Mesa Lectura de Otoño 2021

Cuento

LA LEYENDA DEL SKADOUG


¿Alguna vez te has preguntado si tu sombra realmente te pertenece?, ¿qué sería de nosotros sin nuestra sombra?, ¿realmente sería importante para sobrevivir? Si todo esto tiene respuesta, mi pregunta principal es: ¿qué es la sombra?...


14 de agosto de 2007

Apenas era de mañana y ya estaba teniendo un mal día. Mi madre, Denisse Jemer, conducía por una carretera entre los altos árboles del bosque de Winchester, Massachusetts. Nos desplazábamos en un Nissan Altima rojo, regalo de mi padre para cuando cumpliera mis dieciséis años, por lo que todavía faltaban dos años para que pudiera conducirlo. Mi hermano Julián era el menor de nosotros, tenía nueve años. Él no se parece en nada a mí, tanto en físico como en personalidad. Para empezar, es rubio, con unos grandes ojos azules, como papá, mientras que yo heredé el pelo castaño de mamá, aunque mis ojos son de un café más oscuro que los de ella.

Ya llevábamos horas sentados sin hacer nada, salvo mirar por la ventana del auto. Habría sido un agradable día soleado si Julián hubiera dejado de hacer las mismas preguntas todo el tiempo.

—¿Ya llegamos? —preguntó, de nuevo.

—¡Por millonésima vez, no hemos llegado, Julián! ¡Deja de molestar! —respondí.

—Cálmate, Noah, ya casi llegamos —comentó nuestra madre. Noah es mi nombre, Noah Kadaghan.

Me recargué en la ventana del coche y no volví a hablar durante el viaje. No valía la pena intentar interactuar con mi hermano; nunca nos habíamos llevado bien, ni siquiera antes de decidir mudarnos por las circunstancias.


Después de otro largo rato dejando volar el tiempo en el carro, llegamos a nuestro destino. Al dar vuelta a la izquierda de la ruta, una gran casa se asomó por el camino que ya era de tierra y rocas. Acercándonos, me di cuenta de cuán grande era. El patio frontal tenía mucho mayor área que el trasero. Aunque nos estacionamos ahí, había suficiente espacio como para otros dos o tres vehículos.

Al bajar del auto y ver directamente la casa de dos pisos, supe que definitivamente mi madre ya no tenía intenciones de volver a Boston, donde vivíamos con papá.

Sin embargo, Julián estaba maravillado con su nuevo hogar.

—¡Guau! —exclamó—. ¡Es enorme!

—Tranquilo, pequeño, no te emociones —dijo mi madre—- Recuerda que solo tenemos la casa por el acuerdo que tengo con el hospital Minergory de esta ciudad.

—Claro. ¿Cómo podríamos comprar esta casa con nuestro dinero? —dije con amargura.

—¡Noah! ¡No hables así! —demandó ella.

Puse los ojos en blanco. En esos días mi madre se quejaba de todo lo que hacía.

—Bien. ¿Puedo ir a explorar la casa o tengo que esperar a que Julián termine de admirar nuestra nueva vida? —dije.

En ese momento le llegó un mensaje a mi madre. Pude adivinar de quién era, debido a su mirada perdida al terminar de leerlo.

Julián la devolvió a la realidad.

—Mami, yo también quiero ir adentro.

—¡Ah, por supuesto! Vayan juntos y con cuidado —respondió con una gran sonrisa y guardando rápidamente el celular en su bolso.

Le dediqué una última mirada de indiferencia antes de entrar por la puerta y ojear el interior de la casa.


Debía admitir que Julián tenía razones para estar encantado con esa casa. Todo estaba muy bien organizado y limpio, como si hubiera sido aseada cada hora al día. El vestíbulo era lo más pequeño. Las demás habitaciones eran enormes, al menos yo diría enormes, ya que no solía estar en lugares con mucho espacio. En total había diez: la sala, el sótano, la cocina, el comedor, un cuarto lleno de cajas, los tres baños (uno en cada planta), mi habitación compartida con Julián y la de Denisse.

No estaba nada mal, pero no era lo mismo sin papá.

Mi madre nos llamó para desempacar. A la mañana siguiente llegarían personas para ayudarnos a instalarnos.

El día no fue muy interesante: discutí unas cuantas veces con mi madre, escuché música, acomodé lo más importante en mi nueva habitación, toleré lo más que pude a Julián y comimos en la mesa del comedor como una linda familia, sin mencionar el hecho de que faltaba un miembro de ella.

Llegando la noche, Julián y yo nos preparamos para dormir.

—¡Esta casa está súper! ¿No lo crees, Noah? —dijo él, tapándose con sus cobijas de Buzz Lightyear.

—¿Tú en realidad no sabes por qué mamá nos trajo aquí, cierto? —inquirí, evadiendo su comentario. Ya me estaba acurrucando en mi cama, al igual que él en la suya.

—Para tener una mejor vida con nosotros —contestó.

—¿Y papá?

—Se tuvo que quedar, porque su trabajo no lo dejó venirse con nosotros.

Reí por lo bajo. ¡Ay, mi madre y sus dulces mentiras!

—¿Eso fue lo que te dijo mamá? —continué.

—Sí.

