Ver bajar a Camila del transporte escolar era sin lugar a dudas lo más lindo del día.
Generalmente llegaba del colegio a las 5 de la tarde, justo cuando el sol hacía que la magia fuera real iluminando la piel bonita de sus muslos de niña grande.
Su pelo largo y liso como una cascada de luz, sus ojitos claros casi siempre sonrientes, las pecas tan lindas bajo su mirada de cielo, las mejillas como un cerezo en flor, su boquita del color del higo más dulce, su cintura pequeña de adolescente que no tenía sentido con esos pechos y esa cola que parecían no parar de crecer. El día por un segundo se detenía.
Entonces sucedía la fiesta, se abría la puerta del furgón y esas piernas se volvían el centro del universo. Con risas y besos en la mejilla se despedía de sus compañeras mientras bajando comenzaba a buscar la mirada de papá.
Se sentía tan feliz. Ese día papá, quien vivía para trabajar casi 15 horas diarias, a quien solo veía al irse a dormir y despertar casi, le había mandado un mensaje diciendo que saldría antes del trabajo, que la esperaría en la puerta y ahí estaba. Papá siempre cumplía su palabra. Por eso se aferró al bolso con una mano y corriendo de un salto se lanzó sobre su padre hasta quedar a horcajadas en brazos.
Le encantaba hacer eso. Uno, porque de niña siempre lo hacía y ahora casi nunca tenía la oportunidad y dos, porque esto obligaba a papá a sostenerla en brazos y eso le gustaba. Bueno eso y poner incómodo a papá.
Le encantaba la idea de empujar los límites. ¿No era ese el deber de cada adolescente?, por eso hoy sin pensarlo mucho, cuando se aferró a su cuerpo con fuerza y mientras le decía te eché de menos papi con los labios bien cerca al lóbulo de su oreja, comenzó a mover milimétricamente su cadera sobre el cuerpo de papá. Nada que él fuera a notar, si no ponía atención, claro.
Pero las manos de papá estaban sosteniendo esas caderas (o mejor dicho, esas nalgas de burbuja que sus manos ya no cubrían), solo una niña tonta creería que su papá no se daría cuenta. Por eso, de inmediato y con sorpresa, le preguntó que qué estaba haciendo.
Camila despegó la cabeza del hombro de su padre, se desembriagó de ese olor a calma para, como un venadito asustado decir: disculpa papi, no sé qué hice mal.
Siempre que podía se hacía la tonta con papá. Le encantaba poner carita de pena y conseguir todo de su padre. Era tan fácil que esta vez subiría la apuesta. Hace más de un año que su madre los había dejado y así como desaparecía la tristeza de los días de papi, desgraciadamente habían comenzado a aparecer las pretendientes.
No quería otra mujer en casa, papá le pertenecía, ella era su princesita, ¿Cómo podría alguien interponerse? Así que justo en el microsegundo exacto en que los ojos de su padre comenzaban a sucumbir ante el encanto de esos pómulos sonrojados, ante la belleza de esas pupilas gigantes de niñita mimada, y en lo que dura un parpadeo, le dió justo en la boca el beso más dulce de la tierra.
Camila se sintió tan feliz que sin vergüenza, tomó aire, alargó el beso, le mordió suavenemente el labio con el deseo que tenía guardado desde hace tanto y le dijo ¿me disculpas papi?
Y casi todo el tiempo era imposible para su padre no perdonarla pero esta vez tenía que reconocer que se había cruzado una línea muy peligrosa. Por eso, con seriedad la bajó de sus brazos, cerró la puerta y cogiéndola de la mano la llevó al sillón.
Cuando pequeña, él solía castigarla de dos maneras. La primera era dejándola en su cuarto sin poder ver tele, sin internet y con la tarea de hacer el aseo más profundo. Que la limpieza se encargara de limpiar también la conciencia de su error. La segunda manera, sin embargo buscaba entregar un mensaje para no olvidar.
Si su padre había sido criado a punta de correazos, jalones de pelo y bofetadas que eran en realidad un eufemismo para la palabra golpe, su hija perfectamente podía recibir la versión vainilla de ese castigo.
