Psst, en este texto vas a encontrar muchas palabras raras que tienen que ver con el sistema de rol Vampiro La Mascarada. Si no cazás un futbol, acá hay un diccionario
La noche del 12 de Mayo, los tres vástagos se despertaron lo antes que pudieron. Aún en el letargo de la muerte, estaban intranquilos. El sentimiento ominoso de que algo estaba apunto de pasar, los invadía a cada segundo. Sin embargo, cuando el sol se escondió, no había nada en la tranquilidad de la oscuridad que cayó sobre Río Cuarto que anunciara el inicio de un cataclismo.
Para sus adentros, y sintiéndose un poco aliviados, los tres vástagos tuvieron la esperanza de que todo hubiese sido producto de la desequilibrada mente de Lily…no era algo que no fuera propio de una hija del Malkav.
Para Simón, el alivio duró apenas unos segundos. Chequeó el ritual que había iniciado la noche anterior, colocando su daga heredada de Amanda en sangre. Para su sorpresa, el cuenco que antes estaba lleno de vitae, ahora se encontraba completamente vacío. No parecía haber sangre por ningún lado. Por unos segundos, fue presa del pánico…afortunadamente no tuvo demasiado tiempo de hundirse en la espiral de pensamientos catastróficos. Alguien golpeó la puerta.
Al abrir, Leandro lo miraba con el rostro tranquilo. En sus brazos tenía a Pelusa.
—Me parece que Lilly lo dejó acá…y me da cosa. No quiere estar con nosotros pero tampoco se quiere ir.
Pelusa se aferraba con garras fuertes al cuerpo del Banu Haquim. Estaba claro que no confiaba en él, pero no había que ser un Gangrel para notar que a quien realmente temía ese gato era a Lilly.
—Hacelo ghoul así se tranquiliza — bromeó Simón.
Para su sorpresa, dos segundos más tarde, Leandro estaba abriendo una pequeña herida en su dedo y alimentando al gato con su propia sangre.
—¡Era una broma! — le gritó Simón
El gato se había quedado inmovil durante unos segundos. De a poco, comenzó a reaccionar de nuevo. Miró a Leandro y comenzó a ronronear. Se acurrucó en sus brazos, visiblemente más tranquilo.
—Bueno pero estaba asustado.
—Pero ahora tenemos un gato.
—Ah, calmate un poco, te va a venir bien un gatito.
Pelusa maulló, como mostrando su aprobación a lo que Leandro acababa de decirle. Desde la espalda de Leandro, se escuchó la voz de Danielle.
—¿Ahora tenemos un gato?
—Efectivamente. — dijo Leandro, mientras Pelusa dejaba sus brazos para acurrucarse en su hombro, junto a su cuello.
Simón lo miró serio.
—Hermano necesito hablar con vos…— se detuvo y clavó los ojos en Danielle — en privado.
Danielle puso los ojos en blanco y se retiró. Sin dudas le estaba costando integrarse con su nueva coterie.
Pelusa
Zuri
Eva
—Dejé la daga de Amanda en sangre anoche. Esta noche cuando me desperté ya no había más sangre.
Leandro lo miró asustado.
—¿Tendrá algo que ver con el apocalipsis?
—Y…la fecha es hoy… — dijo la voz de Danielle desde el umbral de la puerta
—¿No te dije que quería estar solo con mi hermano?
—Somos coterie ahora y aparentemente somos los “tres de Clarissa”. Capaz que tengas que compartirme esa información por el bien de todos.
—Miumiu tiene razón — dijo Leandro.
—¿Miumiu? — preguntó Danielle irritada
—¿No es ese tu apellido?
—Mimieux.
—Ah… bueno, lo que sea.
Danielle volvió a poner los ojos en blanco.
—¿Les parece que vayamos a ver a Zuri? — dijo Simón, para alivianar un poco el ambiente.
***
Cuando llegaron al despacho de Zuri, la puerta estaba entreabierta. El despacho de Clarissa seguía cerrado a cal y canto.
—Buenas noches, señores.
