Artículo publicado en la revista Fuego Amigo en septiembre de 2016 para el monográfico Medioambiente.
Los dos principales partidos entraron en los noventa como salieron de la década de los ochenta: sin una continuidad en las políticas medioambientales. Lo único que permaneció fue la oscilación entre el interés y la indiferencia.
En el programa del ’93, el impulso y la atención que los temas medioambientales habían despertado en el anterior programa del Partido Popular había desaparecido. Para el PP de este año el medio ambiente ni siquiera encajaba en el apartado denominado ‘ética social’.
Recuperaron sus posiciones en materia energética, y las menciones en áreas como la agricultura o la industria resultaban superficiales. El único aspecto al que se le otorgó un peso equitativo con el resto de medidas tenía que ver con la política de pesca y la prohibición del comercio de ejemplares crías.
La relegación de las políticas medioambientales quedó explicitada al asegurar que la unificación de la gestión ambiental se realizaría sin incrementar el gasto.
El PSOE tomó la estrategia que el Partido Popular había seguido a finales de los ochenta, y situó –en 1993– el medio ambiente entre los primeros puntos del programa. Sin embargo, todo quedó reducido a una aparente preocupación. El anterior programa, mucho menos pretencioso, ofrecía medidas más concretas.
Izquierda Unida presentó en 1993 uno de los programas más completos y atrevidos en materia de medio ambiente. Su planteamiento comenzaba con un análisis y un posicionamiento crítico hacia las políticas ejecutadas por el gobierno. Y a partir de ahí se desarrollan ideas alternativas e innovadoras, que en muchos casos, una década después, serían adoptadas por los gobiernos del Partido Popular y el Partido Socialista. Entre las mismas estaban el tratamiento de envases y embalajes, la peatonalización, el reciclaje, normas de calidad, control en el uso de productos tóxicos… Todo ello, desde una perspectiva transversal, aplicado a cualquier ámbito, desde la agricultura hasta la administración pública.
Como crítica, el programa del ’93 de Izquierda Unida incluía, entre todas estas alternativas aplicables, una infinidad de medidas poco desarrolladas, que cayeron en el olvido.
El programa de 1996 del Partido Popular acentuó la línea mantenida en el anterior. En sectores clave como la salud laboral, el desarrollo económico, la política industrial o el turismo, el medio ambiente no se mencionaba. En los pocos casos en los que se tenía en cuenta fue para considerarlo como un nicho creador de empleo o para proclamar enunciados vacíos: “el máximo respecto al medio ambiente”, “atención especial a la protección del medio ambiente”, “la defensa y protección del medio ambiente natural”.
En el caso del PSOE, el programa de 1996 abandonó la pretendida preocupación por el medio ambiente para mostrar un interés más modesto, pero más creíble y práctico. Sin embargo, aún no se advertía ninguna tentativa por lograr una política medioambiental integral, y como en el caso del Partido Popular, la medida más transversal era la percepción del sector como un potencial generador de empleo.
Era en el apartado dedicado al medio ambiente donde el Partido Socialista exponía una amplia serie de medidas específicas relativas a políticas de suelo, de aguas, de protección de costa o de tratamiento de residuos.
El programa de Izquierda Unida de ese año se centró en exponer el vínculo entre el desarrollo económico y el impacto medioambiental, logrando, además, ofrecer una imagen de continuidad en la evolución de sus programas. Sin embargo, en 1996, había desaparecido la dimensión práctica del anterior programa, adoptando un tono más analítico y declarativo.
El medio ambiente: una cuestión de ideología política
El inicio de siglo se caracterizó por la proposición de medidas muy pomposas, que a medio plazo se convirtieron en las salvaguardas políticas de los dos grandes partidos para exhibir su sensibilidad ecológica.
El Partido Popular creó durante su primer mandato el Ministerio del Medio Ambiente, una de las medidas estrella de la que se hacía ostentación en el programa del año 2000. Con la creación del Ministerio de Medio Ambiente el PP otorgó un espacio institucional a las políticas medioambientales, sin embargo, su presencia en el programa se caracterizó por el tradicional desinterés del partido.
