# 06 ¿QUÉ ES QUÉ? CRÍTICA A DESCARTES

Ival Rocca Campañaro

¿QUÉ ES QUÉ?

(crítica a Descartes)

SEGUNDA EDICIÓN

EDITORIAL ABACACÍA

Buenos Aires

1996

René (Renato) Descartes

Filósofo y matemático francés, nació en La Haya, pueblo de Turena (1596) y falleció en Estocolmo (1650).

En su época, la tradición religiosa y las normas de vida experimentaron profunda transformación.

Como la autoridad teológica residía en la Biblia y la filosófica en Aristóteles, Descartes se propuso separar a ambas y hacer de la filosofía una ciencia independiente, pero sin desmedro para la religión, e introdujo en su sistema lo que él llamó duda metódica. La duda en sí indica que somos seres pensantes, de donde el filósofo extrae su célebre fórmula: Cogito, ergio sunt (pienso, luego existo). Éste es el principio básico de su doctrina.

La filosofía cartesiana (el nombre latinizado de Cartestus reemplazó pronto en el lenguaje erudito de la época el apellido primitivo) ha ejercido profunda influencia en el pensamiento moderno, y la grandeza de su creador consiste principalmente en haber expuesto las ideas que habían de predominar en el terreno filosófico universal dos o tres siglos después de él.

Sus obras principales son: “Discurso del método” (1637); “Meditaciones metafísicas” (1641); “Los principios de la filosofía” (1644); “Las pasiones del alma” (1649); y varios trabajos menores.

ÍNDICE

I. – GENERALIDADES

1. Realidad y posibilidad

2. Criterio y verdad

3. Certidumbre y saber

4. Recaudos para un “punto de partida”

5. Panorama de las concepciones filosóficas

II. – CARTESIANISMO

6. Existencia

7. Experiencia

8. Enseñanza

9. Costumbres

10. Perseverancia

11. Verdad

12. Hombre

13. Moral provisoria

14. Principios básicos

15. Perfección

16. Ciencia

17. Espíritu

18. Mutaciones

19. ¿Duda o contradicción?

III. ‑ MIS CONCLUSIONES

IV. – COLOFÓN

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DESARROLLO DE LA OBRA

I. ‑ GENERALIDADES

1. REALIDAD Y POSIBILIDAD

Me parece que el conocimiento de las cosas no solamente interesa a los sabios. Es imprescindible para todos, mejora nuestras posibilidades, ilustra sobre medios adecuados, y, también, endulza nuestra existencia.

Las realidades no siempre se presentan diáfanas ante nuestros sentidos. Demasiado a menudo las conocemos sólo gruesamente. Pero nuestras facultades de análisis, nos permiten examinarlas.

Es necesario percibir con atención y fijeza; y también debe discurrirse con vigor, si tratamos de juzgar con verdad.

Muchas veces podemos pulsar si algo “es” o “no es”, por nosotros mismos (inmediación), pero en otras ocasiones, necesitaremos de la intervención de cosas o terceros que nos ayuden o acerquen al objeto examinado (intermediación).

El entendimiento es el más precioso don conque contamos: esto constituye una autoevidencia. Pero el entendimiento debe estar correctamente dirigido hacia la realidad de las cosas, mediante un “buen pensar”(investigación de la verdad). Claro está que falta saber cómo “bien pensar”, y podríamos preguntarnos si en esa remisión al bien pensar, no va implícita una nueva alusión al propio entendimiento.

Mientras tanto, muchos otros interrogantes quedan sin respuesta: ¿Cuál será el límite de descubrimiento del futuro? ¿Algún día podremos contar con la certeza de que tal cosa es totalmente posible, o seguramente imposible? Estas dudas constituyen, naturalmente, sólo un mínimo de todo cuanto nos podríamos preguntar y una pizca de ejemplo, acerca de lo mucho que desconocemos.

2. CRITERIO Y VERDAD

Los objetos materiales se encuentran sometidos a leyes necesarias; por eso el conocimiento de estas leves, resulta indispensable cuando buscamos acceso al conocimiento del objeto. Usando al criterio como medio, podemos amoldar nuestros conocimientos naturales, a nuestros ideales.

Quien carece de alguno de los sentidos, está en situación de inferioridad de percepción con relación a quienes están dotados de todos; y así también, el peor dotado en sus poderes espirituales, se encuentra en desventaja respecto de los más dotados.

El hombre muestra dos orientaciones originarias: examinar sin examinarse, y seguir las huellas de quien lo antecedió. Pero esas inclinaciones no son absolutas y admiten las concebidas excepciones propias de toda regla. No obstante, es propio del hombre, “discurrir sin discurrirse”, y continuar según “los ejemplos de otros”.

El “discurrir sin discurrirse”, consiste en la no realización de las meditaciones reflejas. Esto puede apreciarse si reparamos —por ejemplo— en quien nos está hablando: omite permanentemente “oírse” a sí mismo (y la prueba estará dada con la grabación de lo manifestado, puesto que desconocerá hasta el timbre de su voz). Si nos encontramos, y. gr., escuchando algo, al oír, no formulamos paralelamente un examen de nuestro sentido auditivo: nos limitamos simplemente, a “oír”.

El mecanismo de nuestra burocracia administrativa, es demostrativo de la forma como el hombre sigue anteriores ejemplos. La respuesta invariable a toda formulación que pretenda un cambio en la rutina procesal administrativa, es el: “No puede ser. Esto siempre se hizo así”.

Hablamos de excepciones, y admitimos existen. La rebeldía de la pubertad, el curioso o el insatisfecho, pueden suponer una cuantitativamente gran minoría, que escapen a la regla.

Las ventajas de escuchar y aprender, pueden acentuarse de acuerdo a la actividad que cumpla quien enseña conviene que éste tenga un camino trazado, y sepa de antemano cuál es su meta.

En esto hay diferencia respecto de quien se propone descubrir: éste, no sabe exactamente cuál será su punto final, ni qué hallará en el camino.

Un punto de partida de “duda”, no importa inexcusablemente la negación de una verdad, pero sí, necesariamente, la concurrencia de una posterior demostración acerca de la misma.