—Hola Zuri. ¿Podemos hablar?
—Decime
—¿Es normal que la sangre desaparezca de un ritual?
La sonrisa que Zuri mantenía en sus labios se borró como si hubiese recibido una mala noticia.
—No. No es normal. — se mordió los labios. Un pequeño hilo de sangre manchó su barbilla. Lo limpió enseguida.
—¿Hoy no es la fecha del apocalipsis? — dijo Danielle.
—Sí. Pero no parece estar pasando nada — respondió Zuri — por lo menos no veo trompetas ni jinetes angelicales bajando a la tierra.
—¿Será muy literal el apocalipsis? — dijo Leandro
—No. Las profecías siempre son crípticas y muchas veces metafóricas. Creo que no nos queda más que esperar y ver qué pasa. Si todo sale como nosotres especulamos, deberíamos tener alguna novedad antes del final de la noche. Entre tanto, siéntanse libres de hacer lo que quieran. Clarissa está bastante ocupada cuidando a Lilly, Miguel está con ella.
Los tres asintieron y se fueron.
***
Veinte minutos más tarde, los tres vástagos seguían pensando en qué dedicar su noche, sin poder apartar los pensamientos de Lilly y la profecía.
—¿Sabemos quién más hay alrededor?
—Clarissa dijo algo de un tal Micky. Si es quien creo que es, es el mayor informante de los anarquistas. — dijo Leandro — me sorprende que haya dicho que es un pelotudo.
—Y creo que hay un Toreador en la Tintorería Japonesa. Yo creo que voy a ir a visitarlo — dijo Danielle.
—Nosotros podríamos preguntarle a María en dónde encontrar a Micky, ¿No, Simón?
—Dudo que María tenga ganas de decirnos nada.
—Probar no nos va a matar.
—O sí.
Después de discutirlo un rato más, los tres partieron para lugares diferentes. Danielle iba a buscar al misterioso Toreador y los hermanos Banu Haqim fueron directo a ver a María.
***
Simón y Leandro avanzaban despacio por la vieja aceitera a donde María les había dicho que fueran. En sus años de antaño, había sido una gran fábrica que colmaba de vida al barrio…luego de cerrar, se convirtió en el hogar de criminales, indigentes…y el escenario de algunas historias trágicas y tristes.
Era sin dudas un buen lugar para buscar a un Nosferatu. Pero…¿Dónde lo iban a encontrar?
Simón había pasado el suficiente tiempo en la Camarilla para saber que Micky no era del tipo de persona que se deja ver con facilidad. Tanto él como Leandro tenían una pistola cada uno, en caso de que la necesitaran. Pero el sentimiento de meterse en los dominios de otro vástago armados, los dejaba intranquilos. Era casi una declaración de guerra.
—¿Micky?— preguntó Leandro en voz alta — ¡No queremos hacerte nada, venimos a presentarnos nomás!
—¿Vos te pensas que eso va a resolver algo? — le dijo Simón.
—Ni idea, pero había que probar.
En un abrir y cerrar de ojos, una figura se materializó frente a ellos. Les apuntaba con un arma en cada una de sus manos. El vástago que estaban viendo era pelado, tenía orejas puntiagudas y vestía una camiseta del club Rosario Central.
Instintivamente, los dos Bani Haqim buscaron sus armas en el bolsillo. Para su sorpresa, no estaban. Una nueva mirada a las pistolas que sostenía Micky en su mano les dio la información que necesitaban: esas armas que los apuntaban, eran las suyas.
—¿En qué momento? — ambos levantaron las manos, en señal de rendición.
Micky se largó a reír sonoramente.
—Fue facilísimo ¿Ustedes eran los látigos del sheriff? ¡Con razón no me encontraron nunca! — les lanzó las armas y ellos las atajaron en el aire. — ¡Hola! ¿Cómo están?
Estaba claro que a todo el mundo le gustaba presentarse de manera extravagante en los anarquistas.
—Hola Micky. Soy Leandro y este es mi hermano Simón
—Sí, ya sé.
—Veníamos a presentarnos, nada más.
