ALIX DE HESSE, La última zarina de Rusia

Inauguro el nuevo año con mi homenaje a una mujer legendaria, la zarina Alejandra de Rusia, y a petición de una de mis lectoras, Andrómeda. Nieta de la reina Victoria de Inglaterra y esposa del zar Nicolás II, su vida discurrió entre el magnífico esplendor de un Imperio y su trágico final junto a toda su familia, que significó el fin de la dinastía Romanov y el ocaso de la era de los Zares. A pesar de que los restos de la familia imperial rusa fueron sepultados en la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo en 1998 y que análisis de ADN confirmaron su autenticidad, todavía hay voces que claman que la zarina y sus hijas no murieron en la masacre.

SUS PRIMEROS AÑOS

La última zarina de Rusia nació en Darmstadt, capital del pequeño Gran Ducado de Hesse, el 6 de junio de 1872. Era la sexta de los siete hijos del Gran duque Luis IV de Hesse-Darmstadt y de la princesa Alicia de Gran Bretaña. La pequeña fue bautizada con el nombre de todas las hijas de su abuela la reina Victoria: Alix Victoria Elena Luisa Beatriz. En familia siempre se la llamará Alicky o Sunny. Su infancia transcurrió en distintas propiedades de la familia, una sucesión de palacios, castillos y pabellones de caza que se extendían a lo largo de la campiña de Hesse, a orillas del Rhin. Ella y sus hermanos fueron educados en la sencillez, el amor al trabajo y la familia, el respeto a los valores y una estricta moralidad.

Princesa Alicia

La relación de sus padres estuvo marcada, desde el principio, por las desavenencias. La princesa Alicia añoraba su Inglaterra natal y nunca se sintió del todo cómoda en Darmstadt. Cayó en una profunda depresión a causa de la inesperada muerte de su hijoFederico, de apenas tres años, tras caer accidentalmente al vacío desde un balcón del palacio en presencia de su madre, que nada pudo hacer por evitarlo. El niño padecía hemofilia y, a pesar de haber recuperado el conocimiento, no fue posible parar la hemorragia interna.

En 1877, el padre de Alix se convirtió en Gran duque de Hesse, lo que no afectó a la rutina de los niños, pero sí a su esposa, que pasó a ser primera dama y se vio obligada a realizar funciones de representación del pequeño ducado. A medida que sus obligaciones iban en aumento, su delicada salud y tendencia a la melancolía empeoraron.

La princesa Alicia y sus hijos

Alix con sus hermanas Victoria, Isabel e Irene

TRAGEDIA FAMILIAR

En noviembre de 1878, la familia sufrió una terrible tragedia a causa de un virulento brote de difteria. Alix y cuatro de sus hermanos cayeron enfermos de gravedad. La princesa Alicia atendió personalmente día y noche a sus hijos, pero nada pudo hacer por salvar a la pequeña María. Débil y agotada, ella también se contagió y no consiguió superar la enfermedad, falleciendo dos semanas más tarde a la edad de treinta y cinco años.

La muerte de su hermana menor y compañera de juegos y, poco tiempo después, la de su madre destrozó a Alix. La pequeña de seis años no acudió al funeral y vio desde las ventanas del antiguo palacio ducal la solemne procesión que acompañaba el féretro de su madre hasta el mausoleo familiar. Esta tragedia marcaría su carácter y su semblante risueño se volvería triste y taciturno. Alix heredaría, además, el temperamento melancólico y la tendencia a la depresión de su madre. A partir de este momento, la reina Victoria en persona se encargaría de la educación de su nieta preferida y exigiría a los tutores respectivos que le enviaran informes mensuales.

Tras esta tragedia, las rutinas de su infancia fueron las mismas: los inviernos, en Darmstadt, y los veranos, con su abuela y sus primos. Fue una infancia solitaria, pues sus hermanos mayores ya iban a la escuela y había una gran diferencia de edad. Lo mismo sucedió en su adolescencia, en la que no pudo tener amigos de su edad. Su hermana Victoria se casaría con su primo Luis de Battenberg en abril de 1884. Y poco tiempo después la mayor, Isabel, anunciaba su compromiso con el Gran Duque Sergio, hermano menor del zar Alejandro III de Rusia.

ALIX CONOCE AL ZAREVICH

Alix tenía doce años cuando viajó por primera vez a San Petersburgo para asistir al enlace de su hermana Isabel. En la boda conoce al zarévich Nicolás, de dieciséis, y primo en segundo grado. Al parecer, el joven se quedó literalmente prendado de Alix, quien, más adelante reconocería que sintió el mismo interés por él. Tendrían que pasar cinco años para que Nicolás le declarara abiertamente su amor y le pidiera en matrimonio a pesar de los muchos obstáculos que tendría que sortear.

En la primavera de 1889 el zarévich ofrece un baile en el palacio de Tsarkoye Selo en honor a Alix, que se encuentra visitando a su hermana Isabel, y baila con ella toda la noche. La joven incluso asiste a los oficios de la Pascua ortodoxa con la familia imperial. Cuando regresa a Darmstadt, al haberse ya casado sus hermanas mayores, debe aceptar el papel de primera dama en la corte de su padre y hacer de anfitriona. Sabe hacerlo, su abuela la ha preparado para ello, pero de todos modos, no es algo que le agrade, porque es tímida por naturaleza y no le gusta la gente. Se siente molesta en los salones de fiesta, prefiere la tranquilidad al lado de la familia.

Luis IV de Hesse

EL FALLECIMIENTO DEL PADRE

La vida la golpea de nuevo cuando su padre fallece repentinamente en marzo de 1892, a la edad de cincuenta y dos años. La muerte de su padre le afectaría tanto que durante años no pudo mencionar su nombre ni hablar de él. De nuevo se sentía sola en el mundo y sólo encontraría consuelo refugiándose en la religión. Su hermano mayor Ernesto,ahora Gran Duque de Hesse, haría las veces de padre, cuidando de ella como cuando eran pequeños. Su abuela, preocupada por su salud, hace que pase en Inglaterra el resto del año.

EL AMOR RUSO

Al poco tiempo de su estancia en Inglaterra, es Alix quien consuela a su abuela por la muerte de su primo Alberto Víctor, duque de Clarence y Avondale. La reina Victoria había alentado durante un tiempo una posible relación entre Alix y su primo, pero ella nunca le amó. La reina no dudaba en recomendarle pretendientes a su nieta, que estaba en edad de casarse, pero siempre se negaba ante cualquier propuesta. Al igual que la mayoría de los hijos y nietos de Victoria, decidió que solamente se casaría por amor. En el fondo estaba enamorada de Nicolás de Rusia, pero nadie lo sabía.

