Master Sexologia Cordoba
Master Sexologia Online
INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.
Secció 1ª del Registre de Barcelona. Nº d'Inscripció : 37932 ©
Coordina Xavier Conesa. Psicòleg - Sexòleg Col. nº 4.977 BARCELONA
Formación en Sexologia (Master Online):
Formación on line de Sexologia. Formación Complementaria para estudiantes de Psicologia o Psicólogos (o estudios afines) para el ejercicio de la Sexologia.
Reconocimientos Institucionales: Departament de Salut de la Genetalitat de Catalunya
info: conesa@gmail.com
Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887
PROGRAMACION ON-LINE:
MASTER EN SEXOLOGIA on line
Para estudiantes de Psicología, Medicina i estudios afines, Licenciados o Diplomados. Estudiantes en general.
-Màximos Reconeixementos Institucionales-
INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS SEXOLÓGICOS I.S.E.S.
Reconocimientos:
Generalitat de Catalunya
(Registre 9002S/4545/2009)
Ministerio de Sanitadad como Formación Continuada (Contenidos)
(Exp. 99-068-08/0002-A)
Información y Preinscripción:
conesa@gmail.com
Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887
http://www.sexologia.ppcc.cat/
Precio: 500 €
- Se aceptan pagos fraccionados a lo largo de lo que dure el Máster. A título orientativo la duración mínima es de 3 meses y la máxima de 9 meses.
El primer pago coincidiendo con el inicio del Máster será de un mínimo de 200 € -
Forma de pago:
Ingreso Bancario
Cta. Cte.: Banco de Sabadell: ES96 0081 0096 8100 0110 9411
Nº BIC: BSABESBBXXX
También:
Western Unión :
Xavier Conesa Lapena . DNI 37681799W Sant Fost
INICIO: Al no ser presencial, matriculaciones permanentes.
METODOLOGIA: Envio de Bibliografia básica. Le indicaremos los dos libros básicos que debe comprar sobre Terapia Sexual. Control del aprendizaje y asmilación de contenidos a través de 15/20 trabajos propuestos.
Envio por mail de los temas desarrollados por escrito. Presentacion de un trabajo final de tematica y extensión acordada entre el alumno y el ISES.
DURACION: Indeterminada (al ser on line). A título orientativo, entre 3y 9 meses aprox.
TITULACION: Tal como se espacifica anteriormente: "Master en Sexologia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos (ISES), con el Reconocimiento del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya. Además, la Institución ISES cuenta con los reconocimientos y colaboraciones de:
- Ministerio de Sanidad y Consumo Actividad Acreditada por la Comisión de Formación Continuada - Generalitat de Catalunya.Departament de SalutReconeixement d' Interès Sanitari per l'Institut d'Estudis de la Salut - Colegi Oficial de PsicòlegsActividad Reconocida de Interès Tcnico - Profesional por el COPCV - Universitat de Barcelona Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat de Girona Crèdits de Lliure Elecció -Universitat Ramon LLull Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat Oberta de Catalunya Conveni de col.laboració a través del Pràcticum
CONTENIDOS:
- 1. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Falta de Erección.
- 2. Disfunciones Sexuales Femeninas. La Falta de Deseo sexual.
- 3. Estudio del Vaginismo
- 4. La Complejidad Sexual. Las Parafilias
- 5. Generalización de los Transtornos Sexuales
- 6. Estudio del Orgasmo y sus Disfunciones
- 7. Evaluación de las Disfunciones Sexuales en General
- 8. El Diagnostico en Sexualidad
- 9. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Eyaculación Precoz
- 10. La Entrevista Psico-Sexual
- 11. El Encuadre Terapeutico .La actitud del Terapeuta
- 12. Farmacologia y Sexologia
- 13. Sesión de Devolución. Entrevista clarificadora
- 14. Trabajo Final de libre elecció
Formación y Titulación Propia del Instituto Superior de Estudios Sexológicos I.S.E.S
+ info: conesa@gmail.com
Tel. 93 570 71 54 / 653 811 887
Web: http://www.sexologia.ppcc.cat/
c /Santa Anna, 28 Barcelona
Precio: 500 €.
(Se aceptan pagos fraccionados a lo largo del Master)
Pre-inscripción
ESCRIBIR A:
conesa@gmail.com
Nombre y Apellidos ...
Edad....
Dirección Postal ...
Teléfono ...
E-mail ...
Estudios y / o profesión ...
Situación actual, estudiante o profesional de ...
La información de este Master en Sexología lo ha conocido a través de ....
Diploma acreditativo al finalizar el Master:
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
Cuanto dura el Master?
Entre 5 y 6 meses
Como lo debo pagar?
200€ al empezar, 200€ a la mitad de la formación y 100€ al final
Se puede ejercer la Sexologia al finalizar?
No existe la Facultad de Sexologia, como si existe la de Medicina, Psicologia, Biologia, etc..
Los Sexólogos han realizado formaciones diversificadas para completar sus estudios, ya sean en el ámbito privado o público. Y esta formación es una de ellas.
Que reconocimientos tiene?
Lo encontrará en esta web y también clicando aquí. Especialmente dispone en el año 2009 el Reconocimiento de Interés Sanitario de la Generalitat de Catalunya. ISES como entidad, dispone de mas reconocimientos.
Que estudios previos se requieren?
Sencillamente, ser Universitario o haber finalizado la formación.
Los libros los envian Vds.?
En el primer mail que le enviemos recibirá un listado de libros. Los dos obligatorios los puede conseguir on line sin ningún problema, si no están disponibles en su población.
Habrá clases presenciales?
No, toda la formación se realiza a distancia.
Habrá exámenes?
No, tiene que realizar 14 trabajos que tiene que ser debidamente aceptados. Los enviará por mail a: conesa@gmail.com. Al dar por valido su trabajo, le enviamos el siguiente.
Como puedo pagarlo?
Generalmente desde España se paga por ingresos bancarios y desde América a través de Western Union. Se pueden concretar otras formulas. En esta web encontrará los detalles.
Si me demoro en la entrega de trabajos habrá algún problema?. Si tardo en total un año, por ejemplo?
