El discurso estético-político
Jean Baudrillard, filósofo y sociólogo francés, señalaba que “las necesidades y las funciones no describen en el fondo más que un nivel abstracto, un discurso manifiesto de los objetos, respecto del cual, el discurso social, en gran medida inconsciente, aparece como fundamental” [1]. La Arquitectura Moderna fue en efecto un discurso objetual que mediante la estética de lo abstracto –estética ejercida principalmente por distintas vanguardias de principios del s. XX [futurismo, cubismo, constructivismo, funcionalismo, etc.]–, promovió una transformación espacial motivada por la urgencia de adaptar la arquitectura misma a los procesos industriales. Para ello tuvo que denunciar la presunta obsolescencia de la tradición clásica por medio de una negativa estigmatización del ornamento [símbolo de la alta clase burguesa], y así proclamar la necesidad social surgida del entorno bélico que soportó Europa durante la primera mitad del s. XX como razón justificadora de dicha transformación. La moral aristocrática sintetizada en el ornamento –signo distintivo de la burguesía– se vio sustituida por una nueva moral: la moral tecnocrática sintetizada en “la forma sigue a la función”, lema fundamental del Movimiento Moderno. De esta manera, para la arquitectura, el problema del objeto dejó de ser exclusivamente un problema espacial asumiéndose ahora como un problema social y político que debía resolverse mediante el método científico. La necesidad social hizo entonces de la arquitectura un objeto funcional capacitado para gobernar la sociedad de masas en su conjunto mediante el dominio de la industrialización del espacio.
[1] J. Baudrillard: La moral de los objetos. Función – signo y lógica de clase. Los objetos. Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1974, p. 37.
[Fotograma 1] J. Tati: Playtime. Producida por Jolly Film, Francia-Italia, 1967. 1 DVD, 155 minutos, color.
Censura a la significación social
Siguiendo a Baudrillard, una semiología del entorno mediante una mirada hacia las prácticas sociales cotidianas comienza en un análisis sintáctico [referido al discurso formal de los objetos] y concluye en un análisis retórico [asociado a un discurso social de los objetos]. [2] La arquitectura en efecto se concibe y se argumenta sobre la plataforma de un discurso compuesto por sintagmas tanto formales [centralidad, simetría, etc] como funcionales [circulación, permanencia, etc], por medio de los cuales sus objetos se resuelven espacial y plásticamente a partir de una “sabia y correcta” [3] combinación organizativa que garantice la legibilidad de dicho discurso. De hecho, el éxito espacial y plástico de los objetos arquitectónicos se mide en la coherencia y correspondencia que estos guarden respecto a ese discurso formal [sintaxis] que los soporta y despliega: por su modo de combinarse y ordenarse los sintagmas dentro del candidato a texto arquitectónico, asignando a través de sus relaciones sus respectivas funciones, el juicio estético institucionalizado de la arquitectura le otorga a tal objeto el derecho a extender su cinturón histórico-paradigmático integrado por las grandes obras. De esta manera el juicio estético institucionalizado excluye de dicho cinturón a todo aquel objeto producido por fuera de la jurisdicción del discurso formal sintáctico. Resultan entonces condenados a engrosar la “historia oficial de la fealdad” aquellos objetos construidos por un vasto sector de la sociedad que no estudia arquitectura, es decir, que no accede al campo jurisdiccional de su discurso formal. Sin embargo, en la práctica profesional las insatisfacciones espaciales que eventualmente puedan aflorar en los objetos “sabia y correctamente” producidos, rara vez se atribuyen a un desacierto del discurso formal como sí a una supuesta patología social que lo vulnera y lo contradice. La institución arquitectura se siente incómoda, no por ver vulnerado y contradicho su discurso, sino por temor a reconocer en dicha presumible patología el discurso social del cual carece.
[2] Ibid., pp. 43 - 44
[3] Le Corbusier definió la arquitectura como el “juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”. En contraposición Frank Lloyd Wright posteriormente diría que la arquitectura no son “cajas blancas con huecos brillando bajo el sol, sino el espacio, como elemento psicológico, a la luz”. N del A.
[Fotograma 2] T. Gilliam: Brazil. Producida por Embassy International Pictures, Reino Unido-Estados Unidos, 1985. 1 DVD, 142 minutos, color.
El nuevo juego cíclico de la distinción social
En términos de Baudrillard, la moda se define por ser una “renovación acelerada de los objetos” cuyo propósito es compensar “una aspiración decepcionada a un progreso social y cultural” [4]. En la arquitectura, la “lógica formal de la moda” también opera imponiendo una “creciente movilidad de todos los signos sociales distintivos”: ornamento, balcón inglés, ático, cocina integral, sistemas de calefacción y enfriamiento, dispositivos solares, etc. La arquitectura misma de hecho es uno de los tantos signos que se someten a esa creciente movilidad de la moda y el consumo. Para la llamada arquitectura sustentable, aquel objeto verde y ecológico promocionado por las vanguardias contemporáneas, la calidad del hábitat futuro reside en la “sabia y correcta” construcción de objetos ambientalmente conscientes. No obstante, su cálculo estético realmente se halla más supeditado a una lógica social y no tanto a una lógica de lo ambiental. Por omitir aquella lógica social es que los arquitectos sustentables popularizan las formas “sostenibles”, “verdes”, “ecológicas”, “ambientalmente conscientes”, “bioclimáticas”, asegurándose de que estas no cautiven llanamente a las clases sociales inferiores. Tras su presunta consciencia ecológica los arquitectos sustentables administran su estrategia inconsciente: los objetos sostenibles, bioclimáticos, etc., son concebidos para ser incomprendidos inmediatamente por las clases sociales inferiores, pues su función social es ante todo, la de signos distintivos de clase, objetos que solo distinguirán las altas clases de la burguesía y quienes se distinguirán por adquirirlas casi antes de su lanzamiento al mercado. La arquitectura sustentable es, por el momento, la concesión de un sector social privilegiado cuyo status económico y cultural hace posible volver a cuestionar el mito social de la casa como “máquina de habitar” [5]. El goce y disfrute de la “máquina de habitar” a nombre de las generaciones burguesas, explica en buena parte el por qué a sus posteridades les es posible hoy darse el lujo de renegar la planta libre y enaltecer lo nuevo momentáneo: la arquitectura sustentable es, por ahora, propiedad de la clase burguesa.
Bister Mungle
[4] J. Baudrillard: La moral de los objetos. Función – signo y lógica de clase. Los objetos. Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1974, p. 61.
[5] Le Corbusier denominó la nueva casa como la "machine à habiter” [máquina de habitar], adaptándola a la revolución industrial que desde el inicio del siglo XX estaba transformando el mundo.
[Fotograma 3] J. Tati: Mon Oncle. Producida por Embassy Gaumont Film Company, Francia, 1958. 1 DVD, 120 minutos, color.