Por su parte, el zarévich Nicolás sólo pensaba en ella, y cuando sus padres le urgieron a que contrajera matrimonio, él declaró que nada más que se casaría con Alix de Hesse. No la veía desde 1889 y únicamente se intercambiaban cartas y presentes, pero la distancia no había menguado el amor que sentía hacia ella.

A los dieciocho años, Alix era una mujer alta, de brillantes ojos grises, larga melena de cabello dorado cobrizo y algo torpe de movimientos debido a una ciática que contrajo muy joven. Y bastante atractiva, aunque de una belleza fría y carácter reservado. Su tristeza y gran timidez siempre le harían parecer altiva y descortés.

NICOLÁS ROMANOV

Nicolás era hijo del zar Alejandro III de Rusia y de la zarina María Feodorovna, nacida princesa Dagmar de Dinamarca. Tenía tres hermanos menores, Alejandro, Jorge yMiguel, y dos hermanas menores, Xenia y Olga. Nicolás y sus hermanos tuvieron una educación estricta: dormían en duras camas plegables y sus habitaciones apenas tenían muebles, salvo un icono religioso de la virgen con el niño rodeado de perlas y otras gemas. El zarévich fue educado por tutores que le enseñaron idiomas, geografía, danza y otras materias.

Era un joven esbelto, de cara cuadrada y ojos grises, afable, tranquilo, cariñoso y tímido. Bailaba de forma elegante, era un buen tirador, cabalgaba y practicaba deporte. Hablaba francés, alemán y su inglés era tan bueno que incluso podría engañar a un profesor de la Universidad de Oxford, haciéndose pasar por un inglés. Sus días transcurrían placenteramente entre la ópera, los bailes y los viajes, ya que como su padre era aun joven, nadie se había ocupado de prepararlo para el día en que heredara el trono. Tenía un buen adiestramiento militar, pero se encontraba muy alejado de la función gubernativa y el propio zar lo consideraba con poco carácter.

DIFÍCIL COMPROMISO

El zarévich Nicolás deseaba casarse con la bella Alix lo antes posible, pero a la reina Victoria no le gustaba este enlace: odiaba a los Romanov y los consideraba moralmente corruptos, falsos y arrogantes. El recuerdo de la terrible guerra de Crimea tampoco servía para apaciguar la fobia que Victoria sentía por Rusia. Pero lo que más le molestaba es que su querida nieta tuviera que renunciar a su fe luterana y ser bautizada por la Iglesia ortodoxa. Los padres de Nicolás tampoco veían con buenos ojos la boda de su hijo con una princesa alemana, pretendían que se casara con la princesa Helena de Orleáns, hija del conde de París, lo que estrecharía las relaciones entre Rusia y Francia. No obstante, los acontecimientos se precipitaron y el destino jugó a favor de la enamorada pareja.

ALIX VIAJA A RUSIA

En octubre de 1894, el zar Alejandro III, enfermo de gravedad y conocedor de que le quedaba poco tiempo de vida, acabó dando su visto bueno al enlace de su heredero. Temiendo lo peor, Nicolás le pidió a su prometida que se reuniera con él en la finca de la familia imperial ubicada en Livadia, cerca de Yalta. Hasta allí, de manera anónima, viajó Alix justo a tiempo para que el zar, casi moribundo, pudiera recibirla vestido de gala. El mismo, aunque apenas podía sostenerse en pie, se vistió con sus mejores galas y todas sus condecoraciones, para recibirla sentado en su dormitorio. Ella se arrodilló ante aquel hombre que apenas podía respirar para recibir su bendición, que será en la práctica una despedida.

Nicolás y Alejandra con su hija primogénita, la Gran Duquesa Olga.

NACEN SUS HIJAS

A los seis meses de la boda, la zarina Alejandra se quedó embarazada. El 3 de noviembre de 1895 nacía la Gran Duquesa Olga Nicolaievna en Tsarkoye Selo. El anuncio se hizo mediante ciento una salvas de cañón (trescientas si hubiera sido el heredero). Era un bebé enorme que pesó cuatro kilos y medio y que exhibió al salir del vientre de su joven madre una gran cabeza, la cual presentaba una deformidad y un problema óseo cuya existencia mantuvieron celosamente en secreto los miembros más cercanos de la familia. Para asombro de todos, la Zarina instaló la cuna en su habitación y se ocuparía en persona del cuidado de su recién nacida.

Parece que la pequeña Olga había venido al mundo oxicéfala, es decir, con el cráneo cónico. Por eso, en torno a su cuna se alternaron los mejores médicos del mundo. Después de muchos meses de curas eléctricas, y especialmente después de una intervención quirúrgica, se convirtió en una niña del todo normal y muy bella. A Olga le seguirían tres niñas más: Tatiana en 1897, María en 1899 y Anastasia en 1901. El ansiado heredero se haría esperar para decepción del pueblo e inquietud de la madre. Alejandra era una madre dedicada a sus hijas, a las que bañaba y cuidaba personalmente. Cuando eran bebés sus cunas estaban en el cuarto de sus padres y no se le ocurría a la Zarina llamar a una criada cuando lloraban por la noche, sino que ella misma las atendía.

VIDA DE LOS ZARES

Cuando no se encontraban en Tsarskoye Selo, la familia imperial pasaba el verano en Peterhof, en el Báltico, el equivalente ruso a Versalles. Allí la familia y su séquito emprendían tranquilos paseos en crucero a bordo del reluciente yate “Standart”, y a menudo desembarcaban en las islas del golfo para disfrutar de un día al aire libre. Tras estos meses estivales, los Zares se trasladaban a su retiro en la Polonia rusa, donde el zar practicaba la caza.

Otro lugar preferido por la familia imperial era el palacio de Livadia, en Crimea, construido en estilo renacentista italiano, a orillas del mar y rodeado de jardines. A Alejandra le recordaba el ambiente del castillo de Osborne. Era su refugio preferido, donde podía relajarse y descansar entre el aroma de las adelfas, las acacias y los cipreses. En sus primeros años, la Zarina viviría entregada al aprendizaje del ruso y al conocimiento de su música, además de perfeccionar el francés, que era el idioma de la Corte.

Palacio de Livadia

A principios de la década de 1900, la pareja imperial ya casi no recibía invitados importantes y se resguardaba del hostil ambiente de la Corte imperial en el palacio de Alejandro. La Zarina se deleitaba con la decoración de su nuevo hogar, donde les habían sido asignadas doscientas habitaciones palatinas. A diferencia de muchas parejas reales, Nicolás II y Alejandra compartían el mismo lecho, de modo que sólo tenían una alcoba. Muy cerca se encontraba la estancia preferida de la Zarina, conocida como la sala o tocador malva, que debía su nombre a la costosa seda en este color que cubría las paredes, el tafetán e incluso los jarrones de lilas perfumadas y otras flores que adornaban cada rincón de la habitación. Todo era malva.