No, al ser online puede dilatar el tiempo de entrega sin problemas. Interrumpir unos meses y después continuar
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Generalitat de Catalunya
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- Ministerio de Sanidad y Consumo Actividad Acreditada por la Comisión de Formación Continuada - Generalitat de Catalunya.Departament de SalutReconeixement d' Interès Sanitari per l'Institut d'Estudis de la Salut - Colegi Oficial de PsicòlegsActividad Reconocida de Interès Tcnico - Profesional por el COPCV - Universitat de Barcelona Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat de Girona Crèdits de Lliure Elecció -Universitat Ramon LLull Conveni de col.laboració a través del Pràcticum - Universitat Oberta de Catalunya Conveni de col.laboració a través del Pràcticum
CONTENIDOS:
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- 5. Generalización de los Transtornos Sexuales
- 6. Estudio del Orgasmo y sus Disfunciones
- 7. Evaluación de las Disfunciones Sexuales en General
- 8. El Diagnostico en Sexualidad
- 9. Disfunciones Sexuales Masculinas. La Eyaculación Precoz
- 10. La Entrevista Psico-Sexual
- 11. El Encuadre Terapeutico .La actitud del Terapeuta
- 12. Farmacologia y Sexologia
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No existe la Facultad de Sexologia, como si existe la de Medicina, Psicologia, Biologia, etc..
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LOS DATOS DE LA BIOLOGÍA.
¿La mujer? Es muy sencillo, afirman los aficionados a las fórmulas simples: es una matriz, un ovario; es una hembra: basta esta palabra para definirla. En boca del hombre, el epíteto de «hembra» suena como un insulto; sin embargo, no se avergüenza de su animalidad; se enorgullece, por el contrario, si de él se dice: «¡Es un macho!».
El término «hembra» es peyorativo, no porque enraíce a la mujer en la Naturaleza, sino porque la confina en su sexo; y si este sexo le parece al hombre despreciable y enemigo hasta en las bestias inocentes, ello se debe, evidentemente, a la inquieta hostilidad que en él suscita la mujer; sin embargo, quiere encontrar en la biología una justificación a ese sentimiento. La palabra hembra conjura en su mente una zarabanda de imágenes: un enorme óvulo redondo atrapa y castra al ágil espermatozoide; monstruosa y ahíta, la reina de los termes impera sobre los machos esclavizados; la mantis religiosa y la araña, hartas de amor, trituran a su compañero y lo devoran; la perra en celo corretea por las calles, dejando tras de sí una estela de olores perversos; la mona se exhibe impúdicamente y se hurta con hipócrita coquetería; y las fieras más soberbias, la leona, la pantera y la tigra, se tienden servilmente bajo el abrazo imperial del macho. Inerte, impaciente, ladina, estúpida, insensible, lúbrica, feroz y humillada, el hombre proyecta en la mujer a todas las hembras a la vez.
Y el hecho es que la mujer es una hembra. Pero, si se quiere dejar de pensar por lugares comunes, dos cuestiones se plantean {39} inmediatamente: ¿Qué representa la hembra en el reino animal? ¿Qué singular especie de hembra se realiza en la mujer? 12 12 * * * En la Naturaleza, nada está nunca completamente claro: los tipos, macho y hembra, no siempre se distinguen con nitidez; a veces se observa entre ellos un dimorfismo -color del pelaje, disposición de las manchas y mezclas cromáticas- que parece absolutamente contingente; sucede, por el contrario, que no sean discernibles y que sus funciones apenas se diferencien, como se ha visto en los peces. Sin embargo, en conjunto, y, sobre todo, en el nivel más alto de la escala animal, los dos sexos representan dos aspectos diversos de la vida de la especie. Su oposición no es, como se ha pretendido, la de una actividad y una pasividad: no solamente el núcleo ovular es activo, sino que el desarrollo del embrión es un proceso vivo, no un desenvolvimiento mecánico.
Sería demasiado simple definirla como la oposición entre el cambio y la permanencia: el espermatozoide sólo crea porque su vitalidad se mantiene en el huevo; el óvulo no puede mantenerse sino superándose; de lo contrario hay regresión y degenera. No obstante, es verdad que en estas operaciones de mantener y crear, activas ambas, la síntesis del devenir no se realiza de la misma manera. Mantener es negar la dispersión de los instantes, es afirmar la continuidad en el curso de su brote; crear es hacer surgir en el seno de la unidad temporal un presente irreducible, separado; y también es cierto que en la hembra es la continuidad de la vida lo que trata de realizarse a despecho de la separación, en tanto que la separación en fuerzas nuevas e individualizadas es suscitada por iniciativa del macho; a este le está permitido entonces afirmarse en su autonomía; la energía específica la integra él en su propia existencia; la individualidad de la hembra, por el contrario, es combatida por el interés de la especie; aparece como poseída por potencias extrañas: enajenada. Por ello, cuando la individualidad {40} de los organismos se afirma más, la oposición de los sexos no se atenúa: todo lo contrario.
El macho encuentra caminos cada vez más diversos para utilizar las fuerzas de que se ha adueñado; la hembra siente cada vez más su esclavización; el conflicto entre sus intereses propios y el de las fuerzas generadoras que la habitan se exaspera. El parto de las vacas y las yeguas es mucho más doloroso y peligroso que el de las ratonas y conejas. La mujer, que es la más individualizada de las hembras, aparece también como la más frágil, la que más dramáticamente vive su destino y la que más profundamente se distingue de su macho. En la Humanidad, como en la mayor parte de las especies, nacen aproximadamente tantos individuos de uno como de otro sexo (100 niñas por 104 niños); la evolución de los embriones es análoga; sin embargo, el epitelio primitivo permanece neutro durante más tiempo en el feto hembra; de ello resulta que está sometido más tiempo a la influencia del medio hormonal y que su desarrollo se encuentra invertido con mayor frecuencia; la mayoría de los hermafroditas serían sujetos genotípicamente femeninos que se habrían masculinizado ulteriormente: diríase que el organismo macho se define de repente como macho, en tanto que el embrión hembra vacila en aceptar su feminidad; empero, estos primeros balbuceos de la vida fetal son todavía muy poco conocidos para poder atribuirles un sentido.
Una vez constituidos, los órganos genitales son simétricos en los dos sexos; las hormonas de uno y otro pertenecen a la misma familia química, la de los esteroles, y en último análisis todas se derivan de la colesterina; son ellas las que rigen las diferenciaciones secundarias del soma. Ni sus fórmulas, ni las singularidades anatómicas, definen a la hembra humana como tal. Lo que la distingue del macho en su evolución funcional. Comparativamente, el desarrollo del hombre es simple. Desde el nacimiento hasta la pubertad, crece casi regularmente; hacia los quince o dieciséis años empieza la espermatogénesis, que se efectúa de manera continua hasta la vejez; su aparición se acompaña de una producción de hormonas que precisa la constitución viril del soma.