—Buenísimo, ¿Les gusta el fútbol?
—¿Eh?
—¿Les gusta o no les gusta?
—Sí, obvio que sí.
—Joya porque está por jugar Central. Pasen por acá.
Los condujo a lo que parecía ser una casilla abandonada. Caminaron a través de una puerta trampa hasta un pequeño sótano. Al descender, no podían creer lo que veían. Las ruinas de lo que alguna vez había sido una construcción de vigilancia, ahora se habían vuelto un sótano lujoso, con una televisión gigante, un sillón cómodo, una mesa de pool, un metegol, un juego de dardos y un minibar.
—Así que ustedes son los chicos…
—Los chicos de Clarissa — dijo Leandro
—¡La que te deja la chota en la repisa! — rió Micky. —¿Ustedes vieron lo que son las gomas de esa tremere?
Simón de golpe entendió por qué la baronesa lo había insultado cuando se refirió a él por primera vez. Leandro simplemente se reía.
—No me siento cómodo hablando de esto
—Ah…les dejó el sigilo.
—Efectivamente — dijo Leandro.
—Típico de Clarissa. Es arisca la gatita.
Simón siguió en silencio. No iba a arriesgarse a decir cualquier cosa que lo hiciera terminar en la jaula. Leandro recordó el dolor que había sentido algunas noches atrás y siguió el mismo camino que su hermano.
—Bueno, bueno, tranquilos. ¿Una birra?
Los tres se quedaron charlando un rato más mientras empezaba el partido.
***
Al otro lado de la ciudad, Danielle entraba en el centro cultural Tintorería Japonesa, donde esperaba encontrar al Toreador del que había escuchado. Esa noche el lugar estaba bastante vacío, a excepción de unos dos o tres curiosos que miraban una exposición de un pintor independiente y poco conocido. No parecía haber nadie vigilando la obra…como si todos estuvieran lo suficientemente confiados de que nada malo podía pasar en ese lugar.
La intuición de Danielle estaba lo suficientemente desarrollada como para adivinar dónde podía esconderse un hijo de la rosa en una galería de arte. Buscó el pasillo más ornamentado que encontró y siguió el rastro de decoración rococó que iba incrementando cada vez más.
Finalmente dio con un pasillo, en cuyo final se encontraba una puerta de madera con una rosa perfectamente tallada. Sonrió para sí misma.
Golpeó la puerta. Una voz masculina le pidió que entrara.
El despacho era grande. Una alfombra con arabescos azul y dorada cubría el perfecto y pulido suelo de madera. Al otro extremo de la alfombra, un hombre muy atractivo, de pelo negro y una barba perfectamente afeitada le clavaba los ojos.
—Bonjour mademoiselle — dijo en un Francés un poco forzado.
—Bonjour. — respondió Danielle. Sus ojos se clavaron en las tres pinturas que se encontraban detrás del hombre. Su conocimiento en arte era el suficiente para adivinar que se trataban de las tres piezas originales de Alessandro Della Torre. Lo había visto en fotografías y por el nivel de perfección de sus rasgos, había intuido que podía llegar a ser un vástago… pero esto lo confirmaba.
—Pasá, pasá por favor mon cherié. Estaba esperando cuánto tiempo tardabas en venir a visitarme. Las noticias vuelan rápido por esta parte de la ciudad. — Alessandro se paró y caminó hacia ella. En un gesto de cortesía tomó su mano y la besó con una reverencia.
—¿Entonces sabes quién soy?
—¡Pero por supuesto que sí! Todo el mundo en la ciudad está hablando de “Los tres de Clarissa”. No me importan en lo más mínimo los otros dos, pero estaba esperando con ansias que vos vinieras a visitarme…¿Danielle es tu nombre?
—Sí.
—Yo soy…
—Alessandro De la Torre, reconozco los cuadros.
—¡Ah, no se podía esperar menos de una hija del clan de la Rosa! — Sonrió Alessandro. —¿Te ofrezco algo? ¿Un té?
—No, estoy bien.
—Bueno…¿Y qué te trae por acá?