La pareja imperial se mantenía así aislada de la política y las intrigas de la Corte. Preferían la vida hogareña, y en ella se refugiaba el zar Nicolás, huyendo de la toma de decisiones importantes para la nación. Ambos pagarían un alto precio por este absoluto aislamiento en el que vivían. Aunque, en un principio, Alejandra se mantendría al margen de la política, poco a poco, y viendo la debilidad de su esposo a la hora de tomar decisiones, influiría cada día más en él. No sólo le daría consejos, en ocasiones muy desacertados, sino que le retocaría sus discursos. En aquellos inicios del siglo XX, Rusia estaba muy retrasada respecto al resto de Europa y las diferencias sociales eran abismales. Alejandra viviría totalmente de espaldas a la cruda realidad del campesinado ruso, al que ella veía de manera idílica.

A partir de 1900, Nicolás y Alejandra retomaron la costumbre de pasar la Pascua –la fiesta más relevante en la tradición ortodoxa rusa- en Moscú para conocer mejor la antigua capital y a sus habitantes. En estas fechas era frecuente que las familias se reunieran y se regalasen huevos decorados, símbolo de la nueva vida y la esperanza. Nicolás, siguiendo una tradición que inició su padre, encargaba cada año al conocido joyero ruso Fabergé unos huevos de Pascua realizados en oro, plata y platino con incrustaciones de zafiros, diamantes, rubíes y esmeraldas y los más refinados esmaltes. En su interior guardaban una pequeña sorpresa. Nadie, ni siquiera el propio zar, conocía el diseño del huevo que cada año regalaba a su madre y a su esposa.

Alejandra nunca olvidaría el huevo que Nicolás le regaló la primera Pascua tras su coronación. Estaba confeccionado en esmalte de oro, sobre el que se habían engarzado diamantes para dibujar el escudo del águila imperial. El huevo se abría y mostraba en su interior una réplica de oro en miniatura del carruaje en el que Alejandra hizo su entrada en Moscú. Hoy esta obra de arte es la más cara de la colección Forbes.

EL DOMINGO SANGRIENTO

En 1901 fallecía la reina Victoria en brazos de su nieto el Káiser Guillermo II. Alejandra no pudo viajar hasta el castillo de Osborne para estar a su lado, ni asistir a los funerales porque se encontraba delicada de salud debido al embarazo de su hija Anastasia. Para la Zarina fue un duro golpe, su abuela había sido su verdadera madre y su más eficaz consejera.

Mientras la pareja imperial vivía aislada en el palacio de Alejandro, el pueblo ruso se mostraba cada vez más combativo por sus precarias condiciones de vida. En la capital se sucedían los motines, las huelgas y las manifestaciones. La falta de derechos políticos y la pobreza que tenían que soportar los campesinos se hizo insostenible. En enero de 1905, miles de trabajadores se manifestaron frente a las puertas del palacio de invierno para reclamar al Zar mejores condiciones laborables. Era una marcha pacífica organizada por un sacerdote, el padre Gapón, pero acabó en un baño de sangre.

El Zar no se encontraba en palacio, pero su tío Vladimir ordenó abrir fuego contra la multitud. Murieron más de mil manifestantes y hubo miles de heridos, la mayoría mujeres y niños. Estos trágicos disturbios, conocidos como el Domingo Sangriento, unidos a la aplastante derrota que sufrió Rusia en la guerra contra Japón, menoscabaron el prestigio del Zar y su Gobierno. En Octubre de 1905, Nicolás II trató de apaciguar a los manifestantes aprobando la creación del Parlamento ruso, la Duma, pero la opinión del pueblo ya se había vuelto en su contra.

LA GUERRA RUSO - JAPONESA

Durante los largos meses de la guerra ruso-japonesa, no sólo las fiestas y las danzas, sino también todas las recepciones habían sido suprimidas en palacio. Alejandra había transformado Tsarkoye Selo en un inmenso taller, donde se confeccionaban indumentarias de todo tipo para los soldados que combatían en el frente llamando a colaborar en ello a la recalcitrante aristocracia, más deseosa de despreocupadas diversiones que de sacrificios. Incluso la pequeña Olga de diez años cosía de la mañana a la noche.

Cuando Nicolás fue informado de la derrota de Rusia, consciente de la gravedad de la situación política y militar, reunió en sesión plenaria a sus generales y a sus colaboradores. Acabada la reunión del Estado mayor, el Zar se retiró a las habitaciones de su esposa para anunciarle la terrible catástrofe y la gravedad del momento. Mientras hablaba estalló en un largo llanto, que ni siquiera las firmes y apasionadas palabras de Alejandra consiguieron frenar. Fue en aquellos meses tristísimos, durante la guerra, cuando vino al mundo el zarévich, el trono de los Romanov tenía por fin un heredero.

NACE EL HEREDERO

El 12 de agosto de 1904, y después de diez años de matrimonio, la zarina Alejandra dio a luz el tan ansiado heredero varón, al que bautizaron con el nombre de Alexei. El acontecimiento fue celebrado con centenares de cañonazos en todo el imperio. Fue un hermoso bebé de cuatro kilos que colmó de dicha al matrimonio. Pero cuando tiene poco más de un mes sufre su primera hemorragia a causa de una pequeña herida umbilical, y cuando comienza a gatear, cada mínimo golpe representa un cardenal que tarda semanas en curar y le causa enormes dolores. La confirmación de que su adorado hijo era hemofílico fue un golpe devastador para Alejandra. Siempre se sentiría culpable por haberle transmitido esta terrible enfermedad genética. El continuo sufrimiento y temor por la vida del heredero de la dinastía Romanov acabaría por minar su salud y convertirla en una mujer muy vulnerable.

A sus problemas de salud se sumó la tristeza por el asesinato en Moscú de su cuñado el Gran duque Sergio a manos de un revolucionario. Su viuda, Isabel Feodorovna, tras conocer la noticia, renunció a la vida mundana, se hizo monja y fundó en Moscú una orden religiosa dedicada a atender a los niños abandonados y a los ancianos.

Después del fin de la guerra con Japón, el palacio de Tsarkoye Selo continuó permaneciendo silencioso. Por voluntad del Zar, las salas de palacio continuaron herméticamente cerradas a fiestas y a recepciones. Tsarkoye Selo se parecía más a un monasterio que a un palacio. La nobleza no estaba nada contenta con la poca vida social que hacían los Zares y todas las antipatías se centraron en Alejandra, a quien hacían responsable del aislamiento del Zar. La aristocracia y los parientes de Nicolás le acusaron de haberse alejado de la vida del pueblo por culpa sobre todo de la influencia de su esposa.

