ISABEL DE AUSTRIA, Reina de Francia

ISABEL DE AUSTRIA

El siglo XVI contempló el paso de algunas reinas de Francia cuyas vidas fueron extraordinarias y pasaron a la posteridad. Otras, en cambio, fueron reservadas e íntegras, cuyas vidas siguen siendo poco conocidas por el gran público. Este último caso es el de Isabel de Austria, esposa de Carlos IX, que a pesar de su breve y discreto paso por la Historia de Francia como reina consorte, deja un buen recuerdo por su dulzura, su belleza y su bondad.

Isabel de Austria había nacido en Viena el 5 de julio de 1554. Era la quinta de los quince hijos del matrimonio formado por el emperador Maximiliano II y su prima María de Austria, infanta de España e hija de Carlos V. Isabel vivió con su hermana mayor Ana y su hermano menor Matías en Schloss Stallburg, cerca de Viena. Disfrutaron de una privilegiada infancia, mantenidos a buen resguardo, y de una cuidada educación. Sus hermanos fueron educados por el escritor y diplomático flamenco Ogier Ghiselin de Busbecq. La curiosa princesa pronto se unió e incluso les hizo sombra en sus estudios. Su madre se encargó personalmente de la educación religiosa de sus hijas, quienes fueron devotas católicas.

Los emperadores Maximiliano y María

Ana de Austria

Isabel estaba particularmente unida a su hermana Ana, se querían mucho y mantenían una relación de verdadera complicidad. Su padre la visitaba a menudo. Según algunos autores la hija preferida del emperador Maximiliano era Ana y para otros la niña de sus ojos era Isabel. Con su perfecta piel blanca, largo cabello rubio y un físico perfecto, Isabel de Austria era considerada una de las grandes bellezas de la época. Inteligente, encantadora, recatada, piadosa y de buen corazón, también era ingenua y muy inocente debido a su protegida infancia.

Alrededor de 1559, se propuso un matrimonio entre ella y el futuro rey Carlos IX de Francia. En 1562 el mariscal de Vieilleville, miembro de la delegación francesa enviada a Viena, exclamó después de ver a la princesa de ocho años de edad: "¡Vuestra Majestad, es la reina de Francia!". Aunque la joven archiduquesa hablaría varios idiomas, parece ser que nadie se molestó en enseñarle francés.

Sólo en 1569, tras el fracaso de los planes de matrimonio con Federico II de Dinamarca y Sebastián I de Portugal, la oferta francesa fue considerada seriamente. Catalina de Médicis, madre de Carlos IX, en un principio prefería a la hermana mayor como esposa de su hijo. Pero la archiduquesa Ana de Austria fue elegida como la nueva esposa de su tío, Felipe II de España. La reina Catalina finalmente accedió al matrimonio con la joven Isabel.

LLEGADA A FRANCIA

Las dos hermanas Habsburgo se casaron el mismo año y las dos fueron reinas consortes: una de España y otra de Francia. En noviembre de 1570, la archiduquesa Isabel, de dieciséis años, llegó a Mézières, una pequeña ciudad fronteriza, situada en el límite mismo del imperio de su padre. El novio y su hermano el duque de Anjou ya habían dado la bienvenida a la joven en Sedán, a donde llegó acompañada por un enorme cortejo de nobles alemanes. Carlos IX juzgó a su futura esposa digna de simpatía y protección. Tanto, que montó en su caballo y cubrió el trayecto de Sedán a Mézières decidido a participar, de incógnito, mezclado con la gente que abarrotaría las calles de la ciudad, en la recepción a Isabel por parte de los franceses.

Cuando Isabel entró en Mézières, en una carroza dorada, blanca y rosa, fue saludada por una multitud entusiasta. La gente común quedó fascinada por la hermosa princesa, rubia y de piel muy blanca, cuyo encanto se veía realzado por su asombrosa inocencia e ingenuidad. Isabel lo ignoraba, pero su futuro esposo tenía en París una amante de la que estaba enamorado, llamada Marie Touchet, una muchacha compasiva a la que no movían ni la ambición ni el interés en su vinculación con el monarca. Notoria es la frase que dijo la Touchet cuando vio el retrato de Isabel: "La alemana no me da miedo".

LA BODA

Catalina de Médicis, decidida a que la boda fuese espléndida, pasó por alto el hecho de que las arcas del reino estaban vacías, y recaudó dinero para el evento acudiendo al clero y mediante un impuesto especial sobre la venta de telas en todo el reino. Para destacar la feliz ocasión de la boda de su hijo, Catalina tuvo un gesto sin precedentes en ella: dejó de lado su habitual atuendo negro, y en la ceremonia lució un vestido de brocado dorado y encaje, recamado con diamantes y perlas.

