Cuento inspirado en la tradición oral andina
(143 Palabras)
En las alturas de los Andes vivía un zorro muy orgulloso, que se creía el más rápido e inteligente. Un día, al ver a un sapo descansando, se burló de su cuerpo pequeño y lento. El sapo, tranquilo, le propuso una carrera hasta una gran roca.
El zorro aceptó con gusto, seguro de ganar. Pero el sapo fue en secreto a buscar ayuda de sus primos. Ellos se escondieron a lo largo del camino para turnarse y hacerle creer al zorro que el mismo sapo siempre lo seguía.
El zorro corrió con todas sus fuerzas, pero al llegar a la roca, encontró al sapo allí, esperándolo. Sorprendido, el zorro preguntó cómo había ganado. El sapo respondió:
—A veces, la astucia en grupo vale más que correr solo.
Desde entonces, el zorro dejó de burlarse de los demás y aprendió a respetar a todos.
(312 Palabras)
Hace mucho tiempo, en las alturas de los Andes, vivía un zorro astuto y orgulloso. Le encantaba burlarse de los animales más pequeños y presumir de su inteligencia. Siempre decía:
—¡Nadie puede ganarme! ¡Soy el más rápido, el más fuerte y el más listo!
Un día, mientras caminaba cerca de una laguna, vio a un sapo descansando al sol. El zorro, con una sonrisa burlona, le dijo:
—¡Hola, sapito! ¿No crees que deberías estar escondido? Con esas patitas cortas y esa pancita, dudo que sirvas para algo más que croar.
El sapo, tranquilo y sabio, respondió:
—Quizás no soy rápido como tú, pero eso no quiere decir que no tenga cualidades.
El zorro soltó una carcajada.
—¿Cualidades? ¡Tú no podrías ni alcanzarme si te doy ventaja!
—¿Y si hacemos una carrera hasta la gran roca? —propuso el sapo, señalando una enorme piedra al otro lado del campo.
El zorro aceptó encantado, convencido de que ganaría sin esfuerzo. Pero el sapo, antes de comenzar, fue en secreto a buscar a sus primos sapos y les explicó un plan.
Cuando dieron la señal de inicio, el zorro salió corriendo a toda velocidad. Detrás, el primer sapo saltó un poco y luego se escondió. Más adelante, otro sapo apareció y siguió la carrera. El zorro, mirando hacia atrás, se sorprendía al ver al sapo siempre detrás de él, sin entender cómo lo alcanzaba.
—¡Esto es imposible! ¿Cómo puede ese sapo seguirme el ritmo?
Cansado, el zorro llegó a la gran roca y vio que el sapo ya estaba ahí, esperándolo.
—¿Cómo llegaste primero? —preguntó jadeando.
El sapo sonrió y dijo:
—A veces, la astucia en grupo vale más que la velocidad en soledad.
El zorro, avergonzado, entendió que la burla no lleva a nada bueno, y que hasta el más pequeño puede enseñar una gran lección. Desde ese día, fue más humilde y respetuoso con los demás.
(664 Palabras)
Hace mucho tiempo, cuando los cerros aún contaban cuentos al viento y las nubes paseaban lentas sobre los Andes, vivía un zorro en lo alto de una montaña. Este zorro no era como los demás: era astuto, pero también muy orgulloso. Caminaba todos los días por los caminos polvorientos, luciendo su brillante cola y su mirada desafiante.
—¡Mírenme todos! —decía con voz fuerte—. No hay animal más veloz, más sabio y más fuerte que yo en toda esta cordillera.
Los demás animales ya estaban cansados de escucharlo presumir. Los más pequeños se escondían cuando lo veían venir, porque sabían que no solo hablaba fuerte, también se burlaba sin piedad.
Una mañana, mientras el sol calentaba suavemente los campos y la laguna reflejaba el cielo azul, el zorro bajó a beber agua. A un costado, sobre una roca tibia, descansaba un sapo. Estaba quieto, disfrutando el calor y el silencio. Pero apenas el zorro lo vio, se acercó con su típica sonrisa burlona.
—¡Vaya, vaya! —dijo el zorro, caminando en círculos alrededor del sapo—. ¿Qué hace un bultito verde tomando sol como si fuera un gran señor?
—Hola, zorro —saludó el sapo con respeto—. Estoy descansando un poco, como todos los días.
—¿Descansando? Con esas patitas tan cortas y esa panza tan redonda, no sé para qué te cansas. Dudo que sirvas para algo más que croar en los charcos.
El sapo, sin perder la calma, respondió:
—Tener una apariencia diferente no significa que no valga. Cada uno tiene algo especial, aunque no lo parezca a simple vista.
El zorro soltó una gran carcajada.
—¿Especial tú? ¡Ni aunque te diera ventaja podrías alcanzarme en algo! ¿Te gustaría competir conmigo?
—¿Una carrera? ¿Por qué no? —dijo el sapo con una sonrisa misteriosa—. Hasta la gran roca que está más allá de la llanura.
El zorro aceptó encantado, convencido de que sería una victoria fácil. Pero el sapo, sabiendo que no podía ganar con fuerza o velocidad, se retiró un momento entre los arbustos y fue en busca de sus primos. Ellos, sabios y solidarios, escucharon el plan y aceptaron ayudarlo.
—Nos esconderemos a lo largo del camino —explicó el sapo—. Cada vez que el zorro pase por uno de ustedes, salten y continúen la carrera como si fueran yo. Así pensará que sigo detrás de él todo el tiempo.
El plan se puso en marcha.
Cuando llegó el momento, el zorro se estiró, sacudió su cola y se preparó.
—¡Listo! —gritó el zorro.
—¡Listo! —respondió el sapo.
—¡A correr! —dijeron a la vez.
El zorro salió disparado, como una flecha. Apenas había dado unos pasos cuando miró hacia atrás y, para su sorpresa, el sapo seguía allí, no tan lejos. Corrió más rápido. Miró de nuevo. ¡El sapo seguía!
—¡No puede ser! —dijo el zorro, jadeando—. ¡Ese sapo es más rápido de lo que parece!
Pero no era el mismo sapo. Cada cierto tramo, otro primo sapo aparecía y tomaba su lugar. El zorro, sin saber el truco, corría más y más, hasta que su lengua colgaba de cansancio.
Cuando llegó a la gran roca, allí estaba el sapo, sentado con una expresión tranquila.
—¿Qué… cómo… tú…? —balbuceó el zorro, sin aliento.
—A veces —dijo el sapo—, lo más importante no es correr solo, sino pensar bien y contar con amigos.
El zorro se quedó callado. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía ninguna burla que decir. Bajó la cabeza, suspiró y dijo:
—Me equivoqué. Me creía mejor que todos, pero hoy aprendí una gran lección.
Desde ese día, el zorro cambió. Siguió siendo astuto, pero se volvió más humilde. Aprendió a escuchar, a respetar, y sobre todo, a no juzgar a nadie por su tamaño o su apariencia.
La historia del zorro y el sapo se convirtió en una leyenda que los abuelos contaban a sus nietos al calor del fogón. Y todos aprendieron que, a veces, la sabiduría y el trabajo en equipo vencen al orgullo.