LA ENFERMEDAD DE ALEXEI

El pequeño zarévich se convirtió en el centro de la familia. Cualquier golpe le significaba un martirio. Ni siquiera se le podía inyectar morfina para disminuirle el dolor y el pequeño se debatía entre desmayo y desmayo durante horas. Después debía pasar semanas en cama y utilizar aparatos ortopédicos para enderezar los miembros heridos. Hasta que otro nuevo golpe le provocara nuevamente el sufrimiento. Cuando sufría una de sus crisis, Alejandra no se movía de su lado ni de día ni de noche, y en todo el palacio el ambiente era lúgubre. Nicolás, que amaba sobre todas las cosas a su hijo, no podía soportar esas horas interminables de quejidos y se paseaba desesperado por el parque.

Al pueblo ruso siempre se le ocultó la grave enfermedad del zarévich, que en muy pocas ocasiones aparecía en público. Con el fin de evitar que se lastimara gravemente, se le asignaron dos marineros fornidos de la flota imperial que le mantenían constantemente vigilado. Los médicos nada podían hacer por devolver la salud del heredero y Alejandra se refugió en la oración. Pensaba que el milagro de la curación de su hijo llegaría de manos de algún santón, de los muchos que habitaban en Rusia.

RASPUTIN

Los llamados “staretz” eran una especie de monjes que solían vagar por el campo en peregrinaciones religiosas. Estos hombres que atraían a una gran cantidad de seguidores, renunciaban a los bienes terrenales y consagraban su vida a ser los guías espirituales de hombres poderosos, a los cuales ayudaban a acercarse a Dios. No es de extrañar, pues, que la zarina Alejandra, de temperamento religioso y místico, mostrara interés por un supuesto “staretz” llamado Gregori Rasputín, que le fue presentado por su dama de compañía y gran amiga Anna Vyrubova. Este hombre de gran estatura, aspecto tosco y mirada hipnótica, había nacido en un pueblo de la remota Siberia. Llevaba una vida licenciosa y oscura, y sostenía que había que experimentar todos los pecados para después purificarse. La tragedia para Nicolás y Alejandra era que Rasputín, a diferencia de los auténticos y muy venerados “staretz”, resultaría ser un farsante.

Aunque Nicolás y Alejandra conocían el escandaloso pasado de Rasputín y su fama de libertino, lo aceptaron porque les parecía un pecador arrepentido, cuyos poderes de sanación podían ser muy beneficiosos para su hijo. Rasputín aparecía en la Corte especialmente durante las crisis hemorrágicas del zarévich Alexei. A sus largas prácticas religiosas asistían a menudo también la Zarina y el Zar. Mientras rezaba, hacía correr sus manos huesudas por los puntos dolorosos del cuerpo del joven zarévich; y esto, al menos en apariencia, disminuía poco a poco el sufrimiento hasta hacerlo desaparecer. No se sabe si Rasputín actuaba a través de un influjo magnético o usaba remedios populares, pero es cierto que Alexei obtenía de aquellas curas y del contacto con aquellas manos “santas” un alivio inmediato, hasta la superación de las crisis y la recuperación de una aparente salud.

EL INFLUYENTE SANTÓN

Rasputín, aunque nunca tuvo un cargo oficial en la Corte y no recibió ningún salario, supo aprovecharse de su privilegiada posición y la confianza que le tenía la pareja imperial. Amparándose en ser un hombre con poderes de curación que podría ayudar al zarévich a superar su enfermedad, Rasputín se convirtió en el confidente de Alejandra, llegando a ejercer una verdadera influencia política en la Corte imperial, lo que le granjeó muchos enemigos.

Rasputín vivía a cuerpo de rey en un piso de lujo, donde recibía a mujeres de todas las clases y condiciones sociales. El santón contaba con una reputación de juerguista y mujeriego. Tratándose de un hombre tan poderoso, se criticaba y se comentaba abiertamente su vida licenciosa en la Corte. Aunque eran muchos los detractores del santón y curandero, nada ni nadie podrían hacer cambiar de opinión a la muy devota Alejandra. Tenía la certeza de que Dios había enviado a ese hombre para salvar la vida de su hijo.

Su suegra María Feodorovna llegaría a reconocer: “ Mi pobre nuera no se da cuenta de que está arruinando la dinastía y a ella misma. Cree sinceramente en la santidad de ese aventurero, y nosotros no podemos hacer nada para evitar la desgracia que, sin duda, llegará”. Hasta la propia hermana de la Zarina, Isabel Feodorovna, viajó desde el monasterio de Moscú donde vivía recluida como una monja para pedirle que mandara a Rasputín de regreso a Siberia. Le advirtió sobre los preocupantes rumores que corrían fuera de la Corte, se decía que era tal el poder del santón que influía sobre las decisiones políticas del Zar y su Gobierno. Alejandra se negó a escuchar las palabras de su hermana y le pidió que no se inmiscuyera en sus asuntos personales.

LOS RUMORES

Alejandra se había convertido en una mujer poco querida por el pueblo ruso, y su mala fama se debía en gran medida a la fe obsesiva que le tenía a Rasputín, la dominante influencia que ejercía sobre el zar Nicolás II y la altanería que mostraba en público. Sus enemigos se sirvieron de Rasputín para construir un castillo de insinuaciones. El santón además de visitar la habitación del zarévich Alexei, entraba a las habitaciones de las niñas. Se murmuraba en la sociedad que Rasputín no sólo había seducido a la zarina Alejandra, sino también a las cuatro grandes duquesas.

Estos rumores aumentaron considerablemente cuando el propio Rasputín divulgó las cartas cariñosas que la zarina y sus hijas le enviaban. A estas revelaciones siguieron la circulación de unos dibujos pornográficos. Ante el escándalo, Nicolás II, que no dudaba de la fidelidad de su esposa, ordenó a Rasputín que abandonara San Petersburgo. Una orden contra la cual de nada valieron las lágrimas de la Zarina. Solamente lo disuadió una nueva y gravísima crisis del zarévich, y más aún la diagnosis alarmante de los médicos, que presagiaba lo irreparable.

LA CRISIS DEL ZARÉVICH

En 1912 una nueva tragedia daría aún más poder a este controvertido personaje llamado Rasputín. En otoño de aquel año, la familia imperial se encontraba en Spala, el pabellón de caza situado en Polonia, un lugar tranquilo rodeado de bosques. La tranquilidad familiar se vio truncada por un accidente que sufrió Alexei. El zarévich, saltando al suelo desde una barca, después de una excursión por el lago, se había golpeado la rodilla contra una gran piedra. Primero, a pesar de la pérdida de sangre, la pequeña herida no presentó ninguna gravedad; pero luego la rodilla comenzó a hincharse, la hinchazón pasó a la pierna y al final con la fiebre aparecieron dolores muy agudos.