—¡Ja!... Oye, Julián, ¿en tu escuela no te han hablado de la palabra divorcio?

—No —respondió. Pude notar que ya se preguntaba a dónde quería llegar con este interrogatorio—. En realidad no lo recuerdo, tal vez ya lo han mencionado… La verdad, se me olvidan muchas cosas que vemos en clase. ¿Por qué?

—Olvídalo. Supongo que todavía eres muy pequeño para esos temas. —Y en verdad lo era, pero en algún momento lo sabría.

—¿Entonces no me dirás qué significa?

—No, niño.

—¡Pero ya me dio curiosidad!

—¡Ya duérmete!

Julián aguardó unos segundos más antes de aceptar que no obtendría una respuesta de mí. Ambos apagamos nuestras lámparas.

—De todas formas, creo que es mejor para ti que no sepas lo que papá le hizo a mamá, no todavía —dije en voz baja, para que mi hermano inocente no escuchara.

Intentaba dormir, pero mis pensamientos no estaban bien acomodados, además del molesto ruido que provenía del exterior. Pensé en echar un vistazo por la ventana, pero empezaba a relajarme y no quise desperdiciar la oportunidad de dormir por el extraño sonido, que parecía un silbido agudo.


El 27 de agosto se acabaron nuestras vacaciones. El verano había sido aburrido y repetitivo. Ya teníamos todas nuestras pertenencias instaladas, como si siempre hubiéramos vivido ahí, en esa casa. Lo reluciente y limpio del lugar había desaparecido; no creo que hubiera durado más de dos días con Julián corriendo por todos lados.

Fuimos inscritos en la escuela Knowlton Stadium, de Winchester. No esperaba mucho del colegio, tampoco lo veía como una oportunidad de hacer nuevos amigos, pues todos los que me importaban se habían quedado en Boston.

Mi mamá empezó a trabajar como doctora. Tenía turnos de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y los sábados y domingos se ausentaba para sus turnos nocturnos de diez de la noche a dos de la mañana. Parecían muchas horas, pero ese había sido el trato de mi madre para tener la casa. Mi hermanito sí se quejaba de que ella trabajaba mucho, pero yo no mostraba gran interés en eso ni en nada; siempre me sentía de mal humor desde que mis padres se divorciaron.

Bajamos a desayunar a las seis. La escuela empezaría en una hora y, aunque no me importaran los regaños de mi madre, no quería llegar tarde en mi primer día. Siempre sacaba buenas notas. Podría ser un amargado en esos momentos, pero no dejaría de lado mi dedicación a mis estudios.

Nos lavamos los dientes y agarramos nuestros materiales de la escuela. Obviamente, fui el primero en estar listo; luego Denisse y Julián se subieron al auto y arrancamos.

Llegamos a las 6:56. Mi madre estacionó el carro y se volteó hacía nosotros.

—¿Quieren que los acompañe a entrar? —preguntó.

—¡Sí, por favor! No quiero estar solo el primer día de clases —respondió mi hermano.

No era cierto, seguramente haría un amigo en cuanto pisara el salón de clases. En cuanto a mí…

—¡Por supuesto que no! —dije agriamente—. ¿Qué crees que pensarían los chicos de mi grado si llego a la escuela con mi mamá?

OK, quizá sí me importaba lo que los demás hubieran pensado de mí.

—De acuerdo, hijo. Con un simple “no, gracias” sería suficiente.

Yo no habría dicho lo mismo. A veces es mejor especificar lo que quieres.

Y entramos a la escuela.

—¡Que tengan un hermoso día, mis amores! —gritó Denisse despidiéndose, como era de esperarse.

Mi hermano y yo nos separamos y entramos a nuestros salones correspondientes. A Julián le tocaba matemáticas, mientras que yo tenía español. Esperaba que ninguno de mis compañeros hubiera escuchado a mi madre.

—¡Buenos días, jóvenes! —dijo la maestra—. Como saben, ya es un nuevo ciclo escolar; algunos se fueron, otros llegaron… Muy bien, yo soy la maestra Cecilia Urbalejo Sández —lo escribió en el pizarrón—. Ahora, por favor, les pido a los nuevos alumnos que no estuvieron el ciclo anterior que se pongan de pie y nos digan sus nombres y algunos datos de ustedes, para conocernos mejor.

La maestra era de tez morena, con el pelo negro y largo. Desde donde estaba sentado alcanzaba a ver que sus ojos eran oscuros, como los míos. En mi salón había cuarenta alumnos, de los cuales cinco nos paramos: dos niñas y tres niños. Los alumnos de pie dijimos lo que la maestra nos había pedido. Afortunadamente, fui el último en hablar:

—Mi nombre es Noah Kadaghan. Cumplo el 27 de julio. Vivo con mi madre, Denisse, y mi hermano menor, Julián. Me gusta estar en casa viendo películas de ciencia ficción y vengo de Boston.

Siempre decía lo mismo, o algo parecido, cuando me tenía que presentar, aunque era la primera vez que no mencionaba a mi padre.

Volví a sentarme en el mesabanco.

