Consejo nocturno – Un habitar más fuerte que la metrópoli por Juan Ignacio Iturraspe

Sacarse de los pies los futuros resquebrajados por el suelo de las metrópolis, ese ensueño moderno hiperconectado, destino de los cultivadores de campos hacia la industrialización de la vida, permite ver la ironía cruel en la que esas promesas se han convertido. La cibernética y sus hipótesis nos traen Smart-cities, para Smart-people, con Smart-phones, e incluso Think-tanks destinados al pensamiento y mejora de estas metrópolis. La inteligencia pareciera haberse desplazado al ámbito urbano. La ilustración oscura está diseminada por doquier engendrando más niños globalizados. La utopía cibernética responde, al igual que la cultura actual, a los intereses de ese 1% terráqueo para el que el resto trabaja. Enormes corporaciones glotonas y caníbales perfilan los destinos pulsionales usando a sus propios esclavos como carnaza. Lo tabú permanece oculto tras una superproducción crítica sobre lo totémico. Como diría Mark Fisher, seguido de Matt Colquhoun, no se trata de hacernos conscientes de lo que pasa, sino tomarnos enserio lo que dijo en su momento Freud con su “Wo Es war, soll Ich werden” [Donde Ello era, Yo debo advenir]: toma de inconsciencia[1].

Esto es lo que hace el Consejo Nocturno en este escueto libro, siguiendo los ritmos de Tiqqun. Como es costumbre señalaremos aquellos puntos que consideramos interesantes para compartir con la comunalidad. No se trata de discutir, un batallar entre nosotros como si se tratara de una ciencia, no hay hipótesis ni resultados, lo que nos encontramos son respuestas que obturan el acceso al sentido que inaugura la pregunta. Y ciertamente, entre tanta respuesta, es preciso ir en busca de las preguntas que dan origen a los desastres y penurias contemporáneas. No hay verdad en las figuras autoritarias, solo el monopolio de la pregunta y por ende la producción de soluciones.

Nuestra tradición -la de los oprimidos- comparte así una estrategia con las formas-de-vida que entran en contacto con ella: estas se entretejen con territorios muy determinados, en los cuales pueden crecer, fortalecerse, organizarse, cuidar de todo aquello al alcance de sus manos, habitar en común (Consejo Nocturno, 2018: 8). 

Como ese lejano oeste del cual, como comenta Matt Colquhoun, estaba interesado Deleuze, leyendo las obras de Herman Melville (Colquhoun, 2021: 220-221), al reconocer en él una gran cantidad de voces, de futuros concentrados y marginalizados en dichas tierras al establecerse los Estados Unidos de América. Las formas-de-vida son esas voces que hacen lo que pueden para subsistir entre los dispositivos que conforman la metrópolis, ese mastodonte cibernético. Como ya vimos con Amador Fernández-Savater, la cuestión no se trata tanto de gobernar las ciudades, los barrios, los pueblos, sino de habitarlos[2]. Las formas-de-vida se dan su propia red significante, constituyen ese Otro, otras prácticas, otros procesos de significación que cartografían deseos que se extienden como rizomas bajo la tierra.

Lo que impide esta potencia del habitar son los poderes de la metrópolis, la “puesta en infraestructuras de todos los espacios y los tiempos en el mundo para constitución de un megadispositivo metropolitano” (CN, 2018: 8-9). Dicha gestión de las formas-de-vida responde al mantenimiento de la economía. No son rentables estas fuerzas autónomas que orbitan en silencio por las plazas, los parques, los altos edificios y centros comerciales, largos paseos y parques pulmonares. Hay mundos que no están resguardados en las sombras, no hay nada detrás de las apariencias, una verdad oculta, sino prácticas que son rebajadas, cuerpos imposibilitados, dirigidos, constreñidos al servicio de una ideología imperante neoliberal y positivista que nos hace amar al opresor, extraer placer de nuestro dolor, y encadenarnos a ese goce, esa pulsión de muerte economizada, porque no hay más. Por eso Mark Fisher nos presentó el concepto de Realismo Capitalista a raíz de la relectura de Žižek sobre Jameson sobre la posibilidad de pensar una alternativa al capitalismo. También por eso en su último escrito, Lo raro y lo espeluznante, hacía tanto hincapié en deshacernos del temor al Afuera y seguirle la pista a lo extraño como portal hacia otra cosa como los personajes de las novelas de H.P. Lovecraft.