Desde entonces {41}, el macho tiene una vida sexual, que normalmente está integrada en su existencia individual: en el deseo, en el coito, su superación hacia la especie se confunde con el momento subjetivo de su trascendencia: él es su cuerpo. La historia de la mujer es mucho más compleja. A partir de la vida embrionaria, queda definitivamente constituida la provisión de oocitos; el ovario contiene unos cincuenta mil óvulos encerrados 13 13 cada uno de ellos en un folículo, de los cuales llegarán a la maduración unos cuatrocientos; desde su nacimiento, la especie ha tomado posesión de ella y procura afirmarse: al venir al mundo, la mujer atraviesa una suerte de primera pubertad; los oocitos aumentan súbitamente de tamaño; luego, el ovario se reduce en una quinta parte aproximadamente: diríase que se ha concedido un respiro a la criatura; mientras su organismo se desarrolla, su sistema genital permanece más o menos estacionario: ciertos folículos se hinchan, pero sin llegar a madurar; el crecimiento de la niña es análogo al del niño: a edades iguales incluso es con frecuencia más alta y pesa más que él. Pero, en el momento de la pubertad, la especie reafirma sus derechos: bajo la influencia de las secreciones ováricas, aumenta el número de folículos en vías de crecimiento, el ovario se congestiona y agranda, uno de los óvulos llega a la madurez y se inicia el ciclo menstrual; el sistema genital adquiere su volumen y su forma definitivos, el soma se feminiza, se establece el equilibrio endocrino.
Es de notar que este acontecimiento adopta la figura de una crisis, no sin resistencia deja el cuerpo de la mujer que la especie se instale en ella, y ese combate la debilita y pone en peligro: antes de la pubertad, mueren aproximadamente tantos niños como niñas; desde los catorce hasta los dieciséis años, mueren 128 niñas por cada 100 niños, y entre los dieciocho y veinte años, 105 muchachas por cada 100 muchachos. Es en ese momento cuando frecuentemente hacen su aparición clorosis, tuberculosis, escoliosis, osteomielitis, etc. En ciertos individuos, la pubertad es anormalmente precoz: puede producirse hacia los cuatro o cinco años de edad. En otros, por el contrario, no se declara: el individuo es entonces infantil, padece {42} amenorrea o dismenorrea. Algunas mujeres presentan signos de virilidad: un exceso de secreciones elaboradas por las glándulas suprarrenales les da caracteres masculinos. Tales anomalías no representan en absoluto victorias del individuo sobre la tiranía de la especie: no hay medio alguno de escapar de esta, porque, al mismo tiempo que esclaviza la vida individual, la alimenta; esta dualidad se expresa al nivel de las funciones ováricas; la vitalidad de la mujer tiene sus raíces en el ovario, así como la del hombre está en los testículos: en ambos casos, el individuo castrado no solo es estéril, sino que sufre una regresión y degenera; no «formado», mal formado, todo el organismo se empobrece y desequilibra; el organismo no se desarrolla más que con el desarrollo del sistema genital; y, no obstante, muchos fenómenos genitales no interesan a la vida singular del sujeto e incluso la ponen en peligro. Las glándulas mamarias que se desarrollan en el momento de la pubertad no desempeñan ningún papel en la economía individual de la mujer: en no importa qué momento de su vida, puede efectuarse su ablación. Muchas secreciones ováricas tienen su finalidad en el óvulo, en su maduración, en la adaptación del útero a sus necesidades: para el conjunto del organismo, son un factor de desequilibrio antes que de regulación; la mujer se adapta a las necesidades del óvulo más bien que a ella misma. Desde la pubertad hasta la menopausia, la mujer es sede de una historia que se desarrolla en ella y que no la concierne personalmente. Los anglosajones llaman a la menstruación the curse, es decir, «la maldición»; y, en efecto, en el ciclo menstrual no hay ninguna finalidad individual.
En tiempos de Aristóteles se creía que cada mes fluía una sangre destinada a constituir, en caso de fecundación, la sangre y la carne del niño; la verdad de esta vieja teoría radica en que la mujer esboza sin respiro el proceso de la gestación. Entre los demás mamíferos, ese ciclo menstrual sólo se desarrolla durante una estación del año, y no va acompañado de flujo sanguíneo: únicamente entre los monos superiores y en la {43} mujer se cumple cada mes en el dolor y la sangre (1). Durante catorce días aproximadamente, uno de los folículos de Graaf que envuelven a los óvulos aumenta de volumen y madura mientras el ovario secreta la hormona situada al nivel de los folículos y llamada foliculina. En el decimocuarto día se efectúa la puesta: la pared del folículo se rompe (lo que acarrea a veces una ligera hemorragia) y el huevo cae en las trompas, mientras la cicatriz evoluciona de manera que constituye el cuerpo amarillo. Comienza entonces la segunda fase o fase luteínica, caracterizada por la secreción de la hormona llamada progestina, que actúa sobre el útero. Este se modifica: el sistema capilar de la pared se congestiona, y esta se pliega, se abarquilla, formando a modo de encajes; así se construye en 14 14 la matriz una cuna destinada a recibir el huevo fecundado. Siendo irreversibles estas transformaciones celulares, en el caso en que no haya fecundación ese edificio no se reabsorbe: tal vez en los otros mamíferos los despojos inútiles sean arrastrados por los vasos linfáticos. Pero en la mujer, cuando los encajes endometrales se desmoronan, se produce una exfoliación de la mucosa, los capilares se abren y al exterior rezuma una masa sanguínea. Después, mientras el cuerpo amarillo degenera, la mucosa se reconstruye y comienza una nueva fase folicular. Este complejo proceso, todavía bastante misterioso en sus detalles, trastorna a todo el organismo, puesto que se acompaña de secreciones hormonales que reaccionan sobre el tiroides y la hipófisis, sobre el sistema nervioso central y el sistema vegetativo, y, por consiguiente, sobre todas las vísceras.
