Capítulo 06-EL HUERTO Y EL DESIERTO RUGIENTE

Capítulo 6

EL HUERTO Y EL DESIERTO RUGIENTE

Entonces, ¿qué podía hacer Dios? ¿Qué más podía hacer, siendo Dios, excepto renovar su imagen en la humanidad, de manera que, por medio de ella, el hombre pudiera llegar a conocerle una vez más? ¿Y cómo podría hacerse esto como no fuese por medio de la venida de la Imagen misma, nuestro Salvador Jesucristo? Los hombres no podrían haberlo hecho, pus sólo han sido hechos a su imagen; tampoco podían haberlo hecho los ángeles, pues no son las imágenes de Dios. La palabra de Dios vino en su propia persona, pues era sólo Él, la imagen del Padre, el que podía re-crear al hombre hecho a su imagen.

Sin embargo, para recrear esta imagen, primero tenía que destruir la muerte y la corrupción. Por consiguiente, asumió un cuerpo humano, para que, en él, la muerte pudiese ser destruida una vez por todas, y los hombres pudiesen ser renovados según su imagen.

Atanasio, On the Incarnation [13]

Cuando Dios creó a Adán, le puso en la tierra, y le dio señorío sobre ella. La tierra es básica para el señorío; por consiguiente, la salvación involucra una restauración de la tierra y la propiedad. Al anunciar su pacto a Abraham, la primera frase que Dios pronunció fue una promesa de tierra (Gen. 12:1) y cumplió esa promesa completamente al salvar a Israel (Josué 21:43-45). Por eso, las leyes bíblicas están llenas de referencias a la propiedad, las leyes, y la economía; y es por eso por lo que la Reforma hizo tanto énfasis en este mundo, así como en el venidero. El hombre no es salvado librándolo de su entorno. La salvación no nos rescata del mundo material, sino del pecado, y de los efectos de la maldición. El ideal bíblico es que cada hombre tenga propiedad - un lugar donde puede tener señorío y gobierno bajo Dios.

Las bendiciones del mundo occidental han ocurrido a causa del cristianismo y la libertad resultante que los hombres han tenido en el uso y el desarrollo de la propiedad y el cumplimiento de sus llamados bajo el mandato de señorío de Dios. El capitalismo - el mercado libre - es producto de las leyes bíblicas, en las cuales se le asigna una alta prioridad a la propiedad privada, y condenan toda clase de robos (incluyendo el robo por parte del estado).

Para los incrédulos economistas, profesores, y funcionarios, es un misterio por qué el capitalismo no puede ser exportado. Considerando la obvia y probada superioridad del mercado libre en lo relativo a elevar el nivel de vida de todas las clases sociales, ¿por qué las naciones paganas no implementan el capitalismo en sus estructuras sociales? La razón es ésta: La libertad no puede ser exportada a una nación que no tiene mercado para el evangelio. Las bendiciones del huerto no pueden obtenerse aparte de Jesucristo. La regla de oro, que resume la ley y los profetas (Mat. 7:12) es el inescapable fundamento ético del mercado libre; y esta ética es imposible aparte de la obra del Espíritu Santo, que nos posibilita cumplir los justos requisitos de la ley de Dios (Rom. 8:4).

Todas las culturas paganas han sido estatistas y tiránicas, porque un pueblo que rechaza a Dios se someterá y someterá sus propiedades a un dictador (1 Sam. 8:7-20). Los hombres impíos quieren las bendiciones del huerto, pero tratan de poseerlas por medios ilícitos, como hizo Acab con la viña de Nabot (1 Reyes 21:1-16), y el resultado es, como siempre, destrucción (1 Reyes 21:17-24). La posesión legítima y libre de la tierra es el resultado de la salvación: Dios llevó a su pueblo a una tierra, y la dividió entre ellos como herencia (Núm. 26:52-56); y, como había hecho en Edén, Dios reguló la tierra (Lev. 25:4) y los árboles (Lev. 19:23-25); Deut. 20:19-20).

