Por qué el mar es salado
Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Moe
Allá en otros tiempos había dos hermanos, uno rico y otro pobre. Al llegar la Nochebuena el pobre no tenía nada que poder comer, ni tan siquiera un trozo de pan, por lo que fue en busca de su hermano y le rogó, en nombre de Dios, que le diera algo de comer para el día de Navidad. No era la primera vez que tenía que darle algo y lo hizo con el mismo desagrado de siempre.
— Si haces lo que te diga, te daré un jamón entero – dijo el rico.
El pobre respondió que haría lo que le pidiese.
— Aquí está el jamón. Ahora debes ir a la casa de la Muerte – dijo el rico arrojándole el jamón.
— Cumpliré con lo prometido – prometió antes de partir.
Caminó todo el día y, al caer la noche, vio una pequeña luz brillar.
— Estoy seguro de que esta es la casa que busco – pensó el pobre.
Un anciano de larga barba blanca estaba de pie, fuera de la casa, cortando troncos de Navidad.
— Buenas noches — dijo el pobre que llevaba el jamón.
— Buenas noches — respondió el anciano —. ¿Dónde vais a estas horas de la noche?
— Voy a casa de la Muerte y quisiera saber si voy por buen camino.
— Así es, pues esta es su casa. Cuando entres todos querrán comprarte el jamón, pues hace mucho que no han comido nada de carne. Sin embargo, no debes vendérselo hasta que no tengas la fresadora de mano que hay detrás de la puerta. Cuando salgas te enseñaré cómo detener la fresadora, pues te será muy útil para muchas cosas.
El pobre que acarreaba el jamón le agradeció el consejo y abrió la puerta. Cuando entró, todo aconteció tal y como se lo había dicho el anciano. Todos los presentes, grandes y pequeños, se arremolinaron a su alrededor como hormigas pujando por el jamón.
— Este jamón nos pertenece por derecho a mi esposa y a mí — dijo el hombre del jamón —, pero como habéis puesto los ojos en él, os lo daré a cambio de la fresadora que está detrás de la puerta.
Al principio ni tan siquiera escucharon lo que dijo, pues continuaban pujando y regateando para quedarse con el jamón. Sin embargo, viendo que aquel hombre se mantenía en sus trece, se vieron obligados a dársela. Cuando salió de nuevo al patio, le preguntó al anciano que estaba cortando leña la forma de detener la fresadora. El anciano le enseñó a hacerlo y, después de agradecérselo, se marchó lo más rápido posible. Cuando llegó el reloj ya había dado las doce.
— ¿Dónde has estado? — le preguntó su esposa -. Te he estado esperando todo el día sin tener siquiera leña para encender el fuego con el que hacer el caldo de Navidad.
— No he podido venir antes, pues tuve que marchar a hacer un recado importante a un lugar muy lejano. Pero ahora verás lo que traigo.
El hombre puso la fresadora encima de la mesa y le pidió que moliera un mantel, carne, cerveza y todo lo necesario para gozar de una buena cena de Navidad. La fresadora hizo lo que se le ordenó.
— ¡Que Dios me bendiga! — dijo la mujer, que quiso saber de dónde la había sacado.
— No importa dónde la conseguí. Lo importante es que funciona. Y el agua que la mueve, jamás se congela.
Le ordenó que trajera más carne y comida y, al tercer día, invitaron a sus amigos a un banquete.
Cuando el hermano rico vio todo lo que había en el banquete sintió envidia de su hermano. Se acercó a él y le dijo.
— En Nochebuena era tan pobre que viniste a mendigarme y, sin embargo, ahora ofreces un banquete propio de un rey. Decidme, ¿de dónde habéis sacado tanta riqueza?
— De detrás de la puerta — respondió el hermano sin querer contentar al otro. Sin embargo, como bebió más de la cuenta, terminó por contarle cómo había conseguido la fresadora.
— Esto es lo que me ha proporcionado tanta riqueza — dijo sacando la fresadora y pidiéndole que hiciera una cosa y luego otra para demostrarle que era cierto.
Cuando el hermano vio de lo que era capaz de hacer la fresadora quiso comprársela. Además de darle trescientas monedas, el hermano pobre se la quedaría hasta que terminara la siega, pues pensaba poder obtener de ella carne y bebida suficiente para un año.
Durante ese tiempo la fresadora no cesó de girar y, una vez acabada la siega, se la dio a su hermano. No obstante, había tomado la precaución de no enseñarle a pararla. Era de noche cuando el hermano rico regresó a su casa. A la mañana siguiente le dijo a su esposa que se encargara de esparcir el heno detrás de la segadora, que él cuidaría de la casa aquel día.