Por eso, la duda, no ha debido ser considerada necesariamente antirreligiosa; y, por otra parte, nuestro mundo carecería del elemento de unidad necesario para la certeza: no contamos con una sola religión, ni las muchas existentes se corresponden entre ellas; de donde, v.gr., sería científicamente absurdo sostener, por ejemplo, que “todas las religiones son poseedoras de la verdad”.

De todas maneras, v.gr., San Agustín y Descartes —pese a las posiciones iniciales de absoluta divergencia, que repetidamente se les han señalado— pueden ser considerados, por ejemplo, como compartiendo un “principio de duda”; y esto, aunque la duda —a veces— enfrenta a la religión.

En todo caso, la famosa “duda de Descartes”, produjo —y como quiera que haya sido— los efectos de un violento terremoto, y en las consecuencias del sacudón fue implícito el despertar del adormila miento.

3. CERTIDUMBRE Y SABER

No he podido resistir a la tentación de buscar una mejor explicación del conocimiento, en el campo de la filosofía; ya que ésta, como ciencia del saber, se tiene por ciencia de las ciencias,

Me repulsa —no obstante— en la escogitación del camino, la natural timidez que imprime el rebuscado misterio que la envuelve.

Se me ocurre algo así como que los filósofos, trataron de dificultar cada cosa: “difícilizarla”, trabando el acceso a ella; y no me parece insensato sostener, que el filósofo-investigador, necesita de “algunos que lo lean”, anhela “no muchos que lo imiten” y busca “no pocos que no lo entiendan”.

Respecto del género humano, se ha dicho que será perfecto cuan do los sentimientos del hombre puedan permanecer sometidos al pensamiento, el entendimiento aferrado a la verdad, y todos los actos guiados por la moral.

Pero aun sin haber sido posible llegar a eso, el ser humano ya se encuentra perfectamente capacitado —por obra natural— para lograr puntos de apoyo, que le permitan desenvolverse: descubrir, y, aún, inventar.

Es claro que los puntos de apoyo que la ciencia necesita, deben ser buscados con tanta precaución, como la que emplea el ingeniero está dedicado a la consecución de los cimientos del edificio.

En ciertas ocasiones, la premura, la impaciencia, y aun el deseo de llegar en buen tiempo a la meta, originan bases endebles, en mérito de las cuales todo el andamiaje de la razón tambalea. En tales supuestos, lo que aparece como verdad, no contendrá las indispensables condiciones de certidumbre.

4. RECAUDOS PARA UN “PUNTO DE PARTIDA”

En casi tres mil años, se han sucedido diversas concepciones sobre el todo o parte de lo que forma nuestro mundo. Sin embargo, basta un mínimo análisis de las mismas, para establecer un hilván entre ellas (que inhibe •de dar por aceptado, que las diferencias sean inconciliables). Se advierte —asimismo— una inclinación de cada filósofo, a exteriorizar un surco más profundo de deslinde, entre otras y su propia opinión.

Cada pensador o sus discípulos, han originado designación para su escuela; cada uno o varios, han puesto el acento sobre matices del conocimiento, o tratado preferencialmente algunos aspectos; casi todos, han vapuleado a sus antecesores —aunque siempre de alguno han tomado algo— pero —pese a ello— no me parecen exhaustivos, los análisis que de cada pe hasta ahora, se han efectuado.

Se me ocurre que, así coma en el simple mercado de automotores contamos con más de doscientas marcas, pero todos los automóviles se deslizan sobro ruedas y con tracción a motor, en el grande y complicado mercado de lo filosofía también hay muchas marcas, aunque contadas diferencias

Esto muestra, asimismo, un lento y trabajoso avance para nuestro siglo; avance alentado y construido sobre cimientos que datan de varios cientos de años.

Innegablemente Descartes está considerado como padre de la filosofía moderna. Sobre muchos de sus principios, se asientan concepciones actuales. No está demás, entonces, someter a un mínimo examen a sus puntos de partida, para determinar co qué medida muestran su fortaleza

Por de pronto, si el “pienso, luego existo”, encierra una verdad y es por tanto indiscutible, mucho más cómodos nos encontraremos morando en el edificio construido sobre esas bases. Si todavía no fuera así, incluso algunos de los materiales acumulados, podrían asimismo ser de útil aplicación a •una •obra nueva.

Al fin de cuentas —y, por otra parte— si el “pienso...” de Descartes, no fuera más que un simple y convencional punto de partida, la misma conmoción que nació con aquél y acució la investigación pos tenor, podría ahora ser una maniobra renovada de nuevas conquistas.

Un punto de vista convencional es obvio que no vale para llegar a una verdad —si a la verdad, ha de tenerse como tal—; y esto es, malogrado la comodidad propia de toda convención. En cambio, un punto de partida que resista al análisis, puede quedar inamovible como base.

Antes de penetrar propiamente en materia, debo poner de manifiesto que, con solamente resumir meditaciones que indirectamente afectan al “pienso, luego existo”, caben algo más de trescientos interrogantes, previos a su ciudadanía de primera verdad. Entre otros, y sin ser necesariamente los más importantes, los siguientes: ¿Sé realmente que pienso?; y cómo ¿Si tengo conciencia del pensar, qué es esa con ciencia? Proviniendo cada cosa •de un algo, ¿qué sería, el algo que “me hace conciencia”? ¿Hay un puro espíritu, un residuo de materia, o ambos? ¿Existo realmente, o pienso que existo? ¿Cómo sé que existo? Es ineludible, desde un primer interrogante, y a poco que vayan surgiendo algunas respuestas, transitar hasta el último, y, a no dudarlo, en cualquier momento —insensiblemente— se retornará al primero.