El día 26 de noviembre tuvo lugar la boda en Mézières. Cuando Carlos IX, de veinte años de edad, vio a su novia aproximarse a él para asistir a la misa nupcial, quedó deslumbrado por su belleza. Isabel vestía un traje de seda plateada bordado con perlas, cubría sus hombros con un manto de color púrpura decorado con la flor de lis, y en la cabeza lucía una corona tachonada de esmeraldas, rubíes y diamantes. Hasta los más críticos nobles franceses tuvieron que admitir que la ingenua muchacha era de una belleza arrebatadora.

A la mañana siguiente, la nueva reina parecía totalmente prendada de su esposo. Desde ese día en adelante, se dedicó devotamente a hacerlo feliz. Isabel estaba tan encantada con su marido que, para regocijo general, no dudó en besarlo y abrazarlo en público. Catalina, que preveía con aprensión que las extravagantes costumbres de la corte impresionarían a su inocente y joven nuera, se esforzó por protegerla, tratando de evitar que viera demasiado, al menos por un tiempo. Isabel de Austria, que había recibido una educación estricta en Viena, era devota y escrupulosa. Asistía a misa dos veces al día y dedicaba muchas horas a la plegaria. Su primera impresión fuerte (que no fue la última) fue ver a las cortesanas de la “escuadra ligera” de Catalina en misa, tomando la comunión entre risitas nerviosas.

Carlos IX de Francia

ISABEL, REINA DE FRANCIA

Después de un breve encaprichamiento con su joven y bella esposa, el rey volvió con Marie Touchet, animado por Catalina, quien se aseguró de que su nuera se mantuviese fuera de cualquier asunto de Estado. Ansioso por hacer que su esposa se sintiera cómoda, Carlos le enseñaba amable y gentilmente a Isabel las costumbres y maneras francesas. Amaba a sus dos mujeres y ellas se encargaban de complacer todos sus deseos. El duque de Anjou, que no podía resistir la tentación de molestar a su hermano, también se dedicó, a su manera, a iniciar a Isabel en la forma de vida de la corte: le prestaba mucha atención y flirteaba con ella, en las narices del enfurecido Carlos.

Mientras el rey se hallaba ausente participando en magníficas cacerías, Catalina y su nuera recibieron visitas congratulatorias de embajadores y príncipes extranjeros. Isabel tenía la raza de los Habsburgo pero su forma de ser le impedía alardear de sus ancestros. Se trataba de una muchacha sencilla, que pretendía convertirse en una esposa modélica para Carlos. Catalina estaba satisfecha con su nuera. Para preparar la magnífica entrada oficial de la nueva reina en París, Catalina se había dedicado frenéticamente a obtener dinero de donde lo hubiera; una vez más, hipotecó y empeñó sus posesiones para organizar un evento espectacular.

El 25 de marzo de 1571, Isabel de Austria fue coronada en Saint-Denis. Su entrada oficial en París tuvo lugar cuatro días después. Para celebrar la amistad franco-alemana, la nueva reina desfiló bajo arcos donde lucían blasones con las águilas imperiales y la flor de lis. Se había modificado –o reconstruido- gran parte de la decoración dispuesta para la entrada del rey, que había tenido lugar pocas semanas antes. La reina Isabel fascinó a la multitud que la vio desfilar en su litera plateada. Vestía una capa ribeteada de armiño, tachonada con piedras preciosas y decoradas con la flor de lis. Para admiración del pueblo, su fabulosa corona de oro, cubierta de grandes perlas, enmarcaba a la perfección su rubia belleza. Flanqueada por sus cuñados Anjou y Alençon, que estaban casi tan enjoyados como ella, y seguida por un suntuoso cortejo, la nueva reina hizo su entrada oficial en Paris.

Meses después, se sucedieron las fiestas navideñas en la corte. Isabel participó con entusiasmo, deseosa de agradar. La muchacha había estado sometida a una gran actividad física en ese invierno particularmente riguroso; enseguida contrajo un resfriado que derivó en un episodio de bronquitis aguda. Mientras permanecía febril en su lecho de la alcoba preparada para ella en el denominado Château de Madrid, ubicado en el Bois de Boulogne, Carlos pasó largas horas a su lado cuidándola e intentó distraerla durante la convalecencia llevándole bailarinas e incluso payasos. Pero lo que llamó la atención fue que también hizo lo propio Catalina de Médicis. Puesto que se creía que Catalina vivía por y para los asuntos de Estado, resultó sorprendente que sacase tiempo para rodear de mimos a su nuera. Los desvelos de Catalina hacia Isabel significaban que la hija de Austria había logrado hacerse querer por la Médicis.