—Muy bien. ¡Bienvenidos, jóvenes, y espero que se la pasen muy bien este ciclo escolar! Ahora, sin más preámbulos, empezaremos con algo sencillo…

Cada clase duraba cincuenta minutos. Cuando acabó la de español, siguió matemáticas y luego geografía; para mi hermano fueron español y biología. En esas horas no hablé con nadie. Yo era muy inteligente, pero no me relacionaba con muchas personas; por eso me sentía bien con los amigos que tenía en Boston, ya que con ellos me sentía libre, sin ser juzgado. Ahora tenía que empezar de nuevo y esa idea apestaba.

Durante el recreo, no me impresionó ver que Julián ya estaba en una nueva bolita de amigos. La explanada de la escuela era grande, había varias bancas. En una de ellas estaba él sentado con muchos niños, mientras que yo me encontraba solo en otra. Todos conversaban en grupos y, para no incomodarme más, decidí irme a un lugar con mayor privacidad, hasta que un chico caminó hacia mí. Lo reconocí como otro de los nuevos de mi grupo. Era corpulento y pelirrojo, por lo que nunca creí que fuera a hablarme, a menos que se tratara de la tarea.

—Hola. ¿Tú eres Noah Kadaghan? —preguntó cuando estuvo parado a mi lado.

—Eh… sí —respondí, tratando de verme confiado.

—Ah. Yo soy Hans Persan. Mi papá trabaja en el mismo hospital que tu mamá.

Me congelé al oír la palabra papá. Sé que debía acostumbrarme, pero no había pasado mucho tiempo desde que lo había visto por última vez. Hans debió notar mi expresión.

—¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?

—No, estoy bien —contesté en voz baja.

—¿OK? Bueno, también soy nuevo. Iba en la Lincoln Elementary School… y ahora voy en esta contigo.

“Interesante, creía que solo estabas de paso”, pensé con sarcasmo.

Al final no dije nada, pero Hans trataba de seguir la conversación.

—También sé dónde vives —continuó—. Tu mamá le dijo a mi papá. ¡Es increíble que vivas en la casa del viejo loco Greg!

—¿Viejo loco… Greg? ¿Quién es él? —pregunté con más curiosidad. No sabía nada de un anciano demente que había vivido en mi casa. Esperaba que ese dato hiciera más interesante el lugar.

—Su nombre era Gregory. Todos aquí en Winchester lo consideraban loco.

—¿Por qué?

—Mi mamá dice que estaba investigando a una criatura rara del bosque. Él contaba que podía robar tu sombra para comérsela, y, claro, todos pensaron que estaba delirando… Murió hace aproximadamente un año.

Tocó el timbre. ¡Genial!, estaba empezando a atraerme esta conversación.

—Bueno, nos vemos en el salón —dijo Hans, yéndose.

Me pareció agradable. Tal vez sería mi primer amigo. Además, consiguió aguantarme en los primeros cinco minutos de conocernos; eso es un gran logro. Creía que en esa ciudad no habría muchos con los que pudiera simpatizar.


Cuando acabaron las clases, a las 2:55 de la tarde, el autobús nos llevó lo más cerca posible de casa; después era fácil llegar. Esperamos a que mamá terminara de trabajar, pero llegadas las 5:12 aún estaba ausente; seguramente se había retrasado.

—¡Ya me harté de esperar! Iré a explorar el bosque —dije, agarrando mis audífonos.

—¡No! ¡No puedes! ¡Mamá dijo que no saliéramos! —se quejó Julián.

—Tranquilo, bebé. No iré muy lejos. —Vi de reojo que iba a decir algo más, pero crucé la puerta rápidamente, sin dirigirle una mirada.

Era la primera vez que caminaba por los alrededores sin que me acompañara nadie. Lo prefería así, era más pacífico. Sentía el crujido de mis pisadas a causa de las ramas en el suelo. Escuchaba música pop; la canción que se reproducía se llamaba “Locked Away”. El cielo estaba despejado, o al menos así se veía, ya que las ramas de los árboles tapaban mi vista.

Estaba empezando otra canción cuando sentí un escalofrío. Fue extraño, no solía tenerlos. De repente, con cada paso que daba escuchaba más un pitido en mi oído. Me llevé las manos a los audífonos y me los retiré de las orejas. Lentamente el pitido fue disminuyendo, pero al dar otro paso más vi algo moverse. Otro paso y un arbusto cercano empezó a mecerse ligeramente. Mi brazo comenzó a levantarse, como si estuviera poseído; iba directo al arbusto. Estaba a punto de tocar sus ramas cuando…

¡Reeet!

Salté hacía atrás al momento que algo se abalanzó sobre mi cabeza, me arañó con sus uñas en la frente y el cachete. Al incorporarme vi una ardilla que subía un árbol con rapidez.

—¡Espero que estés feliz, roedor! —le solté, como si hubiera podido entenderme, y si hubiera podido dudo que le habría importado.

¡Agh! Ahora estaba cubierto de tierra, con arañazos en la cara y con un posible castigo de mi madre.

—¿Es tu primera vez en el bosque o te dan miedo los animales pequeños?

Sentí como si esa voz me hubiera arrancado el corazón. ¿Qué rayos…?

Claro, siempre había una chica del bosque.

—¿¡Se puede saber qué hacías parada observándome?! O, mejor, ¿quién eres? —le reclamé, en un tono más alto del que esperaba.