Casi todas las mujeres -más del 85 por 100- presentan trastornos durante este período. La tensión arterial se eleva antes del comienzo del flujo sanguíneo y disminuye a continuación; aumentan las pulsaciones y frecuentemente la temperatura: los casos de fiebre menudean {44}; el abdomen se hace dolorosamente sensible; se observa a menudo una tendencia al estreñimiento, seguido de diarreas; también suele aumentar el volumen del hígado y producirse retención de la urea, albuminuria; muchas mujeres presentan una hiperemia de la mucosa pituitaria (dolor de garganta), y otras, trastornos del oído y la vista; aumenta la secreción de sudor, que va acompañada al principio de las reglas por un olor sui generis que puede ser muy fuerte y persistir durante toda la menstruación. Aumenta el metabolismo basal. Disminuye el número de glóbulos rojos; sin embargo, la sangre transporta sustancias generalmente conservadas en reserva en los tejidos, particularmente sales de calcio; la presencia de esas sales reacciona sobre el ovario, sobre el tiroides, que se hipertrofia; sobre la hipófisis, que preside la metamorfosis de la mucosa uterina y cuya actividad se ve acrecentada; esta inestabilidad de las glándulas provoca una gran fragilidad nerviosa: el sistema central es afectado; a menudo hay cefalea, y el sistema vegetativo reacciona con exageración: hay disminución del control automático por el sistema central, lo que libera reflejos, complejos convulsivos, y se traduce en un humor muy inestable; la mujer se muestra más emotiva, más nerviosa, más irritable que de costumbre, y puede presentar trastornos psíquicos graves. (1) «El análisis de estos fenómenos ha podido ser fomentado en estos últimos años, relacionando los fenómenos que tienen lugar en la mujer con los que se observan en los monos superiores, especialmente en los del género Rhesus.
Evidentemente es más fácil experimentar con estos últimos animales», escribe Louis Gallien (La Sexualité). En ese período es cuando siente más penosamente a su cuerpo como una cosa opaca y enajenada; ese cuerpo es presa de una vida terca y extraña que todos los meses hace y deshace en su interior una cuna; cada mes, un niño se dispone a nacer y aborta en el derrumbamiento de los rojos encajes; la mujer, como el hombre, es su cuerpo (2): pero su cuerpo es algo distinto a ella misma. (2) «Así, pues, yo soy mi cuerpo, al menos en la medida en que tengo uno, y, recíprocamente, mi cuerpo es como un sujeto natural, como un esbozo provisional de mi ser total.» (MERLEAU-PONTY: Phénoménologie de la Perception.) La mujer experimenta una alienación más profunda cuando el huevo fecundado desciende al útero y allí se desarrolla; verdad es que la gestación es un fenómeno normal {45} que, si se produce en condiciones normales de salud y nutrición, no es nocivo para la madre: incluso entre ella y el feto se establecen ciertas interacciones que le son favorables; sin embargo, y contrariamente a una optimista teoría cuya utilidad social resulta demasiado evidente, la gestación es una labor fatigosa que no ofrece a la mujer un beneficio individual (1) y le exige, por el contrario, pesados sacrificios. Durante los primeros meses, va acompañada a menudo de falta de apetito y vómitos, que no se observan en ninguna otra hembra doméstica y que manifiestan la rebelión del organismo contra la especie que de él se posesiona; se empobrece en fósforo, en calcio, en hierro, carencia esta última que luego será muy difícil de subsanar; la 15 15 superactividad del metabolismo exalta el sistema endocrino; el sistema nervioso vegetativo se halla en estado de exacerbada excitabilidad; en cuanto a la sangre, disminuye su peso específico, está anémica, es análoga «a la de los que ayunan, los desnutridos, las personas que han sufrido repetidas sangrías, los convalecientes» (2). (1) Me sitúo aquí en un punto de vista exclusivamente fisiológico.
Es evidente que, Psicológicamente, la maternidad puede ser para la mujer sumamente provechosa, como también puede ser un desastre. (2) Véase H. VIGNES en el Traité de Physiologie, tomo XI, directores de edición, Roger y Binet. Todo cuanto una mujer sana y bien alimentada puede esperar después del parto es la recuperación de tales derroches sin demasiadas dificultades; pero frecuentemente se producen en el curso del embarazo graves accidentes o, al menos, peligrosos desórdenes; y si la mujer no es robusta, si su higiene no ha sido cuidada, quedará prematuramente deformada y envejecida por las repetidas maternidades: sabido es cuán frecuente es este caso en el medio rural. El mismo parto es doloroso y peligroso. Es en esa crisis cuando se ve con la máxima evidencia que el cuerpo no siempre satisface a la especie y al individuo al mismo tiempo; sucede a veces que el niño muere, y también que, al venir al mundo, mate a su madre o que su nacimiento provoque en ella una enfermedad crónica. La lactancia es también una {46} servidumbre agotadora; un conjunto de factores -el principal de los cuales es, sin duda, la aparición de una hormona, la progestina- produce en las glándulas mamarias la secreción de la leche; la subida de esta es dolorosa, va con frecuencia acompañada de fiebre y la madre alimenta al recién nacido con detrimento de su propio vigor. El conflicto especie-individuo, que en el parto adopta a veces una figura dramática, da al cuerpo femenino una inquietante fragilidad. Se dice de buen grado que las mujeres «tienen enfermedades en el vientre»; y es cierto que encierran en su interior un elemento hostil: la especie que las roe. Muchas de sus enfermedades no resultan de una infección de origen externo, sino de un desarreglo interno: así las falsas metritis son producidas por una reacción de la mucosa uterina ante una excitación ovárica anormal; si el cuerpo amarillo persiste, en lugar de reabsorberse después de la menstruación, provoca salpingitis y endometritis, etc. La mujer se hurta al dominio de la especie por medio de una crisis igualmente difícil; entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años, se desarrollan los fenómenos de la menopausia, inversos a los de la pubertad.
