Ana Ivis Cáceres
Ana Ivis Cáceres
Sobreviviente
Quiero pensar que detrás de esa puerta queda vida.
En las catacumbas donde escondo los huesos
grita el hedor de poetas que no existieron.
Una estatuilla para un premio post-mortem.
El guerrillero/ zurce las venas del cuello
después que explota el verso como una bofetada,
cada denuncia debajo del almendro,
con los vítores construye una escalera.
Junta las garras y los miedos.
Ayuna un poema entre dientes.
Como Pablo de Tarso, hago tertulias en viejo cementerio.
No le temo a los muertos, temo a la retorcida costumbre
de hacer versos, a veces inconclusos.
La esencia es el latido que robas a destiempo.
Un día menos.
La incertidumbre bastón de mis aciertos.
Corro los párpados y voy donde aguarda la duda,
el color azul en la ventana,
y el único signo de vida se escurre sin rubor,
sin máscara/ se aleja esparce por el valle
la huella bermellón, una falta de aire, las entrañas.
Fragmentos
Auguro un futuro sin buitres ni carne putrefacta,
sin tarjetas, sin flores de papel.
Esta isla se fragmenta y flota,
se esparce en pedazos por los océanos,
cambia de nombre.
En la porción que floto no hay timón,
ni brújula, ni puntos cardinales.
No quiero norte o sur.
En este terruño no existen políticos,
relojes ni promesas.
Duermo de día y trabajo en las noches.
El tempo es mi cuerpo poseído
sin bandera ni escudo.
Planto este minúsculo país
donde acaba el horizonte
Y de cero parto a desansar los pasos
para no repetirlos,
para que la poesía no sea consigna.
Al otro lado de lo prohibido tampoco está mi casa
Cargo con el pasado,
convierto cada letra en infancia,
me recuerda el extranjero.
Se diluye en el trago de domingo,
ostracismo de una chica mutilada.
Camino tan lejos como permite el muro,
la guerra devuelve astillas,
la frontera es una línea que vomita,
un embarazo da vida a los números primos,
antigua manía de inventar que eres otro.
En la plaza los rostros recuerdan el espejo,
ilegítimos sin pacto,
una bandera
OTRA en la solapa.
Hijos de nadie,
pretexto.
Insular
La isla destierra el vicio de anaqueles,
muestra el camino minimalista,
pasea la locura más cuerda,
tras la palabra que define rompe el celibato.
Cada vez menos conocida,
no soy hija de Oshun
ni llevo una bandera.
La isla arranca la fe
del mártir sin padrino que guarda un amuleto.
Tras la reja marfil se convierte en delito
la palabra,
una cuartilla en blanco me libera
del aborto de un verso,
muerte en el pañuelo azul que extrangula la isla.
Un sofá es una isla/ Mi casa
Retazos de la chica que fui.
Vacío el útero,
los cajones.
En la maleta; libros sin leer,
leyes que no cumplo,
poemas inconclusos.
De tanto retornar me consumo,
perdí la huella de esta gaveta
con nombre de país,
la alegría es una mueca.
Mi sofá es una cueva.
Sábado gris,
domingo sin rencor.
Un sofá es la oficina donde el verbo irrespeta.
Si decido vivir
procuraré un sofá y una ventana en un planeta
donde respirar sea legal.