—¡Uy, alguien es un amargadito! Lamento haberte asustado.

—No me asustaste —dije, tomando una buena postura—, solo que no me gusta que me espíen.

—Ajá. ¿Entonces, tu grito fue de alegría?

—No, fue uno de… confusión.

Se echó a reír a carcajadas. Lucía de mi edad, su cabello castaño oscuro le tapaba un poco las pecas de la cara y sus ojos eran color avellano.

—En ese caso, ¡debiste haber visto tu cara de confusión!

—¡Oye! No le veo la gracia —protesté.

—Eso es obvio, amargadito.

—Soy Noah. No me llames así.

—Y yo soy Mila Friest, pero me puedes llamar como quieras.

Me ojeó de arriba abajo. Sentí un poco de vergüenza al recordar el estado en el que me encontraba, pero luego sus ojos se abrieron como platos y estalló en ánimos.

—¡Tú eres mi nuevo vecino! ¡Al fin te conozco! Solo te había visto de lejos con tu familia… Noah Kadaghan, ¿cierto?

—Sí. Dices que eres mi vecina, pero mi casa está casi en medio del bosque. ¿Dónde vives, entonces?

—¡Oh, bueno! Soy una vecina lejana, ¡ja, ja! Vivo en una choza a unos kilómetros de aquí, por allá —señaló un punto de la arboleda—... ¡Es increíble que vivas en la casa de Greg! Era un gran amigo mío…

—¿Conociste al viejo loco Greg? —interrumpí.

—Estoy diciéndote que era mi amigo, ¿no escuchaste? Y no estaba loco. La criatura que investigaba sí existe… ¡la he visto!

Estaba chiflada, era un hecho.

—Claro, y los vampiros también existen —me burlé.

—De hecho, se han dado casos de personas que beben sangre…

—Era una broma.

—Yo no estoy bromeando —expresó con más seriedad.

—Entonces estás loca.

“Bien dicho, genio”, me dije.

Su rostro adoptó una mirada de reproche. ¡Adiós a la buena primera impresión!

—No quise decir eso.

—No, sí quisiste, y no eres el único —respondió—... Supongo que te veré luego.

Se empezó a alejar y yo me quedé parado en mi lugar. ¿Debería seguirla y tratar de disculparme? De todas formas, ella ya tenía una mala idea de mí. Al final decidí volver a casa. Después la volvería a ver, eso creía.


No me di cuenta de lo tarde que era. Ya estaba oscureciendo. Calculo que había estado afuera durante una hora y media. Mi madre ya debía de haber llegado. Seguramente me regañaría, pero no me arrepentía de nada.

Ya había caído la noche cuando me declaré perdido.

“¿Es por aquí?”, me repetía cada vez que veía una dirección conocida. El problema era que casi todas se parecían.

Alumbré el camino con la luz del celular. Traté de guiarme en Google Maps, pero al parecer no tenía servicio en esa parte del bosque. No me puse los audífonos por si escuchaba algún ruido de animal. Y lo escuché, pero no era de animal o humano.

—¿Mila? —dije—. ¡Mila, te juro que no es gracioso!

No creía que fuera ella, pero quería que así fuera. No conozco muchos de los sonidos que son generados por animales, pero esto era algo diferente, y lo sabía, porque lo oía casi todas las noches. Era un silbido. Un silbido agudo.

El sonido me estaba aturdiendo. Poco a poco se combinó con el pitido que había sentido antes de que la ardilla me arañara. Cerré los ojos, la cabeza me empezó a dar vueltas. Lo que fuera esa cosa, lo que me hacía oír estaba en todos lados. Quería que parara. ¡Para, para, PARA!

Se detuvo. Pero no fue todo.

Un grito. Uno desgarrador. De un humano.

Lo peor era que se escuchaba demasiado cerca. Demasiado.

—¿Mila…? —Pero no era Mila Friest.

A unos diez metros de mí yacía en el suelo un chico. Lo pelirrojo de su cabello había desaparecido, pero era imposible olvidar su rostro.

—¿Hans? —No respondió—. ¡Hans!

Me arrodillé a su lado. Tenía los ojos abiertos, pero estaba inmóvil, inexpresivo.

Lo que más me impactó (y aterrorizó) era que su piel se había tornado gris y sus ojos ya no eran de ese tono miel, sino que la pupila y el iris se habían vuelto hacia un blanco. Como si todo el color de su existencia hubiera desaparecido. Y no tenía pulso, por lo que, literalmente, su vida se había esfumado.

Desearía que eso hubiera sido lo último que hubiera visto esta noche.


“No te muevas”, decía una vocecilla en mi mente.

“Es mejor que corras”, me sugirió otra.

Animal o no animal. Humano o inhumano. Fuera lo que fuera, debía de estar cerca. ¿O había decidido irse después de escoger su primera víctima? ¿Volvería por una segunda? No tenía tiempo para pensar. Estaba paralizado y no quería dejar atrás a Hans Persan, o lo que quedaba de él. Al final opté por correr.

Grave error.

No creo poder olvidar esa imagen.