La respuesta de los médicos a la consulta fue precisa y alarmante: grave intoxicación de la sangre debida a la hemofilia. Alejandra estaba desesperada, pero permanecía constantemente al lado de su hijo. En cambio Nicolás no podía acercarse al niño porque no soportaba verle sufrir. Los médicos temieron seriamente por su vida. Cuando ya todo parecía perdido y el niño sufría terribles accesos de dolor, sus gritos atravesaban las paredes, Alejandra le envió un telegrama a Rasputín para que rezara por su hijo. El santón le respondió que no sufriera “que el pequeño no moriría, porque Dios había escuchado sus plegarias”. Casi de inmediato, Alexei comenzó a recuperarse, ante el asombro de los médicos, que no daban crédito a la notable mejoría del paciente. Tras lo ocurrido, la Zarina ya no tendría ninguna duda de que Rasputín era un campesino a quien su profunda fe había convertido en un instrumento de Dios que podía ayudar a Alexei.

LOS TRESCIENTOS AÑOS DE UNA DINASTÍA

En 1913 se cumplían los trescientos años de reinado de la dinastía Romanov en Rusia y la ocasión se celebró por todo alto. Pero en sus viajes el Zar descubriría con preocupación el poco entusiasmo que mostraba el pueblo ante una fecha para él tan señalada. El escándalo estallaría el 6 de marzo, cuando un campesino tomó asiento en los lugares reservados a los representantes de la Duma y se negó a levantarse. Cuando el presidente del Parlamento se acercó para hablar con él, se dio cuenta de que se trataba de Rasputín. Tras una violenta discusión, el presidente consiguió echarle.

Al llegar la familia imperial, y tras lo sucedido, fueron recibidos con un silencio hostil en lugar de las habituales ovaciones. Alejandra decidió suspender la cena y el baile programados en palacio para esa misma noche. En verano, el ambiente era tan tenso en San Petersburgo que el Zar adelantó las vacaciones en Livadia. La salud de su esposa empeoraba cada día más y la cercanía al mar le resultaba muy beneficiosa.

LAS GRANDES DUQUESAS

La Zarina había criado a sus hijas totalmente apartadas del pueblo ruso y pocas habían sido sus apariciones públicas. A las muchachas, que con frecuencia se vestían igual, las había criado la propia Zarina con ayuda de niñeras rusas e inglesas. Alejandra eligió mantenerlas alejadas todo lo posible de la influencia perniciosa de otros miembros del clan Romanov, por lo que vivían aisladas del mundo y muy apegadas a sus padres y a su hermano, al que adoraban. “No cabe imaginar muchachas más puras, encantadoras y altruistas”, declaró en una ocasión una amiga cercana a la familia.

Si Alejandra vigilaba con extremo cuidado y exigencia la educación de sus hijas, Nicolás, en cambio, seguía con particular interés sus estudios. Para las hijas del Zar los esplendores de la Corte se reducían a estudiar alemán, francés, inglés, historia, música, literatura, religión, y a aprender costura y dibujo.

Cuando se convirtieron en adolescentes comenzó a destacar la belleza y personalidad de cada una de ellas. Olga, la mayor y la más unida a su padre, era seria y muy responsable, y dedicaba gran parte de su tiempo a la lectura. Tatiana era la más hermosa de todas y la que más se parecía en carácter a su madre. De cabello oscuro, piel muy blanca y ojos grises, era reservada pero muy segura de sí misma. María, la tercera, era una artista en el arte del dibujo. Tenía unos ojos azules espléndidos, que sus primas admiraban. Era fuerte, enérgica y muy inteligente. La menor, Anastasia, era la más divertida y traviesa, y la que pasaba más tiempo jugando y entreteniendo al zarévich.

La familia era el orgullo y la única alegría de la zarina Alejandra. En una carta escrita en 1913, así lo destacaba: “Mis hijitos están creciendo con gran rapidez y en verdad son un consuelo para nosotros ( las mayores, muchas veces, me reemplazan en las funciones y están mucho con su padre); los cinco enternecen por la forma en que me cuidan; mi vida familiar es un rayo de sol bendito, excepto por la angustia que sufro por nuestro hijo”.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austro-húngaro, y su esposa murieron asesinados a tiros en Sarajevo. El inicio de la Primera Guerra Mundial tendría consecuencias devastadoras sobre las monarquías reinantes en el continente. En solo cuatro años culminaría el destronamiento de las tres dinastías más ilustres de Europa: los Habsburgo, los Hohenzollern y los Romanov. Fue el imperio ruso el que sintió el efecto de la guerra de manera más directa e inmediata. Rusia no pudo mantenerse neutral, y como su maquinaria militar era obsoleta, las pérdidas humanas en el campo de batalla fueron terribles.

El Zar no había sido partidario de una intervención armada y deseaba que Rusia permaneciera fuera del conflicto, en contra de la opinión de muchos parientes y generales. Éstos, en la actitud del Zar no vieron más que la influencia “antirrusa” de la zarina Alejandra , “la alemana”. Debido a la guerra, Nicolás II –quien asumió en persona el puesto de comandante en jefe del ejército ruso- se vio obligado a visitar las tropas y cuarteles generales, dejando a su esposa al frente del Gobierno.

Alejandra no soportaba las ausencias de su esposo y lo asediaba a cartas llenas de ánimo y de cariño. Ella le escribía: "Sólo anhelo estrecharte con fuerza entre mis brazos y murmurar palabras de amor intenso, coraje, fuerza e interminables bendiciones..." Él le decía "...No sé como habría podido soportarlo todo si Dios no hubiera decidido que te tuviera como esposa y amiga. A veces es difícil hablar de estas cosas debido a una estúpida timidez... Adiós mi adorada y dulce Sunny". Las cartas iban siempre acompañadas con pétalos de lirios, Alejandra se mostraba en estas páginas como una adolescente enamorada.

LABOR HUMANITARIA

La increíble pérdida de hombres en el frente, la inestabilidad del Gobierno en manos de la inexperta Zarina y el hecho de que Rasputín cada vez ejercía mayor control sobre ella, sumirían a Rusia en un auténtico caos. Nicolás II fue incapaz de manejar Rusia en tan difíciles momentos y el dejar a su esposa al frente del Gobierno fue un grave error. Alemania, muy superior en armamento y destreza táctica, había conseguido aplastar al ejército ruso en el frente, donde miles de soldados fueron masacrados. Cada día que pasaba, el pueblo ruso odiaba más a los alemanes, y la zarina Alejandra no era una excepción. La acusaban de ser una espía y de intentar entregar Rusia al enemigo, su primo el Káiser Guillermo II. Por mucho que ella se defendiera diciendo que su alma era rusa y que no entendía esa nueva Alemania, la consideraban una extranjera traidora.