Hubo otro detalle que impresionó. La recuperación de Isabel coincidió con los días en que se celebraba una feria popular en Saint Germain. Catalina y Carlos decidieron disfrazarse de burgueses para acudir, de incógnito, a la feria de Saint Germain, llevando con ellos a Isabel y a la hermana menor de Carlos, Margarita de Valois, conocida comoMargot, que enseguida había entablado una afectuosa amistad con su cuñada austríaca. Isabel y Margot disfrutaron extraordinariamente de la feria de Saint Germain, yendo de tenderete en tenderete para comprar dulces y abalorios mientras que Catalina, cerca de ellas, aguzaba el oído para enterarse de lo que se decía la gente del pueblo cuando se encontraba inmersa en un acontecimiento de ese tipo.

Isabel de Austria, impresionada con las maneras licenciosas de la corte francesa, dedicó su tiempo a trabajos de bordado, lectura y sobre todo a obras caritativas y piadosas. La cándida y reservada reina se sentía sola en la animada y disoluta corte, una de sus pocas amigas fue, sorprendentemente, su polémica cuñada Margarita de Valois. Isabel hablaba alemán, español, latín e italiano, pero se expresaba en un entrecortado y vacilante francés. Ella necesitó de los servicios como traductora de una de sus damas, la condesa de Arenberg, para poder comunicarse. Busbecq, su antiguo tutor quien la acompañó en su viaje a Francia, se convirtió en su Lord Chamberlain.

Después de un año de matrimonio, los jóvenes reyes esperaban el nacimiento de su primer hijo. Su relación era cálida pese a la frágil salud mental de Carlos, con tendencia a la melancolía, y la existencia en la vida del monarca de Marie Touchet. La reina soportó con paciencia el comportamiento infiel de su esposo y nunca se la vio airada ni se escuchó un solo reproche de sus labios.

LA MATANZA DE LA NOCHE DE SAN BARTOLOMÉ

Su único acto polémico fue rechazar las atenciones de los cortesanos y políticos protestantes al negarle al líder hugonote Gaspard de Coligny II el permiso para besarle la mano cuando rindieron homenaje a la familia real. A pesar de su fuerte oposición al protestantismo en Francia, Isabel de Austria se horrorizó cuando recibió la terrible noticia del asesinato de miles de protestantes en las calles de París el 24 de agosto de 1572. También las escaleras, los pasillos y las galerías del palacio del Louvre ofrecían un espeluznante espectáculo: cadáveres y heridos por doquier. La joven reina no tuvo conocimiento de la tragedia hasta el día siguiente, cuando los gritos de los asesinos la despertaron. Al ponerle al corriente de los hechos, Isabel preguntó si su marido el rey tenía conocimiento de lo que estaba sucediendo. Le informaron que había sido él quien había dado la orden. Acto seguido la reina se arrodilló llorando y murmuró: “ Dios mío, te suplico y te pido que te dignes absolverlo, pues, si tú no te apiadas de él, mucho me temo que esta ofensa no le sea perdonada”.

Carlos nunca fue violento con su esposa e Isabel lograba apaciguarlo en momentos clave, como aquel día, algún tiempo después de la matanza de la noche de San Bartolomé, en que el rey se impacientó porque Enrique de Navarra y su primo Condé no acababan de abjurar de su fe protestante, por lo que quería hacerlos matar.

Marie Elisabeth de Valois

LA ÚNICA HIJA

El 27 de octubre 1572 la reina dio a luz a su única hija, a la que llamaron Marie Elisabeth como su abuela materna la emperatriz María y la reina Isabel I de Inglaterra, que fueron sus madrinas. Los poetas de la corte celebraron el nacimiento de la princesita, a pesar de no ser una futura reina de Francia debido a la ley sálica. La pequeña Marie Elisabeth fue profundamente amada por sus padres. Tres meses después de su bautismo, en abril de 1573, Marie Touchet le dio un hijo varón al rey,Carlos, el futuro duque de Angulema.

LA ENFERMEDAD DEL REY

El reinado de Carlos IX estuvo tan dominado por su madre, debido a su mala salud, su juventud y su falta de capacidad, que sólo se lo recuerda por la Noche de San Bartolomé. Dos años después, el rey estaba enfermo. Muchos decían que aquella matanza y el asesinato de Coligny y sus lugartenientes –algunos de ellos sus íntimos- le acosaban constantemente y le habían desequilibrado. Desde comienzos de mayo de 1574, Carlos se debilitaba cada vez más. A mediados de ese mes, su estado era desesperante, pero estaba totalmente lúcido. Sufría horriblemente. Dos semanas después, ya no podía abandonar el lecho, donde yacía sudando y luchando por respirar, entre sábanas ensangrentadas que debían ser cambiadas constantemente.

