Artículo publicado en la revista Fuego Amigo en abril de 2016 para el monográfico Socialdemocracia.
Un socialdemócrata hablando de socialdemocracia. No es común, en la vorágine del día a día, que un político analice profundamente su ideología y critique algunas prácticas tirando de argumentario sólo cuando las preguntas se acercan geográficamente demasiado.
José María Barreda (Ciudad Real, 1953) nos recibe en el despacho del Congreso de los Diputados que le corresponde como presidente de la Comisión de Defensa. Barreda es licenciado en Filosofía y doctor en Geografía e Historia. Es profesor titular de Historia en la Universidad de Castilla-La Mancha, aunque es más conocido por su carrera política. Fue vicepresidente de Castilla-La Mancha con José Bono y asumió la presidencia cuando éste fue nombrado ministro de Defensa por Zapatero en 2004. Fue derrotado en las urnas por la popular María Dolores de Cospedal en 2011. Desde entonces ocupa un escaño de la cámara baja por la provincia que le vio nacer.
Una entrevista de Laura Pérez Rastrilla y Daniel Hernández Baldó.
¿Es usted más de Largo Caballero o de Indalecio Prieto?
Yo soy socialista a fuer de liberal. Esta frase es de Indalecio Prieto. Yo creo que la pugna que tuvieron Largo Caballero e Indalecio Prieto es una manifestación de las tensiones que siempre ha habido en el seno del Partido Socialista Obrero Español, prácticamente desde su fundación.
Si analizamos la trayectoria de Largo Caballero, podemos llegar a la conclusión de que en algunos momentos no era precisamente lo que hoy llamamos un demócrata. Le encantaba ser el Lenin español. Eso significaba la aceptación de algunos planteamientos que no eran inherentes al espíritu del partido de Pablo Iglesias. Es verdad que estamos hablando de un contexto histórico muy concreto, de exacerbación de la lucha de clases. Es más fácil hacer el análisis con perspectiva que estar en el vértigo del conflicto. Pero, sinceramente, pienso que las dificultades internas del Partido Socialista y la no aceptación de la República está en la base de su derrota.
Avanzando hasta el presente, ¿cómo evalúa la situación de la socialdemocracia en Europa?
Desde mi punto de vista, el mayor problema de la socialdemocracia europea ha sido su incapacidad para defender su propio proyecto y, pasarse, a veces con armas y bagajes, a planteamientos que, no solo no le son propios, sino que son del adversario ideológico.
Hay un momento, sobre todo después de la difícil gestión de la crisis económica de los años setenta, en la que la socialdemocracia parece incapaz de dar una respuesta adecuada, que permita mantener la construcción, verdaderamente fabulosa, que se hizo en Europa después de 1945. En aquel momento hubo prácticamente una unanimidad, en la que participó además la socialdemocracia cristiana (todo sea dicho), para conformar un Estado que fuera capaz de superar la etapa inmediatamente anterior, que había sido terrorífica para Europa; la que transcurre desde la Primera Guerra Mundial, incluido ese conflicto, hasta la Segunda Guerra Mundial. En el panorama que se genera después, surge una alternativa al capitalismo, que es la Unión Soviética y la construcción del llamado socialismo real. En ese momento se hace un gran esfuerzo para intentar compatibilizar la libertad y la igualdad. Y esa es la esencia de la socialdemocracia: aceptar que tiene que haber el Estado necesario y suficiente para garantizar los derechos de los ciudadanos y las prestaciones sociales.
Muchos años después, la crisis de la socialdemocracia tiene que ver con el triunfo ideológico de los planteamientos neoliberales, que determinan que cuanto menos Estado, mejor, incluso su práctica desaparición resulta fundamental para dejar en completa libertad al mercado. Yo creo que la insuficiente respuesta por parte de la socialdemocracia a ese envite ideológico está en la base de su crisis. Y desde mi punto de vista, también el surgimiento de falsas alternativas que, no solamente no contribuyeron a la mejora y al prestigio de la socialdemocracia, sino que la han perjudicado gravemente. Me refiero, por ejemplo, a experiencias como la de la tercera vía, de Blair o, las planteadas por Schröder en Alemania.
José María Barreda en su despacho del Congreso de los Diputados.
Foto: Daniel Hernández Baldó.