En consonancia con estas rarezas el CN nos señala esos hechos ineludibles que nos permiten ver que “la Tierra no era el planeta adecuado para este tipo de construcción […] cambios climáticos, agotamiento genético, contaminación, colapso de las diversas protecciones inmunitarias, aumento del nivel del mar y, cada año millones de refugiados que huyen” (CN, 2018: 9-10). No hace falta que diga más si ven por unos minutos las noticias. Ante esta situación, de una política que, como dicen “ya ha sido” (CN, 2018: 10) cuya entropía, inanición ontológica (Ibid.), nos ofrece soluciones a preguntas imposibles, el CN piensa en una ruptura, un exilio, un egreso como diría Fisher. Con Agamben dirán que esta ruptura pasa por el cuidado de las formas-de-vida autónomas en lugar de abstracciones jurídicas como los derechos humanos o económicas heterogéneas y científicas como fuerza de trabajo, producción (CN, 2018: 11).

Las metrópolis se hacen cada vez más urbanas, creando su propio medio ambiente, mimetizándose con el entorno. De algún modo continúan sujetando al capitalismo, esa figura arcaica y al mismo tiempo hipermoderna. La miseria que deambula entre las calles la portan los cuerpos cargados de depresión, pensamientos suicidas, miedo, ira reprimida y una sexualidad que restringe toda interacción íntima a un momento de descarga. Pero eso no se ve, porque hablan las calles no sus deambulantes. En una constante destrucción creativa de las formas-de-vida, este “dominio vernáculo” (CN, 2018: 12) absorbe los “tejidos éticos y la memoria colectiva” (Ibid.) dejando todo listo para ser gestionado, incluso la revolución. Como ya indicaba Tiqqun en La hipótesis cibernética el CN nos recuerda que “La metrópoli global integrada es el proyecto y el resultado de la colonización histórica occidental de al menos un planeta a manos del capital” (CN, 2018: 13).

Como David Graeber indica al principio de su libro, Trabajos de mierda, cuando comenta su artículo homónimo nos relata como el proyecto keynesiano no pudo vaticinar la deriva que la economía tendría y en lugar de mejorar las posibilidades vitales, laborales y culturales, la humanidad tendió al consumismo masivo, razón por la cual resulta en este nuestro presente en el que la reducción de la jornada laboral, de la producción industrial, de los grados emitidos, etc., son quimeras de una utopía perdida que, como retorno de lo reprimido, se asientan como demanda en las voces de los jóvenes que se niegan a amar a la bestia precarizante del mercado contemporáneo, con consecuencias en muchos casos desastrosas. Sabiendo que “Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y el talento para aliviar el sufrimiento de estas personas” (Ibid.) la palabra desarrollo no es más que una “contraseña gubernamental” (CN, 2018: 15) que justifica los cambios necesarios para proseguir con la cantinela. Se desarrollan mundos coherentes con el progreso infinito económico. Es por ello que tanto Tiqqun como Andrew Culp[3] suelen hablar de la guerra de los mundos.

El modo en el que la metrópoli gestiona las formas-de-vida lo vemos en este ejemplo que pone el CN:

            Para expulsar a unos «nativos» de un barrio con suficiente «potencial creativo», basta con implementar unos pocos programas de desarrollo: un puñado de galerías de arte por aquí, unas cuantas inmobiliarias por allá, bares cool con terrazas y hoteles low cost por toda la zona. Unos meses después de constituido un oasis cultural para las nuevas élites planetarias de hípsters, la presencia violenta de las fuerzas policiales puede ser suplida por decenas de personas armadas con bolsas de Zara, tan desalmadas y uniformes como aquellas: el efecto de desplazamiento de poblaciones-desecho será el mismo. En cuanto a las zonas con menor potencial, demasiado podridas, demasiado «insalvables» el menos hasta algún nuevo hallazgo, se volverán guetos de anomia rentabilizada (favelas, periferias, «Tercer Mundo») en los cuales apilar a la masa de «inservibles» poco aptos para incorporarse por completo a la smart city. Los humanos de última categoría no son aquí más que un elemento extra del entorno: materia salvaje que aplacar con la fuerza de la ley (CN, 2018: 18-19).  

La propagación de creencias, identidades, etc., por los dispositivos dispersos por la metrópoli generan una textura productiva homogénea, uniforme, mediante la negación de las formas-de-vida en comunidad. El habitar en común queda suplantado por el gobierno de sí, una individualidad común que funciona como economía contrainscurreccional. Por dispositivos no nos referimos aparatos tecnológicos de repetición, sino a discursos, agujeros negros, atractores narrativos, distribución significante, que pone en gobernanza cada momento de la vida (CN, 2018: 20). Como decía Lacan a los estudiantes y trabajadores de mayo del 68, sacando a relucir un fallo en su planteamiento, “lo que ustedes quieren es otro amo”, los dispositivos consisten precisamente en esta tarea: conservar en la minoría de edad a la población. Hay una constante degradación de la facultad de actuar “sin remitirse a una instancia extrínseca y superior” (CN, 2018: 21).