—Estaba buscando a alguien con quien pudiera hablar sobre arte. Estoy cansada de que solamente me hablen de magia y sangre.
—Pero qué estimulante. — Alessandro cerró la puerta del despacho y se acercó a ella…
***
Micky, Leandro y Simón veían el partido con una concentración absoluta. Cada tanto intercambiaban comentarios sobre lo mal que jugaba la defensa o lo difícil que estaba siendo la temporada desde que Central había cambiado de Director Técnico.
Una hora y cuarto más tarde, los tres se habían enfrascado en una discusión acalorada sobre la formación de Boca después de la renuncia de Almirón. El teléfono de Micky sonó y lo miró de reojo.
—Ah…sí. — musitó. — Pibes…¿Qué tantas ganas tienen de hacerme un laburito? — les dijo mientras les palmeaba la espalda.
—Depende…¿Qué es?
—Nada muy difícil, tiene que conseguirme el acceso a la bóveda del banco Nación
—¿Estás jodiendo? — le dijo Simón
—No. Pero tranquilo, no te estoy pidiendo que te metas en el banco, solamente necesito la clave de acceso. Tenés que buscar a Mauro Santillán, el nuevo director. Él les va a dar lo que necesitan para entrar y ustedes me lo dan a mi. ¿Qué les parece? Hay plata si lo hacen bien.
Simón y Leandro se miraron.
—Bueno… si no es muy difícil…— dijo Leandro, antes de que Simón lo pudiera detener.
—¡Bárbaro! Les paso los datos al teléfono. Sí, ya tengo su teléfono, obviamente. Mientras menos sepan de cómo lo conseguí, mejor — Micky sonrió dejando expuesta una hilera de dientes afilados.
—Capaz que tengamos que buscarla a Miumiu para esto, ¿No te parece? — Le dijo Leandro a Simón, que asintió con la cabeza.
—Uhhh si…y la próxima por favor traiganlá para acá. Quiero ver si es tan bonita como dicen. — Micky se metió la mano de forma poco disimulada bajo el pantalón y se acomodó sus partes. Cada vez quedaba más en claro por qué Clarissa no se llevaba bien con el vástago. También entendían que, por la facilidad que parecía tener Micky para conseguir información…a la baronesa no le quedaba otra más que tolerarlo.
***
Danielle miraba fijamente a Alessandro mientras hablaba. Era un hombre definitivamente hegemónico. Entendía a la perfección por qué tenía tanta fama de seductor. Era muy atractivo, tenía una pulcritud excepcional para arreglarse y vestirse y era ciertamente interesante…para un humano.
El vástago llevaba aproximadamente media hora hablando sobre el arte y el dolor como propulsor del proceso artístico. Dejá que un Toreador hable de sí mismo, y no habrá forma de detenerlo. Danielle se limitaba a sonreír y asentir cada tanto. Qué aburridos le resultaban los estereotipos de artistas. Escritores, músicos…pintores…todos no eran otra cosa más que una expresión exacerbada de sus propios egos. Llenos de sí mismos, pensando que eran mucho más interesantes que la triste realidad. Pero ella estaba ahí porque sabía que, si escuchaba lo suficiente, eventualmente iba a descubrir algo interesante. Era un presentimiento…y nunca le fallaba su intuición. Cuando la amabilidad se le estaba terminando…Alessandro le dio lo que quería.
—Qué refrescante hablar con alguien que entiende realmente de lo que se trata la inspiración…creo que puedo mostrarte algo especial.
Danielle intensificó la sonrisa. No tuvo que decir nada. Había sido cosa de dejarlo hablar para obtener lo que quería.
—Mirá…vení conmigo. — Alessandro la guió hacia una puerta ubicada a un lateral del despacho. Al atravesarla, ingresaron a un estudio de pintura en penumbras.
Los lienzos se acumulaban en el lugar. Algunos terminados, otros a medio hacer. Cada uno reflejaba a una mujer jóven distinta.
—Este es un pequeño proyecto artístico en el que estoy metido hace un tiempo. No, no — le dijo sacando su atención de los lienzos — no me refiero a eso…me refiero a esto otro.
