Un novedoso experimento científico acaba de poner a Villafranca de los Barros a la vanguardia de la ingeniería genética internacional. Tras muchos años de investigación, María “la bollera” está viendo por fin cómo el esfuerzo y la dedicación de toda una vida empiezan a darle sus primeros frutos. Desde su casa, en la calle El Farol, María ha conseguido implantar células de gallina en 24 embriones de bolla, cosa que a ningún científico hasta ahora se le había pasado por la cabeza. Pero María “la bollera” siempre ha sido una mujer de ideas descabelladas para su época. Ya en sus años mozos, cuando contaba apenas 14 años, le dijo a su madre que dejaba el taller de bordado y se iba a estudiar a la Universidad de Salamanca. “Ay, mi Salamanca bonita, sí, yo me he bañado mucho en el Guadalquivir. Ah, y su Feria de abril, claro, y su Feria de abril, qué cosa más preciosa, sí”, nos dice María confundiendo al parecer Salamanca con Sevilla porque ya está muy mayor e imaginamos que se le va un poquito la cabeza. O que nunca supo dónde está Salamanca, que también puede ser. Le preguntamos por el proceso que ha seguido hasta dar con este descubrimiento singular que ha puesto patas arriba el mundo de la genética. “Pues yo las bollas las he hecho siempre en ese barreño, sabe usted, sí, vamos lo que es la masa, la masa de las bollas con el chicharrón, ahí en el barreño ése de ahí, ese de ahí, sí”, dice María señalando uno de los rincones de la cocina donde se supone que debería estar el barreño de la masa pero donde en realidad no hay absolutamente nada. Se ve que la vista también le falla, es normal. Nos hacemos el sueco, valga la redundancia, y hacemos como que lo hemos visto. Le preguntamos después qué técnicas ha usado para implantar las células de gallina en los embriones. “Los huevos dice usted? Pues a mí los huevos me los trae mi Manolo de una nave que tiene, allí en el campo, que tiene gallinas y me los trae, sí”.
María es una mujer humilde y no le da verdadera importancia a su descubrimiento. “A mí las bollas me han salido siempre muy ricas, sí, muy ricas, me lo dicen mucho, sí, pero vamos que aquí en el pueblo hay gente que les salen muy bien también, que lo sé yo, vamos, que lo sé yo, que las he comido, que no me lo estoy inventando, que hay gente que las hace, sí, muy ricas también, sí”. Tampoco le da importancia a las críticas que han aparecido por parte de algunos investigadores que cuestionan la moralidad y el posible abuso de este tipo de prácticas genéticas. “Yo sólo leo el Hola, sabe usted, me gusta a mí enterarme de las cosas de los famosos y los que salen por la tele, me entretengo con eso y con las bollas, y ya está, y por la tarde me pongo la novela, pero vamos que yo otra cosa no, a mí las noticias del parte me ponen mala y no me gusta verlas, yo no, yo no…, a mí no me gusta eso”.
Nos despedimos de María deseándole mucha suerte en sus futuras investigaciones. Quizás el Nobel de Medicina no le llegue aún, pero la Manijera de Honor de este año en la Fiesta de la Vendimia no se lo quita nadie. “Llévate unas bollas, no? Sí hombre, llévate unas cuantas que las pruebes”, nos dice María desde la puerta de su casa, pero le decimos que no, que se nos hace tarde y que ya nos pasaremos otro día si eso. Pero ella insiste, se mete para adentro y sale al rato con una bolsa del Mercadona llena de bollas hasta arriba. “Toma, hombre, no me hagas ese feo, llévate unas poquitas que las pruebes…”