Como hemos visto, cuando Dios expulsó a Adán y a Eva de su tierra, el mundo comenzó a convertirse en un desierto (Gen. 3:17-19). Desde este punto, la Biblia comienza a desarrollar un tema de la tierra vs. el desierto, en el cual el pueblo de Dios, obediente y redimido, se ve heredando una tierra que es segura y abundante, mientras que los desobedientes son maldecidos al ser expulsados hacia un desierto. Cuando Caín fue juzgado por Dios, se lamentó: "He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra" (Gen. 4:14). Y tenía razón, como lo registra la Escritura: "Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén" (Gen. 4:16). Nod significa errante: Caín fue el primer nómada, que vagaba sin hogar ni destino.

De manera similar, cuando el mundo entero se volvió impío, Dios dijo: "Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado" (Gen. 6:7), y así lo hizo, por medio del diluvio - dejando vivos solamente a Noé y a su familia en el arca (que Dios hizo reposar, dicho sea de paso, sobre una montaña; Gen. 8:4). Los impíos fueron echados de la tierra, y el pueblo del pacto la repobló.

Nuevamente, los impíos trataron de construir su propio "huerto", la torre de Babel. Trataban de hacerse un nombre - definirse en términos de sus propios modelos de rebeldía - y evitar ser esparcidos de la tierra (Gen. 11:4). Pero el hombre no puede construir el huerto bajo sus propias condiciones. Dios es el Definidor, y Él es el único que nos puede dar seguridad. El intento mismo del pueblo de Babel para evitar su destrucción en realidad la precipitó. Dios confundió sus lenguas - ¡no les sirvieron para "nombrar" nada! - y los esparció de la tierra (Gen. 11:8-9).

En marcado contraste, el siguiente capítulo registra el pacto de Dios con Abram, en el cual Dios promete llevar a Abram a una tierra, y engrandecer su nombre (Gen. 12:1-2). Como garantía adicional y recordatorio de su pacto, Dios hasta cambió el nombre de Abram por el de Abraham, en términos de llamamiento predestinado. Dios es nuestro Definidor; sólo Él nos da nuestro nombre, y "llama las cosas que no son, como si lo fuesen" (Rom. 4:17). Por esto, al ser bautizados en el nombre de Dios (Mat. 28:19), somos redefinidos como el pueblo viviente de Dios, libres en Cristo desde nuestra muerte en Adán (Rom. 5:12-6:23). La circuncisión desempeñaba la misma función en el Antiguo Testamento, que es la razón de que los niños recibían oficialmente su nombre cuando eran circuncidados (consultar Lucas 2:21). En la salvación, Dios nos trae de vuelta al Edén y nos da un nuevo nombre (Apoc. 2:17; consultar Isa. 65:13-25).

Cuando el pueblo de Dios se volvió desobediente cuando estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida, Dios le castigó haciendo que vagase por el desierto hasta que la generación entera de los desobedientes desapareciera (Núm. 14:26-35). Luego, Dios se volvió y salvó a su pueblo de la "rugiente soledad del yermo" (Deut. 32:10), y les llevó a una tierra de la cual fluía leche y miel (otro sutil recordatorio del Edén, dicho sea de paso: la leche es una forma más nutritiva del agua, y la miel procede de los árboles). El pueblo obediente de Dios nunca ha sido nómada. Al contrario, es notable por su estabilidad, y tiene señorío. Es verdad que la Biblia nos llama peregrinos (Heb. 11:13; 1 Ped. 2:11), pero de eso se trata precisamente: somos peregrinos, no vagabundos. Un peregrino tiene un hogar, un destino. En la redención, Dios nos salva de ser errabundos, y nos recoge en una tierra (Sal. 107:1-9). Un pueblo disperso y sin hogar no puede tener señorío. Cuando los puritanos abandonaron Inglaterra, no vagaron por la tierra; Dios les llevó a una tierra y les convirtió en gobernantes y, aunque el fundamento que construyeron se ha erosionado en gran manera, todavía está con nosotros en gran medida después de 300 años. (¿Qué dirá la gente 300 años después de ahora de los logros del evangelismo actual, superficial y en retirada?).