De hecho, la socialdemocracia se ha unido tanto a esas tesis neoliberales, que ha acabado en gobiernos de grandes coaliciones. ¿Cómo cree que han afectado estos pactos a los partidos socialdemócratas?
Negativamente. Ha habido una pérdida de identidad a lo largo del proceso, al mismo tiempo que se iban deteriorando los logros del estado de bienestar.
Hay que situarse en la Europa de 1945 y observar la devastación de ese momento, para saber valorar lo que supone ese gran contrato que permite que haya tranquilidad desde la cuna hasta la tumba; una garantía que proporciona el Estado, hacia el conjunto de la inmensa mayoría de los ciudadanos para que tengan una digna vida de ser vivida.
En definitiva, ese es el objetivo de la socialdemocracia: construir una sociedad en la que todo el mundo sea tratado con dignidad. A algunos esto les puede parecer poco o insuficiente. A mí me parece apasionante, entre otras cosas porque eso es posible, y la Historia ha demostrado que se puede conseguir. Asaltar los cielos es más complicado.
Durante la última campaña electoral Pedro Sánchez se refirió a Ciudadanos como la derecha ideológica, siendo así, ¿llamaría gran coalición a un Gobierno del Partido Socialista apoyado, o del que forme parte, Ciudadanos?
Hemos pasado de un análisis de carácter más general e ideológico a analizar una coyuntura concreta. Y ese análisis de la coyuntura no puede hacerse al margen del conocimiento real de los datos y de la situación en la que nos encontramos después de las elecciones del 20 de diciembre. El resultado de esas elecciones obliga a un gran esfuerzo de entendimiento, en la medida en la que, no solamente no hay ningún partido ni con mayoría absoluta, pero tampoco con mayoría clara. Para mayor complicación, tampoco hay bloques ideológicos con mayoría suficiente para formar gobierno. La derecha, por sí sola, la suma de PP y Ciudadanos es insuficiente para formar gobierno, y la suma de la izquierda, entendiendo por ésta, el Partido Socialista, Podemos e Izquierda Unida, no da tampoco para formar gobierno.
La consecuencia de este resultado es que, o hay nuevas elecciones o, se intenta un Gobierno transversal. Se trata de una especie de pacto histórico para superar una determinada situación que implique el desalojo de este Partido Popular y de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y la posibilidad de acordar un espacio común, un denominador común que pueda suponer un programa de Gobierno, que dure lo que dure: un años, dos años…
Pero sí hay medidas en las que Ciudadanos, Podemos y PSOE están de acuerdo, por ejemplo, en medidas de tipo reformista, de reforma de Ley electoral, de reforma de la LOMCE, de restitución de derechos y libertades puestos en peligro y suprimidos durante el gobierno del PP. Merece la pena intentarlo. Agotado ese recorrido, entonces se convocan elecciones. Es una opción.
Creo que no es el momento de ni siquiera querer dialogar con el adversario político. El mandato de los ciudadanos lleva implícito el esfuerzo del entendimiento. Eso no significa hacer dejación de tu ideario, ni de tus señas de identidad, en absoluto. Sencillamente es una respuesta coyuntural a un momento excepcional.
La evolución del PSOE ha resultado en algunas áreas muy sorprendente. Hemos visto cómo pasó de hablar de la nacionalización de sectores estratégicos o de la lucha por garantizar una vivienda para todos los ciudadanos, a la colaboración de líderes del PSOE en monopolios estratégicos de titularidad privada o la aceleración de los desahucios. ¿Cómo se explica esto?
El análisis es interesante, y si me permitís, voy a introducir algunos elementos autobiográficos para tratar de explicar la evolución. Muchos de mi generación participamos en la lucha antifranquista en un momento en el que el dictador vivía y en España no había ni democracia, ni libertad, ni derechos, ni bienestar. Era un momento, a nivel internacional, en el que, no solamente todavía no había caído el muro de Berlín, eso ocurriría muchos años después, en 1989, sino que estaban muy valoradas opciones de izquierda, experiencias en el llamado Tercer Mundo y revoluciones relativamente recientes. Seguramente, muchos de los que participamos en la lucha antifascista no éramos demócratas en el sentido normalizado de esta palabra hoy. No nos espantaban planteamientos como la dictadura del proletariado o la justificación de hacer un paréntesis en la libertad para hacer la revolución y conseguir la igualdad.
