Artículo publicado en la revista Fuego Amigo en diciembre de 2014.
La crisis está aún muy lejana; sólo los jeques de la economía, y algunos de ellos con dificultad, saben lo que es la prima de riesgo, la deuda pública, o las participaciones preferentes. Son los años boyantes, los de segundas viviendas en la playa, y los del triunfo de la socialdemocracia. Pero ya entonces, ese mundo era ajeno para las ratas, casi desconocido; todo lo que les llegaba eran los ecos de ese discurso de plenitud desde el aparato de televisión. Sus noticias eran otras, y sus canales también. Nada ha cambiado.
Los días lluviosos, en el interior de las chabolas se recrea el apocalipsis. La uralita no se inventó para proteger a los hombres de las inclemencias del tiempo, se hizo para distinguirla de la teja. Cada gota de lluvia es un fantasma que aporrea el tejado y asusta al niño que se esconde envuelto en las mantas raídas. Cada gota de lluvia le recuerda al niño que está solo y que ese momento puede ser eterno. Cada gota de lluvia es el despertar del niño a un mundo que le avisa que tendrá que sobrevivir con las entrañas quemadas, hediondas.
Los días de calor salen cucarachas de la tubería. Cuando se deshicieron del radiador, el tubo que lo conectaba a la red de agua quedó cortado al ras de la pared. Lo que sacaron por la venta del radiador les dio para comer dos semanas. El radiador no servía para nada. Llevaban años sin poder encender la calefacción, se la cortaron por falta de pago. El agua caliente la sacan de un viejo depósito eléctrico, eso cuando funciona.
Su Estado del bienestar son los Tatos. Ellos organizan el orden y el desorden. Reparten los subsidios de supervivencia, a cambio del vasallaje de sus hijos. Sus cachorros serán los esbirros que controlarán las entradas y salidas del barrio. Protección y trabajo a cambio de obediencia y lealtad. Una clase de Ciencia Política desde el infierno. Y quizás una bofetada a Marx. Hay estructura y desestructurados.
Intervención artística en los asentamientos de la Cañada Real.
Foto del equipo Democracia
Niños en El Gallinero, un asentamiento chabolista en la Cañada Real, Madrid.
Foto: Rafael Robles.
Son los destinados a recibir la mierda del lado putrefacto. Los deshechos que producen los que aprenden sobre modales y protocolos, los que se miran en el espejo y a los que la cocaína les da clase. Los que desde los lodos que nos separan les llaman presas del fascismo pero a los que los comunistas no se acercan.
Son los pordioseros de los que las clases medias – hoy obreras por la crisis –, se apartan en el metro. Son las ratas que ni siquiera se estudian en los laboratorios sociales de la Academia. Los condenados por los dioses del Olimpo a quedar fuera de la Historia, pero sin paraíso en esta tierra.
Aquí no hay cuotas. No hay reformatorios ni instituciones de reinserción. La vida no se cuenta en días, ni los días en horas de luz y de oscuridad. La vida se mide en botines, en navajazos y en latidos. Cuando naces rata, mueres como una rata. Es la ley de las cloacas.