Lo que se impone con estos procesos de desterritorialización y reterritorialización es un vacío que se interpone entre nosotros y nuestra capacidad de actuar (Ibid.). Ese vacío, ese “o” del “o con nosotros o contra nosotros”, incluso ese “0” como neutralización democrática y jurídica de cada individuo listo para ser gestionado, llenado, por dispositivos policiales, ingenierías sociales y urbanísticas, etc., de ser combatido “inmediatamente” (Ibid.). Es curioso que sea inmediato ya que, como señalaba Tiqqun hablando de la insurrección espontanea y la agrupación por afinidad, la inmediatez apela a una generación que no parte de una planificación, una organización, circulo, partido, sino de la asunción de la presencia superponiéndose a la crisis a la que deriva la maquinaria gubernamental. Como menciona el CN, este “Habitar plenamente constituye, […] un gesto revolucionario anti-biopolítico” (Ibid.). Por ello indican tres dimensiones por las que incrementar la potencia insurreccional del habitar: “hemos de fortalecernos en sentido guerrero cara al estado de excepción, abastecernos de medios materiales que contribuyan a nuestra autonomía y elaborar una inteligencia compartida que nos permita romper el impasse de la situación” (CN, 2018: 23).

Los estados de excepción son precisamente aquellos en los que es necesaria la violencia ya que la cooperación con el programa muestra resistencias y excede los tiempos de gubernamentalidad. La excepcionalidad permite el libre movimiento de las fuerzas policiales por el territorio cuya justificación siempre será la salvación y seguridad del mismo y su ciudadanía. La excepcionalidad, al igual que los vacíos de los que hablábamos hace un momento, es donde se pone en juego la potencia insurreccional del habitar. En estos momentos de excepcionalidad y constricción de las formas-de-vida éstas deben mantenerse ocultas, cifradas, veladas, ante el dispositivo policial que busca la neutralización y codificación de la misma. Por último, este impasse, esta captura pretendida en cada momento de excepcionalidad, ha de buscar el modo de evitarlo mediante el exilio, el devenir-secta o culto, etc. Estas indicaciones no distan de lo que ya venimos leyendo tanto en Tiqqun, el Comité Invisible o el Partido Imaginario.

Volviendo al texto se adentran en una cuestión capital, ¿por qué la metrópolis es considerada como un megadispositivo? Como señala el CN a través de un ensayo de Georg Simmel titulado “La metrópoli y la vida mental” del 1903, se dio comienzo a una rama de la sociología dedicada al urbanismo, la cual estudia la evolución de “las sensibilidades y las modificaciones en las representaciones del mundo” (CN, 2018: 26). Lo que en este ensayo se relata es cómo las metrópolis conforman hábitos de pensamiento por todo el tejido social cuyo propósito es el de inmunizarse, fortalecerse, etc. (Ibid.). Esto lo vemos por ejemplo en que las metrópolis no están hechas para el encuentro sino para la atomización y participación en actividades sociales ya cartografiadas (CN, 2018: 27). La socialización codificada y promovida en las metrópolis resulta en situaciones paradójicas como el “sentirse solo entre millones” (CN, 2018: 28), esto como indican es el triunfo del “liberalismo existencial” (CN, 2018: 29) y agregan que “la metrópoli reúne lo separado, pero lo reúne en cuanto separado” (Ibid.).

Además de Simmel el CN trae la figura de Manfredo Tafuri quien consideró que las metrópolis no solo atomizan a la población para su organización eficiente[4] y controlada sino que a la par los dispositivos empleado y dispersados por los rincones de estas tienen el objetivo de “naturalizar el orden capitalista” (CN, 2018: 29). Como dirá el CN, será la Autonomía italiana la que analizará en sus revistas, periódicos y sintonías radiofónicas como sortear estos obstáculos (CN, 2018: 30). La metrópolis, según Renato Curcio y Alberto Frenceschini, es una fabrica total, una maquina inmensa cuyo objetivo es la facilitación a sus habitantes la participación del sistema globalizado del capitalismo.