La actividad ovárica disminuye y hasta desaparece: esta desaparición comporta un empobrecimiento vital del individuo. Se supone que las glándulas catabólicas, tiroides e hipófisis, se esfuerzan por suplir las insuficiencias del ovario; así se observa, junto a la depresión que acompaña a la menopausia, fenómenos de sobresalto: sofocos, hipertensión, nerviosidad; a veces se produce un recrudecimiento del instinto sexual. Ciertas mujeres fijan entonces grasa en sus tejidos; otras se virilizan. En muchas de ellas se restablece un equilibrio endocrino. Entonces la mujer se halla libre de las servidumbres de la hembra; no es comparable a un eunuco, porque su vitalidad está intacta, pero ya no es presa de potencias que la desbordan, y coincide consigo misma. Se ha dicho, a veces, que las mujeres de cierta edad constituían un «tercer sexo», y, en efecto, no son machos, pero ya no son hembras tampoco; y frecuentemente esta autonomía fisiológica se traduce en una salud, un equilibrio y un vigor que no poseían antes {47}. A las diferenciaciones propiamente sexuales se superponen en la mujer singularidades que son, más o menos directamente, consecuencia de las mismas; son acciones hormonales las que determinan su soma. Por término medio, la mujer es más pequeña que el hombre, tiene menos peso, su esqueleto es más frágil, la pelvis es más ancha, adaptada a las funciones de la gestación y el parto; su tejido conjuntivo fija grasas y sus formas son más redondeadas que las del hombre; el aspecto general: morfología, piel, sistema piloso, etc., es netamente diferente 16 16 en los dos sexos. La fuerza muscular es mucho menor en la mujer: aproximadamente, los dos tercios de la del hombre; tiene menos capacidad respiratoria: los pulmones, la tráquea y la laringe son también más pequeños; la diferencia de la laringe comporta igualmente la diferencia de voz.
El peso específico de la sangre es menor en las mujeres: hay menos fijación de hemoglobina; por tanto, son menos robustas y están más predispuestas a la anemia. Su pulso late con mayor velocidad, su sistema vascular es más inestable: se ruborizan fácilmente. La inestabilidad es un rasgo notable de su organismo en general; entre otras cosas, en el hombre hay estabilidad en el metabolismo del calcio, mientras la mujer fija mucho menos las sales de calcio, que elimina durante las reglas y los embarazos; parece ser que, en lo tocante al calcio, los ovarios ejercen una acción catabólica; esta inestabilidad provoca desórdenes en los ovarios y en el tiroides, que está más desarrollado en ella que en el hombre: y la irregularidad de las secreciones endocrinas reacciona sobre el sistema nervioso vegetativo; el control nervioso y muscular está imperfectamente asegurado. Esta falta de estabilidad y de control afecta a su emotividad, directamente ligada a las variaciones vasculares: palpitaciones, rubor, etc., razón por la cual están sujetas a manifestaciones convulsivas: lágrimas, risas locas, crisis nerviosas. Se ve que muchos de estos rasgos provienen igualmente de la subordinación de la mujer a la especie. He ahí la conclusión más chocante de este examen: de todas las hembras mamíferas, ella es la más profundamente alienada y la que {48} más violentamente rechaza esta alienación; en ninguna de ellas es más imperiosa ni más difícilmente aceptada la esclavización del organismo a la función reproductora: crisis de pubertad y de menopausia, «maldición» mensual, largo y a menudo difícil embarazo, parto doloroso y en ocasiones peligroso, enfermedades, accidentes, son características de la hembra humana: diríase que su destino se hace tanto más penoso cuanto más se rebela ella contra el mismo al afirmarse como individuo. Si se la compara con el macho, este aparece como un ser infinitamente privilegiado: su existencia genital no contraría su vida personal, que se desarrolla de manera continua, sin crisis, y, generalmente, sin accidentes. Por término medio, las mujeres viven más tiempo, pero están enfermas con mucha mayor frecuencia y hay numerosos períodos durante los cuales no disponen de sí mismas. Estos datos biológicos son de suma importancia: representan, en la historia de la mujer, un papel de primer orden; son elemento esencial de su situación: en todas nuestras descripciones ulteriores tendremos que referirnos a ellos. Porque, siendo el cuerpo el instrumento de nuestro asidero en el mundo, este se presenta de manera muy distinta según que sea asido de un modo u otro. Por esa razón los hemos estudiado tan extensamente; constituyen una de las claves que permiten comprender a la mujer. Pero lo que rechazamos es la idea de que constituyan para ella un destino petrificado. No bastan para definir una jerarquía de los sexos; no explican por qué la mujer es lo Otro; no la condenan a conservar eternamente ese papel subordinado {49}.
. A Freud no le preocupó mucho el destino de la mujer; está claro que calcó su descripción de la del destino masculino, algunos de cuyos rasgos se limitó a modificar. Antes que él, había declarado el sexólogo Marañón: «En tanto que energía diferenciada, puede decirse que la libido es una fuerza de sentido viril. Y otro tanto diremos del orgasmo.» Según él, las mujeres que logran el orgasmo son mujeres «viriloides»; el impulso sexual es «de dirección única», y la mujer está solamente a mitad de camino (1). Freud no llega a tanto: admite que la sexualidad de la mujer está tan evolucionada como la del hombre; pero apenas la estudia en sí misma.
Escribe: «La libido, de manera constante y regular, es de esencia masculina, ya aparezca en el hombre o en la mujer.» Rehusa situar en su originalidad la libido femenina: por consiguiente, se le aparecerá necesariamente como una compleja desviación de la libido 17 17 humana en general. Esta se desarrolla en principio, piensa él, de idéntica manera en ambos sexos: todos los niños atraviesan una fase oral que los fija en el seno materno; después, una fase anal y, finalmente, llegan a la fase genital; en ese momento es cuando se diferencian. Freud ha puesto en claro un hecho cuya importancia no había sido reconocida plenamente antes de él: el {50} erotismo masculino se localiza definitivamente en el pene, mientras que en la mujer hay dos sistemas eróticos distintos: clitoridiano uno, que se desarrolla en el estadio infantil; vaginal el otro, que no se desarrolla hasta después de la pubertad; cuando el niño llega a la fase genital, su evolución ha terminado; será preciso que pase de la actitud autoerótica, donde el placer apunta a su subjetividad, a una actitud heteroerótica que ligará el placer a un objeto, normalmente la mujer; esta transición se producirá en el momento de la pubertad a través de una fase narcisista: pero el pene seguirá siendo, como en la infancia, el órgano erótico privilegiado.