Hay un momento que es significativo en la gradación de la relación con la libertad entre los socialistas y los comunistas. En la campaña de 1977, yo estaba en el Partido Comunista y el eslogan era “Socialismo en libertad”. El Partido Socialista nos superó claramente. Sus carteles decían: “Socialismo es libertad”. Efectivamente, muchos tuvimos una evolución en la que comprendimos que las dictaduras no eran aceptables, ni las del proletariado. Dictadura, ninguna. La libertad es un factor esencial de la ideología y, además, es absolutamente inseparable de la igualdad. La dicotomía libertad versus igualdad es absolutamente falsa. Esta es la polémica que está en el origen de la separación entre socialistas y comunistas en 1921.
Cuando en España se celebran las primeras elecciones democráticas, en el 77, y se aprueba la Constitución del ‘78, considero que tal vez mi compromiso como compañero de viaje en el Partido Comunista está cumplido y, poco después, ingreso en el Partido Socialista de la mano de compañeros que me buscaron en la universidad. Con esto hago un reconocimiento, al que concedo importancia, de que muchos de los que en aquel momento, en la lucha antifranquista estaban comprometidos en acabar con la dictadura, no soñaban con una democracia representativa, sino con otro tipo de construcción histórica, que ahora podemos reconocer que ha fracasado estrepitosamente. Sin embargo la socialdemocracia tuvo un éxito espectacular. Un éxito verdaderamente brillante. Triunfa en Europa, hace de Europa un espacio envidiable de libertad, de derechos, de privilegio en definitiva. Hay un dato que conviene poner en valor: desde 1945 hasta los años 70 la diferencia entre ricos y pobres en Europa, tanto en términos de patrimonio como de renta, se acorta de manera espectacular.
Aquí éramos diferentes, según el eslogan de Fraga cuando fue ministro de Información y Turismo. Esto tenía una doble lectura. Ellos lo decían para poner en valor la supuesta democracia orgánica, la del sol; esto quería decir que no teníamos por qué ser igual a Europa, somos distintos, somos mejores. En la oposición decíamos, “claro, somos diferentes porque allí hay libertad y aquí no, porque allí hay democracia y aquí no, porque allí hay bienestar y aquí no, porque allí hay progreso y aquí no…” Yo creo que esa experiencia marcó a toda una generación.
En el escenario que se encontró el Partido Laborista tras el paso de Thatcher en Reino Unido, ¿qué debería haber hecho el Partido Laborista para no caer en la tercera vía de Blair, que usted ha calificado como ‘falsa alternativa’?
Defenderse mejor, defender su propio ideario y no pasarse con armas y bagajes al ideario del adversario. Si te derrotan y, no solamente admites la derrota, sino que la aceptas, el fracaso es notable.
La tercera vía de Tony Blair era un intento de enmascarar la aceptación de lo fundamental del neoliberalismo haciendo una trampa, que es exacerbar los problemas del estado del bienestar y del liberalismo, caricaturizando una cosa y otra, para acabar explicando: pero hay una tercera vía. Era un planteamiento absolutamente falso. En realidad lo que hizo fue una dejación de los principios socialdemócratas y de la esencia del laborismo. ¿Cuál es la esencia del laborismo? Negociación colectiva, planificación económica, tributación progresiva y provisión de servicios sociales por parte del Estado. Y eso es lo que empieza a desmontarse. Hay toda una ideología que de la mano de Reagan y de Margaret Thatcher triunfa en Estados Unidos y en Inglaterra. Hubo un ataque en tromba contra el Estado. Es célebre la frase de Margaret Thatcher, que expresa toda una filosofía de la que se derivan muchas consecuencias: “No hay sociedad, sólo hay individuos”. No sólo no se necesita el Estado, sino que el Estado perturba y lo único que hace es fastidiar a la mano invisible que maneja el mercado.