Con el paso del tiempo esta crítica articulada por la sociología urbana pudo contemplar como estos procesos anteriormente evidentes en las metrópolis se han ido integrando, haciendo que el proceso de naturalización sea prácticamente imperceptible. Siguiendo con Curcio y Frenceschini, la metrópolis se convierte en una fábrica difusa. El control, la gubernamentalidad, pasa por una

proletarización total de cada momento de la existencia, como producción y reproducción alienada de un hecho social total, primero en esferas autónomas que se separan de lo social (expropiación del arte en los Museos, de la política en los Parlamentos, del cuidado en las Clínicas, de la comunicación en los Mass Media, del amor en los Servicios, etcétera) para después reintroducirse identificado con lo social bajo su nueva figura nihilista (las habladurías en la opinión pública, la psiquiatría en las relaciones de pareja, la valorización económica en uno mismo, etcétera) (CN, 2018: 34).   

La metrópolis desde la perspectiva de estos sociólogos se nos presenta como los sillones de los tripulantes de la nave de Wall-e: todo cubierto, todo producido, ¿otra copichuela?[5] Del mismo modo, estirando la ideología metropolita, en varios episodios de la serie de Matt Groening, Futurama, vemos una cabina de suicidio que por veinticinco centavos puedes ejecutarte escogiendo un programa de los muchos ofrecidos. Cuando el mismo individuo no puede aportar su fuerza de trabajo, no puede encajar, etc., puede reducirse para dejar el hueco vacío para un nuevo aspirante. El extremo de la eficiencia y atomización que proponen las metrópolis bajo la égida del capitalismo global y el liberalismo existencial podríamos hallarlo no solamente en esta Suicide Booth, sino en que la propia máquina tras usarla deja un recibo: queda registrada hasta la muerte, como esos parkings con lucecitas que se tornan rojas o verdes dependiendo de si hay o no un coche aparcado[6].

El CN señala páginas más adelante que en las metrópolis se pone en juego la función de “localización dislocante” (CN, 2018: 37) que permite albergar en su interior toda forma-de-vida que lo desborda, incorporándolas y codificándolas al plan urbanístico. Todos devienen ciudadanos[7]. Es por ello que, como ya mencionamos, se transforma todo emplazamiento o espacio en algo servil al conjunto de la metrópolis y su propósito: someter todo a procesos de formateo, aldeas en parques temáticos, iglesias en discotecas, restaurantes o librerías, Walmart sobre campos de monocultivo[8], etc… (CN, 2018: 40). Todo ha de ser productivo o contribuir a ello y a su constante mejora en cuestión de eficiencia. Siempre es una cuestión de tiempo. Las abstracciones de las que proviene la metrópoli son una vertiginosa regurgitación cegada por la mistificación del modo de producción capitalista (CN, 2018: 43).

La construcción y reconstrucción de metrópolis consiste en una constante aplicación sobre el terreno de un programa “fisicida o anaturalista” (CN, 2018: 44) que en su camino progresista viola de manera sistemática el planeta tierra en nombre del beneficio como horizonte de la maquinaria capitalística. “La metrópoli es la concreción territorial de un orden abstracto que aspira a prescindir de toda base material para reproducirse, es esa fuerza efectivamente en obra sobre la Tierra que es negación de la Tierra” (CN, 2018: 45). Y prosiguen señalando que

en todas sus manifestaciones corporales, la metrópoli representa la rabia impaciente por abolir la materia y el tiempo, pero fracasa invariablemente, pues conquista únicamente una autonomía relativa en su falsa construcción de una segunda naturaleza al margen de toda naturaleza (CN, 2018: 45).  

Es tal esta abstracción materializada que el sentimiento de extranjería, el “no sentirse de aquí”, se hace patente en cada uno de los rincones de la ciudad ya que se trata de complejos administrativos donde predomina la hábil gestión del tiempo y el espacio mediante dispositivos de control y una arquitectura urbanística pensada en función del mandato del capital. La metrópoli no está llena de ciudadanos sino de inquilinos (CN, 2018: 48). O incluso más, podríamos decir turistas o visitantes de un Museo como dirán junto con Agamben (CN, 2018: 50). No son tanto servicios o productos lo que se oferta sino “experiencias” (CN, 2018: 51) que al mismo tiempo destruyen toda posibilidad de la misma. La presencia, como trabajó ya Tiqqun, se pone en crisis constante mediante un proceso de hipostasis dentro del circuito productivo de la metrópoli.

Esta “creatura metropolitana” (CN, 2018: 52) deambula por un simulacro de comunidad ciudadana, donde reina el sueño de liberarse definitivamente de toda interacción con el otro, abandonándolo a su destino consumista, para centrarse “en el mito del departamento” (Ibid.) donde podrá dedicarse al cuidado de las relaciones consigo mismo (Ibid.). El liberalismo existencial es lo que resta de las profilácticas relaciones que mantiene con el resto, reduciendo los cuidados no tanto al lazo con el otro sino en la búsqueda de esta soledad final y mítica de la que supone felicidad. Este sueño neurótico donde el control total es algo asumible (dentro de los límites del departamento) complementa la carencia relacional con el resto de inquilinos de las metrópolis. “¡Y cierra la puerta cuando te marches!”