También la mujer deberá objetivar en el hombre su libido a través del narcisismo; pero el proceso será mucho más complejo, ya que será preciso que del placer clitoridiano pase al placer vaginal. Para el hombre no hay más que una etapa genital, mientras que hay dos para la mujer; esta corre mucho mayor peligro de no coronar su evolución sexual, permanecer en el estadio infantil y, por consiguiente, contraer padecimientos neuróticos. (1) Es curioso encontrar esta teoría en D. H. Lawrence. En La serpiente emplumada, don Cipriano se cuida de que su amante no logre jamás el orgasmo: ella debe vibrar al unísono con el hombre, no individualizarse en el placer. Ya en el estadio autoerótico, el niño se adhiere más o menos fuertemente a un objeto: el niño varón se aferra a la madre y desea identificarse con el padre; le espanta semejante pretensión y teme que, para castigarle, su padre le mutile; del «complejo de Edipo» nace el «complejo de castración»; se desarrollan entonces en el niño sentimientos de agresividad con respecto al padre, pero, al mismo tiempo, interioriza su autoridad: así se constituye el superyó, que censura las tendencias incestuosas; estas tendencias son rechazadas, el complejo es liquidado y el hijo queda liberado del padre, a quien de hecho ha instalado en sí mismo bajo la figura de normas morales.
El superyó es tanto más fuerte cuanto más definido ha sido el complejo de Edipo y más rigurosamente combatido. En primer lugar, Freud ha descrito de manera completamente simétrica la historia de la niña; a continuación, ha dado a la forma femenina del complejo infantil el nombre de complejo de Electra; pero está claro que lo ha definido menos en sí mismo que a partir de su figura masculina; admite, no obstante, entre los dos {51} una diferencia muy importante: la niña efectúa primero una fijación maternal, mientras que el niño no se siente en ningún momento atraído sexualmente por el padre; esta fijación es una supervivencia de la fase oral; la criatura se identifica entonces con el padre; pero, hacia la edad de cinco años, la niña descubre la diferencia anatómica de los sexos y reacciona ante la ausencia de pene con un complejo de castración: se imagina que ha sido mutilada y sufre por ello; debe entonces renunciar a sus pretensiones viriles, se identifica con la madre y trata de seducir al padre. El complejo de castración y el complejo de Electra se refuerzan mutuamente; el sentimiento de frustración de la niña es tanto más lacerante cuanto que, amando a su padre, querría parecerse a él; e, inversamente, ese pesar vigoriza su amor: será por la ternura que inspira al padre como ella podrá compensar su inferioridad.
La niña experimenta respecto a la madre un sentimiento de rivalidad, de hostilidad. Luego, también en ella se constituye el superyó, las tendencias incestuosas son rechazadas; pero el superyó es más frágil: el complejo de Electra es menos nítido que el de Edipo, debido a que la primera fijación ha sido maternal; y como el padre era el objeto de ese amor que él condenaba, sus prohibiciones tenían menos fuerza que en el caso del hijo rival. Al igual que su evolución genital, se ve que el conjunto del drama sexual es más complejo para la niña que para sus hermanos: ella puede sentir la tentación de reaccionar ante el complejo de castración, rechazando su feminidad, obstinándose en codiciar un pene e identificándose con el padre; esa actitud la llevará a permanecer en el estadio clitoridiano, a volverse frígida o a orientarse hacia la homosexualidad. 18 18 Los dos reproches esenciales que pueden hacerse a esta descripción provienen del hecho de que Freud la calcó sobre un modelo masculino.
Supone que la mujer se siente hombre mutilado: pero la idea de mutilación implica una comparación y una valoración; muchos psicoanalistas admiten hoy que la niña echa de menos el pene sin suponer, no obstante, que la han despojado del mismo; incluso ese pesar no es tan general, y no podría nacer de una simple confrontación {52} anatómica; muchísimas niñas no descubren sino tardíamente la constitución masculina; y, si la descubren, lo hacen exclusivamente por medio de la vista; el niño tiene de su pene una experiencia viva, que le permite sentirse orgulloso, pero ese orgullo no tiene un correlativo inmediato en la humillación de sus hermanas, porque estas no conocen el órgano masculino más que en su exterioridad: esa excrecencia, ese frágil tallo de carne, puede no inspirarles sino indiferencia y hasta disgusto; la codicia de la niña, cuando aparece, resulta de una valoración previa de la virilidad: Freud la da por supuesta, cuando sería preciso explicarla (1).
Por otra parte, al no inspirarse en una descripción original de la libido femenina, la noción del complejo de Electra es sumamente vaga. Ya entre los niños varones la presencia de un complejo de Edipo de orden propiamente genital está lejos de ser general; pero, salvo rarísimas excepciones, no se podría admitir que el padre sea para su hija una fuente de excitación genital; uno de los grandes problemas del erotismo femenino consiste en que el placer clitoridiano se aísla: solamente hacia la pubertad, en alianza con el erotismo vaginal, se desarrollan en el cuerpo de la mujer cantidad de zonas erógenas; afirmar que en una niña de diez años los besos y las caricias del padre poseen una «aptitud intrínseca» para desencadenar el placer clitoridiano es una aseveración que en la mayoría de los casos no tiene ningún sentido. Si se admite que el «complejo de Electra» no tiene sino un carácter afectivo muy difuso, se plantea entonces toda la cuestión de la afectividad, cuestión que el freudismo no nos proporciona medios para definirla, ya que se la distingue de la sexualidad. De todos modos, no es la libido femenina la que diviniza al padre: la madre no es divinizada por el deseo que inspira al hijo; el hecho de que el deseo femenino recaiga en un ser soberano le da un carácter original; pero ella no es constitutiva de su objeto, lo padece.
La soberanía del padre es un hecho de orden social, y Freud fracasa al explicarlo {53}; confiesa que es imposible saber qué autoridad ha decidido, en un momento dado de la Historia, el triunfo del padre sobre la madre: esta decisión representa, según él, un progreso, pero cuyas causas se desconocen. «No puede tratarse aquí de autoridad paterna, puesto que esa autoridad no le ha sido conferida precisamente al padre sino por el progreso», escribe en su última obra (2). (1) Esta discusión volverá a abordarse mucho más ampliamente en el volumen II, capítulo primero. (1) Véase Moïse et son peuple, trad. A. Bermann, pág. 177. (Hay traducción española: Obras completas, 3 vols. Editorial Biblioteca Nueva.) Por haber comprendido la insuficiencia de un sistema que hace descansar exclusivamente en la sexualidad el desarrollo de la vida humana, Adler se separó de Freud: aquel pretende reintegrarla a la personalidad total; mientras en Freud todas las conductas aparecen como provocadas por el deseo, es decir, por la búsqueda de placer, el hombre se le aparece a Adler como apuntando a ciertos fines; sustituye el móvil por unos motivos, una finalidad, unos proyectos; concede a la inteligencia un lugar tan amplio, que a menudo lo sexual no adquiere a sus ojos más que un valor simbólico. Según sus teorías, el drama humano se descompone en tres momentos: en todo individuo existe una voluntad de poder, aunque acompañada por un complejo de inferioridad; ese conflicto le hace recurrir a mil subterfugios para evitar la prueba de lo real, que teme no saber superar; el sujeto establece una distancia entre él y la sociedad, a la que teme: de ahí provienen las neurosis, que son un trastorno del sentido social.