Central nuclear de Ascó, en Tarragona.
Fuente: CSN.
En el año 2000, el PSOE se atrevió, después de tímidos intentos en programas anteriores, a defender sin ambigüedades un progresivo cierre de las centrales nucleares. En el resto de sectores mantuvo las proclamaciones de “atención”, “fomento”, “interés” y “promoción”, sin especificar el tipo de políticas concretas que se ejecutarían para llevar a cabo tan loables aspiraciones.
El programa de Izquierda Unida del año 2000 parecía sentar, definitivamente, como base ideológica del partido la consideración de la ecología y su percepción como un elemento esencial del sistema productivo. Este programa sostenía un análisis preciso, sin embargo continuaba retrocediéndose en la propuesta de medidas específicas, una tendencia que ya había marcado el anterior programa.
En 2004, la política de medio ambiente se integró como factor de enfrentamiento ideológico. Mientras que Izquierda Unida exigía la comprobación y seguridad de cualquier producto, fabricado en España o exportado, el Partido Popular era partidario de impulsar un mercado más abierto “sin barreras de entrada”. Mientras el Partido Socialista priorizaba el cierre de las centrales nucleares, aceptando los costes de la búsqueda de fuentes de energía sustitutorias, el PP defendía el recurso a las fuentes de energía más eficientes desde el punto de vista monetario.
En 2004 el PSOE realzó la dimensión ecológica en su programa, estableciendo un vínculo entre el desarrollo económico y el medio ambiente. Sin embargo, estos enunciados volvían a parecer un refugio de cara a la galería, ya que en las políticas concretas se priorizaba la liberalización de la economía sin matices o se establecía como incentivo un frívolo e insustancial “respeto a los proyectos empresariales que no atenten contra el medio ambiente”.
El programa de Izquierda Unida recuperó la iniciativa y el impulso de las políticas de protección medioambientales, y en 2004, la atención ecológica estaba presente en todas las políticas, precedidas de análisis rigurosos. IU, sin embargo, como venía ocurriendo desde finales de los noventa, continuó sacrificando la precisión en la propuesta de políticas ejecutables.
Llegamos a 2008 con un Partido Popular que se mantiene muy por detrás del resto de partidos en materia de medio ambiente, aunque esta posición no parece ser problema. A partir del programa no se puede concluir que existiera desconocimiento o ambigüedad, lo que destila es más bien una falta de interés hacia la cuestión. El medio ambiente no se muestra integrado en ninguna política, y cuando se tiene en cuenta se presenta como una circunstancia abstracta, aislada y sin un análisis previo. Su inclusión se limita a enunciados de cumplimiento de trámite como “la protección del medio ambiente es básica”, “el cambio climático es el mayor problema medioambiental” o “tenemos un compromiso con el medio ambiente”.
En el programa socialista de 2008 las políticas específicas menguaron. Los análisis del estado del medio ambiente también se redujeron, y las tenues aproximaciones del programa anterior hacia una noción integral se debilitaron. Se multiplicaron las declaraciones futuribles y poco definidas sobre lo que se pretendía hacer: “elaboraremos un Plan de Acción de Salud y medio ambiente”; en transporte se fijarán “criterios medioambientales”; como parte del Plan de Actuaciones Urgentes de la Estrategia de Cambio Climático “incentivaremos una red de infraestructuras de mayor eficiencia”; o en industria “se profundizará en la protección al medio ambiente”.
La medida estrella fue otro rimbombante proyecto: el Instituto Internacional del Cambio Climático, que se ubicaría en uno de los pabellones de la expo de Zaragoza. Este pretendido “lugar de referencia” no pasó de ser otro más de los mastodónticos proyectos tan habituales en nuestro país, que costaron miles de euros sin llegar a tener nunca un plan de actividad, claro.