5. PANORAMA DE LAS CONCEPCIONES FILOSÓFICAS

El hilván del cual antes hablábamos, se percibe aún en una revista a vuelamemoria, del desarrollo del conocimiento:

a) La filosofía presocrática, quinientos años antes de Cristo, derivaba sus concepciones de las reflexiones más simples y naturales, sobre la base del “sentido común” y el bien pensar;

b) La aristotélica, doscientos años más tarde, admitió un sentido moral de la verdad, concordante con la más pura tradición platónica; y esto, pese a los agudos y frecuentes rodeos de que se valió para incursionar entre signos y palabras;

c) Para principios del siglo II, la corriente neoplatonista mostraba una tendencia amalgamante entre filosófica y religión, que buscaba la verdad en una natural expansión del espíritu griego, sin desechar los principios aristotélicos;

d) San Agustín (siglos IV y V), observaba que: “se puede dudar de lo que se desee dudar”; agregando: “pero de lo que no se puede dudar, es de la existencia de aquella duda”;

e) En la Edad Media, el gran maestro de la escolástica que fue Santo Tomás (psicología empírica), no oculta que “las ideas constituyen el armazón de las cosas y del mundo”, bien que no se presenten como lo que él designó “normas separadas”;

f) El cartesianismo, punto de partida de la filosofía moderna (Descartes; 1596-1650), sin apartarse de la escolástica, crea el sistema de la “duda total”, ampliando pensamientos que en menor extensión y claridad, afloran a fines del siglo IV;

g) Leibnitz (siglos XVI-XVIII), considera al conocimiento como “apriorístico en lo esencial”, y —corno Descartes— admite la existencia de ideas innatas, sobre la base de que el espíritu no sería lo que él llamó una “tabla rasa”;

h) Hobbes (algo anterior en su exposición, pero con su mayor difusión a mediados del siglo XVIII), manejándose con concepciones antiguas, conformó el esquema “materialismo-naturalismo”; llegando incluso por esta vía, a la justificación del estado de cosas imperante entre mediado y fines del siglo XVII (Hobbes, falleció en 1679);

i) Locke (1623-1704), no admite principios innatos, pero deja aclarado que sólo entiende por innato a lo que no necesita de experiencia sensible y desarrollo; por lo cual, en suma, no se advierte una diferencia tajante —al menos en esto— con Descartes (este último, aludía al “desenvolvimiento posterior a ellos mismos, de los principios in natos”). Como se puede observar, más que diferencia fondal, en punto a lo innato, converge una cuestión terminológica;

j) Hume, a mediados del siglo XVIII, expone su “duda sobre la metafísica”, creando el conocido “escepticismo universal”,

k) La modernísima filosofía de Kant (cubre el siglo XVIII y trasciende hacia los siglos siguientes), se desarrolló cuando las ideas de Descartes y Hume recorrían triunfalmente Alemania; y el kantianismo se atribuye haber realizado sus investigaciones bajo el acucio de un Hume, que lo provocó el dulce despertar de un “sueño dogmático”. Kant coincide además con Descartes, en cuanto a que “Dios es el todo de cuanta realidad existe” y en que “las ideas de la razón, son métodos”;

l) Fichte (1762-1914), pese a calificar a Kant como de “casi una cabeza” (pues le reprocha haber abandonado la búsqueda a mitad de camino), enseña que “todo ser, es ser y realidad”; y por tales senderos llegamos a un “puro saber”, identificado con la duda total de Descartes;

m) El escurridizo Hegel (1770-1831), parte desde el punto adonde Kant llegó; si bien afirma que “ser no es nada”, “ser es apariencia”, “ser es devenir”, etc. (a mi juicio, Hegel confunde acepciones del vocablo, “es” o “ser”; pues de otra forma habría que admitir que sus aseveraciones llegarían a tornarse inconciliables entre sí);

n) Brunschvicg (1864-1944), verdadero sistemático, signe tanto a Platón, como a Descartes, y a Hume;

o) Husserl y su fenomenología (plenitud del siglo XX), retornan a su vez a objetos y seres, utilizando realidades y complejos necesarios; hablándosenos, también, de que “las esencias se intuyen”;

p) Heidegger (nuestros días), al lamentar que no se haya tomado al “ser como tal”, lo cataloga como “ente”, en una crítica que, alcanzando tanto a Descartes como a Kant no logra sin embargo respuesta satisfactoria para los interrogantes que la posición propia origina. Tampoco se ven exitosamente rebatidos pensamientos anteriores. Para Heidegger, “existencia, además de conciencia, es hallarse frente y estar en presencia”; ya que considera al hombre, como “guardián del ser”.

Luego de esta panorámica y muy sucinta revisión de opiniones, reitero mi convicción de que “Descartes-punto de partida”, no inventa nada, sino que perfecciona lo que había sido expuesto más de mil años antes; pero, a su vez, el cartesianismo no es destruido, sino utilizado —en mayor o menor grado— por quienes precedieron a Descartes.

Ahora bien. Si a continuación, y durante la exposición siguiente, logramos demostrar que todo Descartes es una para contradicción —esta es mi opinión, y debo adelantarla: todo es contradicción, en el cartesianismo— fuerza sería reconocer como conclusión, que la filosofía —la iusfilosofía, también y, por ende— no ha hallado aún un correcto punto de partida. Y sería entonces necesario buscarlo.

II. ‑ CARTESIANISMO

6. EXISTENCIA

¿Cuál es entonces el punto de partida de la filosofía actual, y de qué cenizas los filósofos modernos han ido extrayendo los elementos de que se han valido en sus elaboraciones?

Nada más propio que recordar las palabras del pionero: “Advertí que en el hecho de pensar que todo era falso, yo pensaba, y debía ser necesariamente una cosa; y, observando esta verdad juzgué que podría aceptarla sin escrúpulos, como el primer principio de mi filosofía”. (1)

Sin embargo —por nuestra parte— sugerirnos reparar en: ¿qué es pensar? ¿Realmente, quien piensa, existe? ¿Puede, “lo que no es”, ser materia de pensamiento? Y lo falso: ¿es, o no es? Del “pienso, luego existo”, ¿puede ser deducido que todos pensamos? Mi filosofía, ¿es la de todos?

Descartes, pretende “que la verdad ha de ser buscada en las ciencias, por obra de la razón”; y acuerda consigo mismo, “no ceder ante ninguna otra autoridad que no sea su propia razón”. (2)

Pero me parece que si ha de estarse a la autoridad de la razón de cada uno, ¿la de quién, determina la “razón verdadera”? ¿Cómo se llega a la escogitación de “la verdad razonable”? Porque —que se sepa— no hay coincidencias de razones, ni posibilidad de consubstanciación de lo distinto, en el campo humano. Mi razonamiento no es el tuyo: falta una identidad, y no podrá derivarse por eso, un resultado único.

