¡Reentámate y llucha!
24 de setiembre de 2025
Redautáu por Aldám Lugris Fernández
Esti artículu ta redautáu na llingua castellana y de momentu nun ta disponible en llionés
La Vuelta Ciclista a España de 2025 pasará a la historia, pero no por sus hazañas deportivas ni por la épica de sus ascensiones. Pasará a la historia porque en sus carreteras se levantó un grito político que ningún maillot, ningún cronómetro ni ninguna retransmisión televisiva pudo ocultar. Este año, la Vuelta fue escenario de resistencia y solidaridad, fue el altavoz inesperado de un pueblo que decidió plantar cara al genocidio en Palestina y al intento descarado de blanquearlo a través del deporte.
La mecha estaba encendida desde el inicio: la participación del equipo Israel-Premier Tech en la ronda española no era un detalle anecdótico, era un gesto de complicidad política. Ese uniforme no representaba solamente a un conjunto ciclista, representaba a un Estado que en esos mismos días seguía bombardeando Gaza, asesinando civiles y manteniendo un régimen de apartheid sobre millones de personas. Incluirlo en la Vuelta equivalía a ofrecerle un escenario internacional para lavar su imagen, mientras en Palestina se multiplicaban las fosas comunes. Ante esa provocación, la respuesta popular no se hizo esperar.
Ya en las primeras etapas, grupos de manifestantes irrumpieron en el recorrido. En Figueres, cinco activistas bloquearon la contrarreloj por equipos, obligando a detener el avance del Israel-Premier Tech. En Navarra, la etapa se vio interrumpida por un corte de carretera en el que ondeaban banderas palestinas. En Asturias, durante la llegada al Angliru, una docena de personas fueron detenidas por desplegar pancartas y ocupar la calzada. En Laredo, unas 300 personas marcharon con imágenes de las víctimas de Gaza, recordando que el verdadero dolor no estaba en el cansancio de los corredores sino en la masacre diaria de un pueblo entero. En Valladolid, dos activistas saltaron las vallas para protestar frente a los ciclistas, y en Madrid, la última etapa ni siquiera pudo disputarse: la presión en las calles, las ocupaciones del recorrido y el ambiente de protesta obligaron a cancelar la jornada final. Una Vuelta histórica, pero no por lo deportivo, sino por la fuerza de la solidaridad.
La reacción de la organización y de las instituciones fue la que cabía esperar de un sistema que siempre protege más los intereses de los poderosos que los derechos de los pueblos. Desde Unipublic hasta la UCI, pasando por los delegados del Gobierno, todos se esforzaron por criminalizar la protesta. Se habló de “ataques al deporte”, de “falta de respeto a los corredores”, de “incidentes de seguridad”. El Partido Popular exigió mano dura y máxima seguridad en cada etapa, mientras el Gobierno central, con un discurso tibio, defendía el “derecho a manifestarse” pero al mismo tiempo desplegaba a cientos de agentes antidisturbios y motorizados para blindar el paso de la caravana ciclista. Esa es la hipocresía: se reconoce en abstracto la legitimidad de la protesta, pero en la práctica se reprime con golpes, detenciones y sanciones.
La brutalidad policial quedó registrada en cada jornada de protesta. Manifestantes pacíficos fueron arrastrados por el suelo, golpeados con porras, insultados y reducidos por agentes armados hasta los dientes. Jóvenes y mayores que se sentaron en el asfalto fueron levantados a la fuerza, mientras otros eran identificados por el simple hecho de portar una bandera palestina. Más de veinte personas fueron detenidas a lo largo de las etapas, muchas de ellas acusadas de desórdenes públicos, enfrentándose ahora a juicios y multas desproporcionadas. La Comisión Antiviolencia, en un gesto de cinismo absoluto, propuso sanciones de entre 3.000 y 6.000 euros y prohibiciones de acceso a eventos deportivos durante meses para diecisiete de los activistas. Se trató de un mensaje claro: disuadir, intimidar, intentar que el miedo calle lo que la conciencia grita.
Pero lo que ni la policía ni la organización lograron borrar fue el orgullo de quienes se levantaron. Orgullo de enfrentarse a todo un dispositivo represivo para impedir que un genocidio quede cubierto por una retransmisión deportiva. Orgullo de mirar de frente a los antidisturbios y recordarles que la violencia real no está en cortar una carretera, sino en bombardear hospitales, en demoler casas, en asesinar niños. Orgullo de asumir el riesgo de multas, golpes y detenciones para decir en voz alta lo que los medios callan: que Israel es responsable de crímenes atroces y que Europa, al permitir su presencia en la Vuelta, se convierte en cómplice.
La Vuelta de este año no fue neutral, y eso es precisamente lo que molesta a quienes insisten en separar deporte y política. Esa supuesta neutralidad es una farsa: ya estaba politizada desde el momento en que se aceptó a un equipo financiado y respaldado por un Estado genocida. Lo que hicieron los manifestantes fue desvelar esa verdad, arrancar la máscara del espectáculo y dejar claro que el ciclismo, como cualquier otro espacio público, también es campo de batalla ideológica. Y en ese campo, la voz de la calle fue más fuerte que la de los patrocinadores y los burócratas.
La cancelación de la etapa final en Madrid fue la metáfora perfecta de lo ocurrido: la carrera se detuvo porque la realidad irrumpió en el espectáculo. Esa suspensión no fue un fracaso de la organización, fue una victoria de la protesta. Demostró que no se puede silenciar la solidaridad, que cuando el pueblo se planta incluso un evento internacional se tambalea. No hay relato mediático que pueda tapar esa imagen: la de ciclistas paralizados, incapaces de seguir pedaleando porque la dignidad les salió al paso.
El balance político de la Vuelta 2025 es claro. Las instituciones quedaron desnudas en su complicidad con Israel. Los medios tradicionales mostraron su servilismo criminalizando a quienes protestaban y ocultando las razones de fondo. La policía exhibió una vez más su brutalidad al servicio de los poderosos. Pero al mismo tiempo, cientos de manifestantes en ciudades y carreteras de todo el Estado demostraron que la solidaridad con Palestina no puede ser silenciada, que hay un pueblo dispuesto a enfrentarse a la represión para gritar que basta de genocidio.
La Vuelta que quisieron vender como espectáculo deportivo terminó convertida en un acto político de denuncia. Y esa es una victoria que trasciende lo inmediato. Los manifestantes escribieron en las carreteras una lección de dignidad y valentía que quedará en la memoria. Porque, al final, lo que importa no es quién se llevó el maillot rojo, sino que España, Galiza, Catalunya y Heuskal Herria vieron cómo el pueblo se levantó para recordar que Palestina vive, resiste y que su lucha es también la nuestra.