Yo creo que un exceso de Estado no es bueno, que podría ser el problema de los totalitarismo comunistas o fascistas. Pero ¿qué es lo peor a un exceso de Estado? Que haya muy poco Estado o que no haya Estado, porque, entre otras cosas, eso conduce a estados inviables, en los que no se garantizan los derechos de los ciudadanos. Ese equilibrio es fundamental. El papel del Estado es fundamental. Y además es inherente a la construcción socialdemócrata que, por otra parte, es un impulso que está teorizado por personas conservadoras. Por ejemplo, Keynes era un gran conservador, pero entiende que tiene que haber una respuesta distinta, que permita la reconstrucción y la superación de la depresión; y esa respuesta es la intervención del Estado en las inversiones, en la planificación y en la prestación de servicios sociales. Es verdad que hubo, y en esto hacen hincapié los defensores legítimos y a los que no les falta parte de razón, una contribución del llamado socialismo real. La existencia de una sociedad distinta al otro lado del telón impulsaba a dar una respuesta a los trabajadores de la Europa Occidental, entre otras cosas, para evitar el contagio revolucionario y construir una sociedad digna de ser vivida, al margen de otros planteamiento. Ahí está la gran diferencia entre el socialismo y la socialdemocracia. El socialismo lo que pretende es sustituir el capitalismo por otra sociedad con otro modo de producción, la socialdemocracia implica un pacto, en el que se acepta el capitalismo, introduciendo una serie de correcciones por parte del Estado que garantice que la mayor parte de los ciudadanos van a tener derechos y libertades.
Volviendo al escenario español, en la última legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero hubo algunas medidas que se pueden interpretar como una aproximación a ese ideario neoliberal. Son medidas sobre todo en el ámbito económico. ¿Cree usted que tenía alternativa?
Siempre hay alternativa. En historia siempre hay alternativa. No se puede admitir que haya situaciones en las que no la haya. Porque si eso fuera así, estaríamos ante el proclamado fin de la historia que se explicitó cuando cayó el Muro de Berlín y desapareció la alternativa del socialismo real. Algunos dijeron “ha acabado la historia porque no hay antagonismos”, y de aquellos polvos, estos lodos.
Tu pregunta me lleva a una consideración que no hemos hecho hasta ahora y que me parece clave. Cuando explicábamos los logros de la socialdemocracia en Europa. La socialdemocracia es una construcción de los Estados nación, en los límites de sus fronteras, y parte del fracaso de la socialdemocracia ha sido su incapacidad para dar respuestas supranacionales en un contexto de globalización de la economía y, en el caso de Europa, de las instituciones comunitarias.
En ese fracaso de la socialdemocracia está su impotencia para dar respuesta a muchos de los problemas. De hecho, hay lo que llamaba Sánchez Cuenca “la impotencia democrática”, la incapacidad de los Gobiernos de los Estados nación para dar respuestas propias a problemas que les superan y que son consecuencias de decisiones que no toman ellos, sino instancias supranacionales.
Lo digo porque en el 2010, cuando el presidente Zapatero toma esas decisiones incomprendidas, para algunos incomprensibles, con recortes a los trabajadores, la reforma laboral, etcétera, se pone en evidencia esta impotencia, esta incapacidad para dar una respuesta autóctona y autónoma a problemas que nos exceden. Se produce una paradoja, que tiene que ver con el comportamiento electoral, y es que los ciudadanos, como es lógico, piden cuentas a su parlamento y a los políticos que ellos eligen y conocen. Y estos muchas veces son incapaces de dar respuestas satisfactorias porque los problemas se dirimen en otras instancias. Eso genera un problema de déficit democrático, de desafecto político, de sensación de impotencia. Es cuando dices, “si este Gobierno es incapaz de hacer lo que quiere hacer ¿para qué sirve?”
Escritorio del diputado socialista durante la entrevista.
Foto: Daniel Hernández Baldó.
María Dolores de Cospedal dijo en una ocasión que el Partido Popular era el “partido de los trabajadores”. Visto el escenario que hemos analizado ¿qué puede ofrecer la socialdemocracia a alguien al que le dicen estas cosas? ¿Cuál es la diferencia?
A mí esa frase me parece una...
Pero, ¿reconoce que les ha “robado” voto obrero el Partido Popular?
Que el PP es un partido interclasista desde hace mucho tiempo es evidente. Recibe votos de todo el espectro sociológico, sino no hubiese tenido mayoría absoluta con Aznar, ni hubiese sido un partido mayoritario durante mucho tiempo. Pero una cosa es de dónde proceden los apoyos, cuya explicación es muy diferente. No quiero hacer analogías pero ha habido momentos en la historia en la que partidos poco democráticos, incluso fascistas, han sido mayoritarios. Por tanto, no es la procedencia, ni siquiera el número de votos, lo que caracteriza un partido.
