Un cuento inspirado en la sabiduría de los Andes peruanos
(144 Palabras)
En los Andes del Perú vivían la vicuña, un animal suave y tranquilo, y el cóndor, un ave poderosa que volaba por los cielos. Un día, el cóndor bajó al valle con hambre y le pidió a la vicuña que le diera su lana para hacer abrigo.
La vicuña, aunque tenía miedo, le respondió con calma:
—Puedes tomar un poco, pero sin hacerme daño. Creo en la paz.
El cóndor se sorprendió por su respuesta tan amable. En lugar de aprovecharse, se sintió avergonzado. La vicuña le ofreció su lana sin rencor, y el cóndor la aceptó con gratitud.
Desde entonces, el cóndor ya no molestó a ningún animal del valle. Ahora volaba protegiendo a los pequeños, como la vicuña. Y así, esta historia se convirtió en una leyenda andina que enseña que la humildad y la bondad pueden cambiar hasta al más fuerte.
(319 Palabras)
En los altos Andes, donde el cielo parece tocar las montañas, vivían dos animales muy distintos: la vicuña, ágil y silenciosa, y el cóndor, el rey del cielo, majestuoso y fuerte.
La vicuña era conocida por su lana fina y su corazón humilde. Vivía cerca de los riachuelos, pastando con tranquilidad. El cóndor, en cambio, volaba sobre las cumbres más altas, con alas tan grandes como una nube, observando todo desde lo alto.
Un día, el cóndor descendió al valle donde vivía la vicuña. Tenía hambre y buscaba algo para comer. Vio a la vicuña descansando y se acercó con altivez.
—Pequeña vicuña —dijo con voz fuerte—, dame tu lana. Necesito abrigo para mi nido.
La vicuña, asustada pero serena, respondió:
—Señor cóndor, si necesitas lana, puedes tomar un poco, pero sin hacerme daño. Yo no soy como los otros animales que huyen o atacan. Creo en la paz.
El cóndor se sorprendió. Esperaba gritos o que la vicuña corriera. En lugar de eso, vio bondad y confianza. Avergonzado, bajó la cabeza.
—Jamás nadie me habló con tanta calma —dijo—. Pensé que como yo era grande y fuerte, podía imponerme. Pero tú me enseñas otra forma.
La vicuña, sin rencor, le ofreció parte de su lana arrancada con sus propios dientes. El cóndor la aceptó con gratitud y se marchó volando, pensando en lo ocurrido.
Desde ese día, el cóndor ya no volvió a amenazar a los animales del valle. En su lugar, protegía desde lo alto a los más pequeños, como la vicuña. Ambos se saludaban cada mañana: ella desde la hierba, él desde el cielo.
Así, la historia de la vicuña y el cóndor se convirtió en leyenda. En las escuelas de los Andes, los abuelos la contaban para enseñar a los niños que la humildad puede vencer a la fuerza, y que la bondad siempre deja huellas en el corazón, incluso del más orgulloso.
(439 Palabras)
En lo más alto de los Andes peruanos, donde las nubes rozan las cumbres nevadas y el viento canta entre las montañas, vivían dos criaturas muy distintas: una vicuña, de andar ligero y mirada tranquila, y un cóndor, imponente y orgulloso, con alas tan amplias que cubrían el cielo como una sombra majestuosa.
La vicuña, de pelaje suave y color dorado, era admirada por todos por su lana fina, considerada un tesoro por los pueblos andinos. Vivía cerca de los riachuelos y pastaba en los campos verdes, sin causar problemas a nadie. Era una criatura pacífica, que prefería observar antes que actuar, y escuchaba antes de hablar.
El cóndor, en cambio, dominaba los cielos. Desde lo alto, vigilaba los valles y las laderas. Se sentía poderoso, temido por muchos, y aunque solía cazar animales pequeños, rara vez descendía al valle, salvo cuando tenía verdadera necesidad.
Una mañana fría y ventosa, el cóndor bajó de las alturas en busca de alimento y abrigo para su nido. Volando bajo, vio a la vicuña descansando junto a unas piedras. Hambriento y con el plumaje alborotado por el clima, se posó cerca de ella.
—¡Tú, vicuña! —gritó con voz grave—. Dame tu lana. Necesito hacer un nido para mis crías.
La vicuña se sobresaltó, pero no corrió ni gritó. Lo miró con calma y respondió:
—Señor cóndor, si realmente necesita mi lana, puede tomarla… pero sin hacerme daño. Yo no huyo ni peleo. Prefiero vivir en paz.
El cóndor quedó mudo. Nadie le había hablado así. Estaba acostumbrado a que todos lo temieran, pero esa pequeña vicuña no mostró miedo, solo respeto.
—¿Por qué no corres? —preguntó él, bajando el tono.
—Porque creo que si uno actúa con bondad, hasta el viento cambia de dirección —contestó ella con una sonrisa tranquila.
Conmovido por sus palabras, el cóndor agachó la cabeza. La vicuña, sin esperar más, arrancó parte de su lana con sus dientes y se la ofreció.
—Aquí tienes. Espero que tus crías estén calientes.
El cóndor la tomó con cuidado y se fue volando, agradecido y confundido. Desde aquel día, algo cambió en su corazón. Ya no fue el mismo. No volvió a amenazar a los animales del valle. En lugar de eso, los cuidaba desde lo alto y los protegía de los peligros.
Cada mañana, desde el cielo, el cóndor saludaba a la vicuña. Ella respondía desde el pasto. Y así, su historia se convirtió en leyenda. Los abuelos la contaban junto al fuego para enseñar a los niños que la humildad puede tocar hasta el corazón más altivo, y que la bondad deja huellas que duran toda la vida.