7. EXPERIENCIA

El cartesianismo está persuadido de que “es más perfecto lo hecho por una persona, que por muchos”. Por lo menos, así lo manifiesta Descartes. (3)

El maestro suministra el siguiente ejemplo: “Es más bella una ciudad previamente concebida, que una que se haya ido haciendo a través del tiempo”; (4) y agrega: “los pueblos que se han ido civilizando y dándose sus leyes poco a poco, no están tan bien organizados come los que desde su formación acataron las leyes de algún sabio legislador”. (5)

A mi juicio, si la demostración de lo que sostiene Descartes ha de surgir de la bondad de los ejemplos aludidos, éstos —como razones— serán poco convincentes: se tornaría bien difícil dejar satisfecho, v.gr., a un turista, sosteniéndole que hay más belleza en el trazado regular de Ginebra, que en las callejuelas de Nápoles o Toledo; y, en lo atinente a la organización de los pueblos, ella no ha podido depender, obviamente, de cartabones estáticos, sino de transformaciones propias de toda evolución: dar por sentado que “la ley de un sabio” es preferible al progreso legislativo gradual, importa algo así como negar al Derecho, su esencial carácter viviente y dinámico.

Pero —y además— Descartes no se compadece consigo mismo, en esta cuestión desestimante del aporte conjunto, cuando en otra parte de su obra dice: “Uniendo los trabajos de varios individuos iríamos —todos juntos— mucho más lejos que cada uno por sí solo”: (6)

Por si quedaran reservas en la aceptación de lo que reputo significa un irritante dualismo, véase esto otro que también Descartes expresa: “Es más verosímil que un hombre encuentre la verdad, que no un pueblo”; (7) y el filósofo parece volver otra vez a la inconsecuencia con su rectificación, cuando, en nuevo giro de ciento ochenta grados, dice: “Muchos no ven más que uno solo; al estar otros informa dos de mis investigaciones, podrían ayudarme con el aporte de sus propias deducciones”. (8)

Entrebuscando todavía más, asimismo, le oímos: “Las imperfecciones se corrigen con el tiempo, así como el camino de la montaña se hace más accesible cuanto más se transita”; (9) y lo malo e incongruente, es que poco antes él mismo nos ha enseñado que “son mejores las leyes previas que las modificadas por el tiempo”.

Creo que no podrá reputarse exagerado, que yo sostenga que todo esto que Descartes expone, parte de lo cual hemos transcripto, constituye una lamentable mezcla de cosas inconciliables; y, naturalmente, una inconsecuencia tal, no resulta el condimento más adecuado para imprimir al lector —por más buena voluntad y paciencia que exista en éste— una mínima sensación de seguridad.

8. ENSEÑANZA

Concede Descartes una importancia negativa a las enseñanzas; cuanto menos, cuando nos transmite los siguientes conceptos; “Es imposible que nuestros juicios sean tan sólidos como lo serían si hubiéramos contado con nuestra razón al momento de nacer, y no hubiésemos tenido más guía que ella”; (10) y esta posición de negación, queda robustecida con su manifestación de que “las ciencias de los libros, no se acercan tanto a la verdad, como los simples juicios que puede formular naturalmente cualquier hombre de sentido común, respecto de lo que es sometido a su criterio”. (11)

Pero —por otro lado— y borrando con el codo lo que su mente había ya trazado, nos enseña: “Es mi primera regla, me guié por las opiniones moderadas de otras personas”, (12) porque “hay individuos cuya autoridad sobre mis actos, no es menor que la de mi propia razón”; (13) y agrega: “Para conocer a fondo las cosas, empecé a fijarme no sola mente en lo que decían (las otros individuos de “autoridad”), sino en lo que hacían mis conciudadanos”. (14)

Me parece, que de todo esto que Descartes dice, no puede sino extraerse —también en lo que respecta a “recepción de conocimiento”— una idea congruente, sino un “blanco y negro” que desconcierta.

De suyo, tampoco en estos razonamientos del maestro, observo incentivos mínimamente consecuentes de adhesión a sus tesituras, lo cual, es claro, es independiente de la casi veneración que se ha predicado desde antiguo, en torno a sus investigaciones y conclusiones.

9. COSTUMBRES

Descartes no cree posible “encontrar algo firme y seguro en las costumbres de otros hombres”; (15) máxime —justifica— “por la diversidad entre ellas”. Esto tiene vinculación con sus manifestaciones acerca de la conveniencia del aislamiento, y con la perfección que a sí mismo se atribuye; v.gr., cuando alega que será mejor trabajar solo, “como única forma de concluir felizmente las investigaciones”. (16)

Pero si estas citas semejan decisivas para fijar su posición, hay otras que no parecen conciliables con aquéllas; por ejemplo, cuando nos dice: “Realicé acopio de las experiencias que serían después materia de mis razonamientos”, (17) “...porque para descubrir la verdad me era preciso alcanzar mayor madurez...”, (18) y, asimismo, “también he observado lo que hacen otros, yo que esto es más necesario cuanto más va avanzando el conocimiento.” (19)

También Descartes, echa mano, constantemente, de ejemplos sobre cosas que atribuye a otras personas, y son no pocas las conclusiones que compara con las logradas por otros: “...al derribar un viejo edificio, siempre se guarda parte de los materiales, para edificar la nueva casa”, (20) dice.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿sirven o no sirven, la experiencia y las costumbres?

10. PERSEVERANCIA

Refiriéndose a los “juicios dudosos”, Descartes aconseja “andar en línea recta hacia un punto sin cambiar de dirección, y así se arribará a alguna parte donde se estará mejor que en el medio de la selva”. (21)

Quiere con esto hacer invocación de la perseverancia, pero su argumento —demasiado simple— no lleva a una demostración de la premisa, y el ejemplo suministrado es a todas luces insuficiente.

