Además de reducir la basura con la que se topa, Gunah tiene una manía. Posee un ojo especial para reconocer ciertas piezas raras y singulares, pedazos de cosas que de tan antiguas parecen irreales, materiales extintos que el tiempo y el polvo espacial han ido puliendo y erosionando con tesón y persistencia. Por lo general son mínimos, no más grandes que una bolita.

No sabe por qué ni para qué lo hace. Lo cierto es que junta esas piezas en secreto. Al cabo de cuatro meses, cuando debe regresar con el compactador lleno a la base, se dirige a su casa, se pega una ducha somera y guarda las piezas en unas cajas de madera que construyó para tal fin. El sistema que usa para organizarlas es intricado y acaso absurdo. Por alguna razón que desconoce no comparte su pasatiempo con nadie. Quizás porque piensa que nadie la entendería.

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