Frente a mí había una figura. Una de un gris demasiado oscuro, con los hombros caídos. Parecía un esqueleto humano, como si casi no tuviera carne pegada al cuerpo. Las que supongo que eran sus costillas subían y bajaban. Respiraba. Tenía seis dedos esqueléticos y delgados, en lugar de los cinco ordinarios. Pero lo más aterrador era su rostro.

En realidad, no creo que hubiera sido un rostro. Su cabeza parecía más como la de los supuestos extraterrestres: con la parte superior más grande que la inferior, donde debía estar su boca. En lugar de esta había un agujero desfigurado que abarcaba casi ese lado de abajo. Y sus ojos… sus ojos eran perfectamente circulares y brillaban, pero no con un brillo que te alumbrara en la oscuridad, sino uno que te penetraba el alma. No podía durar ni un segundo mirándolo a los ojos, y no lo deseaba hacer.

¿Me miraba? Empezaba a cuestionarme eso cuando su brazo se movió hacía mí. Sus manos huesudas estaban por tocarme. El silbido volvió a escucharse.

“¡Corre!”, dijo mi instinto, “¿¡qué esperas!? ¡Corre, corre, CORRE!”.

Y lo hice. Daba igual, dudaba que habría podido llegar muy lejos si esa cosa me perseguía.


No sé cómo lo hice, pero encontré el camino a casa. Esa noche no sería el festín de una criatura que no debería existir.

Las luces estaban apagadas, seguramente Julián ya dormía (se acostaba muy temprano para las clases). Pero, ¿y mi madre?

Abrí la puerta sigilosamente, o traté de hacerlo, ya que, en cuanto la cerré, una lámpara se encendió.

—¡¿Dónde rayos estabas?! —gritó Denisse desde el sofá—. Tu hermano me dijo que te habías ido a explorar el bosque… ¡hace tres horas! ¡No sabes lo preocupada que estaba, hasta llamé a urgencias! Ahora les tengo que decir que ya llegaste ¡y más te vale que tengas una buena explicación de a dónde te escabulliste y qué hacías…! ¡Mírate! Tienes arañazos y estás lleno de tierra…

—Mamá, yo…

—¡Déjame terminar! ¡Tú sabes que estoy haciendo lo mejor que puedo por ustedes, pero cada vez me lo haces más difícil, Noah! ¡Y, luego, sin tu padre…! —lágrimas empezaron a brotar de sus ojos—. Sé que no te gusta esto y que estás molesto, pero debes apoyarme. ¡Hazlo! ¡Por favor!

Se suponía que le debía contestar, pero me dejó sin palabras. Me esperaba un castigo más seco, sin sentimientos.

—Mamá… lo lamento, no quise asustarte. Fui al bosque porque me aburrí, solo me perdí un poco. Yo estoy bien, pero sucedió algo.


Mi madre llamó al hospital de su trabajo. No tardaron mucho en llegar. Sin embargo, duraron bastante tiempo en hallar el cuerpo de Hans Persan. Probablemente comenzarían una investigación al día siguiente, pero no encontrarían nada, ya que lo que había sucedido no tenía lógica.

Omití la parte de la criatura cuando me interrogaron.

—Intentaba encontrar el camino a mi casa cuando vi su cuerpo tumbado —expliqué a las autoridades—. No tengo idea de qué pudo haber sucedido, pero cuando llegué, él ya estaba en ese estado… gris.

Y, sin más, decidieron que ya no les servía entretanto avanzaran las investigaciones.

Mamá se quedó conmigo hasta que me dormí. Insistí en que no era necesario, pero ella dijo que me veía asustado y no quería que estuviera solo; y, a decir verdad, yo tampoco.

Tuve que hacerme el dormido. Ni siquiera podía cerrar los ojos sin que apareciera la imagen de esa cosa del bosque, el verdadero responsable de la pérdida de Hans.


—Prometo preguntar a los padres de tu compañero si obtuvieron algún informe del caso —dijo mi madre la mañana siguiente.

—Dudo que encuentren algo tan pronto —le contesté, luciendo despreocupado.

Julián comía su desayuno en el comedor (huevos con jamón y leche), mientras yo platicaba con Denisse en la cocina.

—No menciones nada en la escuela, ¿de acuerdo?

—No creo tener que hacerlo. Me dijeron que los rumores llegan más rápido de lo que crees en Knowlton.

Y así era. No hablaban de que Hans había sido atacado, sino de si lo que lo atacó seguiría por ahí suelto. Me habría podido llevar toda la atención si hubiera dicho que yo había encontrado al chico y a la criatura en el bosque, pero decidí mantener un perfil bajo. Se imaginaban posibles responsables del suceso.

¿Animal salvaje?

¿Asesino serial?

¿Virus letal?

Pero ninguno acertaba.

En cuanto terminó la escuela, dejé mis cosas en casa y, mientras mi hermano jugaba videojuegos, me dirigí al bosque.

—¡Mila! —grité—. ¡Mila, aparece, por favor!

El lugar estaba increíblemente tranquilo. Hacía más frío de lo normal. Pensé en que debí haber llevado una chaqueta.

—¡Tenías razón! ¡Es real!

—¿Lo viste? —Su voz provenía de algún lugar cercano—. ¡Voltea arriba!

Mila estaba sentada en una rama de árbol un poco elevada del suelo. Su cabello se recogía en una coleta y sus pecas estaban a la vista.