MUERTE DE CARLOS IX

La reina Isabel estaba siempre en su alcoba, como también su anciana aya. Isabel no se sentaba a su lado sino a los pies de la cama, frente a él. Aunque durante aquellos días hablaron poco, ella miraba con ternura a su esposo y él también la contemplaba con afecto. La dulce reina lloró “lágrimas tan tiernas y tan secretas, que casi nadie las advertía, excepto cuando debía enjugarse los ojos”. El día 30 de mayo fallecía el rey, quien todavía no había cumplido veinticuatro años. Según figura en varios relatos sobre sus últimos momentos, Carlos encomendó a su cuñado Enrique de Navarra que cuidara de su esposa y de su pequeña hija.

Después de haber completado el período de los cuarenta días de luto, Isabel de Austria, que ahora se llamaba la Reine Blanche, fue obligada por su padre a volver a Viena. Poco antes, el emperador Maximiliano II hizo la proposición de un nuevo matrimonio para ella, esta vez con el hermano y sucesor de su difunto esposo, el ahora rey Enrique III de Francia. Sin embargo, Isabel se negó rotundamente.

ISABEL REGRESA A VIENA

Como dote de viuda, Isabel recibió el condado de Haute et Basse-Marche y el título de duquesa de Berry, más adelante obtuvo el ducado de Auvernia y Borbón. Antes de abandonar Francia para siempre, hizo un alto en el camino en Amboise, donde se encontraba su hija de casi tres años, para despedirse de ella. A principios de diciembre de 1575, Isabel de Austria, de tan sólo veintiún años, partía hacia Viena dejando a la pequeña Marie Elisabeth bajo el cuidado de su abuela Catalina de Médicis. Nunca volverá a verla.

Una vez de regresó a Viena, vivió en un primer momento en su casa de la infancia, Schloss Stallburg. En octubre de 1576 murió su amado padre Maximiliano II y su hermano Rodolfo II le sucedió como emperador del Sacro Imperio. Sin embargo, la gran tragedia por la que Isabel tuvo que pasar fue sufrir la muerte de su pequeña Marie Elisabeth, de cinco años de edad, al parecer de frágil salud, en abril de 1578. Cuando recibió una nueva propuesta de matrimonio, esta vez con su cuñado Felipe II de España, después de la muerte de su hermana Ana, ella volvió a negarse, respondiendo:“Decidle al rey que una reina de Francia no vuelve a casarse”.

Margarita de Valois

Después de su salida de Francia, Isabel mantuvo una correspondencia regular con su cuñada Margot, reina de Navarra, y cuando ésta fue condenada al ostracismo por el resto de la familia real, pasando necesidad, la generosa Isabel puso a su disposición la mitad de su dote. Brantôme relata que en una ocasión, Isabel envió a Margot dos libros, que no se conservan, escritos por ella: una obra devocional (Sur la parole de Dieu) y una obra histórica (Sur les événements considérables qui arrivèrent en France de son temps).

Isabel de Austria en adelante dedicó su vida al ejercicio de la piedad y a obras de caridad. Dotaba a jóvenes humildes para que se pudieran casar. Construyó un colegio jesuita en Bourges y fundó el convento de Clarisas pobres María, Reina de los Ángeles, cerca de Viena. Obtuvo para su convento algunas reliquias y financió la restauración de la Capilla de Todos los Santos en Hradcany, Praga, que había sido destruida tras un incendio en 1541.

EL FINAL DE UNA VIDA

Isabel murió el 22 de enero de 1592 en Viena a los treinta y siete años de edad, víctima de una pleuresía. Fue enterrada en la iglesia del convento que ella había fundado. En 1782 su cuerpo fue trasladado a una de las criptas debajo de la catedral de San Esteban de Viena. Sobre su muerte, Brantôme escribió:

Cuando ella murió, la Emperatriz [...] (su madre) dijo [...] "La mejor de nosotros ha muerto".

En su testamento, Isabel de Austria donaba dinero a los más necesitados, a los enfermos y para oraciones por el alma de su difunto esposo en la iglesia del convento. Sus libros en español, alemán, francés, italiano y latín de su biblioteca, una serie de obras del jesuita predicador Scherer Georg, un libro de profecías del astrólogo francés Nostradamus escrito en 1571 y La tragedia de Antígona de Sofocles, se dejaron a su hermano el emperador Rodolfo II. Su anillo de boda fue dado a otro hermano, Ernesto.