En lo que a la mujer concierne, su complejo de inferioridad adopta la forma de un rechazo vergonzoso de su feminidad: no es la ausencia de pene lo que provoca ese complejo, sino todo el conjunto de la situación; la niña no envidia el falo más que como símbolo de los privilegios concedidos a los muchachos; el lugar que ocupa el padre en el seno de la familia, la universal 19 19 preponderancia de los varones, la educación, todo la confirma en la idea de la superioridad masculina. Más adelante, en el curso de las relaciones sexuales, la postura misma del coito, que sitúa a la mujer debajo del hombre, representa una nueva humillación. Reacciona por {54} medio de una «protesta viril»; o bien trata de masculinizarse, o bien, con armas femeninas, entabla la lucha contra el hombre. A través de la maternidad, puede reencontrar en el hijo un equivalente del pene. Pero ello supone que empiece por aceptarse íntegramente como mujer, que asuma, por tanto, su inferioridad. La mujer está dividida contra sí misma mucho más profundamente que el hombre. No ha lugar a insistir aquí sobre las diferencias teóricas que separan a Adler de Freud, ni sobre las posibilidades de una reconciliación: jamás son suficientes ni la explicación por el móvil, ni la explicación por el motivo; todo móvil plantea un motivo, pero este no es aprehendido nunca sino a través de un móvil; así, pues, parece realizable una síntesis del adlerismo y el freudismo. En realidad, al hacer intervenir nociones de objeto y finalidad, Adler conserva íntegramente la idea de una causalidad psíquica; está un poco con respecto a Freud en la relación de lo energético a lo mecánico: ya se trate de choque o de fuerza atractiva, el físico admite siempre el determinismo.
He ahí el postulado común a todos los psicoanalistas: la historia humana se explica, según ellos, por un juego de elementos determinados. Todos asignan a la mujer el mismo destino. Su drama se refiere al conflicto entre sus tendencias «viriloides» y «femeninas»; las primeras se realizan en el sistema clitoridiano; las segundas, en el erotismo vaginal; infantilmente, se identifica con el padre; después, experimenta un sentimiento de inferioridad con respecto al hombre y se sitúa en la alternativa, o bien de conservar su autonomía, de virilizarse -lo que, sobre el fondo de un complejo de inferioridad, provoca una tensión que puede resolverse en neurosis-, o bien de hallar en la sumisión amorosa una feliz realización de sí misma, solución que le es facilitada por el amor que sentía hacia el padre soberano; es a este a quien busca en el amante o el marido, y el amor sexual va acompañado en ella por el deseo de ser dominada. Será recompensada por la maternidad, que le restituye una nueva especie de autonomía. Ese drama aparece como dotado de un dinamismo propio; trata de desarrollarse a {55} través de todos los accidentes que lo desfiguran, y cada mujer lo sufre pasivamente.
En todos los psicoanalistas se observa un rechazo sistemático de la idea de elección, así como de la noción de valor que le es correlativa; en eso radica la debilidad intrínseca del sistema. Habiendo cortado pulsiones y prohibiciones de la elección existencial, Freud no logra explicarnos su origen: los da simplemente por supuestos. Ha intentado reemplazar la noción de valor por la de autoridad; pero en Moisés y la religión monoteísta conviene en que no hay medio alguno de explicar esa autoridad. El incesto, por ejemplo, está prohibido porque así lo ha prohibido el padre; pero ¿a qué se debe esa prohibición? Es un misterio.
El superyó interioriza órdenes y prohibiciones que emanan de una tiranía arbitraria; las tendencias instintivas están ahí, no se sabe por qué; esas dos realidades son heterogéneas, porque se ha planteado la moral como algo extraño a la sexualidad; la unidad humana aparece como rota, no hay tránsito del individuo a la sociedad: para reunirlos, Freud se ve obligado a inventar extrañas novelas (1). Adler ha considerado que el complejo de castración no podía explicarse más que en un contexto social; ha abordado el problema de la valorización, pero no se ha remontado a la fuente ontológica de los valores reconocidos por la sociedad y no ha comprendido que había valores comprometidos en la sexualidad propiamente dicha, lo cual le llevó a desconocer su importancia. (1) FREUD: Tótem y tabú. Desde luego, la sexualidad representa en la vida humana un papel considerable: puede decirse que la penetra por entero; ya la fisiología nos ha demostrado que la vida de los testículos y la del ovario se confunden con la del soma. El existente es un cuerpo sexuado; en sus relaciones 20 20 con los otros existentes, que también son cuerpos sexuados, la sexualidad, por consiguiente, está siempre comprometida; pero si cuerpo y sexualidad son expresiones concretas de la existencia, también a partir de esta se pueden descubrir sus significaciones: a falta de esta perspectiva, el psicoanálisis {56} da por supuestos hechos inexplicados. Por ejemplo, nos dice que la niña tiene vergüenza de orinar en cuclillas, con las nalgas desnudas; pero ¿qué es la vergüenza?
Del mismo modo, antes de preguntarse si el varón está orgulloso porque posee un pene, o si su orgullo se expresa en ese pene, preciso es saber qué es el orgullo y cómo puede encarnarse en un objeto la pretensión del sujeto. No hay que tomar la sexualidad como un dato irreducible; en el existente hay una «búsqueda del ser» más original; la sexualidad no es más que uno de esos aspectos. Eso es lo que demuestra Sartre en El Ser y la Nada, es también lo que dice Bachelard en sus obras sobre la tierra, el aire y el agua: los psicoanalistas consideran que la verdad primera del hombre es su relación con su propio cuerpo y el de sus semejantes en el seno de la sociedad; pero el hombre siente primordial interés por la sustancia del mundo natural que le rodea y al cual trata de descubrir en el trabajo, el juego y en todas las experiencias de «la imaginación dinámica»; el hombre pretende reunirse concretamente con la existencia a través del mundo entero, aprehendido este de todas las maneras posibles.