La gente se vuelve nómada a causa de la desobediencia (Deut. 28:65). Al funcionar la maldición en la historia, al apostatar la civilización, el nomadismo se extiende, y el desierto aumenta. Y, al extenderse la maldición, el agua se seca. Desde la caída, la tierra ya no es regada principalmente por manantiales. En vez de esto, Dios nos envía lluvia (la lluvia es mucho más fácil de abrir y cerrar en un instante que los manantiales y los ríos). La retención de agua - lo que convierte la tierra en un desierto reseco - está relacionada muy estrechamente con la maldición (Deut. 29:22-28). La maldición se describe también en términos de que el pueblo desobediente es desarraigado de la tierra (Deut. 29:28), en contraste con el hecho de que Dios establece a su pueblo en la tierra (Ex. 15:17). Dios destruye las raíces de una tierra y un pueblo cortando el suministro de agua: la sequía es considerada en la Escritura como un instrumento principal (y efectivo) para el castigo nacional. Cuando Dios cierra el suministro de agua, convierte la tierra en algo completamente opuesto al Edén.

La historia de Sodoma y Gomorra es una especie de historia encapsulada del mundo en este sentido. Descrita una vez como el huerto de Edén en su belleza y abundancia (Gen. 13.10), se convirtió, por medio del juicio de Dios, en "un yermo abrasado, de azufre y sal, donde nada se plantaba, nada brotaba, y no crecía ninguna vegetación" (Deut. 29:23). Sodoma y Gomorra estaban situadas en el área que ahora se conoce como el Mar Muerto - y se le llama muerto por una muy buena razón: nada puede vivir allí. Los depósitos químicos (sal, potasa, magnesio, y otros) constituyen el 25 por ciento del agua como resultado del juicio de Dios sobre la tierra. Excepto donde el agua fluye hacia ella (y unos pocos manantiales aislados en el área), la tierra es completamente árida. Es ahora lo más lejano posible del Edén, y sirve como representación del mundo después de la maldición: el Edén se ha convertido en desierto.

Pero eso no es todo lo que se nos dice sobre esta área. En la visión de Ezequiel del templo restaurado (también sobre un monte, Eze. 40:2), él ve el agua de la vida fluyendo hacia el oriente desde el umbral hacia el Mar Muerto y sanando sus aguas, resultando en "una gran multitud de peces" y exhuberante vegetación (Eze. 47:8-12). No debemos mirar el mundo con ojos que sólo ven la maldición; debemos ver con los ojos de la fe, iluminados por la palabra de Dios para ver el mundo como la arena de su triunfo. La historia no termina con el desierto. A gran escala, la historia mundial será la de Sodoma: primero un huerto, hermoso y fructífero; luego corrompido hasta convertirse en un yermo de muerte por medio del pecado; finalmente, restaurado a su primitiva abundancia edénica. "Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa" (Isa. 35:1).

Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y nos las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca. Daré en el desierto cedros, acacias, arrayanes y olivos; pondré en la soledad cipreses, pinos y bojes juntamente, para que van y conozcan, y adviertan y entiendan todos, que la mano de Jehová hace esto, y que el santo de Israel lo creó (Isa. 41:17-20).

Esta, pues, es la dirección de la historia, en lo que puede llamarse el "primer rapto" - Dios desarraiga gradualmente de la tierra a los incrédulos y a las culturas incrédulas, y lleva a su pueblo a la plena herencia de la tierra.

Por supuesto, no estoy negando la enseñanza bíblica de que el pueblo de Dios algún día se encontrará con el Señor en el aire a su regreso (1 Tes. 4:17); pero la moderna doctrina del rapto es demasiado a menudo una doctrina de huida del mundo, en la que a los cristianos se les enseña a anhelar escapar del mundo y sus problemas, más bien que a anhelar lo que la palabra de Dios nos promete: Señorío. Cuán común es oir decir a los cristianos cuando se enfrentan a un problema: "¡Espero que el rapto venga pronto!" en vez de "¡Pongámonos a trabajar en la solución ahora mismo!". Aun peor es la respuesta que es también demasiado común: "¿A quién le importa? No tenemos que hacer nada, porque, de todos modos, el rapto viene pronto!" La peor de todas es la actitud de algunos de que todo trabajo para hacer de éste un mundo mejor es absolutamente erróneo porque "mejorar la situación demorará la Segunda Venida!". Gran parte de la moderna doctrina del rapto debería ser reconocida por lo que es en realidad: un peligroso error que está enseñando al pueblo de Dios a esperar la derrota en vez de la victoria.

