Artículo publicado en la revista Fuego Amigo en mayo de 2014.
Sarajevo ha recibido una nueva mano de pintura. El 9 de mayo se inauguró la Vijećnica, una construcción que desde los años '40 se había empleado como biblioteca, y que tras la guerra se convirtió en la imagen del terror del asedio. El simbólico edificio, cuya reconstrucción ha sido financiada por la Unión Europea, es empleado hoy como Ayuntamiento.
Acontecimientos como éste no resultan novedosos en una ciudad que sufrió graves daños materiales en el proceso de desintegración de Yugoslavia. Hace más de veinte años que la guerra finalizó, y las inversiones en el arreglo estético de la ciudad, y de la mayor parte del país, son evidentes. Este proceso de recuperación de Bosnia y Hercegovina ha permitido mantener activo el recuerdo del conflicto y la promoción de un país multiétnico, que consigue avanzar con ayuda de Occidente.
Pero mientras una parte de las élites locales, de la mano de los representantes de la Unión Europea, sonreían para la foto frente a las renovadas infraestructuras, algunas de sus calles empezaban a arder. Las imágenes que llegaron desde Bosnia, a principios de febrero, con edificios institucionales ardiendo, manifestantes tirando piedras y policías disparando bolas de goma han reforzado la retórica del retorno de la guerra. Sin embargo, el análisis es erróneo, y probablemente no inocente.
Sarajevo. Vista desde una de las laderas norte de la ciudad.
Fuente: Laura Pérez Rastrilla.
Detrás de los edificios con renovados cristales relucientes se silencia un país atrapado en las mismas dinámicas periféricas en las que han quedado otros países miembros de la Unión Europea, como España, Portugal, Grecia o Irlanda. Los desencadenantes de las protestas, que comenzaron en la industrializada ciudad de Tuzla – tercer núcleo urbano más grande de Bosnia -, fueron las privatizaciones de fábricas que han dejado en la calle a un elevado número de trabajadores, sin seguro médico y sin pensiones, en un país en el que el desempleo afecta en torno al 60% de los jóvenes. ¿Les resultan familiares las cifras? A las iniciales concentraciones de trabajadores se unieron otros ciudadanos, y después del estallido de las protestas en Tuzla, las manifestaciones se repitieron en otras ciudades de Bosnia como Zenica, Mostar, Sarajevo y también Banja Luka, la capital de la República Srpska. Las protestas han provocado la dimisión de varias figuras políticas de la Federación, y los grupos de manifestantes se han organizado, en unas 20 ciudades, en asambleas a las que denominan plenum.
Una de las especificidades de Bosnia y Hercegovina presentes en esta crisis es la estructura política establecida en Dayton. El engranaje diseñado tras la guerra consistió en un marco institucional que elevó la etnia a actor político. Este modelo dejó un país empantanado en una partición territorial perniciosa, un sistema administrativo sobrecargado y complicado y decorativas rotaciones de gobierno, todo ello basado en la fragmentación étnica.
Desde que estallaron las protestas se reúnen a diario pequeños grupos de ciudadanos bosnios frente al edificio de la Presidencia.
Fuente: Laura Pérez Rastrilla.
Por primera vez, el descontento contra esta organización estatal se ha extendido por todo el país. Por primera vez, desde la República Srpska se envían mensajes de solidaridad con los manifestantes de la Federación. Los ciudadanos bosnios son precavidos, sólo han pasado cuatro meses desde que se iniciaron las movilizaciones, pero el discurso de posguerra, fabricado en despachos en los que no se habla ninguna de las lenguas locales, empieza a tambalearse. Los medios de comunicación azuzan el dolor de la guerra para calmar los ánimos. Al igual que las élites locales, que han aprendido a moverse en la enrevesada e inoperante estructura política para salvaguardar sus intereses personales.
Mientras tanto, los bosnios, ya sean serbios, musulmanes o croatas, luchan por sobrevivir. La ilusión de los sarajevitas por caminar hacia adelante tras la guerra se ha ahogado en el olor de la pintura y la madera nueva. Alguien podría pensar que los paseos en coches de alta gama, las estancias en los hoteles más lujosos de la ciudad y los discursos caritativos de los representantes de la ‘comunidad internacional’ tienen como finalidad disfrazar un fracaso. Los bosnios están pidiendo salir del atolladero y superar una fragmentación que las elites políticas insisten en mantener. La estrategia de supervivencia es la de estimular la tensión étnica, la de insistir en marcar la diferencia de tres idiomas – el croata, el serbio y el bosnio – prácticamente iguales; pero esta vez la desesperación de los bosnios está descomponiendo la consigna. En una de las pancartas de las protestas se escribió: “Tengo hambre en tres idiomas”. Una ilustrativa muestra de irritación por la precaria situación de la mayoría de los ciudadanos bosnios, y por el cinismo occidental a la hora de promover el multietnicismo de Bosnia, que lo único que hace es prolongar el status quo.
Sin embargo los protectores del país no parecen interesados en moverse de sus opulentos cargos. Pocos días después del estallido de las protestas, Milorad Dodik, presidente de la República Srpska, se encontró con Aleksandar Vučić en Belgrado, el hombre fuerte del gobierno serbio. Zoran Milanović, Primer Ministro de Croacia, visitó Mostar donde recordó a los croatas que deben permanecer unidos. El Alto Representante para Bosnia y Hercegovina, el austríaco de origen esloveno Valentin Inzko, advirtió que si las protestas continuaban habría que movilizar la EUFOR – las fuerzas europeas de intervención militar. El ministro de exteriores turco, Ahmet Davutoğlu, aclaró que en su apresurada visita a Bosnia tenía como misión la pacificación del país. El simbolismo de la intervención de la Unión Europea y Turquía resulta abrumador. Son una muestra de que los fantasmas de Bosnia no residen en su guerra civil, sino en la comodidad histórica de unas elites extranjeras que nunca han renunciado a repartirse el pastel balcánico. Para cuidar su franquicia en el sureste europeo, amedrentan a los ciudadanos con el imaginario de la guerra y les amenazan con el rechazo a la entrada en los clubes europeo y atlántico. Unas intimidaciones que sólo sirven para encender la rabia cuando el pueblo tiene hambre.