Así que justo como hace tanto tiempo, la tomó de la muñeca, se sentó y puso el abdomen de su hija sobre sus rodillas. Con unas buenas palmadas entendería que no puede besar en la boca a su papá.
Lo que hiciste está muy mal Camila Fernanda, te acabas de ganar unas palmadas que no olvidarás. Quiero que las cuentes y que luego de decir el número, cada vez pidas disculpas de una forma distinta a la anterior ¿Está claro?
La mente de Camila estaba llena de recuerdos. Mientras decía sí, papi se vió a sí misma sufriendo el castigo, aterrada no por el dolor sino por haber desatado el enojo de su padre. Se vió pequeña, con los vestiditos bonitos que él siempre elegía para ella, con la cola justo en dónde terminaban las rodillas de papá, a sabiendas que de no seguir las instrucciones ese castigo se podría extender hasta el infinito.
Era tan terrible lo que sentía. Por un lado le encantaba volver a vivir el flashback de ser la niñita traviesa de papá. Hace tantos años que no pasaba esto y la sola sensación de estar en la misma posición que de pequeña le producía una extraña felicidad. Amaba tanto a su padre. De verdad lo hacía. Pero por otro lado sentía un temor extraño. Sospechaba que esta vez el castigo sería severo. Esta vez Camilita realmente había metido la pata. Papá tenía razón, las niñitas y los papás no se besan en la boca. Definitivamente, fue una locura hacer lo que hizo.
Cuando la primera palmada cayó sobre su culito todo se transformó. Dolió un montón y tuvo que rápidamente decir uno, perdoname papi, de verdad papá era inflexible con las reglas. Lo raro fue que, junto con el dolor, quizá una milésima de segundo después, una sensación casi animal y desconocida le hizo morderse el labio de gusto. ¿Era posible disfrutar de un castigo?
La segunda vez que la enorme mano de papá cayó de golpe sobre su colita pudo identificarlo mejor. Dos, discúlpame papito, cometí un error. Por extraño que sonara, el dolor que no hacía más que aumentar, se sentía muy bien.
La tercera vez, por instinto levantó su cola y papá, impresionado ante la reacción de su hija le dió una palmada que quedó inmediatamente marcada en su piel. Tres, lo siento papá, de verdaad. Era terrible, le dolía, le gustaba, y lo peor, sentía como su ropa interior comenzaba a mojarse. Era ridículo, aún si le hubiesen pedido explicarlo no lo podría haber hecho. Decidió dejar de pensar, decidió entregarse al castigo, después de todo se lo merecía.
¡Cuaatro! Su culito buscaba las palmadas, automáticamente se levantaba para papá. Soy una niña tonta, te pido disculpas papi. Su ropa interior se había mojado y los pezones los tenía en una efervescencia brutal. Su padre no lo podía creer. Su hija… ¿Estaba disfrutando esto?
Al darle la última palmada en el trasero, la más fuerte de todas, no podía despegar la vista de esos labios abultados y encharcados. Papi te amo, perdona a tu bebeee. Así que intentando hacer cariño sobre la zona enrojecida comenzó a rozar esa vaginita abultada. Camila gimió involuntariamente mientras su padre miraba absorto cómo el cuerpo de su hija, de forma involuntaria, movía esos pechos hermosos sobre su muslo. Casi como si los botoncitos endurecidos buscaran en él, el contacto suave, bruto y constante.
Aún así era una lástima que su hija no supiera que después del cuatro venía el cinco.
No dijiste cinco. ¿Se te olvidó contar niñita tonta? Ahora tenemos que empezar otra vez
Papiii nooo, gimió mientras la mano de papá caía una vez más sobre el valle encharcado que se formaba entre sus muslos y vagina. ¿Se podía estar tan mojada acaso?
¡Uuno, disculpa a tu niñita tonta papiito!
Podía sentir las gotitas de su jugo de princesa esparcidas en su colita luego del último bofetón. ¿Podía una sentir placer de tener la cola enrojecida y ardiendo? Estaba intentando entender cuando…
¡Paf!