Creo —por lo demás— que no hay por qué seguir un camino equivocado, si las dudas son suficientes para hacer reconsiderar; y, par otra parte, no debemos confundir “perseverancia” (o “consecuencia” —de “seguir”) con “obstinación”. En fin —y retomando el caso del ejemplo— no es necesario que, al perderse, el caminante se encuentre “en medio de la selva” (único supuesto, en que podría verse favorecido, caminando “para cualquier lado”).

11. VERDAD

Habría sido preferible que Descartes hubiera echado una ojeada a sus propias dudas (independientemente de la “básica”), antes de preocuparse por las dudas de los demás.

Son frecuentes sus adopciones de opiniones ajenas y también goza de esa frecuencia, la aceptación —por su parte— de soluciones propiciadas por otros investigadores; todo lo cual, dista de ofrecer garantía de verdad, dada la forma como Descartes relata que han sido subsumidas en su teoría: “Cuando no somos capaces de discernir entre varias opiniones para determinar cuál es la verdadera, debemos aceptar la “más probable” (22) y “guiamos por las opiniones más moderadas”. (23)

Pero —y no es poco— cabe nos preguntemos: ¿Cómo y quién escoge la solución “más probable”? ¿Cuál es la solución “más moderada”?

Indudablemente, determinar esto es lo que falta; y resulta tan importante y difícil, como encontrar directamente las opiniones o soluciones verdaderas, O sea, que la cuestión volvería al punto cero o de partida.

12. HOMBRE

Descartes pretende demostrar la diferencia entre hombre y animal, aludiendo a la posibilidad de expresión de este último: “...las urracas y los loros, pueden proferir palabras, y sin embargo no hablan; en cambio, los sordomudos —privados de los órganos del habla— pueden intentar signos para hacerse entender”, expresa.

Y prosigue: “Por eso deducimos que los animales tienen menos razón y carecen por completo de ella; porque ya se sabe, que no hace falta tener mucha razón para poder hablar”. (24)

Se me ocurre que:

a) El ejemplo es pobre e insuficiente. Basta con observar al perro que con actitudes guía a su amo, para confirmar que el filósofo no ha probado —por lo menos, con el ejemplo de la urraca— los caracteres definitorios que pretende distinguir (sea que éstos existan o no);

b) No es ontológicamente posible, tener “menos” de algo, y al mismo tiempo, “carecer por completo” de ello. Un recipiente vacío, sencillamente, no contiene “nada”.

13. MORAL PROVISORIA

Preparando el andamiaje sustentativo de su concepción, el cartesianismo adoptó tres máximas que el filósofo denominó “de moral provisional” (25) (quedan dudas sobre la cualidad moral de tales máximas, cuanto que se las tildé de “individuales” y “para uso particular”, por el propio Descartes).

Dejaremos pendiente para otra oportunidad —en obsequio al motivo específico de este estudio—, el examinar si la denominación escogitada corresponde a algún sentido aceptable. En otras palabras: nos abstendremos, por ahora, de analizar si puede haber una moral provisional que opere junto a puntos de partida. Solamente nos dedicaremos a indagar qué máximas son éstas, a fin de merituarlas.

Lo siguiente está entresacado de lo que expone Descartes:

a) “Guiarme por las opiniones más moderadas.., comúnmente admitidas en la práctica de las personas más sensatas... empezando a no tener en cuenta mis propias opiniones (26) ...sustituir las ideas que me enseñaron, por otras mejores... ajustadas al nivel de mi razón (27) ... elegir las opiniones... sin cantar con la ayuda de nadie”. (28)

b) “Obrar siempre con la misma firmeza y resolución al seguir las opiniones más dudosas... como si fuesen claras e indiscutibles... una vez determinadas dichas opiniones”; (29) también nos dice Descartes.

c) Y: “Después de asegurarme de las máximas, ponerlas junto con los artículos de fe... pues... basta juzgar bien, para obrar bien”, (30) termina.

A mi criterio estas “máximas provisionales”, son la cosa más frágil y tambaleante que se haya podido imaginar. Importan una petición de principio, y, en definitiva, al admitir ellas mismas su reunión en una sola (el pensamiento de Descartes, de principio a fin, sería la “única verdad”), carecen de rigor.

¿Quién y cómo, determina la “opinión más moderada”?

¿Cuál es la más “comúnmente admitida en la práctica”?

¿Qué práctica? ¿Cuáles son las personas “más sensatas”; y quién las determina?

¿Es verosímil que yo no tenga en cuenta “mis propias opiniones”, si, a mi vez, debo determinar si una opinión es más moderada que otra; si una persona es más sensata que su vecino; si una proposición tiene más aceptación que la siguiente?

Si he decidido “abandonar mis propias opiniones”, ¿cómo ha de ser posible que —sin desecharlas totalmente— pueda amoldar “mis ideas” (recordemos: antes las habíamos abandonado) y otras mejores, ajustadas al nivel de mi razón (razón que también habría quedado igualmente abandonada), y, sin contar con la ayuda de nadie?

Yo me pregunto cómo puede ser posible que una persona pueda juzgar “otras ideas”, si no es a través de las suyas propias...

Si al desechar todo lo que opino elimino entonces la posibilidad de una comparación (pues me queda sólo “nada”), ¿cómo haré para elegir “ideas mejores”? ¿Mejores a cuáles; si nada hay?

Si debo “elegir” entre opiniones dudosas y seguirlas con firmeza luego de la determinación de la escogida, ¿no ha pasado a ser, la opinión adoptada, mi propia opinión? Y, ¿pude haber realizado esa elección con total prescindencia de una anterior opinión mía?

¿Puedo fundamentar una conclusión con “rigor científico”, sobre bases de “artículos de fe”; y asegurado el rigor de la máxima, puedo encasillar a ésta, junto a lo que es “exclusivo” de fe?

Por mi parte, reputo innecesario seguir la enunciación de interrogantes acerca de todo esto. Creo que este sistema, sobre estas bases, es muy endeble; y esa fragilidad, es una de las autoevidencias más evidentes.