El programa de Izquierda Unida de 2008 también dio pasos atrás respecto a los anteriores. Las políticas resultaban menos precisas, las alternativas eran menos atractivas, de modo que el cuidado del medio ambiente se presentaba como un sacrificio y se rompía con la concepción integral alcanzada en el pasado.
En el espacio dedicado a medio ambiente se señalaba –como si el partido quisiera desvincularse de lo que allí se exponía– que aquella sección era fruto de “un acuerdo de Izquierda Unida con entidades ecologistas”. Una aclaración que no se explicitaba en el resto de políticas, a pesar de que el partido siempre hizo gala de vínculos y alianzas con movimientos sociales.
Con la crisis económica la atención hacia el medio ambiente se resintió. Sin explicar de qué modo la despreocupación por este tema iba a ayudar a mejorar la situación económica, de cara a las elecciones de 2011 los tres grandes partidos, conservando las tendencias analizadas, caminaron en direcciones similares en políticas medioambientales.
En 2011 el Partido Popular sólo modificó sus planteamientos pasados para incluir el ámbito de la ecología como potencial generador de empleo.
El Partido Socialista también se fijó en las ventajas económicas que podrían obtenerse de la gestión de la política medioambiental, e incluyó en el programa de 2011, además de las oportunidades en empleo, el impulso de la “fiscalidad verde”. Una propuesta novedosa del Partido Socialista fue el establecimiento de sistemas de alerta e información sobre la presencia en la sangre de componentes dañinos para la salud, derivados de la contaminación.
También Izquierda Unida encontró en las políticas verdes un impulso para el empleo. En el caso de este programa, la estrategia económica era más coherente y eficiente. Los empleos no se generan por sí solos, para ello es preciso priorizar los sectores productivos vinculados al medio ambiente, algo que Izquierda Unida sí consideraba y que no registraron los programas de PP ni PSOE.
IU llevaba aquel año una Ley de Protección Animal, con un tono más publicitario que de verdadera preocupación por los animales. La ley, según el programa, sólo tendría consecuencias contra las corridas de toros, excluyendo por omisión cualquier otra situación de abuso y maltrato a animales.
En general, los tres partidos sacrificaron el desarrollo de políticas medioambientales mantenidas en el pasado, a cambio de priorizar la dimensión económica. Y en el resto de ámbitos se refugiaron en ideas más abstractas y superficiales.
Así, llegamos al último programa analizado: el de 2015. En plena crisis económica, el argumento monetario –exhibido como excusa por el Partido Popular para frenar cualquier tipo de iniciativa de protección al medio ambiente en el pasado– ha dejado de ser un problema. En su programa de 2015 se activan políticas de medio ambiente y se proponen ostentosos proyectos, cuyo coste ya no parece ser un factor a considerar:
“Impulsaremos un plan para la conversión en ciudades inteligentes de todas las localidades de más de 50.000 habitantes, con el objetivo de mejorar los servicios y el respeto al medio ambiente”.
Lo más llamativo del programa popular de 2015 es que constituye una rectificación de numerosas medidas y declaraciones en cuestiones medioambientales. Las energías renovables ya no constituyen un perjuicio, por lo que introducirán “nuevas instalaciones renovables (…) impulsaremos la incorporación de energías renovables en la climatización de edificios, tanto en instalaciones individuales como colectivas y de distrito”. También se replantean la explotación del sector turístico sin límite y llegan a proponer la “recuperación de zonas degradadas o abandonadas” y “la protección y recuperación del litoral”.
Edificio en el que actualmente se ubica el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, en Madrid.
Fuente: M. Peinado.
Y el comercio sin barreras, defendido en anteriores programas, esta vez no parece tan buena idea para la agricultura. Llegan a matizar la necesidad de atender al bienestar de los animales destinados al consumo: “promoverán una agricultura sostenible como base de un modelo agroalimentario europeo (…) cumpliendo con las exigencias en seguridad alimentaria, medioambientales y de bienestar animal”.
