La evaluación ha venido a transformarse de un proceso para la toma de decisiones a una simple medición; su fin la mayoría de veces ya no es la de recoger juicios de valor que como docentes nos ayuden a lograr las metas estipuladas en los objetivos, sino los resultados que se obtengan de los instrumentos (pruebas objetivas, actividades, ensayos, exposiciones, etc.).
Esto es totalmente falso. Un estudiante es un individuo, único e irrepetible, por lo tanto no tendrá la misma capacidad de aprendizaje que el otro. Es tarea del docente aplicar estrategias diferentes para explicar un mismo tema, y dar refuerzo al que lo necesita respetando los horarios escolares y considerando también las necesidades deficitarias de los estudiantes (necesidades fisiológicas, hambre, comodidad).
Los fundamentos curriculares de la educación nacional de nuestro país (1994) destacan que el estudiante es el actor principal, protagonista y constructor de sus aprendizajes, los que, por su naturaleza, son intransferibles. Considera al aprendizaje como un proceso personal. El estudiante se constituye en el centro del proceso y el maestro desempeña el rol de facilitador y guía de estos aprendizajes, quien debe ante todo “enseñar a aprender”. (Agustín Fernández, 1999).