—¡Te puedes lastimar, Mila! —advertí—. ¡Ten mucho cuidado…!

Saltó despreocupada al suelo. Cayó de pie con una gran elegancia, como un gato que cae de cuatro patas.

—He vivido en el bosque toda mi vida, Kadaghan. ¿Crees que no sé cómo debo aterrizar sin lastimarme?

—Pues no lo sabía, después tendrás tiempo de contarme tu historia. Ahora, esto es importante: ¿qué es lo que sabes de la criatura que investigaba el viejo loco Greg?

—Así que es verdad. Te hizo falta verlo con tus propios ojos para creerme. Y no le digas loco; como lo notaste, Greg no deliraba.

—Oh, perdón por no creer en un monstruo comesombras que un anciano afirmaba que existía.

—Tu sarcasmo no es gracioso, sigues siendo un amargadito. Pero te diré lo que quieras saber, otro día.

—¿Otro día? No quiero esperar tanto tiempo…

—¿Te parece el 2 de septiembre…? ¡Perfecto! Creo que cae en domingo, así que veme en este lugar a las tres y media de la tarde.

—¡Espera!

—No llegues tarde —dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja, alejándose, como si lo que le había dicho hubiera sido algo común.

No tuve otra opción que irme.


Estos días fueron interminables. Las noticias sobre Hans Persan eran decepcionantes para todos. Al parecer no tenían idea de nada. No encontraron causas de fallecimiento. Pensaron en muerte por hipotermia, ya que su cuerpo estaba extremadamente frío; pero fuera de eso no tenía nada de sentido. Además, no se relacionaba con la desaparición del color de su cuerpo y sus ojos. Muchos votaban por la idea del virus letal, pero la verdad estaba muy lejos de eso. Su muerte se convirtió en un misterio.

Julián estaba preocupado, pues le contaron que los acontecimientos habían sucedido en el bosque. Sus amigos le decían de broma que tuviera cuidado, si no el monstruo iba a llegar y se lo comería, pero creo que a él no le hacía mucha gracia.

—Noah, en las noches escucho ruidos extraños. ¿Crees que de verdad sea un monstruo el que asesi… el que le hizo eso a tu amigo…? ¿Y si viene por nosotros?

Permanecí en silencio buscando una respuesta. No quería que mi hermano estuviera paranoico, así que mentí.

—No existen los monstruos, Julián.

El domingo 2 de septiembre mi paciencia estaba por los suelos. Con cada segundo sentía que la manecilla del reloj iba más lenta. Preparé mi mochila con cualquier cosa que podría necesitar: linterna, curitas, celular y pequeños snacks.

Julián jugaba Mario Kart en su Nintendo. Al acercarse la hora de mi reunión, pausó su juego cuando me vio con intenciones de salir.

—¿A dónde vas?

—No te incube.

—Pero, Noah, ¡el monstruo!

—Ya te dije que no existe. Además, solo voy a reunirme con una… un amigo que conocí.

Me miró fijamente a los ojos. Intentaba adivinar si yo decía la verdad.

—Está bien. Solo ten cuidado, por favor.

Asentí con la cabeza. Admito que mi hermano daba mucha ternura cuando se preocupaba.

Tardé un poco en llegar al lugar al que habíamos acordado Mila y yo.

—¿Hola?... ¿Mila?

—Llegas tarde, son las 3:36 —dijo ella detrás de mí.

Casi morí, aunque preferí eso a que me succionaran la sombra.

—¡Solo son seis minutos…! Oye, ¿cómo haces eso? —pregunté exasperado.

—¿Hacer qué?

—¡Salir de la nada!

—No me aparezco de la nada —respondió—, tus pisadas se oyen desde lejos. Solo me escondo o trepo árboles. El bosque es un buen lugar para espantar a la gente. Es divertido.

—No, no lo es.

—Eso piensas porque eres un amargado.

—Me gustaría ir al punto, Mila —insistí.

Su sonrisa se ensanchó. Me agarró de la mano y empezó a conducirme.

—Ven, te mostraré algo.

Me arrastró entre árboles, arbustos, troncos, etcétera. Disfrutaba el recorrido y Mila hacía buena compañía. Parecía que me había perdonado por haberla llamado loca.

En esos días cualquiera hubiera podido llamarme loco también.

Terminó de guiarme cuando llegamos a un claro. En el centro había una pequeña choza de madera, el hogar de Mila. Cerca de una pared exterior vi una gran base plana de un tronco con un hacha clavada. Seguramente su familia cortaba madera para venderla.

—Espera aquí, mi tío está descansando —murmuró, como si su tío tuviera un superoído.

—¿Tu tío? ¿Dónde están tus padres?

—No tengo.

¡Oh, de vuelta a los comentarios hirientes!

Regresó en un santiamén, pero esa vez cargaba con una mochila negra de colegio.

—Lo encontré en lo que parecía la madriguera del skadoug —explicó.

—¿De quién?

—Del skadoug. Es la criatura. Así lo llamaba Greg.

—¿Entonces fuiste a su guarida? ¡Estás demen…! ¡Pudo haberte herido!

—Ya comió, solo necesita una sombra para tener energía suficiente para un mes completo, aproximadamente. Hans Persan tuvo la mala suerte de toparse con él en sus días de caza.

