Por fin se acaba la fiesta de la barbarie
Por fin se acaba la fiesta de la barbarie
Por Fernando Alexis Jiménez
Por años pervivió la fiesta del dolor para los toros. Una afición morbosa que solo satisfacía a las clases privilegiadas de Colombia, a las que poco o nada les importa el sufrimiento de los demás.
El recuerdo más cercano de la fiesta taurina en mi pueblo, Vijes, que se circunscribía a las enormes estructuras de tabla y guadua que se armaban en la periferia y tres o cuatro émulos del mexicano, Silvero Perez, es de comienzos de los ochenta, es decir, del siglo pasado.
Ese día se dieron cita en la improvisada plaza: el alcalde, la crema y nata del municipio y cuanto parroquiano tenía para pagar la entrada. El sol del atardecer era prometedor, un sábado del mes de julio. Todos esperaban ver en el ruedo a Paquito Polanco, Joselín Ortega y al “Coyote loco” que, según los carteles pegados por todas partes, era el más arriesgado de todos los toreros.
Unos especulaban acerca de quién sería merecedor de salir en hombros por la puerta grande y otros se reían diciendo que “a estas tierras no llega nadie que corte rabo y oreja”.
Las expectativas se diluyeron cuando alguien avisó que, al bajar del camión a los toros, lograron escapar hacia la loma, y la atención se enfocó en seguir la aventura de unos cuantos, por traer de nuevo a los bovinos, que los esquivaban con pericia en la montaña.
El calor se tornó insoportable, la gente sudaba petróleo y caía la noche cuando lograron arriar a los “peligrosos animales” que más que violentos, parecían amigos de la concurrencia porque movían la cola con cierto grado de festividad, como cuando la mascota nos recibe en casa.
Ese día no hubo sangre en la arena, sino decenas de personas pidiendo que les devolvieran la plata y un empresario que se fue temprano, en uno de los buses que llevaban a la ciudad. No respondió por ese fiasco.
Así las cosas, lo mejor que nos puede ocurrir es la eliminación de las corridas de toros, una demostración de barbarie de la que solo gozaban los más pudientes, ajenos al dolor de los animales. No sabemos si esos espectadores satisfacían su curiosidad y morbo, con el dolor de los astados o con el riesgo de los toreros que podían desangrarse ensartados por un cuerno.
En hora buena una noticia que resulta alentadora en medio de los escándalos promovidos en Colombia por quienes desean derrocar al gobierno.
© Fernando Alexis Jiménez