De un armario sacó un bibliorato. Guió a Danielle a través de la puerta, de nuevo al despacho y comenzó a abrir con cuidado las páginas. Cada folio cuidadosamente conservado tenía tres elementos. Una carta, dos fotos y una noticia de diario. Las fotos fueron lo que inmediatamente llamó la atención de Danielle. Eran todas mujeres jóvenes y hermosas…eran las mismas mujeres que estaban pintadas en los lienzos que acababa de ver. Cada folio tenía un par de fotos pertenecientes a la misma chica…el problema era lo que estaba retratado en ellas.
Cada página de ese bibliorato guardaba la fotografía de una mujer hermosa…al lado de la fotografía de la misma mujer, sin vida. Horcas, pastillas, venas abiertas… La carta que las acompañaba era, efectivamente, una nota suicida. Para coronar cada dossier, una nota periodística relatando el suceso era el último elemento. Ese archivo tenía unas veinte páginas.
—Morir por amor es el summum de la belleza — dijo Alessandro mientras pasaba las páginas con ternura, como añorando a cada una de las mujeres. —Y es que el dolor en separarse de la persona amada es tan intoxicante que te lleva a crear las mejores obras de arte. Estas son mis obras de arte. Mis hermosas musas.
—¿Vos les hiciste esto? — preguntó Danielle, curiosa.
—Un poco y un poco. Claramente se lo hicieron ellas solas…pero en cada caso, me encargué de ser el viento que empujó sus alas para tirarse al vacío. Es que no hay nada que me guste más que pintar con el corazón roto.
—De alguna manera, te entiendo. Soy una…entusiasta de las emociones — sonrió Danielle.
—¡Ah, ¿Ves?! ¡Yo sabía que ibas a entenderme! Es tan difícil encontrar a alguien que comprenda el arte en este lado de la ciudad. Todos están demasiado ocupados con magia, hechizos, rituales…todo eso no es para mi. Yo prefiero el arte puro, aquello que surge del más triste de los dolores.
El teléfono de Danielle vibró. Era un mensaje de Leandro. Le pedía que fuera a casa, que tenían un trabajo para los tres y que la necesitaban. Un poco agradecida por la excusa para dejar la intensidad del Toreador de lado, Danielle se excusó. Alessandro besó nuevamente su mano y la escoltó a la salida.
—Nos estamos viendo pronto, mon cherié.
***
Veinte minutos más tarde, Leandro, Danielle y Simón recibieron las indicaciones de Micky. “Por favor, denme una mano ;)” decía el mensaje y estaba acompañado de una dirección.
La siguieron y para su sorpresa, se encontraron en frente del Hospital San Antonio de Padua.
—Bueno, esto es…diferente a lo que me imaginaba. — dijo Leandro. —¿Entramos?
La sala de espera de la guardia estaba tranquila. La chica de la recepción estaba masticando chicle de forma muy exagerada, haciendo globos cada tanto.
—Miumiu, hacé lo tuyo. — le dijo Leandro.
—¿Qué sería lo mío?
—Ustedes tienen esa cosa que prenden para que les den las cosas por las buenas. ¿Podés hacer eso? Yo solamente sé convencer a la gente a tiros — dijo Simón.
—Ah. Sí. — Danielle se acercó al mostrador de la recepción y se aclaró la garganta. Despacio y paulatinamente, la figura de Danielle se volvió atrapante. Todos los ojos comenzaron a fijarse en ella, como si no hubiera otra cosa en el lugar.
La chica de la recepción no fue indiferente. Levantó la cabeza de su monitor y las pupilas se le dilataron, como quien ve algo que le acaba de generar muchísimo deseo. Sus mejillas se tornaron un poco rojas.
—Hola, buenas noches, soy Carolina ¿En qué puedo ayudarla?
—Hola Carolina…estoy buscando a mi tío. Se llama Mauro Santillán. Entiendo que está internado.
—¿Sabés en qué habitación está?
