Manuel Diaz Martinez


Con la brevedad del relámpago, el poeta Manuel Díaz Martínez responde mis preguntas. Hace muchos años conversamos, el poeta y yo, con amigos comunes como Rafael Alcides y José Luis Rodríguez, entre otros. Eran tiempos de formación para mí y para muchos poetas del grupo generacional al que pertenezco. Algunos recibimos un mensaje más allá de la poética y sigue siendo la razón de nuestra existencia la libertad por el conocimiento. La presencia de Manuel en algunos hitos de la cultura cubana de las últimas décadas, constituye un monumento a la memoria colectiva. Evité abordar los temas de anteriores entrevistas. Agrego los vínculos de las que considero más importantes. El privilegio de sus breves respuestas es el pretexto para volver sobre su vida y su obra.



Alberto Sicilia: La mayoría de los poetas cubanos que comenzamos a publicar nuestros libros entre la década de 1980 y principios de los noventa, lo reconocemos a usted como Maestro. Junto a Fayad Jamis, Rafael Alcides y Carlos Galindo Lena, entre otros escasos nombres, forma parte de una selección donde prevalecen el lirismo y lo coloquial de manera confluyente, alejados de las normativas al uso y de la onda expansiva de las circunstancias. Si bien, en nuestras obras, se reconoce la influencia y redescubrimiento de dos figuras cimeras –José Lezama Lima y Virgilio Piñera–, es a través del filtro de las mejores voces de su generación que pudimos encontrar la nuestra. ¿A qué atribuye usted ese reconocimiento?

Manuel Díaz Martínez: No me sorprende que existan elementos afines entre la generación de Lezama y Piñera, la mía y la tuya, y no me sorprende sólo porque se trate de generaciones contiguas sino, sobre todo, porque en este caso se da la circunstancia de que las tres participan, directamente, de una traumática experiencia histórica común: la revolución castrista y todo lo que ella implicó.

AS: Cuando el periodista Nicolás Kasanzew preguntó a Jorge Luis Borges cuál era su vicio, su virtud, su ideal, el argentino respondió: el vicio de vivir. ¿Cómo usted respondería a la misma pregunta?

MDM: Igual que Borges. Quien llega a viejo sabe que vivir es un vicio. Un vicio más tenaz que el del tabaco. Después de medio siglo fumando, pude apartarme del cigarro, pero tengo ochenta y cuatro años y aún no he podido, ni quiero, renunciar a la vida.

AS: Nuestra revista está abierta a los autores jóvenes y también a los que publican por primera vez o han sido silenciados por la censura. ¿Que consejos les daría sobre el oficio de escribir?

MDM: En primer lugar, les aconsejo que lean todo lo que puedan, preferiblemente a los mejores autores de su idioma. Después, me atrevo a recomendarles que prefieran siempre callar a traicionarse y que no difamen ni a su más abyecto enemigo. Lo demás sólo lo aprenderán, como lo he aprendido yo, luchando a brazo partido con el oficio. O sea, triunfando o fracasando en cada texto.