El ciudadano metropolitano “es un ser siempre ya dislocado de su situación, que despliega su «jornada social» en función del tempo del capital, desde la casa hasta la escuela o el trabajo, para regresar sucesivamente a descansar a su habitación, consumiendo y divirtiéndose «libremente» el fin de semana o cada frágil momento en que esto se torne posible” (CN, 2018: 58). Hay un “desastre afectivo” (Ibid.) arreglado con infinidad de servicios asistenciales que lo regulan y producen sosteniendo dentro de las demandas de la metrópoli a los drogadictos de la producción, como el bróker, el empresario de distinto tamaño, el currante asalariado, el sin papeles, etc. “¡Aquí no se viene a holgazanear!”

Lo jodido es que, como menciona el CN, es que hay un generalizado síndrome de Estocolmo (patología que por cierto sería interesante darle una revisión) que como el que descarga su impotencia con pensamientos suicidas el ciudadano se contenta con ensoñarse recluido en una casa a las afueras de la metrópolis, pero sigue encerrado en esas mismas calles. Este síndrome es una debacle interna puesto que, como se interpreta en la obra de teatro Mi cena con André de Grotowski, se han introyectado tanto al guardia como al prisionero, “ya no tienen […] la capacidad de abandonar la cárcel que ellos han fabricado, ni siquiera la ven como una cárcel[9]” (CN, 2018: 60).

Esta cárcel no para de perfeccionarse y compartirse con las demás para aumentar la capacidad del tejido productivo mediante la mejora de las técnicas que se hayan mostrado más eficaces a la hora de obtener mayor beneficio (CN, 2018: 61). Es por ello que en nombre de la democracia o la democratización nuestras sociedades se desplieguen mayores medidas de seguridad que socavan la guerra psicológica que está en curso (CN, 2018: 64-65) y es precisamente la adecuación constante del individuo y las formas-de-vida a la codificación metropolitana globalizada y cibernética. De este modo, cualquier tipo de insurrección posible mientras sea visible o detectada será una justificación más para el refuerzo de estas infraestructuras del poder (CN, 2018: 66).

¿Cómo combatir este síndrome de Estocolmo? El CN nos propone realizar cambios topológicos en la cotidianeidad, variar los planos de fenomenalidad que ofrecen los dispositivos y permitindo el retorno a la experimentación hic et nunc de las hecceidades mismas de la situación (CN, 2018: 72). Habitar pasa precisamente por estar en el momento y contribuir a la amplificación de las capacidades perceptivas de estos dispositivos para explorar los puntos de fuga. Hay que buscar el exilio, el egreso (Matt Colquhoun con Mark Fisher), el Afuera, etc., con el propósito de hallar aquello que resulte incompatible éticamente, inconmensurable, etc., “mundos completamente heterogéneos” (CN, 2018: 73). No se trata de mejorar lo ya existente, eso ya lo dijo Foucault, supondría estar absorbido por el dispositivo (CN, 2018: 74), sino como manifiesta la literatura de Kafka: un actuar político que combate la ley en su búsqueda por una salida (Ibid.).

La participación insurreccional contra la ciudadanía pasa por la afinidad entre singularidades, algo que Matt Colquhoun trata mediante la exploración de la amistad (Colquhoun, 2021: 251) y las comunalidades que emergen de estas afinidades irrepresentables por el Imperio.

Salir del isomorfismo imperial conlleva la secesión en acto de los poderes constituidos a lo largo y ancho de la metrópoli. Supone despedirse del anhelo vacacional, el reclamo de copyright, “no robar en el supermecado” (CN, 2018: 77), la lucha sindical, el trabajo asalariado (siguiendo las tesis del Grupo Krisis), no irse al campo sino al bosque, la selva, etc., ello supone cortar todo lazo con la metrópoli y sus formas relacionales, permitiéndose la posibilidad de la amistad, la afinidad y el lazo con el otro donde la mediación del Otro provenga del “yo siento” en lugar del “yo soy” como diría Deleuze.