Sin embargo, fue en tan duros momentos cuando la Zarina demostró su compleja personalidad. Por un lado, era una mujer dominante y obstinada que creía firmemente que había que preservar el poder absoluto de la monarquía en Rusia; sin embargo, llegado el momento, era capaz de sacrificarse por el pueblo ruso y ayudar a los que más lo necesitaban. Desde el frente ruso llegaban oleadas de soldados heridos a la ciudad y hubo que improvisar hospitales en grandes edificios; entre ellos, varios palacios ubicados dentro de San Petersburgo y en sus inmediaciones. El palacio de Catalina, en Tsarskoye Selo, se convirtió en un hospital de oficiales rusos. Alejandra y sus dos hijas mayores, tras realizar un cursillo en la Cruz Roja, no dudaron en ofrecerse como enfermeras voluntarias para atender a los enfermos y moribundos.

Alejandra no se limitó a visitar y consolar a los enfermos, sino que ayudaba a los médicos incluso en la sala de operaciones. Su amiga y confidente Anna Vyrubova alabó los esfuerzos de la Zarina durante La Gran Guerra: “He visto a la Zarina en el quirófano del hospital con máscaras de éter en la mano; la vi manejar instrumental esterilizado, ayudar en las operaciones más difíciles, llevarse de las ocupadas manos de los médicos piernas y brazos amputados, quitar vendajes ensangrentados e incluso infectados con bichos, soportar todo lo que se ve y se huele y todas las agonías de aquel lugar, el más espantoso de todos: un hospital militar en plena guerra”.

Por primera vez Alejandra se mostraba llena de energía, y como su hijo Alexei se encontraba mejor de salud, pudo consagrar todo su tiempo a los heridos. Durante unas semanas no necesitó a Rasputín a su lado y demostró ser una mujer valiente y de corazón generoso. En una carta a su esposo le decía:” Mi consuelo, cuando me siento deprimida y desdichada, es ir con quienes están muy enfermos e intentar llevarles un rayo de amor y esperanza”.

Alejandra también se ocupó de la organización de numerosos hospitales y trenes sanitarios. En más de una ocasión donó grandes sumas de dinero para conseguir material médico. Por desgracia, serían muy pocos los que conocerían los grandes esfuerzos de la Zarina por paliar el sufrimiento de los heridos de la guerra. Mujer tímida y modesta, prefería trabajar en el anonimato y detestaba “el autobombo”. Sin embargo, en las cartas que le mandaba a su esposo le decía que no olvidara que “era el Emperador por derecho divino (…) y que lo que Rusia necesitaba era firmeza”.

EL GOBIERNO DE ALEJANDRA

La zarina Alejandra tomó las riendas del gobierno e hizo todo cuanto Rasputín le sugirió. Los ministros entraban o salían de acuerdo al humor del santón que dominaba completamente a la Zarina, al poco tiempo ya no quedaba en el gobierno ningún ministro capacitado. Los personajes más insólitos y corruptos llegaron a los altos cargos. El siguiente paso de Rasputín fue dirigir los batallones del ejército de acuerdo a las visiones que tenia mientras dormía. La nobleza estaba furiosa por el vergonzoso gobierno de Rasputín y la revolución seguía incubándose en las clases obreras. Alejandra dirigía el país con una ceguera sin límites y el Zar, que estaba en el campo de batalla, tampoco se daba cuenta de la realidad del país.

EL ASESINATO DE RASPUTIN

Hacia finales de 1916, Alejandra se mostraba inflexible con cualquier persona que se atreviese a contrariarla, incluso con familiares cercanos. Había unos temas que ella consideraba sagrados: el gobierno del Zar, Rasputín y su propia participación en el gobierno de Rusia. Su hermana Isabel Feodorovna de nuevo la visitó en Tsarskoye Selo, en diciembre, en un vano intento de hacerla cambiar de opinión. Se atrevió a decirle a la Zarina lo que muchos pensaban: “Rasputín es una compañía exasperante. Está comprometiendo a la familia imperial y va a llevar la dinastía a la ruina”. Aquellas palabras fueron el final de la relación entre ambas hermanas, que nunca más se volvieron a ver.

Cuando Isabel, muy respetada en el seno de la familia imperial, le contó al príncipe Félix Yusupov –casado con una sobrina de Nicolás II- que su hermana nunca cambiaría de idea respecto a Rasputín, los acontecimientos se precipitaron. El príncipe Félix, el gran duque Dimitri Romanov y un integrante de la Duma, entre otros, conspiraron para asesinar a Rasputín en el palacio de Yusupov. Le invitaron a cenar, y tras servirle vino y pasteles envenenados –y viendo que no le pasaba nada-, le dispararon varias veces. Los asesinos arrojaron de noche su cuerpo al río Neva.

Cuando, unos días más tarde, la Zarina se enteró del asesinato de Rasputín, se quedó en estado de “shock”. La idea de perder a la única persona que ella consideraba indispensable para la supervivencia de su hijo, unida al horror de descubrir que detrás de su muerte estaban algunos miembros de la dinastía Romanov, la hicieron venirse abajo. Unos días antes de morir, Rasputín, convencido de que tenía los días contados, le había vaticinado:”… Si me matan asesinos comunes, en especial mis hermanos, los campesinos rusos, usted y el Zar de Rusia no tienen nada que temer… pero si son sus familiares los que causan mi muerte, entonces ninguno de sus hijos ni de sus familiares seguirán con vida por más de dos años…”

Nicolás II estaba tan horrorizado como su esposa. Como castigo ordenó el exilio deDimitri Romanov y del príncipe Félix Yusupov. El primero, al ser oficial de caballería, fue enviado al frente persa. El segundo, al ser civil, fue confinado en la finca que tenía en Rusia central. Castigos muy leves e insuficientes ante la premeditación del crimen y del crimen mismo, pero correspondían a las penas que la ley contemplaba para los delitos consumados por quienes pertenecían a la Casa Imperial. La misma suerte tocaba a los cómplices. Rasputín fue enterrado en Tsarskoye Selo junto con un icono que habían firmado la Zarina y sus hijas, además de una carta personal de ella.

Quienes pensaban que la muerte de Rasputín apartaría a la Zarina de la política se equivocaban. Seguía creyendo de manera firme en la autocracia y quería preservarla aún con más determinación. La influencia de Alejandra en las decisiones de su esposo fue aún mayor. Nicolás no hacía nada sin el beneplácito de su esposa, y aunque miembros de la familia le aconsejaban que debía otorgar más poderes a la Duma, no se dejó influir por ellos, sobre todo, porque la Zarina no quería oír hablar de este asunto. Ante esta situación, la familia imperial intentó, sin éxito, apartar a Nicolás del trono. Se habló incluso de eliminar físicamente a la Zarina, porque veían en ella el principal escollo para que se produjera un cambio en Rusia. Incluso en el Parlamento se habló por primera vez de un golpe de Estado, y su presidente avisó al Zar de que se estaba gestando una revolución.