¿Cuáles son las diferencias? Pues nada más y nada menos que el Partido Socialista, a partir de 1982 y pese a las dificultades españolas específicas, es el que ha puesto el incipiente estado del bienestar del que empezábamos a disfrutar y que el PP, sin embargo, ha desmontado. Es decir, que mientras el PSOE universaliza la asistencia sanitaria, extiende y amplía la educación obligatoria y gratuita, establece los servicios sociales, incluye un cuarto pilar del estado del bienestar con la Ley de Dependencia, lo que hace el Partido Popular en cuanto puede es desmontar todo eso. De hecho, si hacen un análisis de qué hacían todos los partidos de izquierda, incluso las mareas que se han movilizado durante la legislatura anterior de mayoría absoluta y aplastante del PP, (la marea verde de la educación, la blanca de la sanidad…), era una defensa de lo que ya teníamos: defender la educación pública, defender la sanidad pública, defender la Ley de Dependencia. ¿Y quienes impulsaron todo eso en España? Los Gobiernos socialistas. ¿Quién lo estaba desmontando? El Partido Popular. Ahí está la diferencia.
Yo comprendo que para muchas personas… lo comprendo perfectamente (y no es una postura superona), que puede ser poco atractivo o insuficiente, o tener poco aliciente romántico o verdadero la defensa del estado del bienestar; pero es muy importante, sobre todo cuando comprendes qué significa su pérdida para mucha gente y para el conjunto de la sociedad. Significa, entre otras cosas, el incremento de la desigualdad. Esa igualdad que comentábamos antes que se había reducido y que en España se estaba reduciendo también en la década de los 80 y 90, ha vuelto a incrementarse insoportablemente. Sinceramente pienso que trabajar por que la vida trate con dignidad a todas las personas es un programa que merece la pena.
El actual presidente de Castilla-La Mancha y su sucesor en la dirección regional del partido, Emiliano García-Page dice en muchas ocasiones, en muchas entrevistas, que él ha conseguido derrotar o más bien impedir que el Partido Popular tenga una mayoría absoluta en un territorio “que es más bien conservador” ¿Condiciona el territorio la forma de pensar de un socialdemócrata?
Determinar no determina. ¿Condicionar?, en la medida que hay que considerar las circunstancias sí, pero vamos, tampoco… Habría que matizar esa aseveración que no sólamente ha hecho Page sino que otros hemos hecho también. La realidad es que la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha desde sus primeras elecciones en 1983 hasta ahora, salvo el paréntesis de los cuatro años de [María Dolores] de Cospedal, ha estado gobernada por el Partido Socialista, así como una buena parte de sus diputaciones y de sus ayuntamientos. Por lo tanto seguramente hay que matizar eso.
En Francia hay un Gobierno del Partido Socialista que promete un impuesto del 75% para las grandes fortunas que al final le tumba el Tribunal Constitucional y que ahora ha sacado adelante una reforma laboral con contestación en las calles. En Alemania hay un partido socialista dentro de un Gobierno conservador. Son dos países en los que la extrema derecha está despuntando, ¿Qué responsabilidad tiene la socialdemocracia en eso? Porque hay voto socialista ahí dentro.
Claro. Hay casos concretos donde esa evolución se ve de forma muy evidente. Marsella había sido un bastión del Partido Comunista francés, ha pasado a ser un bastión de [Marine] Le Pen [líder del partido de extrema derecha, Frente Nacional]. El proceso es complicado pero no deja de ser conocido. Tienen que ver muchos ingredientes, entre otros, el miedo al diferente, la xenofobia, cuando los inmigrantes superan el 10% de la población y se generan conflictos… La inseguridad es un factor que siempre juega a favor de los conservadores. Ahora mismo estamos en una sociedad insegura por muchas razones.
