Recuerdo cuando era niña los anocheceres de estío en Castroverde, cuando se iniciaba el bonito ritual de “subir a merendar a la bodega”…
Todas las familias disfrutábamos de esa bella tradición tan arraigada en el pueblo, el nuestro y otros tantos de Castilla.
Por aquél entonces, no existían los merenderos ubicados en la entrada o en los alrededores más próximos de cada bodega, como los conocemos hoy en día, sino que tan sólo se contaba con la bodega en sí, normalmente engastada en la tierra de la villa y con varios metros de profundidad, se dibujaba húmeda, fría y oscura, serpenteando las entrañas del terreno.
A pie de bodega se disponía de varias piedras planas o maderos grandes que hacían el servicio de asientos para acomodarse. A veces en el centro se colocaba una mesa vieja de madera para disponer la merienda, o simplemente se extendían varios manteles en el suelo o incluso papeles de periódico para el descanso de las viandas.
En torno a la “mesa”, o como buenamente se podía, nos acomodábamos toda la familia y amigos para dar buena cuenta de la merienda que, cocinada en casa, habían subido las madres a la bodega.
Qué bueno sabía todo! todo era rico al paladar!. Los alimentos, entonces tan naturales, podían ser tortillas de patata recién hechas, o embutidos y carnes elaborados en la matanza del invierno anterior, todo ello regado con el mejor de los vinos, que era el nuestro, el de nuestras gloriosas bodegas, el vino de Castroverde de Cerrato.
Pero si la merienda era una exquisitez en sí misma, nada hubiese sido lo mismo sin la magia de los cantares de hombres y mujeres que erizaban el bello de nuestra piel al oírles cantar…aquella fuerza de” las voces de tenor” entonando la jota castellana….
Como en una complicidad muda, comenzaban a entonar una canción desde una bodega, después de unas estrofas callaban, y respondían otros paisanos cantando y siguiendo la letra de la misma canción, desde otra bodega lejana. Es indescriptible la emoción que se cuajaba en el ambiente, la emoción que viajaba en las notas de gargantas, la emoción que se mecía transparente en el aire… el júbilo de todos los presentes, riendo y aplaudiendo contagiados por idéntico afán…
Todo ello bajo un cielo azúl marino casi negro, salpicado de las estrellas más brillantes y cercanas que he visto en mi vida…El cielo de Castroverde, la mayor provocación que invita a alzar los brazos para atrapar los sueños escondidos en cada una de sus estrellas…
Publicado por Montse Gómez Alonso el 30 de enero de 2013 a las 7:00pm