Las elecciones de 2015 –alargadas hasta la fecha– han traído la recuperación de las cuestiones medioambientales. Las menciones al cuidado del entorno también se han incrementado en el programa del Partido Socialista. Se detectan problemas que no habían sido considerados en salud, en vivienda, en turismo o en infraestructuras. La dimensión ecológica ha incorporado a las políticas de empleo, en la contratación pública, incluso se prioriza como elemento transversal en el modelo económico, bajo un atrevido título: “Medio ambiente y equidad: punto final a la privatización de los beneficios a favor de unos pocos y socialización de las cargas”.
No obstante, como ocurría en el pasado, abundan las decisiones contradictorias. Resulta difícil encontrar un arreglo entre el firme apoyo al TTIP mostrado por el PSOE y tan loables intenciones declarativas.
Izquierda Unida también recupera parte del impulso perdido en anteriores programas. La consideración del medio ambiente se amplía a espacios hasta entonces poco estudiados y se rescatan iniciativas del pasado que se desarrollan y mejoran. La presencia del medio ambiente en políticas de empleo o de salud son las más detalladas. Se apuesta por un modelo energético basado al 100% en energías renovables y se propone aplicar criterios ecológicos para recuperar la soberanía alimentaria, un tema que los dos grandes partidos evitan abordar.
La punta de lanza medioambiental
Los resultados obtenidos de los análisis de los programas confirman la extendida percepción de que, en España, los partidos en el espectro ideológico de la derecha se preocupan menos por el medio ambiente. La conciencia del problema, la percepción integral de las políticas medioambientales y la precisión de los análisis se incrementan en las formaciones situadas en la izquierda.
En el caso de España, Alianza Popular o PP nunca han mostrado en sus programas la intención de dirigir la consideración de la ecología y la naturaleza hacia cuestiones de seguridad nacional o de identificación con la patria. Esta orientación, muy frecuente entre partidos conservadores y de extrema derecha europeos, no parece constituir un reclamo para los populares.
No hay en sus programas inspiraciones bucólicas. De hecho, la tendencia del PP ha sido la de despreciar el cuidado al medio ambiente. Ejemplo de ello son los alegatos contra las energías renovables, la masiva explotación de la costa o el primo de Rajoy, que aseguraba que el cambio climático era un invento.
Esta actitud parece haber proporcionado al Partido Popular más rédito político que la perspectiva de vivir en un entorno más limpio y saludable. Quizá la imagen de Miguel Arias Cañete montado en un tractor o de Mariano Rajoy paseando por campos de alcachofas constituyan los primeros pasos de un cambio de política.
El análisis de los programas ha desvelado que la agenda medioambiental ha sido impulsada con mayor fuerza desde Izquierda Unida. El que habitualmente se situaba como tercer partido político más votado ha logrado canalizar las demandas en esta materia para que, aunque con muchos límites, se incluyeran en las políticas de los grandes partidos. Especialmente relevante resulta la cronología de la agenda medioambiental del Partido Socialista respecto a las propuestas de IU.
En la serie programática, el Partido Socialista parecía verse arrastrado por la demanda de más atención hacia la cuestión, pero nunca se ha atrevido a plantear una posición seria al respecto. El PSOE ha navegado entre contradicciones, probablemente fruto del deseo de contentar tanto a sectores liberales como proteccionistas, lo que le ha mantenido en una política medioambiental de dudas y retrocesos. Esta estrategia probablemente le haya concedido una ventaja desde el punto de vista económico. Sin embargo, podría haber dañado a medio plazo la confianza de votantes preocupados por la situación medioambiental.
La ambigüedad y los vaivenes de los dos principales partidos en la atención al medio ambiente, y las lagunas por la falta de constancia y continuidad, quedan reflejados en los programas. El repentino interés del último año deja la imagen de parches mal pegados y desconectados, que bloquean la posibilidad de desarrollar soluciones efectivas y sostenidas en el tiempo. Se trata por lo tanto, de un ámbito en el que queda mucho trabajo por hacer, en el que abrir un debate público amplio, y en el que se pongan sobre la mesa problemas que nos afectan a todos y de los que todos somos responsables.