El argumento de nuestro texto literario teatral versará sobre los elementos que ya hemos investigado: reyes asturianos, seres mitológicos y arte prerrománico asturiano.
Otros mitos y leyendas rodean la campa actual del monumento prerrománico. Por ejemplo, la gallina y los güevos de oro que se dice aparecían en ciertas fechas a lo largo del año; o el tesoro que muchas veces se buscó a través de la gruta que se abre bajo el montícilo; o las tumbas con huesos de proporciones gigantes que se encontraron tantas veces al hacer excavaciones para determinadas faenas del campo en las fincas limítrofes
Ramiro estaba en plena lucha contra el usurpador del trono. En una de los descansos de la batalla, se sentó a reflexionar en una colina, cerca de la actual Pola de Lena. Mientra dormitaba, una xana lo despertó de su letargo y le prometió ayudarlo en su empresa revelándole la ubicación de una cuena cerv¡cana que contenía un tesoro guardado por un terrible cuélebre. A cambio, construiría en ese lugar una ermita y protegería para siempre ese lugar de toda amenaza.
Hay una leyenda muy extendida, tanto por el concejo de Lena como por León:
El dragón —el culubro, según la crónica— se atravesó un día con la barriga en medio del río, la cabeza en una cueva de una montaña lateral y el rabo en otra de la parte contraria. Esto atemorizó aún más a los vecinos: el agua se retenía con peligro de anegar casas y campos de Villasimpliz. Cuando el dragón se retiraba, las aguas retenidas por su cuerpo arrasaban campos y viviendas de La Vid. La vida allí se hacía imposible. Se estableció un turno entre los vecinos de ambos pueblos para ofrecer la oveja diaria que el dragón exigía para alimentarse. Si no se la daban, de nuevo soltaba el agua remansada o la seguía reteniendo.
Cuando le tocó el turno al herrero de La Vid, un tal Alfonso Avellaneda, la historia cambió de rumbo. El hombre no tenía ovejas. Y se le exigió entregar a su hija, sacrificio que, desde luego, no estaba dispuesto a aceptar. Después de dar muchas vueltas al asunto, pasar varias noches en vela y llorar en silencio amargo, se decidió.
Aunque su tierra era Tánger, Lorenzo había llegado a este lugar movido por las noticias sobre el cuélebre. Era un hábil cazador y venía acompañado de sus hermanos, más jóvenes, Vicente y Pelayo, los tres con fama de santos. Avellaneda expuso el caso a Lorenzo. Y este, utilizando durante dos días todas las habilidades y todas las armas, no consiguió hacer el menor daño al dragón, que se embravecía con espantosa soberbia. Los extraños sonidos guturales de la bestia añadían más terror al temor que ya tenían aquellas gentes. Solo al tercer día encontró la solución: templó unas barras de hierro en la fragua de Avellaneda, las envolvió en una torta de tierra y tocino. El dragón lo tragó y reventó. Los bramidos del animal fueron espantosos.
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