—No, no me dijeron mucho. Solamente me dijeron que estaba acá. Necesito saber qué le pasó.
—Ok, ahora me fijo. Igualmente, el horario de visitas ya terminó. — dijo un poco acongojada, como si le pesara darle malas noticias. Miró la pantalla de la computadora y una sombra recorrio su rostro.
—¿Pasa algo? — dijo Danielle
—Eh…no. Bah, en realidad sí. ¿Quién te dijo qué tu tío estaba internado?
—Unos familiares.
—Quizás querrías llamarlos.
—Preferiría no hacerlo. ¿Qué pasó?
—Perdón, no puedo darte la información que necesitás. No me corresponde.
—¿Por favor?— el rostro de Danielle puso una mueca de corderito. La chica del mostrador se sonrojó rápidamente y comenzó a ponerse nerviosa.
—Ay…disculpame. No tendría que decirte esto. Pero no quiero dejarte sin saberlo. Mauro Santillán figura como muerto. Al parecer falleció esta mañana.
—¡Ay, no! — Danielle fingió congoja. La chica se apresuró para rodear el escritorio y abrazarla.
—No quería decírtelo yo, pero me parece injusto que no te lo hayan contado.
Danielle le sonrió y le aseguró que no había hecho nada malo. Se quedaron mirándose unos segundos.
—Gracias por todo — dijo Danielle y se dio media vuelta.
—Disculpame…ojalá no te lo tomes a mal, este no es el momento, pero no creo que tenga otra oportunidad…¿Puedo pedirte tu Instagram? — Danielle sonrió.
Simón y Leandro miraban la escena desde una distancia segura. Habían escuchado todo y estaban entre entretenidos y asombrados.
—Así que para eso sirven los Toreador — dijo Leandro.
—Dale, me vas a decir que nunca viste uno en tu vida. —respondió Danielle. — Bueno, parece que no tenemos otra que ir a la morgue.
—Pero cómo le vamos a preguntar la clave a un cad…— Leandro se detuvo. — ¿Micky nos pidió que le dieramos una mano?
—Oh — dijo Simón, entendiendo de repente. —Si no queda de otra…
Despacio y haciendo como si fuera lo más natural del mundo, los tres se escurrieron por los pasillos del hospital. Si mal no recordaban, la morgue debería quedar en el piso de abajo, para asegurar que los cadáveres se mantuvieran frescos hasta que fuera momento de entregarlos a las familias.
Caminaron sin demasiado problema por los pasillos silenciosos, bajaron por las escaleras interminables y finalmente llegaron hasta la puerta doble con la señalización. El pasillo que daba a la morgue tenía, además, un ascensor. Habían decidido no tomarlo para no levantar sospechas. Abrieron la puerta y empezaron a revisar. Había seis camillas ocupadas.
Uno por uno, los vástagos buscaron en cada uno de los cuerpos sin vida la identificación del cadáver. Finalmente, encontraron a Mauro Santillan.
Un bostezo los sacó de su transe.
—¿Quienes son ustedes? — una mujer rubia se frotaba los ojos y los miraba confundida. Había salido de un cuarto contiguo a la sala de los cadáveres.
—Hacé lo tuyo Miumiu
—¿Qué mierda querés que haga acá?
—Dejá, voy yo — dijo Simón que, velozmente, se paró al lado de la mujer y le apretó un poco el cuello…en un punto exacto que la dejó inconsciente. La acomodaron en la silla frente a la computadora. Con un poco de suerte, iba a pensar que se había imaginado todo a causa de la falta de sueño.
—Bueno ahora solo falta llevarnos a Mauro. — dijo Leandro y buscó un serrucho en el cuarto contiguo. — Esto debería servir para cortar los huesos
—¿Vos estás seguro?
—No nos vamos a llevar todo el cadáver. Vamos a sacarle la mano…y el ojo, por las dudas. Eso debería ser suficiente.
Pusieron manos a la obra y minutos más tarde, gracias a los básicos conocimientos médicos de Leandro, tenían lo que necesitaban. Colocaron las partes del cuerpo en una heladera para vacunas.