Amasar la tierra, abrir un agujero son actividades tan originales como el abrazo y el coito: se engaña quien vea en ellas solamente símbolos sexuales; el agujero, lo viscoso, la muesca, la dureza, la integridad, son realidades primarias; el interés del hombre por ellas no está dictado por la libido, sino más bien es la libido la que será coloreada por la manera en que ellas se le hayan descubierto. La integridad no fascina al hombre porque simbolice la virginidad femenina, pero es su amor por la integridad lo que hace preciosa a sus ojos la virginidad. El trabajo, la guerra, el juego y el arte definen maneras de estar en el mundo que no se dejan reducir a ninguna otra; descubren cualidades que interfieren con las que revela la sexualidad; a través de ellas y a través de estas experiencias eróticas es como se elige el individuo. Pero solamente un punto de vista ontológico permite restituir la unidad a esa elección. Esta noción de elección es la que más violentamente rechaza el psicoanalista en nombre del determinismo y del {57} «inconsciente colectivo»; este inconsciente proporcionaría al hombre imágenes completamente formadas y un simbolismo universal; ese inconsciente explicaría las analogías de los sueños, de los actos fallidos, de los delirios, de las alegorías y de los destinos humanos; hablar de libertad sería tanto como rechazar la posibilidad de explicar tan turbadoras concordancias. Sin embargo, la idea de libertad no es incompatible con la existencia de ciertas constantes. Si el método psicoanalítico es con frecuencia fecundo, pese a los errores de la teoría, se debe a que en toda historia singular hay datos cuya generalidad nadie piensa negar: las situaciones y las conductas se repiten; el momento de la decisión brota en el seno de la generalidad y la repetición. «La anatomía es el destino», decía Freud; a esta frase le hace eco la de Merleau-Ponty: «El cuerpo es la generalidad.»
La existencia es una a través de la separación de los existentes: se manifiesta en organismos análogos; así, pues, habrá constantes en la vinculación de lo ontológico y lo sexual. En una época determinada, las técnicas y la estructura económica y social de una colectividad descubren a todos sus miembros un mundo idéntico: habrá también una relación constante de la sexualidad con las formas sociales; individuos análogos, situados en condiciones análogas, extraerán del dato significados análogos; esta analogía no funda una rigurosa universalidad, pero permite hallar tipos generales en las historias individuales.
El símbolo no se nos aparece como una alegoría elaborada por un misterioso inconsciente: es la aprehensión de un significado a través de un análogo del objeto significante; en virtud de la identidad de la situación existencial a través de todos los existentes y de la identidad de lo artificioso que han de afrontar, las significaciones se desvelan de la misma manera a muchos individuos; el simbolismo no cae del cielo ni surge de profundidades subterráneas: ha sido elaborado, como el lenguaje, por la realidad humana, que es mitsein al mismo tiempo que separación; y ello explica que la invención singular también tenga allí su sitio: prácticamente, el método psicoanalista está obligado a admitirlo, lo autorice o no la doctrina. Esta perspectiva nos {58} permite, por ejemplo, comprender el valor generalmente otorgado al pene (1). Es imposible explicarlo sin partir de un hecho existencial: 21 21 la tendencia del sujeto a la alienación; la angustia de su libertad lleva al sujeto a buscarse en las cosas, lo cual es una manera de hurtarse; se trata de una tendencia tan fundamental, que inmediatamente después del destete, cuando está separado del Todo, el niño se esfuerza por aprehender su existencia alienada en los espejos, en la mirada de sus padres. Los primitivos se alienan en el maná, en el totem; los civilizados, en su alma individual, en su yo, en su nombre, en su propiedad, en su obra: he ahí la primera tentación de la inautenticidad. El pene es singularmente adecuado para representar a los ojos del niño ese papel de «doble»: es para él un objeto extraño al mismo tiempo que es él mismo; es un juguete, un muñeco y es su propia carne; los padres y las nodrizas lo tratan como a una personita.
Se concibe así que se convierta para el niño en «un alter ego por lo general más ladino, más inteligente y más diestro que el individuo (2)»; por el hecho de que la función urinaria y más tarde la erección se encuentran a medio camino entre los procesos voluntarios y los procesos espontáneos, por el hecho de que constituye una fuente caprichosa y cuasi extraña de un placer subjetivamente experimentado, el pene es considerado por el sujeto como sí mismo y distinto de sí mismo, simultáneamente; la trascendencia específica se encarna en él de manera aprehensible, y es fuente de orgullo; puesto que el falo está separado, el hombre puede integrar en su individualidad la vida que le desborda. Se concibe entonces que la longitud del pene, la potencia del chorro urinario, de la erección, de la eyaculación, se conviertan para él en la medida de su propio valor (3). Así, es constante que el {59} falo encarne físicamente la trascendencia; como también es constante que el niño se sienta trascendido, es decir, frustrado en su trascendencia, por el padre, se hallará, por tanto, la idea freudiana de «complejo de castración». Privada de ese alter ego, la niña no se aliena en una cosa aprehensible, no se recupera: de ese modo, es llevada a convertirse enteramente en objeto, a plantearse como lo Otro; la cuestión de saber si se compara o no con los chicos resulta secundaria; lo importante es que, incluso sin saberlo, la ausencia de pene la impide hacerse presente a si misma en tanto que sexo; de ello resultarán muchas consecuencias.
Pero esas constantes que señalamos no definen, sin embargo, un destino: el falo adquiere tanto valor porque simboliza una soberanía que se realiza en otros dominios. Si la mujer lograse afirmarse como sujeto, inventaría equivalentes del falo: la muñeca donde se encarna la promesa del hijo puede convertirse en una posesión más preciosa que el pene. Hay sociedades de filiación uterina donde las mujeres detentan las máscaras en las que se aliena la colectividad; el pene pierde entonces mucho de su gloria. Solo en el seno de la situación captada en su totalidad funda el privilegio anatómico un verdadero privilegio humano. El psicoanálisis no podría encontrar su verdad más que en el contexto histórico {60}. (1) Volveremos a ocuparnos más ampliamente de este tema en el volumen II, capítulo primero. (2) ALICE BALINT: La Vie intime de l'enfant, pág. 101. (3) Me han citado el caso de niños campesinos que se divertían organizando concursos de excrementos: el que tenía las nalgas más voluminosas y más sólidas gozaba de un prestigio que ningún otro éxito, ni en los juegos, ni siquiera en la lucha, podía compensar. El mojón representaba aquí el mismo papel que el pene: también aquí había alienación.