Mesa Lectura de Otoño 2021

Cuento

¿QUIÉN ES EL MONSTRUO?


Su nombre era Lou. Una pequeña que no rebasaba el metro y medio. Su cabello azabache le caía hasta el comienzo de los hombros, luciendo unas puntas perfectamente recortadas.

La nena se abría paso hacia la pequeña cocina de su casa. De nuevo podía percibir ese prominente olor cada vez que salía de la cama. Decidió ignorarlo y poner un poco de aromatizante que prometía una fragancia a lavanda; unos segundos después se disipó el previo hedor.

Cuando terminó de prepararse el desayuno, observó a su madre recostada en el piso en una posición visiblemente incómoda. Corrió veloz hacia su closet a tomar una cobija, para regresar y tapar a su mamá con ella; le dio un beso en la frente y se despidió.

Subió al camión de su escuela dando un suspiro. Se sentó en uno de los muchos asientos vacíos. Volteó hacia la ventana de la izquierda y observó cómo el vehículo se adentraba en la zona urbana. Le fascinaba ver tantos edificios altos, casas con diseños modernos que repetían el mismo patrón y color una y otra vez en la misma cuadra.

Algo que odiaba de la mañana era tener que estar siempre sola, en los asientos del camión, en la escuela cuando hacían parejas o cuando sus compañeros comían en la hora del receso. Con excepción de su casa: ahí se sentía vigilada constantemente. Pero, al mismo tiempo, sentía que en verdad estaba acompañada. O eso se decía a sí misma, en un acto de autocompasión.

* * *

Tras un día cansado, tanto física como mentalmente, el conductor del camión se quedó hablando con la menor sobre temas triviales, ya que su casa era la última del recorrido del transporte escolar.

—Lou, ¿cómo ha estado tu madre?

—Pues hoy tampoco estaba despierta.

—¿Crees que se encuentre en casa? —preguntó el conductor un poco preocupado.

—No lo sé, depende… —respondió la niña mientras se dirigía a la puerta del camión.

—¿De qué depende, Lou? —La pequeña no respondió a la pregunta—... Cuídate.

La niña solo asintió, dio un pequeño brinco y descendió. Acto seguido, se marchó hacia su casa. Su vivienda lucía desgastada y tétrica por la falta de luz a sus alrededores.

Cuando Lou abrió la puerta, prendió todos los focos que aún funcionaban, para poder ver algo. Llamó a su madre unas cuantas veces, pero se percató de que no se encontraba en casa, hecho que la tranquilizó.

Caminó hacia la limitada cocineta. Se detuvo en forma abrupta cuando una sensación fría recorrió su espalda baja al ver que la puerta del refrigerador se balanceaba lentamente hacia delante y atrás en un movimiento hipnótico.

Lou, sin dejar de ver la puerta balanceándose, respiró hondo y exhaló el poco aire que retenía en los pulmones. Con paso decidido cerró de un portazo el refrigerador. Silencio. La ausencia de sonido la estremeció, así que fue corriendo a prender la televisión al máximo volumen. No sabía si estaba esperando que algo o alguien apareciera. Giró la cabeza en todas direcciones para cerciorarse de que nadie más estuviera presente.

Cuando solo podía oír alguna caricatura de fondo, se calmó y decidió ignorar lo que fuera que hubiera ocurrido hacía unos momentos. En busca de satisfacer su apetito, rebuscó por la alacena, la cual se encontraba mayormente vacía, al igual que la nevera. Salió cabizbaja —pero no sorprendida— ante el hecho, que era algo usual en su domicilio.

Su postura se recompuso al recordar que guardaba una fruta en la mochila, de hacía un par de días, que le había regalado el conductor del camión. Fue corriendo por ella, y, efectivamente, encontró la manzana un poco magullada, pero le serviría ante la necesidad alimenticia que tenía. Después de su lamentable excusa de almuerzo, subió las escaleras y se encaminó a su habitación para empezar con sus deberes escolares.

* * *

Lentamente abrió los ojos y se percató de que yacía sobre las libretas escolares. Al parecer se había dormido por horas, ya que la luna se encontraba estática y su luz contrastaba con la sombría noche. A la pequeña no le gustaba pasar las noches en su cuarto, solía tener la sensación de estar acompañada: ventanas cerradas y luego abiertas, su puerta rechinando lentamente, ruidos que —según ella— provenían de debajo de su cama. En especial ese olor; era tan único y repugnante, pero siempre se percataba de él en las madrugadas de insomnio. Solía creer de pequeña que un monstruo vivía en su casa, aunque ella ya estaba grande para creer tales boberías.