Recordé el sonido que escuché aquella noche, el pitido que me mareaba.

—Mila… escuché algo. Al principio era un silbido, luego se convirtió en un pitido en mi cabeza.

De pronto su expresión cambió. Pasó de una postura confiada a una tensa.

—¿Sentiste que tu cabeza daba vueltas? —preguntó. Yo asentí—. Noah… estuviste a punto de ser otra víctima del skadoug. Hans te salvó al ser elegido como la cena de esa cosa. El skadoug puede localizar a sus presas a través de su silbido, y cuando lo hace provoca ese sonido en la cabeza del ser vivo, tanto animales como humanos. ¡Puedo jurarte que Hans también lo escuchó!

Eso no me lo esperaba. Estuve al borde de la muerte y ni siquiera me di cuenta. ¿Habría debido sentirme aterrado o aliviado? Y Hans, ¡cielos!, si no hubiera estado cerca de mí, él habría seguido vivo y yo en la morgue.

—No sé qué hacía Hans ahí —dije—, pero cuando el ruido se detuvo él gritó. Después lo vi tumbado en el suelo, sin vida.

—No era la primera vez que iba al bosque de noche, ya lo había visto varias veces merodeando. Supongo que te vio y quiso saludarte.

—¿Por qué se tornó gris?

—Cuando se roba tu sombra es como si te quitara el alma, tu cuerpo se vuelve descolorido y frío. En realidad, no mueres completamente hasta que el skadoug se la come. Primero caza, luego regresa a su madriguera a salvo, mientras que tu alma sufre y se lamenta en sus garras, hasta que desaparece en su estómago.

—¡Qué lindo relato! ¿Dónde aprendiste todo eso?

—Estaba en las notas de Greg, pero no tengo idea de cómo lo supo él. Recuerda que pasó años investigando.

—¿Algún dato más?

—Sí, solo ataca de noche. No puede salir de día, es extremadamente sensible a la luz, ¡hasta lo puede matar! Mientras oscurece, se mete en la sombra de las personas, animales u objetos para protegerse de la luz del sol. Por eso dicen que algunas veces, cuando el skadoug está en la sombra de alguien, ese alguien puede estar en una posición y su sombra en otra... ¿Sabes cómo identificar si el skadoug se esconde en tu sombra? —Negué con la cabeza—. Oyes el mismo pitido, pero con menos intensidad.

Recordé el momento antes de que la ardilla me asustara, la primera vez que escuché el pitido. Eso significaba que el skadoug estaba… en mí.

No le mencioné eso a Mila, en parte porque no quería y en otra porque temía volverme paranoico con cualquier sonido.

—Ahora volvamos al porqué te traje aquí —continuó—- Mira esto.

Abrió su mochila. En el interior había muchos huesos humanos, o lo que parecían huesos humanos, ya que eran más delgados.

—Creo que son los huesos de la criatura. Deben de ser importantes, ya que estaban acomodados en un tipo de altar en la madriguera. Hay que investigarlos.

—¿Te parece si lo hacemos en mi casa? Tenemos un sótano en el que podemos trabajar.

—¡Es una gran idea! Y más si se hace de noche.

Tardamos menos en volver, ya que ella conocía muy bien el bosque después de haber pasado sus catorce años viviendo en él.

Mila Friest admiró mi enorme casa de dos pisos.

—Extrañaba visitar el interior del antiguo hogar de Greg. Me trae buenos recuerdos.

No había llegado Denisse, no debían de ser las cinco de la tarde aún. Julián seguía jugando videojuegos.

—¿Noah, eres tú? —dijo él, sin apartar la vista de la pantalla.

—Aquí estoy —respondí—. Si vas a hablarme pausa tu juego.

Hizo caso al instante. Definitivamente era mejor portado que yo.

—¿Quién es ella? —preguntó.

—Julián, ella es Mila Friest, mi amiga que conocí en el bosque.

—¿No dijiste que era un chico?

—Ah… no lo recuerdo —titubeé. Esperaba que mis mejillas no estuvieran rojas.

—Hola —saludó Mila.

Mi hermano la observó un momento; al parecer, estaba evaluando su primera impresión de ella. Después sonrió amablemente.

—Hola.

Empezó bien.

—Mila y yo vamos a trabajar en… cosas de la escuela. Vamos a estar en el sótano, ¿OK?

—OK. Estaré en nuestra habitación.

Se fue corriendo arriba y nosotros bajamos al sótano. Este sitio no era muy interesante como los demás. Había unos cuantos muebles, dos sofás, una mesa de centro, una tele colgada de la pared y un baño.

No pudimos averiguar demasiado. Los huesos no nos brindaban mucha información, aunque fue divertido ver a Mila tratando de unir las piezas como si fueran un rompecabezas; hasta me sacó unas carcajadas de vez en cuando, la primera vez que yo reía en mucho tiempo.

Estuvimos aproximadamente dos horas investigando, cuando escuchamos la puerta abrirse. Denisse había llegado al fin. Estábamos por saludarla, pero notamos que hablaba por teléfono. Sabía que está mal escuchar a escondidas, pero era imposible no hacerlo.