VIENTOS REVOLUCIONARIOS

El año 1917 comenzó con un intenso frío y una gran inflación en Rusia. Se sucedían las huelgas y las manifestaciones por la escasez de alimentos en las principales ciudades, debidas a la mediocre distribución. El descontento ante las sucesivas derrotas del ejército ruso en la Primera Guerra Mundial, que le había costado a Rusia millones de bajas y desplazados, era profundo y amplio. El 8 de marzo estalló una revuelta en la capital dirigida por mujeres para exigir pan. Recibieron el apoyo de los obreros, encontrando estos una razón para prolongar su huelga. Ese día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo ninguna víctima.

Los días siguientes, las huelgas se generalizaron y la tensión fue en aumento. En esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se saldaron con víctimas para ambas partes. El zar ordenó la movilización de la guarnición militar de la ciudad para sofocar la rebelión, pero los soldados terminaron confraternizando con los huelguistas. El presidente de la Duma desoyó la orden del Zar de disolver el Parlamento. Tras la deserción de la Guardia Imperial, el 16 de marzo, Nicolás II supo que había perdido totalmente el poder y el control de su país.

Viendo el curso que tomaban los acontecimientos, Nicolás se vio forzado a abdicar en su hermano el gran duque Miguel, quien no recibió con felicidad la noticia de que había sido nombrado Zar. Al ver que el pueblo no quería ningún Zar, ni los ministros podían garantizarle su seguridad, abdicó. Con el fin del reinado de su esposo, Alejandra Feodorovna, tras veintidós agotadores años, dejaba de ser la emperatriz de Rusia.

PRISIONEROS EN PALACIO

Después de interminables meses de insistirle a su esposo en que se mantuviera firme en su puesto y se hiciera valer, cuando se enteró que había abdicado, Alejandra le brindó todo su apoyo y comprensión. Tras su abdicación, pusieron bajo arresto domiciliario a la Zarina y a sus hijos, que se encontraban en el palacio de Alejandro. Al personal del Zar le dieron un ultimátum: o abandonaban de inmediato el palacio o quedaban arrestados con la familia imperial. Muchos decidieron abandonar a la Zarina, pero su médico, el doctorBotkin, quiso quedarse con ellos. Al hacerlo acababa de firmar su sentencia de muerte.

En los días siguientes. Alejandra se dedicó a destruir numerosas cartas y diarios para evitar que los revolucionarios se apoderaran de ellos y los pudieran utilizar en su contra. Las cartas que más le costó quemar fueron las que le había escrito durante años su querida abuela la reina Victoria y las cartas de amor de su esposo. Ahora todo había acabado y solo le quedaban los recuerdos del pasado. Eran prisioneros en su propio palacio y tenían que hacer frente a un incierto destino. Los que antes les protegieron ahora eran sus carceleros.

Los revolucionarios les cortaron la luz eléctrica y el abastecimiento de agua. La temperatura exterior, en aquellos días, era de veintidós grados bajo cero y en el interior del palacio la calefacción dejó de funcionar. Aunque muchos pensaban que Alejandra, con su frágil salud, no soportaría esta nueva y humillante situación, supo mantener en todo momento la compostura. Cuando finalmente Nicolás pudo reunirse con los suyos en Tsarskoye Selo, su rostro delataba la tensión y el agotamiento de los últimos días.

Durante las primeras semanas, a Nicolás se le permitía salir al exterior del palacio y dar un paseo diario de treinta minutos escoltado por sus captores. El Zar y sus hijas también trabajaban en el jardín y podían cultivar la huerta en los meses cálidos. Alejandra, en cambio, no salía apenas. Tenía débiles las piernas y su esposo debía llevarla en silla de ruedas. El 3 de abril, Nicolás recibió la visita de Kerensky, el ministro de Justicia del nuevo Gobierno y principal líder de la revolución de marzo. El dignatario ordenó que los cónyuges fueran separados, pues consideraba que Alejandra seguía ejerciendo una influencia nefasta sobre su esposo. Esta medida infringió mucho dolor a la pareja. A partir de ese momento, Nicolás se trasladaría a un piso superior y ella y sus hijos permanecerían aislados en sus habitaciones. Solo se verían dos veces al día y durante estos breves encuentros no podían hablar de política.

Los hombres escogidos para vigilar a la familia imperial eran maleducados y vestían de manera descuidada. El trato que dispensaban a todos los miembros de la misma, incluidos sus hijos, era cada vez más denigrante. A la Zarina la llamaban “la mujer del tirano” y recibía toda clase de insultos. La comida estaba racionada y la fruta, prohibida, porque se consideraba un lujo. Mientras, los miembros del Gobierno provisional se instalaron en los aposentos imperiales del palacio de invierno en San Petersburgo y usaban el coche del Zar para sus desplazamientos. Pero llegó un momento en que el Gobierno se sintió incómodo manteniendo a la familia imperial encarcelada en su propia residencia, tan cerca de la capital. Kerensky anunció a Nicolás que pronto serían trasladados a un lugar mejor y más seguro para ellos.

LA FAMILIA IMPERIAL EN TOBOLSK

La noticia de un inminente traslado les alegró, pues pensaban que serían trasladados a su residencia de Livadia, en Crimea, cuyo clima sería más beneficioso para Alexei. Prepararon el equipaje ignorando cuál iba a ser su nuevo destino, solo les aconsejaron que llevaran ropa de abrigo. La noche del 15 de agosto de 1917, tras meses de cautiverio, la familia imperial abandonó, entrada la noche, su palacio. En una carta de despedida a su dama de compañía, Alejandra expresaba su angustia por el futuro de sus hijos: “Mi corazón se rompe cuando pienso qué les sucederá”.

La nueva residencia de la familia imperial se encontraba en Tobolsk, un remoto pueblo situado unos mil doscientos kilómetros al Este de Moscú, en Siberia. Allí se alojaron en la antigua casa del gobernador hasta mediados de 1918. En un comienzo, su nueva vivienda no les pareció tan terrible, pues, tras decorarla con algunos de sus muebles, cuadros y alfombras que les permitieron llevarse consigo, quedó bastante confortable. Cuando llegó el invierno, la situación se complicó ya que la calefacción no funcionaba y la temperatura exterior llegó hasta los cincuenta grados bajo cero.