¿Qué responsabilidad tiene la socialdemocracia? Creo que básicamente su fracaso para defender su propio proyecto. El otro día recordé una frase de un historiador al que respeto, aunque no comparta muchas de sus posiciones políticas actuales, que es [Josep] Fontana, y que decía que “lo peor fue que la socialdemocracia no sólo no luchó por mantener las conquistas que se iban perdiendo, sino que colaboró vergonzosamente a la tarea de su destrucción”. Es una crítica demoledora, pero tiene lamentablemente algo de verdad. La socialdemocracia que, sin duda ninguna, junto a la democracia cristiana, supieron construir históricamente unos espacios de privilegio, en lo que se refiere a los derechos y a las libertades, en un momento dado, sobre todo por una falta de comprensión, desde mi punto de vista, de que para el mantenimiento de esos derechos era fundamental una economía productiva que garantizara los ingresos suficientes para su mantenimiento, en un momento, con la crisis de los 70, cuando la socialdemocracia ya comienza a resentirse y después con la más reciente, pues se queda un poco indefensa, incapaz para defender el proyecto.
El pasado de la socialdemocracia no es perfecto y su futuro seguramente no lo sea. Pero hoy por hoy yo no veo una alternativa mejor que la socialdemocracia. Por tanto, creo que merecería la pena hacer un esfuerzo por su recuperación para que volviera a tomar el protagonismo que tuvo. Pero eso pasa hoy por medidas que superan el espacio de los estado nación. No podemos dar marcha atrás, olvidar la globalización, sus efectos, lo que supone la UE y la situación geopolítica en general y, en fin, las dificultades que observamos y que con la crisis de los refugiados se ponen particularmente en evidencia.
Hay foros que superan el Estado nación como la Unión Europea, donde tienen un grupo parlamentario con sus colegas socialistas de otros países y en el que se vota, por ejemplo, el TTIP (el tratado de libre comercio con Estados Unidos).
Porque lamentablemente ocurre lo que antes criticaba. La socialdemocracia no ha sabido, no ha podido o en cualquier caso no ha conseguido dar una alternativa global o europea propia, sino que ha perdido la iniciativa claramente frente a una opción diferente.
Esa arrogante declaración, no recuerdo ahora de quién, que decía que hay una lucha de clases frontal “y los capitalistas vamos ganando” [En 2006, Warren Buffett, que actualmente posee la tercera fortuna más grande del mundo, dijo que no entendía cómo él pagaba un 19% de su renta en impuestos y su secretaria un 33%, a lo que exclamó: “claro que hay una lucha de clases, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está librando esta guerra. Y la estamos ganando”]. Eso es lamentablemente cierto.
Teniendo en cuenta las estructuras que hay ahora (institucionales, económicas, sociales…) ¿cree que hay espacio para recuperar ese proyecto?
Sin duda, creo que sí, que lo hay. No es fácil, no se conseguirá de la noche a la mañana, pero francamente creo que hay posibilidad. No será igual que la anterior. Cada momento histórico requiere respuestas distintas. No tiene sentido tratar de emular de manera mimética lo que fue una respuesta a un momento muy excepcional.
José María Barreda durante la entrevista con Fuego Amigo.
Foto: Daniel Hernández Baldó.
Antes hablábamos de que la respuesta socialdemócrata y el New Deal no se entienden primero sin la necesidad de abordar las consecuencias de la Gran Depresión en Estados Unidos y en Europa las consecuencias de un continente devastado tras la II Guerra Mundial. Aquí además al otro lado, había una sociedad que pretendía dar una respuesta histórica al capitalismo.
De esa coyuntura surge la socialdemocracia y su éxito tiene que ver con la aceptación prácticamente universal de sus planteamientos. Por parte del socialismo democrático y de la derecha democrática. En Alemania, Konrad Adenauer [democristiano y primer canciller de la República Federal de Alemania tras la guerra], es el dirigente que pone en pie el estado del bienestar y que apoya el SPD [el Partido Socialdemócrata Alemán]. Parte del fracaso electoral del SPD en aquellos años tiene que ver con que efectivamente no está planteando nada distinto a lo que plantea Adenauer, porque están de acuerdo. Ese acuerdo profundo consecuencia de la observación de un panorama desolador es lo que permite su triunfo. Cuando se rompe la unanimidad, cuando no sólo no hay acuerdo sobre ese modelo sino que hay una ideología antagónica evidentemente se complican las cosas. Eso ocurre cuando la socialdemocracia parece que ha cumplido su periodo, cuando ya parece que se ha agotado y tiene poco que ofrecer.
