(160 Palabras)
Había una vez un niño y una niña que vivían con su mamá en un valle. Un día, la mamá fue a trabajar a otra ciudad. Antes de irse, les dijo que no abrieran la puerta a nadie cuando oscureciera.
Al regresar, la mamá traía pasteles de arroz para sus hijos, pero en el camino se encontró con un tigre. Cada vez que lo veía, él le pedía un pastel y ella se lo daba para que no la comiera.
Cuando por fin llegó a casa, vio que sus hijos estaban trepados en un árbol porque también habían visto al tigre. El tigre quiso atraparlos, pero el niño pidió ayuda al cielo.
Entonces, bajó una cuerda mágica y los niños subieron hasta las nubes. El tigre también pidió una cuerda, pero la suya estaba podrida y se rompió. Cayó al suelo y se fue herido para siempre.
Desde ese día, los niños se convirtieron en el Sol y la Luna.
(345 Palabras)
Había una vez un niño y una niña que vivían con su mamá en una casita en un valle. Un día, la mamá tuvo que ir a trabajar a una fiesta en otra ciudad. Antes de irse, les dijo:
—Hijos, tengo que ir lejos, por un camino con muchas subidas. Cuando oscurezca, cierren bien la puerta y no la abran a nadie. Yo volveré más tarde.
Los niños dijeron que sí y se despidieron.
Ya era de noche cuando la mamá terminó su trabajo. Le regalaron pasteles de arroz para sus hijos. Ella se los puso en la cabeza y comenzó a caminar de regreso, aunque tenía miedo porque se escuchaban ruidos de animales salvajes.
De pronto, en la primera subida, se le apareció un tigre y le preguntó qué llevaba. Ella dijo:
—Son pasteles para mis hijos.
El tigre le dijo:
—Si me das uno, no te como.
La mamá le dio un pastel y siguió su camino, muy asustada. Pero el tigre volvió a aparecer en otras subidas. Cada vez le pedía un pastel y ella se lo daba por miedo. Así pasó hasta la subida número doce.
Desde allí, la mamá ya podía ver su casa. Le dio el último pastel al tigre y corrió a refugiarse. Pero al llegar, se dio cuenta de que los niños, por el susto, habían salido por la puerta de atrás y estaban trepados en un árbol.
El tigre los vio y trató de subir para atraparlos. El niño, muy asustado, pidió ayuda:
—¡Dios del cielo, si quieres salvarnos, mándanos una cuerda!
Y bajó una soga del cielo. Los niños se sujetaron y subieron hasta desaparecer entre las nubes.
El tigre también pidió:
—¡Dios del cielo, ten piedad de este tigre hambriento, mándame una cuerda!
Bajó una cuerda, pero estaba vieja y podrida. El tigre subió, pero antes de llegar arriba, la soga se rompió y cayó al suelo. Se lastimó tanto que huyó para siempre.
Desde entonces, los niños viven en el cielo: uno se convirtió en el Sol y el otro en la Luna.
(599 Palabras)
Hace mucho, mucho tiempo, en un valle tranquilo y rodeado de montañas verdes, vivía una mamá con sus dos hijos: una niña curiosa y valiente, y un niño tranquilo y obediente. La familia era humilde, pero se querían mucho y se ayudaban entre todos.
Un día, la mamá recibió la noticia de que la habían llamado para trabajar sirviendo en un gran banquete en una ciudad lejana. El lugar estaba a veinte subidas de su casa, así que debía salir temprano y volver muy tarde. Antes de irse, abrazó a sus hijos y les dijo con voz seria pero dulce:
—Hijitos, tengo que ir lejos por trabajo. Cuando se haga de noche, no abran la puerta a nadie, ciérrenla bien y espérenme hasta que regrese. Yo volveré, pero puede que me demore.
—Sí, mamita, no te preocupes —respondieron los niños—. Te esperaremos con la puerta bien cerrada.
La mamá se fue con paso firme, aunque sabía que el camino era largo y difícil. Trabajó todo el día con esfuerzo en la casa elegante donde la habían contratado. Cuando terminó su labor, los dueños de la casa, agradecidos, le regalaron un paquete de deliciosos pasteles de arroz para sus hijos. Ella los colocó sobre su cabeza y se despidió.
Era de noche, y el camino de regreso estaba oscuro. Se oían aullidos, el crujir de las ramas y ruidos extraños. A pesar del miedo, la mamá caminaba con rapidez pensando en sus hijos.
Al cruzar la primera cuesta, apareció un gran tigre con ojos brillantes. Olfateó el aire y preguntó:
—¿Qué llevas ahí?
—Pasteles de arroz para mis hijos —respondió ella temblando.
—Si me das uno, no te comeré —dijo el tigre mostrando los dientes.
La mamá le entregó un pastel con rapidez y siguió su camino. Pero en la siguiente cuesta, ¡el tigre volvió a aparecer! Y otra vez le pidió un pastel. Así sucedió en cada subida, hasta que solo le quedaba uno.
Ya desde lo alto de la duodécima cuesta, la madre podía ver la luz de su casa. El corazón le latía fuerte. Le dio el último pastel al tigre y corrió con todas sus fuerzas. Cuando llegó a la casa, gritó:
—¡Hijos, ya llegué!
Pero no hubo respuesta. La puerta estaba abierta y vacía. Miró alrededor y entonces los vio: sus hijos estaban subidos en la rama de un árbol, temblando de miedo. El tigre los había seguido y ellos habían escapado por la puerta trasera.
El tigre, furioso, trató de trepar el árbol. Los niños lloraban y se abrazaban. El niño, con el corazón valiente, miró al cielo y suplicó:
—¡Dios del cielo, si quieres salvarnos, mándanos una cuerda!
Y, como por milagro, una cuerda dorada bajó del cielo. Los niños se agarraron fuerte y comenzaron a subir. Mientras subían, sentían cómo el aire se volvía más claro y el cielo más cerca.
El tigre, al ver esto, también gritó:
—¡Dios del cielo, apiádate de este tigre hambriento, mándame una cuerda!
Una cuerda bajó, pero estaba podrida y rota. El tigre se aferró a ella y empezó a subir. Pero antes de llegar, la cuerda se rompió, y el tigre cayó al suelo con gran fuerza. Se lastimó tanto que huyó del valle y nunca volvió.
Desde aquel día, los niños viven en el cielo. El niño se convirtió en el brillante Sol, que nos da luz durante el día, y la niña en la hermosa Luna, que ilumina las noches con suavidad. Y la mamá, cada vez que mira al cielo, sonríe con orgullo al ver a sus hijos brillando para todos.