14. PRINCIPIOS BÁSICOS

Descartes buscó también acomodar reglas que, a su criterio, reunieran ventajas que él atribuye a la lógica, analítica y matemática; sin caer —al menos, él lo creyó así— en sus respectivos inconvenientes.

Dice al respecto:

1º No debemos “aceptar como verdadero lo que con toda evidencia no quedara reconocido como tal; no admitiendo lo que no se presenta a mi espíritu en forma tan clara y distinta, que no admitiere la más mínima duda”. (31)

“Dividir cada una de las dificultades que se presenten, como fuese posible y requiriese su más fácil solución”. (32)

“Ordenar los conocimientos, empezando por los más sencillos, y estableciendo un cierto orden para los que carecen de él”. (33)

“Formular las enumeraciones tan completas, y revisiones tan generales, que permitan contar con la seguridad de no haberse omitido nada”. (34)

Por mi parte, creo que la primera regla básica, se contradice con la primera norma de moral provisional: no es posible a un mismo tiempo, prescindir absolutamente de nuestras propias opiniones, y so meter a nuestro entendimiento otros pensamientos a fin de calibrar si tal o cual admite o no la más mínima duda; implícitamente, si valoro mediante mi entendimiento, opino, así sea, pasivamente.

Por lo demás: ¿hay algo de nuestro mundo, que no admita la más mínima duda? Mi seguridad ¿es la de otros, la de todos, o tan siquiera 1 la de algunos?

Creo también, que se hace inaccesible el camino para formular una “división de dificultades que permita la más fácil solución del problema”, si, previamente, no contarnos con esa solución. Pretender lo contrario, sería algo así como tratar de escoger el mejor camino para llegar a un punto cuya ubicación desconocemos (lo que es una cosa razonablemente inaceptable): solamente el azar, determinaría el acierto o error en aquella elección.

Para el ordenamiento de los conocimientos en razón de complejidad y desde los más sencillos hacia los más difíciles, también hay “pequeños inconvenientes”: ¿habrá uniformidad de consideración en cuanto a la mayor o menor sencillez? ¿No será que mediante el expediente propuesto, quedaría transferida la dificultad propia de la búsqueda de una solución, hacia un futuro más lejano, pero igualmente necesario?

En el supuesto de “conocimientos sin orden”, ¿quién adjudicará el “cierto orden” a que se refiere Descartes? ¿Habrá que buscar el acuerdo sobre la base de una pura convencionalidad? Si así fuera, el punto de partida carecería de rigurosidad, y tanto daría escoger un orden, como otro, o ninguno.

Respecto de las “enumeraciones completas” y la “seguridad de no haberse omitido nada”, se nos ocurre:

a) Que se sepa, una enumeración tan completa que dé la seguridad de no haberse omitido nada, no es propia del género humano; presume una perfección que no se ha alcanzado; y, en fin, abrazaría todo un conocimiento, que ninguno de los filósofos jamás ha abarcado. Así las cosas, la proposición sería de cumplimentación imposible, o muy dudosa cuanto menos;

b) Una revisión muy general, termina indefectiblemente en fórmulas también generales; y las fórmulas generales, son tan exentas de rigurosidad científica, como carentes de orientación precisa y particular al caso. Para solamente suministrar un elocuente ejemplo, recordemos, v.gr., como ciertas fórmulas legislativas deslizadas en la norma legal luego de haber realizado especificaciones minuciosas (“toda otra situación similar”; “salvo casos especiales”; “etc.”; y muchas otras), solamente sirven como demostración de impotencia para resolver una situación y son suministradas —obsérvese— por el legislador, para dejar una válvula do escape, una puerta abierta, una cierta elasticidad, con relación a lo que pudo escapársele de precisión específica o particular.

Pienso que una demasía de generalización nos deja sobre cada asunto, casi tan en ayunas como si no lo hubiéramos examinado. Y esto no parece de modo alguno, conveniente;

c) A mi juicio, Descartes no se ha equivocado al pretender que un método es indispensable (esto es más que evidente); tampoco yerra cuando quiere eludir los convencionalismos y defectos de la lógica y la matemática; pero lo que también me parece evidente, es que el camino elegido por él como “Método y reglas básicas”, (35) nos reúne las virtudes que su creador le atribuyó, ni está exento de las fallas u errores de los que el cartesianismo lo creyó liberado.

15. PERFECCIÓN

Con relación al origen y contenido del pensamiento, Descartes muestra gruesas contradicciones.

Así, nos enseña: “...las cosas que concebimos muy clara y diferenciadamente, son todas verdades...”; (36) pero, por otra parte, expresa: “...la razón no nos dice que lo que vemos o imaginarnos, sea verdadero...”. (37)

¿En qué quedamos?

Continúa Descartes: “El conocer es más perfecto que el dudar... como no es admisible que lo más perfecto sea una consecuencia”. (38) Por mi parte, me pregunto, si, realmente, el “conocer”, es más perfecto que el “dudar” (recordemos, por lo demás, que —para Descartes—, “perfección” es “verdad”).

Yo no creo que pueda caber “error” en la “duda”. Creo, sí, posible, la existencia de errores en el “conocimiento”. Lo que hoy tenemos por “cierto”, mañana puede ser “falso”: la ciencia lo demuestra diariamente. Al “todos los cuerpos caen hacia el centro de la tierra”, por ejemplo, hoy habría que agregar una serie de condiciones ni (v.gr., respecto del lugar en el cual el fenómeno se produciría), para que esto pudiera continuar siendo una verdad.

Para no insistir demasiado sobre la concepción de “lo verdadero”, faltan a dejar constancia, todavía, sobre las naturales dificultades que se presentan para la denotación de las “cosas que concebimos muy clara y diferenciadamente”, ya queda concepción no es uniforme, y en ella cumplen función sentidos y espíritu; todo esto, acentuadamente diferente según los individuos.

16. CIENCIA

Trata Descartes de poner de manifiesto que sus concepciones no son antirreligiosas; y entre otras cosas, dice: “A las leyes de la religión las dictó Dios y por esto es sin duda la mejor reglada de todas”. (39)

En otros capítulos de su obra, asimismo, Descartes expresa: “Hay semillas de verdad en nuestras almas, cuyo origen nos es desconocido”. (40) Refiriéndose a la ciencia, nos enseña: “Las matemáticas encierran muy sutiles invenciones, tantas como las necesarias para contentar a los curiosos...”. (41)

Se me ocurre que nada de esto está demostrado.