Se trata a fin de cuentas de vencer la soledad de las metrópolis creando redes afectivas cuya densidad y potencia haga de su presencia una velada insurrección que desborda los dispositivos desde las sombras. En este sentido la recuperación de lo ínfimo de nuestra existencia, el desanclar paulatinamente esta dependencia con las medidas maternales y su analfabetismo técnico en el que deja a la ciudadanía, sería uno de los principales objetivos para hacernos más fuertes que la metrópoli. Ello pasa por el quiebre, el resquebrajamiento de las individualidades y las formaciones masificadas favoreciendo la creación de cultos, pueblos, alianzas, etc., que permitan que cada vez que uno dice “Yo” resuene un “Nosotros” que no sea capturado por la representación ciudadana que promueven las metrópolis y sus espacios democratizados. La búsqueda de una autonomía organizativa cuyas trazas se dan en esos lazos de amistad afines (CN, 2018: 81).

“Creemos que ya es tiempo de que nos alineemos con los huracanes, las inundaciones, las ventiscas, los tornados y los tsunamis” (CN, 2018: 84). Ello recuerda a la expresión que usa Matt Colquhoun cuando cita un artículo del 2016 escrito por Laurie Penny titulado “¿Qué significa estar sano en un mundo que se ha vuelto loco?” en el que se habla del asteroide de la salud mental (Colquhoun, 2021: 152). Todos estos fenómenos naturales, producidos por el avance humano o acontecimiento estelar, guardan algo en común y es justamente su imposibilidad de “ser objeto de intercambio ni adquirido en ningún mercado” (CN, 2018: 85). Las redes afectivas densamente construidas, donde los relatos sobre suicidios, depresión, ansiedad, precariedad rampante, etc., se entremezclan con los de la alegría de la cooperación, el darse al encuentro, la creación de nuevos lazos y la propagación de nuevas formas-de-vida difícilmente apropiables o integrables en los circuitos de la metrópolis (ha devenido archipiélago), sacan a relucir la impotencia de la administración imperial en el momento en el que es necesaria la violencia de los aparatos del estado que buscan neutralizar y producir el espacio, las relaciones, etc., ya sea con la creación de instituciones como vimos previamente (violencia estructural metropolitana) o bien la aparición de una fuerza directa de acción contra-insurgente (violencia estructural estatal).

Las consecuencias de estas violencias contra las formas-de-vida conlleva la desafección frente a una tradición que sí hallamos en los pueblos indígenas, cuya vinculación con el territorio la vemos en las historias que se tejieron durante años de prácticas, rivalidades y experiencias comunales. A diferencia de las historias que podemos hallar en las metrópoli no cabe la posibilidad de un Afuera que no quede atrapado por los horizontes de la mejora institucional de las metrópolis (CN, 2018: 86). El hacer autónomo es preciso para la aparición de lazos de amistad con los otros (CN, 2018: 87). Sino ello, el hacer dependiente siempre será al resguardo del Otro metropolitano: “y no olvides, que sólo soy una ciudadana pidiéndole a un ciudadano que la quiera”.

El saber-hacer autónomo no solo consiste en crear nuevos lazos y espacios, temporalidades, etc., sino habilitarlos de tal forma que estos no supongan nuevamente una prisión. Como recordarán en palabras de Marcello Tari, “saber levantar una barricada no quiere decir mucho si al mismo tiempo no se sabe cómo vivir detrás de ella[10]” (CN, 2018: 88). La autonomía consiste en dos puntos como señala el CN: “iniciativas por fuera del mercado y el Estado (no reciben nada de los gobiernos) y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma colectiva” (CN, 2018: 90). Los colectivos que se autogestionan, con sus cultivos, sus medios de producción que reflejan soluciones a problemas comunitarios y una serie de iniciativas propias, suelen encontrarse con la insidiosa presencia policial del imperio, sus dispositivos y su deseo de control territorial. La autonomía y la autogestión es considerada ilegal, en cambio la acumulación de capital monetario en el 1% de la población responde a la naturaleza misma del sistema capitalista y por ende la contribución de las grandes fortunas debe ser algo pactado. Recobrar la presencia en el mundo conlleva tomar el riesgo de ser perseguido puesto que la autonomía no es lo mismo que la anarquía propuesta por el liberalismo económico. La autonomía busca exiliarse del sistema económico mientras que el liberalismo anhela la conquista del mismo traccionando su actuar en el biologicismo darwinista que es a la vez la fuente de su pretendida omnipotencia y la constatación generalizada de la impotencia. Es por ello que para diferenciarse de estos juegos de poder, estas olimpiadas tanáticas, la potencia pueda habitar y no gobernar.