Dos, lo siento papá. Te prometo que nunca más me portaré mal.
Una lágrima se asomaba en el rabillo del ojo. Papá malo no la dejaba escapar agarrando con una sola mano ambas muñecas en la espalda de su bebé.
Tres, papito me duele mi colita, porfa discúlpame.
La mano de papá se detuvo justo sobre el calzón de su hija. Levantó la mano un milímetro y vio un hilito de jugo uniendo su índice con la montañita que se producía en la parte más abultada de los labios de su hija.
Asombrado de tanta humedad, casi automáticamente deslizó su dedo por la línea que se formaba entre esos labios empapados en juguito, para escuchar con sorpresa la voz temblorosa y entrecortada de su hija: ah, que rico se siente eeso, gracias por hacerme cariño, te amo papi, porfa hazme más cariñito. Definitivamente el castigo no estaba funcionando. Su hija era una sucia y tenía que ser severamente castigada.
Tomó por los lados el calzoncito blanco mojado y se lo bajó hasta sacárselo.
Si no puedes comportarte como una persona decente, entonces te trataré cómo la sucia que eres. ¡Abre la boca!
Dejando la parte más mojada de la prenda justo en la lengua de su hija y haciendo bolita el resto para que no quedará nada del calzón fuera de su boca le dijo
Desde ahora en adelante, cada vez que se te moje el calzón, te lo pondrás en la boca. Así aprenderás a controlar tu cuerpo de niñita sucia. ¿Esta claro?
Fgri fgrafgri
Muy bien, sigamos.
El siguiente azote dejó su mano marcada en el cachete izquierdo de su hija. Ella levantó su colita y la sacudió lado a lado para intentar disminuir el dolor. Él tenía que reconocer que era un espectáculo impresionante. Sobretodo ver ese hilo de jugo cayendo, haciendo una pequeña poza en su pantalón. Tendría que terminar luego con esto o...
Ffruaffo. ¡Frifsfrulfra frafri!
Para terminar, se esmeró en dejar su palma marcada en la nalga derecha con un bofetón inolvidable. Frinfro, flo frieenfro fraaafri, lloró su bebé desconsoladamente.
La sentó en su regazo como lo había hecho toda una vida para consolarla. Camila era su hija y a pesar de portarse mal a veces, él la adoraba y no soportaba verla triste.
Le sacó la ropa interior de su boca y apoyó su carita hermosa en su cuello. Le hizo cariño en la piel del rostro más bonito y le secó las lágrimas con ternura y caricias que de forma tácita pero inconfundible ratificaban el amor que cada uno sentía por el otro. Le hizo prometer portarse bien y la mandó a su pieza a cambiarse de ropa para que lo ayudara con la cena.
De verdad tanto trabajo le había hecho ignorar lo increíblemente bella que se volvía su bebé a diario. La encontraba tan hermosa pero ¿no era eso normal acaso? Todos los papás encontraban que sus bebés eran las más hermosas del mundo.
Cami, ya más calmada, interrumpió la mirada de paz de su padre y le dijo: Discúlpame papi, le dió un beso en la mejilla bien cerca de la boca y con la mirada más dulce y feliz le dijo a veces soy una tonta y no sé qué me pasó pero por dentro se prometió a si misma que esto no se quedaría así.
Se separó lentamente de las piernas de papá obediente, sintiendo como el bulto de su padre seguía a su colita mientras se levantaba. Ella podía ser una niña aún pero justo hace poco en el colegio le habían explicado lo que era una erección y su papá tenía una hace demasiado rato.
Aceptaba las reglas. No lo besaría en la boca pero haría de todo para convertirse en su mujer, o su novia niñita, cómo fuera. No tenía sentido negarlo. Ella estaba enamorada de su padre. Lo sabía de hace un tiempo y si él la quería castigar por eso no le quedaba otra opción que empapar su ropa interior, sacársela, ponerla en su boca de niña sucia y parar bien su colita.
En eso pensaba mientras en su pieza buscaba el vestidito más corto para ayudar a papá con la cena. Ella tenía que ser el postre sí o sí.
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