Esther Cuesta (Avilés, 1964) sigue recorriendo con la tinta, sobre los
papeles de seda encolados, las ciudades y paisajes imaginarios, mundos mágicos,
de apariencia ingenua y gran atractivo. La artista se interna en lo fragmentario, en los trozos de papeles rotos
y superpuestos con los que logra una piel pictórica accidentada, de diferentes
texturas. La serie combina las tintas con veladuras y transparencias de las que
emerge un paisaje geométrico. Y como ya se ha subrayado en anteriores
ocasiones, hay un equilibrado lirismo que apuesta por un lenguaje figurativo
entrecomillado por la abstracción, con las manchas de color extendiéndose por
el cuadro, dominando, en ocasiones, el espacio y dejando las ciudades diluidas
ante esta demostración de expresividad. En algunas obras en los amplios campos
de color flotan burbujas que esconden en su interior misteriosos paisajes, en
otras el movimiento forma parte de la composición, imprimiendo viveza. En estos
trabajos se altera la perspectiva y los edificios se vuelcan sobre el
espectador amenazantes o se esconden tras la mancha, como si realmente cobrarán
vida y formaran parte de un espectáculo animado. Son imágenes que se encuentran
en nuestra memoria, que igual se localizan en nuestra infancia que se
multiplican en los cuentos y películas que forman parte de nuestro imaginario.
En esta geografía de la fantasía el territorio es un lugar próximo y distante,
circular y hermético, obsesivo y profundo, en el que hallamos muy diversos
elementos -el bosque, las casas, las nubes- que configuran un lugar común,
compartido. Jaime Luis Martín |