Pero, ¿qué significaría habitar? Todo desastre social acontecido en la metrópoli no ha de quedar neutralizado por la misma y utilizado a su favor. La cuestión no se trata de señalar con el dedo al fallo de un sector, un ministerio, o lo que estuviese encargado de controlar cierta parte de la metrópoli sino el rastrear las causas estructurales que han llevado a ese punto. No se trata aquí de tirar el agua sucia con el niño incluido, sino ver que las cañerías no solo están podridas, sino que ese niño lleva muerto más de una década, la casa se cae a pedazos, hay agua de mar en el salón y en las habitaciones no se ve el techo por el humo negro del incendio que hay afuera. El asunto es grave, por eso las medidas han de gravitar en otra dirección. La ayuda espontánea, el auxilio comunitario ante los desastres ecológicos y psicológicos, la organización social ante una amenaza rampante, etc., esos son los focos en los que el CN nos insta a fijarnos (CN, 2018: 92-93). La desconfianza metropolitana se difumina apareciendo una inmediata ocupación y actuación frente a la catástrofe sin la mediación de ningún gobierno. Las trazas de un habitar insurreccional aparecen en ese momento en el que no hay dependencia más que la del territorio. Hay una relación íntima con lo que está presente y la presencia se hace lugar manifestando no solo su desnudez al no poder ponerse en contacto con una institución maternal sino que es en ese punto en el que se constata la deficiencia técnica, el analfabetismo práctico, en el que uno se halla (CN, 2018: 99).

Lo que propone aquí el CN es un hacer que abra las potencialidades retenidas en la dependencia institucional. Las herramientas poseen perversamente el sueño ideológico de cosmovisiones que han buscado su realización material en la Tierra. Nuevas vías implican la creación de nuevas herramientas. Al contrario de cómo se piensa la idea de producción, el cultivo no busca la recolección de un fruto, sino que lo que se busca es que el mismo hacer este en sincronía con el territorio. Dicho con otras palabras, el objetivo no se halla en aquello susceptible de ser comercializado en un mercado, sino que el mismo mercado no se vaya al trate por ese bien de consumo. La cuestión está en que el cultivo a diferencia de la producción centra su fin en el medio mientras que para el otro no es relevante cual sea el medio siempre y cuando “the job is done” (CN, 2018: 101-102).

El territorio permanece ingobernable si es habitado por distintas formas-de-vida. Dejamos de ser ciudadanos para reconocernos terrícolas y en este cambio concebidos como dirá Heidegger traído por el CN que nuestra morada puede llegar a ser un bosque entero (CN, 2018: 110) en el que coexisten y conviven distintas formas-de-vida. Hay un “constante encuentro con el afuera” (Ibid.) que no limita el hogar a una casa sino que la misma es puente de interconexión con las demás singularidades. Una “máquina célibe” (CN, 2018: 111) como dirán Deleuze y Guattari.

Todo habitante que busque con su acto de creación manifestar su anónimo contacto con aquello irrepresentable que se halla por fuera del lenguaje, de la percepción, del cuerpo, cual experiencia extática, está buscando el modo en el que su forma-de-vida está dándose una forma de cultivo, haciendo crecer una comunicación extática que va más allá del yo gobernador, centralita, panóptico del ciudadano. Se habita desde la hiáncia subjetiva. Se gobierna mediante la represión y neuroticismos paranoides. Construir una vida no siempre estuvo subordinado al “get a life” metropolitano que transforma el hacer en producir en lugar de cultivar.

Para finalizar esta reseña-ensayo uno de los últimos apuntes que quería hacer es aquel que ya he atestiguado en varios autores y cuya afinidad con el filósofo neerlandés, Baruch Spinoza, es más que notorio: se ha de constituir una potencia que cambie el mundo sin tomar el poder (CN, 2018: 120). El poder es una figura de tránsito, un lugar de paso, una instancia que paraliza y propaga mortandad, es por ello que la potencia, el lugar de la vida y la proliferación es tan relevante, no solo para contrarrestar la catástrofe que se nos avecina tanto fuera (inundaciones, terremotos, etc.) sino dentro (“el asteroide de la salud mental”, oleadas de crímenes, violencia generalizada y estructural, etc.) de las metrópolis.

 

Bibliografía

Colquhoun, Matt (2021) Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (trad. Matheus Calderón Torres) Buenos Aires: Ed. Caja Negra.

Consejo Nocturno (2018) Un habitar más fuerte que la metrópoli. La Rioja: Ed. Pepitas de Calabaza.

Culp, Andrew (2016) Oscuro Deleuze (trad. Ernesto Castro Córdoba) España: Ed. Melusina

Fernández-Savater, Amador (2020) Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política. Madrid: Ed. NED.

Tiqqun (2008) La insurrección que viene (trad. Raúl Sánchez Tortosa & Santiago Rodríguez Rivarola) España: Ed. melusina.