—Bueno, estamos — dijo Leandro, Satisfecho. —Dejame cambiar la autopsia del cuerpo de Mauro así no se les hace raro que esté mutilado.
—Pero Leandro, vos no sos médico…— le dijo Simón — vas a poner cualquier pelotudez.
—Es mejor esto que nada
Pasados unos segundos, ya habían terminado. Leandro tenía una expresión de satisfacción absoluta en el rostro. Danielle lo miraba incrédula. Simón, por otro lado, estaba dubitativo.
—¿Qué pasa, hermano?
— Nada…Me llama la atención…¿No te diste cuenta que fue demasiado fácil esto?
—Puede s…
Antes de que Leandro pudiera estar de acuerdo con Simón, los tres escucharon el ascensor que se detenía en el piso. Tres pares de zapatos pesados avanzaban corriendo por el pasillo a oscuras.
Leandro corrió a esconderse en una de las camillas. Simón esperó detrás de la puerta doble que daba a la entrada. Danielle se quedó al margen de la situación, escondida en la otra habitación. No estaba hecha para pelear.
Los pasos se detuvieron exactamente en la puerta de la morgue. El silencio se apoderó del lugar, haciéndose más intenso a cada minuto. Simón empezó a impacientarse.
Finalmente, tomó la determinación. Miró a Leandro, que se había mimetizado con uno de los cadáveres y le hizo seña de que estaba por abrir la puerta. Contó con los dedos en silencio. Uno…dos…tres…
De una patada abrió la puerta e inmediatamente recibió un disparo en el flanco derecho. Leandro corrió a apoyarlo. Simón sintió dolor, pero estaba acostumbrado a este tipo de situaciones. Sin pensarlo mucho, tomó su daga y lanzó el primer puntazo. Dio de lleno en el brazo de la persona, que tiró el arma al suelo. Leandro, por su parte, había encañonado a un segundo atacante y se disponía a dispararle. Danielle, salió de su escondite y tomó el bisturí de la mesa de utensilios médicos, dispuesta a ayudarles.
La acción transcurrió muy rápido. Era demasiado sencillo para ellos enfrentarse a tres humanos, aún cuando estos estaban siendo controlados por vástagos. Leandro disparó su pistola con silenciador y el hombre cayó, con sangre que le brotaba desde la boca. Simón volvió a hacer un corte, ayudado por Danielle, quien había dirigido la atención a ella por un minuto, aunque sin poder hacerle demasiado daño.
Solo quedaba vivo el primer hombre que Simón había desarmado. Lo agarró del cuello de la camisa y lo obligó a pararse.
—¿Quién te manda? — preguntó Simón.
—No te lo pienso decir nada — el hombre empezó a sentir nervios y dejó escapar una pequeña risa.
—¿Qué te está dando risa? ¿Sabes quién es gracioso? Mi hermano. ¿Querés que mi hermano te cuente un chiste? — dijo Leandro — Dale, contale.
— No, Radio — respondió Simón con total seriedad.
El hombre los miró inexpresivo.
— No entendí.
—Matarte sería demasiado fácil — Dijo Simón apoyando el filo con más firmeza sobre la arteria-. Lo entretenido sería mantenerte con vida y torturarte hasta que me digas lo que necesito. — Vio con cierto placer cómo el miedo invadía el rostro del hombre. — ¿Y? ¿Tengo que empezar ahora?
—Bernardo. Trabajo para Bernardo. .
—Obviamente. — escupió Simón y le devanó la garganta.
Bernardo era el Tremere estrella de Salvador, el Príncipe. Simón y Leandro ya sabían que este territorio estaba ocupado por él. Entre los tres ingresaron los cuerpos a la morgue y los trataron como si si cualquier cadaver fuera. Leandro generó tres informes de autopsia nuevos, y se fueron. Era momento de buscar a Micky para conseguir su paga. El trabajo había sido sorprendentemente sencillo.
El teléfono de Simón empezó a vibrar. Era Zuri.
—¿Qué pasó?
—Necesitamos que vengan urgente. Ya empezó.