Y ciertamente, un punto de vista evangélico mundial es que "la tierra es y su plenitud son del diablo" - que el mundo pertenece a Satanás, y que los cristianos sólo pueden esperar la derrota hasta que regrese el Señor. Y esa es exactamente la mentira que Satanás quiere que los cristianos crean. Si el pueblo de Dios cree que el diablo está ganando, su trabajo es mucho más fácil. ¿Qué haría si los cristianos dejaran de retroceder y comenzaran a avanzar contra él? Santiago 4:7 nos dice lo que el diablo haría: ¡huiría de nosotros! Así que, ¿por qué no está el diablo huyendo de nosotros en esta época? ¿Por qué están los cristianos a merced de Satanás y sus siervos? ¿Por qué no están los cristianos conquistando reinos con el evangelio, como lo hicieron en tiempos pasados? ¡Porque los cristianos no están resistiendo al diablo! ¡Peor aún, sus pastores y sus líderes les están diciendo que no resistan, sino que retrocedan! Los líderes cristianos han puesto a Santiago 4:17 al revés, y en realidad están ayudando y confortando al enemigo porque, de hecho, le están diciendo al diablo: "¡Resiste a la iglesia, y huiremos de tí!". Y Satanás les está tomando la palabra. Así que, cuando los cristianos ven que están perdiendo terreno en todos los frentes, lo consideran una "prueba" de que Dios no ha prometido dar señorío a su pueblo. Pero lo único que esto prueba es que Santiago 4:7 es verdad, después de todo, incluyendo el "reverso de la moneda", es decir, que si usted no resiste al diablo, no huirá de usted.

Lo que tenemos que recordar es que Dios no "rapta" a los cristianos para escapen al conflicto - ¡sino que "rapta" a los no cristianos! De hecho, el Señor Jesús oró para que no fuésemos "raptados": "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Juan 17:15). Y este es el constante mensaje de la Escritura. El pueblo de Dios heredará todas las cosas, y los impíos serán desheredados y expulsados de la tierra. "Porque los rectos habitarán la tierra, y los perfectos habitarán en ella; pero los impíos serán cortados de la tierra y los prevaricados serán de ella desarraigados" (Prov. 2:21-22). "El justo no será removido jamás; pero los impíos no habitarán la tierra" (Prov. 10:30). Dios describía la tierra de Canaán diciendo que había sido "contaminada" por los abominables pecados de su población pagana,y que la tierra misma "vomitó a sus habitantes"; y advirtió a su pueblo que no imitara aquellas abominaciones paganas, "para que la tierra no les vomite a ustedes también" (Lev. 18:24-28; 20:22). Usando el mismo lenguaje edénico, el Señor advierte a la iglesia de Laodicea contra el pecado, y la amenaza: "Te vomitaré de mi boca" (Apoc. 3:16). En la parábola del trigo (los piadosos) y la cizaña (los impíos) - y observe las imágenes edénicas hasta en la manera en que selecciona las ilustraciones - Cristo declara que recogerá primero la cizaña para ser destruida; el trigo es "raptado" más tarde (Mat. 13:30).

"La riqueza del pecador está guardada para el justo" (Prov. 13:22). Este es el modelo básico de la historia al salvar Dios a su pueblo y darle señorío. Esto es lo que Dios hizo con Israel: Al salvarle, les llevó a tierras ya colonizadas, y heredaron ciudades que ya habían sido construidas (Sal. 105:43-45). En cierto sentido, Dios sí bendice a los paganos - sólo para que puedan trabajar por su propia condenación, mientras construye una herencia para los piadosos (consultar Gen. 15:16; Ex. 4:21: Josué 11:19-20). Entonces Dios los hace trizas y da a su pueblo el fruto del trabajo de ellos. Por eso no es necesario que nos preocupemos por lo que hacen lo malo, porque nosotros heredaremos la tierra (Sal. 37). La palabra hebrea para salvación es yasha, que significa traer a un espacio grande, amplio y abierto - y en la salvación, Dios hace justamente eso: Nos da el mundo, y lo convierte en el huerto de Edén.