De repente, un fuerte azote cerró la puerta con un ruido seco. La niña podía sentir el acelerar de sus palpitaciones, cómo eran cada vez más rápidas y sin descansos. Una capa fina de sudor frío le recorrió la frente.

—No otra vez —murmuró por lo bajo.

Volteó a ver su lámpara de noche. Sin importar qué, fue corriendo hacia ella, pero el cable de conexión estaba cortado. Silencio de nuevo. Sintió el cuerpo inmovilizado al ver cómo flotaban majestuosamente las cortinas de la ventana por el aire. Al contrario, ella estaba hecha un manojo de nervios.

Con las manos temblorosas, decidió que lo mejor sería acostarse y olvidar lo que estaba sucediendo. Pero en el trayecto a su cama el olor comenzó a llenar el espacio; ese olor tan vomitivo, una mezcla entre moho y viejo saturaba su alrededor.

Eso solo hizo que empeorara su estado de nervios. Una sensación de peligro inminente no la dejaba en paz. Constantemente se destapaba un poco el rostro, bajando la cobija para asegurarse de que todo estuviera bien.

De repente escuchó un grito desgarrador. Sin pensarlo se levantó con brusquedad y trató de abrir la maldita puerta, que se encontraba trabada o al menos se sentía más pesada de lo normal. Estaba empujando y aporreándola, sin éxito alguno de abrirla. Un pequeño escalofrío le recorrió al instante cada parte de la espalda hasta dejar sus vellos de punta.

Dejó de moverse. Lentamente una sola lágrima humedeció su mejilla. Había algo detrás de ella, lo podía sentir, podía percibir cómo era posible cortar la tensión con un cuchillo. Se sentía incapaz de gritar y de respirar, no podía inmutarse.

Nada. La pequeña no hacía nada. No quería darse la vuelta y enfrentarlo. En el piso de abajo se alcanzaban a oír gritos y voces estruendosas que solo la sofocaban más. Un gran nudo en su garganta no tardó en aparecer.

Antes de que pudiera ser consciente de lo que pasaba, algo la arrastró hasta debajo de la cama. Tenía tanto miedo que ni siquiera forcejeó ni hizo movimiento alguno para intentar apartarse.

A su lado se encontraba él, el que ella sabía que siempre la escoltaba a donde fuera. Lou seguía mirando hacia el suelo, petrificada por el terror que recorría completamente su figura. Tomó valor y giró la cabeza hacia él. No había nadie, solo reconocía oscuridad, lo cual la desconcertó aún más, ya que lo seguía sintiendo a su lado.

Sorpresivamente, la puerta se abrió poco a poco, acompañada de un rechinido que le resultaba ensordecedor. La menor pudo identificar unos pies que vagaban con cautela, como si estuvieran buscando algo o a alguien. Deseó que su corazón dejara de palpitar tan rápido, ya que sus agitados latidos le imposibilitaban oír con claridad. Su estropeada respiración se quedó inmovilizada en sus pulmones; estos se negaban a tomar más aire, como si eso hiciera que el monstruo se alejara o la dejara vivir.

Justo en ese instante un pensamiento fugaz llegó a su mente: ese ser que merodeaba en su habitación era su madre. Lo supo en el momento en el que vio cómo sostenía por lo alto un cuchillo filoso, mientras removía las cobijas y sábanas con desesperación. Lou se encontraba en un estado de shock, abrumada por preguntas sobre lo que observaba desde su limitada visión. Sentía miedo de cerrar los ojos, pero le causaba terror la idea de abrirlos.

Incluso ella sabía que hasta la noche más siniestra tenía un fin. En aquel momento comprendió que el monstruo siempre había vivido a su lado. Vendría por su cuerpo, su sangre, y la despojaría de todo lo que alguna vez había conocido.

Un susurro proveniente de la oscuridad que la acompañaba llenó sus oídos con el tono más dulcemente escalofriante:

—¿Quién es el monstruo ahora, Lou?


Tercer semestre de preparatoria