socialista es sólo un ciudadano más, en cuya aparición no se destaca especialmente nada. Si suprimimos el sonido, resulta imposible identificarlo como líder del partido.
Del lenguaje del pueblo al de ciudadanos
Cuando entramos en la lectura de los programas se observa una transformación del lenguaje. Los primeros documentos, redactados frente al espejo del franquismo, recogían un vocabulario más impactante, menos formal y moderado. Los mensajes del Partido Socialista se dirigían a “los sectores populares, los oprimidos y los marginados”, “a las clases trabajadoras”, y las referencias al pueblo eran constantes. En la convocatoria para la constitución de Cortes Constituyentes, en 1977, el Partido Socialista apeló a la necesidad de hacer desaparecer “todos los residuos oligárquicos del régimen anterior”. Hoy el término ‘oligarquía’ no es precisamente al que más recurren los representantes del Partido Socialista en sus mítines.
En los primeros años, el estilo del discurso del PSOE era contundente y combativo, incluso se puede reconocer una cierta carga de agresividad en algunos pronunciamientos. Los desafíos al régimen anterior dominaban los programas, como ilustra este fragmento: “Todo militar debe sentirse pueblo y todo el pueblo debe sentirse ejército (…) Un Ministerio de Defensa que materialice la relación Gobierno-Ejército-Pueblo”.
El pueblo fue progresivamente sustituido por los ciudadanos. En el último programa, a pesar de multiplicar por 9 el número de hojas respecto al primero, el término pueblo es citado tan solo 9 veces, y 6 de ellas es para referirse al pueblo gitano, al pueblo saharaui o al Defensor del Pueblo. Sin embargo, ciudadano, ciudadana o ciudadanía aparecen más de 200 veces.
Lejos quedaron los pronunciamientos de 1977, en los que el pueblo constituía la razón de existencia del Partido Socialista: “porque nuestro partido es un partido del pueblo, para el pueblo y que nace del pueblo”, aseguraba Felipe González en el anuncio de la campaña para la televisión.
En los últimos años se aprecia también una apropiación del lenguaje, originado en ámbitos alternativos a las estructuras de los partidos; un táctica que no es sólo seguida por el Partido Socialista. La apropiación de los discursos se trata de una hábil estrategia política defensiva, ya que muchas veces se trata de discursos contestatarios. Sin embargo, en el contexto de crisis identitaria también denota una incapacidad para producir y controlar la descripción del escenario político. Así, por ejemplo, a partir de 2004, las novedades del programa tienen esta procedencia. Se incorporaron expresiones como “democracia participativa” o “empoderamiento de la ciudadanía” y propuestas relacionadas con la transparencia y la ampliación de las vías de participación ciudadana en el gobierno.
Esta readaptación se manifiesta también en las propuestas políticas. Al rebufo de la estela dejada por los nuevos partidos, el PSOE ha incorporado a su programa de 2015, temas que, hasta el momento, nunca había considerado. Un ejemplo de propuestas concretas son “la supresión de la referencia a la Iglesia católica” que recoge la Constitución o la “denuncia de los acuerdos de España con la Santa Sede”.