¿Es Podemos socialdemócrata, o la nueva socialdemocracia?
Creo que seguramente les esté pasando lo que alguno de nosotros que luchábamos contra el franquismo y no soñábamos con una democracia (ingenuos de nosotros) representativa, que era vista como una cosa despreciable. Queríamos una sociedad socialista y un mundo distinto.
No sé si conocéis el librito de [Dany] Cohn-Bendit, La revolución y nosotros, que la quisimos tanto [editado en España por Anagrama], que es un reconocimiento por parte de uno de los líderes de Mayo del 68 acerca de lo importante que es contribuir a que las personas que han trabajado tengan su pensión y tranquilidad, que las familias de los trabajadores no estén preocupados por la educación de sus hijos, que las familias sepan que no se van a arruinar cuando sus miembros caigan enfermos porque tendrán garantizada la asistencia sanitaria o que la madre o la hermana de un discapacitado (porque en este ámbito suele ser trabajo femenino) tenga que arruinar su vida para atender a ese familiar. A mi esto me parece importante.
No sé si tiene algún familiar, algún amigo cercano que haya votado a Podemos y que antes lo hiciera por el Partido Socialista. ¿Qué comentan?
Conozco a muchos. Esto hace que para mi Podemos no sea ningún partido que me asuste. Entre otras cosas soy consciente de que una buena parte de su electorado pueden ser nuestros hijos, sobrinos, hermanos o amigos. ¿Por qué los han votado?, bueno, pues evidentemente tienen sus razones de desafecto, cabreo o deseo de introducir un revulsivo para que algo se mueva. Lo importante es que Podemos sepa administrar ese apoyo.
Antes decíais si creo que Podemos es socialdemócrata. Ellos están explicitando una transformación a marchas forzadas. Algunos nos costó décadas. Ellos han pasado en muy poco tiempo de planteamientos que no eran socialdemócratas a decir que la socialdemocracia es importante y merece la pena. Yo celebro extraordinariamente esa evolución.
¿Qué le parecen las figuras de Jeremy Corbyn [líder del Partido Laborista británico] y de Bernie Sanders [senador estadounidense que se califica como socialista y que disputa a Hillary Clinton la nominación para la candidatura a la presidencia por el Partido Demócrata]?
Son una constatación interesante. No siempre lo nuevo es lo bueno. A veces hay personas con una determinada edad que suscitan el interés de los jóvenes y de una buena parte de la población. Son las ideas, más que las personas, las que mueven las sociedades. Yo creo que esto es importante. En un momento que se tiende demasiado a sacrificar el pasado en nombre del futuro. Me refiero no sólo a las personas sino también a las ideas y las ideologías como la socialdemocracia. Me gusta recordar lo que decía el hispanista Francesc Pierre Vilar, aquello de que el presente depende del pasado y el futuro nunca se hace a partir de la nada. No se pueden hacer construcciones de forma ahistórica, como si surgiesen como hongos.
En ese sentido me parece interesante el fenómeno. Me parece interesante, porque rompe tópicos, los resultados que están teniendo. Que en las primarias demócratas esté ganando en algunos Estados [Bernie Sanders] hablando de algunas cuestiones que hace poco tiempo y todavía en Estados Unidos son consideradas como “socialismo peligroso”, pues no deja de ser curioso.
¿Tienen ustedes algún Corbyn, alguien de cierta edad, que encarne esos valores en el PSOE?
Nunca se sabe [ríe]. De todas formas no quiero que se deduzca de mis palabras que abomino de lo nuevo. Se trata más de lo bueno que de lo nuevo. Pero si lo nuevo es bueno, oye, pues miel sobre hojuelas. Aunque no siempre ocurre.
En los últimos días hemos visto como en Portugal su Gobierno ha conseguido una cierta flexibilidad para elaborar sus presupuestos por parte de Bruselas ¿si todos se unieran no cree que conseguirían…?
...si no se consigue es porque no se plantea.
¿Y por qué no?
Lamentablemente no hay unanimidad. Por introducir otra crítica. ¿Recordáis en los últimos años alguna decisión importante de la Internacional Socialista?, ¿alguna contribución verdaderamente útil? Yo tampoco. Eso es parte del problema.