 

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[1] Colquhoun, Matt (2021) Egreso. Sobre comunidad, duelo y Mark Fisher (trad. Matheus Calderón Torres) Buenos Aires: Ed. Caja Negra.

[2] Fernández-Savater, Amador (2020) Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política. Madrid: Ed. NED.

[3] Cfr. Culp, Andrew (2016) Oscuro Deleuze (trad. Ernesto Castro Córdoba) España: Ed. Melusina.

[4] Dirán más adelante que “metrópoli es la organización misma de los espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y de la máxima eficiencia posibles en cada momento” (CN, 2018: 39).

[5] La metrópoli mediante el desarrollo de sus funciones maternas (actualizaciones, remodelaciones, expansiones, etc.) asistenciales y diseminadas por doquier produce, como dirá el CN, el efecto de un analfabetismo técnico: “el individuo metropolitano no sabe hacer nada” (CN, 2018: 53). Ello conlleva a una constante imposibilidad (“deja que ya me ocupo yo”) “de habitar y de toda praxis autónoma, del estar en el mundo y del dejar huella en el mundo como momentos inseparables de la vida” (CN, 2018: 54). El ciudadano es un “simple usuario de aparatos y dispositivos ya constituidos” (Ibid.). El CN junto con Foucault en La ciudad punitiva dirá que lo que se constituye es un sujeto idiota, el cual está contento al haber sustituido todo principio de comunidad por comodidad, donde lo preferible es pagar a expertos para que hagan leyes que no están hechas para personas “sino para ser aplicadas a aquellos que no las han hecho” (CN, 2018:56).

[6] Una pequeña reflexión que tuve mientras escribía este artículo es la redistribución de la energía libidinal del resentimiento, o los pensamientos de impotencia, esa rabia, culpa, etc., y tornarla activa. Dicho con otras palabras, en lugar de dar cabida al fantoche superyoico opresivo contra el aplastado ego, hacer lo posible por vivir y devenir-incordio para el mismo sistema. No se trataría tanto de joderse sino de empezar a joder, de ser incómodo. Justamente esto es lo que se ve en la clínica psicoanalítica o tras la visita al psicólogo, uno empieza a dar cabida a su deseo y por ello corta con su pareja, deja su casa, su trabajo.

[7] Como dirá Tiqqun en Introducción a la guerra civil sobre el ciudadano: “Es ciudadano todo cuerpo que haya atenuado su forma-de-vida hasta volverla compatible con el Imperio. Aquí la diferencia no es desterrada absolutamente, es decir, como si se desplegara sobre el fondo de la equivalencia general. La diferencia, de hecho, sirve incluso de unidad elemental para la gestión imperial de las identidades […] el poder imperial, puede mantenerse en la impersonalidad: porque él mismo es el poder personalizador; así, el poder imperial es totalizante: porque es él mismo quien individualiza” (Tiqqun, 2008: 76-77).

[8] Este ejemplo que ponen me recuerda a aquella leyenda popular que usan las películas de terror como venganza postcolonial de la casa en la que suceden eventos paranormales y producen delirios debido a que está construida sobre un cementerio de nativos americanos. Lo curioso es que en generaciones posteriores se vea a esos mismos cuyos antepasados están bajo tierra teniendo que trabajar forzosamente en un Walmart y pelear por sus derechos laborales si es que pueden sindicarse. Se impone pues un “pragmatismo doméstico absoluto” (CN, 2018: 41) allá donde la forma-de-vida se relacionaba con las demás voces del territorio. “Metrópoli es el simulacro territorial efectivo de un mapa sin relación con ningún territorio” (CN, 2018: 41-42). Como dirán también con Fernando Coronil en su libro El estado mágico, pareciera que estas ciudades surgieran de la nada, como manufacturadas por representaciones temporales ajenas al espacio, al territorio, ensoñaciones materializadas tras la época del a Ilustración (CN, 2018: 42-43). Hay una alucinación caprichosa ideológicamente que, si recordamos lo dicho al principio de este escrito, se traduce en los dispositivos que incorpora la metrópolis, ello incluye también una serie de productos culturales no son más que auto-referenciales y constituyen nuevamente un reflejo más dentro de la casa de espejos.

[9] Como dirán citando a Deleuze en su conferencia sobre el acto de creación, las autopistas son medios de control lo suficientemente sofisticadas como para que los conductores no sientas la vigilancia que se les esta haciendo mientras van de aquí para allá. “La gente puede dar vueltas sin parar sin estar encerrada en absoluto, y al mismo tiempo estar perfectamente controlada” (CN, 2018: 64).

[10] O más adelante en palabras de Tiqqun: “Nada es peor que una victoria con la que no se sabe qué hacer” (CN, 2018: 94).