Cuando llegó la hora de cenar puso la fresadora encima de la mesa de la cocina y le dijo.
— Muele arenques y potaje de leche, y hazlo bien y rápido.
La fresadora empezó a hacer arenques y potaje de leche, llenando todos los platos y recipientes de la cocina. Después empezó a derramarse por el suelo de la cocina, mientras el hombre le daba vueltas, la enroscaba y desenroscaba, tratando de detenerla pero sin lograrlo. En poco tiempo había tantos arenques y potaje que el hombre estuvo a punto de ahogarse. Abrió la puerta del salón, pero en pocos minutos también quedó lleno. Con mucha dificultad logró llegar hasta el pomo de la puerta y salir corriendo, mientras los arenques y el potaje corrían como un río por la puerta y los campos.
La mujer, que estaba trillando heno, pensó que ya era casi la hora del almuerzo, así que le dijo al resto de los trabajadores.
— Aunque el amo no nos haya llamado, ya podemos ir a almorzar. Es posible que no sepa cómo hacer el potaje y tendré que ayudarle.
Emprendieron el camino de regreso a casa y, cuando estaban a media colina, vieron los arenques, el potaje y el pan derramándose por los campos y al amo corriendo delante de aquella marea de comida.
— Tened cuidado de no ahogaros en el potaje — gritó cuando pasó a su lado corriendo como si le persiguiera el diablo en dirección a casa de su hermano. Cuando llegó hasta allí le dijo:
— ¡Por el amor de Dios! Quédate con la fresadora, porque si continúa haciendo arenques y potaje todos pereceremos ahogados.
El hermano no aceptó hasta que el otro le pagó otras trescientas monedas. Ahora el hermano pobre tenía, además del dinero, la fresadora. Por esa razón, en poco tiempo tuvo una casa mejor que la de su hermano. La fresadora le proporcionaba todo el oro que quería y se hizo una casa en la misma orilla del mar que brillaba y relucía desde la distancia. Todos los navegantes que pasaban por allí la visitaban y todos deseaban ver la maravillosa fresadora de la que se hablaba en todos los rincones del mundo.
Después de mucho tiempo pasó un patrón de barco que también deseaba ver la fresadora. El patrón le preguntó si podría fabricar sal.
— Por supuesto que puede.
Al oír eso el patrón deseó comprársela al precio que fuese, ya que si lo conseguía no tendría que estar navegando por esos mares tan peligrosos en busca de sal. Al principio el dueño de la fresadora no quiso ni hablar del asunto, pero el patrón insistió y le rogó tanto que al final se la vendió por varios miles de monedas. Cuando el patrón la tuvo en su poder se marchó lo antes posible por temor a que cambiara de opinión. La prisa le hizo olvidar preguntarle cómo se detenía.
Subió a bordo del barco y, cuando se alejó un poco de la costa, sacó la fresadora a cubierta:
— Fabrica sal — dijo el patrón.
La fresadora empezó a fabricar sal hasta que empezó a brotar como el agua. Cuando el patrón llenó las despensas del barco intentó pararla la fresadora, pero no pudo. La fresadora siguió y siguió fabricando sal hasta formar una montaña tan grande que hundió el barco. La fresadora cayó al mar y quedó enterrada en el fondo, pero todos los días, sin detenerse por un instante, continúa fabricando sal y, por eso, el mar es salado.
FIN
FICHA DE TRABAJO
VOCABULARIO
Arenque: Pez marino de unos 25 a 40 cm de longitud, de color azul verdoso en el dorso y plateado en el vientre, con la boca pequeña.
Desagrado: Contrariedad que siente una persona por algo que le disgusta.
Fresadora: Máquina para fresar; está compuesta de un cabezal, dotado de un movimiento de rotación, con una fresa (herramienta cortante), y de una mesa, también dotada de un mecanismo de movimiento, donde se fija la pieza.
Heno: Hierba segada y seca que se usa para alimento del ganado.
Patrón: Persona que emplea obreros en su propiedad o negocio, en especial en trabajos de tipo manual.
Potaje: Guiso caldoso que se prepara con legumbres y verduras o arroz al que en ocasiones se le añade trozos de algún tipo de carne o de embutido;
Regatear: Discutir el comprador y el vendedor el precio de una mercancía o un producto, intentando el comprador que este sea lo más bajo posible.
CLAVES PARA LA REFLEXIÓN
Los
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