Durante aquellos meses invernales, el pueblo quedaba aislado del resto del mundo y solo se podía acceder a él por el río durante los meses de verano. Era imposible escapar de Tobolsk. Al Zar, que necesitaba hacer ejercicio, se le permitió cortar troncos de leña para utilizar en las estufas y la cocina. Era su único pasatiempo. Alejandra dedicaba su tiempo a dar lecciones de alemán y catecismo a sus hijas y zurcir ropa. Pese a las penurias, Alejandra se mostraba tranquila y resignada. Consideraba que todos estos sufrimientos les habían sido enviados para pagar sus pecados y poner a prueba su fe.

A finales de octubre, Vladimir Lenin y los bolcheviques tomaron el poder y derrocaron al Gobierno provisional de Kerensky. La vida de la familia imperial corría más peligro que nunca, aunque ellos, en su aislamiento, no conocían el rumbo que estaba tomando Rusia. A medida que pasaban los meses, la incertidumbre hizo mella en Alejandra que cayó en una profunda depresión. La prolongada oscuridad del invierno siberiano – donde apenas tenían dos horas de luz solar- y el frío intenso del cautiverio acabaron con sus ánimos.

Alfonso XIII y Victoria Eugenia

INTENTOS DE RESCATE

El rey Alfonso XIII de España hizo esfuerzos por salvar la vida de Nicolás II y su familia. A ellos le unía lazos familiares. Su esposa Victoria Eugenia de Battenberg era prima de la zarina Alejandra y nieta también de la reina Victoria. El monarca español siempre trató con simpatía a la familia del zar ruso, aunque ellos nunca se conocieron en persona. Solo mantuvieron correspondencia e intercambiaron regalos. Cuando la reina de España se refería a los miembros de la familia imperial rusa, siempre los llamaba"mis primos".

Alfonso XIII fue muy famoso por su labor humanitaria. En palacio instaló un amplio gabinete destinado a labores de mediación entre países para el auxilio y rescate de prisioneros y heridos de la Primera Guerra Mundial, conflicto en el que España se declaró neutral. El trabajo desarrollado por el rey resultó elogiado por todos los países enfrentados en la contienda. Alfonso XIII fue responsable de la salvación de miles de vidas humanas. Se calcula que salvó a unos 25.000 rehenes franceses y belgas del ejército alemán. De hecho, en un viaje que los reyes hacen a Bélgica en 1923, reciben el homenaje de los miles de personas que se habían beneficiado de su ayuda. También a celebridades, el monarca logró salvar de la muerte al gran bailarín Vaclav Nizinski cuando éste se vio en un campo de concentración.

El rey de España intentó primero convencer al Gobierno Provisional de Rusia, y luego a los bolcheviques, de que permitiesen a la familia imperial salir de Rusia para instalarse en España. Según documentos de archivo, el rey entregó la propuesta de dar asilo en España a los Romanov al embajador ruso, Nejliudov, ya en la primavera de 1917, pero no recibió ninguna respuesta. Entonces se dirigió al monarca británico Jorge V para que apoyara una iniciativa encaminada a liberar a la familia imperial rusa. Gran Bretaña se negó a dar asilo al Zar y su familia.

Alfonso XIII decidió intentar que otras monarquías europeas se sumaran a su proyecto de liberar a Nicolás II. Propuso así a los reyes de Suecia y de Noruega el envío de un navío de guerra español a un puerto escandinavo para recoger allí a la familia imperial rusa. Lo único que pedía de las monarquías nórdicas era que mediaran ante el gobierno soviético. Pero ni Suecia ni Noruega tenían ya esperanzas de salvar al Zar. Lo de dirigirse al káiser alemán, que sostenía las negociaciones de paz con las nuevas autoridades rusas, tampoco dio resultado.

EKATERINBURGO

El 25 de abril de 1918, los líderes bolcheviques decidieron que el Zar debía abandonar Tobolsk y dirigirse a la ciudad de Ekaterinburgo, a quinientos kilómetros de distancia. Temían que las llamadas “tropas blancas” pudieran liberar a los Romanov y sacarles del país. Aunque Alexei había sufrido otro ataque hemofílico, su madre, presionada por sus hijas, decidió acompañar a su esposo y dejar al niño al cuidado de sus hermanas. Para Alejandra fue uno de los momentos más difíciles de su vida, porque nunca había abandonado a su hijo cuando éste se encontraba enfermo. La separación fue conmovedora, pero, al cabo de unas semanas inciertas, la familia se reunió en Ekaterinburgo. Juntos vivieron en la casa de la familia Ipatiev, requisada por los bolcheviques, en condiciones muy difíciles de sobrellevar.

Los soldados rodearon la villa con una alta empalizada de madera y cubrieron de cal todas las ventanas, impidiendo así que los cautivos pudieran mirar al exterior. Todos los miembros de la familia imperial fueron confinados en el piso principal de la vivienda y tratados con gran severidad por los setenta y cinco hombres que montaban guardia en la casa Ipatiev. Fue su encierro más duro e inhumano. Durante los meses siguientes, Nicolás y su familia vivieron una auténtica pesadilla, hasta que el 16 de julio se decidió su destino. Aquel día todos se acostaron a las diez y media, tras jugar una partida de cartas. A las dos de la madrugada, miembros de la policía secreta bolchevique al mando del siniestro comandante Yurovsky les despertaron y les ordenaron que bajaran al sótano, porque iban a ser trasladados de nuevo.

LA TRAGEDIA DE LOS ROMANOV

Nicolás, Alejandra y sus hijos, la doncella, el asistente, el cocinero y el doctor Botkin, descendieron al sótano sin sospechar nada. Tras unos minutos de espera, soldados armados irrumpieron en la habitación. El comandante Yurovsky leyó al Zar en voz alta la orden de ejecución. A continuación, comenzó la ráfaga de disparos sobre los prisioneros. El primero en caer fue Nicolás, y tras él, su esposa murió de un único disparo. Sus hijas fueron menos afortunadas. Las muchachas llevaban algunas joyas cosidas en el interior de sus corsés y las balas rebotaron de sus cuerpos. Para acabar con sus vidas, los guardias las remataron a bayonetazos. El último en morir fue Alexei, de trece años, a quien su padre todavía sujetaba en brazos. Aquellos hombres habían cometido uno de los crímenes políticos más espeluznantes de la Historia. Los pesares de la familia imperial habían tocado a su fin y entraban en la leyenda.

En la época soviética, Nicolás II fue retratado como un líder débil e incompetente cuyas decisiones provocaron derrotas militares y la muerte de millones de sus súbditos. En 1998 el entonces presidente, Boris Yeltsin, asistió al entierro en San Petersburgo de los restos de la familia imperial hallados en 1991 y describió los asesinatos como una de las páginas más vergonzosas de la historia rusa. Pese a las dudas de algunos miembros de la Iglesia ortodoxa rusa sobre la autenticidad de los restos hallados, se otorgó la santidad a los Romanov en el año 2000.