Hay tal ausencia de certeza en estos nidos cartesianos, que parte de los elementos de Husserl que Cossio desecha (“Derecho es conducta”), son precisamente los que el Filósofo alemán confunde con las articulaciones sobre “ciencia-religión” derivadas desde Descartes. Y conste, que Cossio, únicamente se diferencia de los sabios, en que, además de exponer sus teorías, sabe explicarlas.

17. ESPÍRITU

Es posible entresacar los siguientes pensamientos de Descartes, en lo que hace a cuerpo, alma, espíritu:

a) “Yo soy sustancia cuya naturaleza es el pensamiento mismo, y, para ser, esto no necesita de ningún lugar, ni depende de ninguna cosa material”; (42)

b) “No solamente estoy alojado en mi cuerpo, sino que me encuentro íntimamente unido a él, y confundido en un todo con el mismo”;

c) “Hasta el espíritu depende de tal forma de la disposición de los órganos del cuerpo...”.

Entonces: ¿se necesita o no del cuerpo?

¿Somos un puro pensamiento, libre de todo lo material, o unido y confundido íntimamente con él?

Si mi sustancia no fuera el pensamiento mismo: ¿”pienso, luego existo”, o no sería ésta la conclusión necesaria?

18. MUTACIONES

“Aunque es cierto que mi propósito no carecía de dificultades —di ce Descartes— éstas no eran insalvables ni podían compararse con las que se oponen a la reforma más insignificante relativa al orden público”, y —continúa—, “así como los grandes caminos que serpentean entre montañas, se vuelven poco a poco tan lisos que resulta mejor seguirlos, que avanzar en línea recta hasta la cima, las imperfecciones de las grandes organizaciones se van atenuando con el uso, y hasta algunas desaparecen o se corrigen insensiblemente, haciendo más soportables sus cambios”.

En la mayor parte de las invocaciones de tipo general y esencial mente retórico que dedica Descartes a sus lectores, propugna no manejarse con los ejemplos; no solamente es necesario prescindir de ellos en virtud de lo que “deforma la apreciación sensorial” —esta es su tesis—, sino también, “porque los ejemplos nos llevan a generalizaciones que no son rigurosas para consigo mismas”.

Esto que sostiene Descartes, no comulga con el acentuado uso que él mismo hace de la ejemplificación.

Queda una sensación extraña, al leer al filósofo, en el sentido de que, cuando no ve otra salida ni encuentra otro modo satisfactorio de explicar algo, él mismo acude a la ejemplificación; medio de convencimiento que —como se ve— ha venido desdeñando antes, y lo niega como veraz, para otros.

Para no tomar sino el supuesto del “sendero de montaña” —a que poco antes aludimos, recapitulando a Descartes— es evidente que, liso u ondulado será el más aconsejable para llegar a la cima cuando se busca seguridad; es más: podría ni siquiera existir sendero, y, sin embargo —siempre que se trate de arribar a un pico montañoso— todos trataríamos •de bordearlo, y sólo a los alpinistas se les ocurriría —como deporte, y no como seguridad— ascenderlo en línea recta.

Pero prescindiendo de este tan poco feliz ejemplo de Descartes, no se percibe cómo puede considerarse por su parte, que la “atenuación”, “corrección”, o “desaparición” de algo, dejan de importar —todas y cada una en sí mismas— “un cambio”. En otras palabras: atenuación, corrección, desaparición, son todos “grados del cambio”, y, por ende, no son ni más ni menos soportables que un “cambio”. Pues, que cambio son.

19. ¿DUDA O CONTRADICCIÓN?

Me parece que habiéndose rendido tradicionalmente un verdadero culto a los puntos de partida de Descartes, no ha sido hasta ahora puesto suficientemente de resalto, un hecho innegable dentro de sus apreciaciones y deducciones: la permanente contradicción que lo en vuelve.

Creo poder demostrar en algo tan cercano a él, como lo que nos muestra y alega sobre su persona y su obra, la existencia —ya; desde el “vamos”—, de la contradicción a que aludo.

Veamos qué opina Descartes de él mismo.

a) Dice en los comienzos de su obra: “Me gusta mostrar los caminos que he seguido a fin de que cada cual pueda juzgar, y las diversas opiniones de la gente, me sirvan como medio de instruirme”;

b) En las partes finales, arguye “Creo que si alguien está capacitado para terminar las investigaciones ese soy yo, porque el que inventa algo sabe concebir y hacerlo mejor que otros”;

c) A mitad de trabajo, advierte: “Quiero sólo como jueces a quiénes, además de buen sentido, tengan facilidad y afición para el estudio”;

Por mi parte creo que ninguna de estas aseveraciones, dentro de cada pensamiento y comparados los pensamientos entre sí, es consecuente con las demás.

Por un lado pide opiniones con humildad, afirmando que le servirán para instruirse; por otro, se otorga a sí mismo la mejor capacidad; y, en fin, limita a quienes él mismo escoja según las opiniones que él acepte, la posibilidad de juzgarlo o ayudarlo. ¿En qué quedamos?

Como si esto fuera poco, veamos lo que ha proclamado en otras ocasiones:

a) “Deseé no desperdiciar ocasión de hacer bien al prójimo, para que mis continuadores siguieran mis trabajos”;

b) “Creo tener facilidad suficiente para encontrar siempre nuevas verdades si así me lo propongo”;

c) “Me limito a decir verdades para que se juzgue si conviene enterar al público de ellas”.

Quiere decir que —en buen romance— Descartes, luego de haberse manifestado como el más apto continuador de sus propias investigaciones y como un real benefactor, decide que otros continúen esos trabajos (?). Yo no entiendo como estos dos juicios pueden conciliarse. Parece natural y lógico, que él mismo hubiera seguido hasta el final... No lo concibo, pese a lo que él mismo dice, actuando como el médico que abandona al paciente a su propia suerte, porque no lo puede curar.

Es significativo que Descartes manifieste ser capaz de haber obtenido nuevas verdades si lo hubiera deseado, y es igualmente sensible su posición, tanto más cuanto que su manifestado deseo de “hacer bien al prójimo”, le habría exigido proceder de otra manera.

En lo que me parece, todas las inconsecuencias nacen de un mal disimulado sentimiento ególatra de Descartes.

Sus aseveraciones, algunas de las cuales hemos examinada antes, parecen dirigidas a crear una atmósfera de humildad en torno a su persona, sin autonegación de capacidad.

Pero ya en algún párrafo de su “Discurso del método”, se le escapan dos juicios que ponen de relieve la vanidad del filósofo: “A quienes descubrimos la verdad en la ciencia, nos pasa como a los jefes de ejércitos abandonados”; y: “Al iniciar mis trabajos me ví obligado a conducirme sin ayuda alguna: era un hombre solo en medio de las tinieblas”.

III. ‑ MIS CONCLUSIONES

I. El principio de la “duda previa total”, es impactante respecto del intérprete; porque ante duda tan absoluta corno planteo inicial, éste parte de la base de que se encontrará ante un riguroso y exhaustivo examen de los problemas del conocimiento.

II. El cartesianismo, exigente en los términos medios de la meditación, y contrariamente a lo que podría suponerse, no ha sometido a suficiente demostración, sus premisas y puntos básicos.

III. Los pensamientos de Descartes son contradictorios; su ejemplificación es insuficiente, y su vanidad no queda suficientemente oculta entre sus manifestaciones de humildad.

IV. El “pienso, luego existo”, carece de fortaleza como para significar un punto de partida aceptable; probablemente un ataque fructuoso al mismo se hace difícil, porque, sin haber sido demostrado, tampoco es fácil su eliminación, de la vitrina de las dudas.

V. Los fundamentos de la filosofía actual, y por ende los de la iusfilosofía, exigen revisión.

IV. ‑ COLOFÓN

¿Qué es, “Qué es Qué”?

Cualquiera fuera la previsión conque se conviniera un idioma, y la prolijidad con que se lo actualizara, jamás se podría llegar a obtener símbolo escrito alguno, que supliera la significación de la entonación moral.

Si pregunto, ¿”Qué es Qué”? —por ejemplo— puedo tratar de interrogar acerca de muchas cosas, todas ellas absolutamente distintas.

Teniendo en cuenta la función gramatical que ha sido mi intención atribuir al vocablo “qué”; podríamos, por ejemplo, hallarnos ante una pregunta sobre identidad: para ese caso, el primer “qué”, sería tan gramaticalmente sustantivo como el segundo.

Ajustándonos a una lectura de interrogación simple, la oración no tendría el mismo sentido que, v.gr., en una “interrogación reflexiva” (ejemplo de esta última: cuando requerimos información acerca de si la interrogación que se nos formula, es la que nosotros estamos mencionando).

Cuando nos interesa saber “qué cosa es qué” y tal interrogante lo introducimos por vía del “qué es qué” (primer “qué, como pronombre; segundo “qué”, como sustantivo), estaremos bien cerca de lo que nuestro título pretende sugerir. Debe entenderse, entonces —para el caso— por el “qué” sustantivo, cualquiera de los elementos del universo cuya naturaleza han tratado de determinar los filósofos, siendo el objeto perseguido por éstos, arribar a lo que ellos llaman, conocimiento,

Pude elegir otro título para este trabajo.

Pero se me antoja que, si al ser leído, se va des una cierta duda sobre si quise referirme a “qué cosa es qué”, o a “sí qué es igual a qué”, o a “qué son todos los qué”, el efecto logrado será favorable; puesto que quedará en mente del lector —desde que inicie la lectura o vea el título— la misma sensación do contusión que creo impera en la explicación que la filosofía moderna considera como “puntos de partida aceptable”.

Me parece —reconvengo al respecto— que el básico “pienso, luego existo” de Descartes, lejos de constituir un punto de partida cierto y racional, no pasa de ser un inicio dudoso, transformado, por conformismo, en una pura convencionalidad.

NOTAS:

1 Todas las citas de las notas se refieren a “Discours de la métode”, de René Descartes, ed. Laboulillet (en francés), Lyon 1881 (trad. del autor). Véase Primera Parte, p. 11.

2 Ibídem, p. 9.

3 Segunda Parte, p. 36.

4 Segunda Parte, p. 37.

5 Segunda Parte, p. 39.

6 Sexta Parte, p. 95.

7 Segunda Parte, p. 42.

8 Sexta Parte, p. 102.

9 Segunda Parte, p. 40.

10 Segunda Parte, p. 38.

11 Segunda Parte, p. 37.

12 Tercera Parte, p. 48.

13 Sexta Parte, p. 81.

14 Tercera Parte, p. 50.

15 Primera Parte. p. 34.

16 Tercera Parte, p. 56.

17 Segunda Parte, p. 49. ¶

18 Segunda Parte, ps. 47 y 48.

19 Quinta Parte, p. 95.

20 Tercera Parte, p. 55.

21 Tercera Parte, p. 52, máxima II.

22 Tercera Parte, p. 52.

25 Tercera Parte, p. 48.

24 Quinta Parte, p. 97.

25 Segunda Parte, p. 39.

26 Tercera Parte, p. 48.

27 Segunda Parte, p. 39.

28 Segunda Parte. p. 43.

29 Segunda Parte, p. 51.

30 Tercera Parte, p. 55.

31 Segunda Parte, p. 44.

32 Ibídem.

33 Segunda Parte, p. 45.

34 Ibídem.

35 Segunda Parte, ps. 43 y ss.

36 Cuarta Parte, p. 62.

37 Cuarta Parte, p. 69.

38 Cuarta Parte, p. 60.

39 Segunda Parte, p. 37.

40 Tercera Parte, p. 51.

41 Primera Parte, p. 29.

42 Cuarta Parte, p. 61.

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Este libro se terminó de imprimir en enero de 1996,

en el taller gráfico de Editorial Abacacía SRL.,

Lavalle 1282, 2º, “41”, Buenos Aires, Argentina.