—No puedo a esa hora —decía ella—. Mis hijos tienen escuela mañana… Obviamente, estoy al tanto de lo que está pasando, pero también sé que no hay una explicación, por lo que no hay cura ni causas conocidas.... Sí, entiendo que las personas exigen respuestas y que han estado aumentando estos casos, pero… Debe saber que estoy muy estresada… Claro, lo entiendo… De acuerdo ahí estaré.

Cortó la llamada.

—Así que ha habido más casos como el de Hans —dije, incrédulo—. ¿Por qué no me lo dijo? Ella prometió que me informaría si obtenía alguna información. Tampoco han dicho nada en la escuela.

—Solo no quiere que te preocupes, Noah. Ni tú ni nadie.

—Ya estoy preocupado, te recuerdo que yo encontré a Hans… ¿Y si mi madre sabía de lo que ocurría antes de mi desafortunado encuentro en el bosque?

—Eso no lo sabes, no puedes juzgarla por…

La ignoré y me dirigí hacía la pila de huesos en la mesa. La idea era algo imprudente, pero solo podía pensar en el hecho de que mamá había podido hacer algo para evitar los ataques, como advertir a las personas. Aunque no lo hubiera sabido antes, estaba claro que en esos momentos sí estaba informada. ¿Esa era la razón por la que no le gustaba que saliéramos al bosque solos?

También mencionó que los ataques estaban aumentando, lo que contradecía lo que Mila había dicho sobre que la criatura se alimentaba una vez al mes. ¿Por qué el skadoug había decidido agrandar su menú? La única explicación era que estaba planeando algo, como en esas películas donde los personajes no sabían lo que ocurría y se distraían mientras que el villano (o monstruo) organizaba su plan maestro.

Teníamos que averiguar ese plan maestro antes de que lo ejecutara.

—Debemos detenerlo —concluí.

Mila soltó una risilla. Por supuesto que ella no pensaba que lo dijera en serio.

—Debemos detenerlo —repetí.

Su sonrisa se desvaneció.

—Y me llamas loca a mí.

—Mila, si no lo hacemos seguirá comiendo el alma de las personas. ¿Se te olvida que ambos vivimos en medio del bosque? Vendrá por nosotros en cualquier momento.

—Mi tío deja las luces encendidas todas las noches. Solo haz lo mismo.

—¿Así nada más? ¿Dejarás que el skadoug siga por ahí haciendo de las suyas?

—Mi labor solo es ser una creyente sin rumbo, no una cazadora.

Solté un resoplido de exasperación. Esperaba que ella concordara conmigo.

—No me importa que tú no quieras —dije—. ¡Yo sí lo haré, aunque no me ayudes!

Salí con paso decidido del sótano. Denisse ya no estaba en la sala, tal vez había subido con Julián. Dejé una nota en el refrigerador:

“Mamá, me iré a casa de un amigo. Volveré antes de las ocho o nueve. No te preocupes, no causaré problemas. Te quiero”.

Agregué el “Te quiero” porque sabía que le alegraría que le hubiera escrito eso. La distraería, esperaba.

Estaba por salir cuando Mila al fin subió y me miró directamente a los ojos.

—Espera —dijo—, te ayudaré.


No me gustaba hablar de mi vida, menos después de lo que había pasado con mi padre. Aun así, tuve la confianza de que Mila me entendería y yo a ella, así que nuestras historias fueron saliendo a la luz.

—Mis padres murieron hace nueve años en un accidente automovilístico —me contó ella—. Desde ese momento vivo con mi tío, Henry Friest. Él siempre ha cuidado de mí, incluso antes de la tragedia. Se dedica a vender madera y a la carpintería… ¿Qué hay de ti, Noah Kadaghan? Vives con tu madre, pero no he visto a tu padre.

Aquí venía el punto que más odiaba.

—Él… ya no está.

—¡Lo siento tanto! Debió ser triste su pérdida.

—No, no murió —expliqué—. Él… él era un tonto. Dejó a mi mamá.

Ahí estaba la realidad volviéndome a golpear.

—Lo lamento, Noah. No me imagino lo que tuviste que pasar.

—Está bien, ya quedó en el pasado —ni yo me creía esa mentira—... ¿Ya casi llegamos a la madriguera?

—Sí.

Estuvimos caminando por mucho tiempo. Esa vez había llevado mi reloj conmigo. Eran las 7:27 de la tarde y aún no encontrábamos nada.

—Ya llevamos caminando mucho tiempo. ¿Segura que es por aquí? —pregunté.

—Estoy segura… Bueno, un poco segura.

—¿Un poco? Parece que hemos estado caminando en círculos.

—Creo que deberíamos volver y dejarlo para mañana —sugirió.

—Mañana puede ser demasiado tarde –eso sonó algo ridículo, pero era verdad.

Caminé más rápido, pero me detuve al darme cuenta de algo.

—Ese es el mismo árbol que pasamos hace rato, tiene la misma forma y una rama medio partida —señalé la planta que se encontraba a tres metros de nosotros—. Dijiste que conocías a la perfección este bosque. ¿Por qué no has encontrado la madriguera?

Se congeló en su lugar. Algo iba mal.

—De noche confundo los caminos, no me di cuenta de que…

—Mientes —rugí.

Estaba tensa, pensaba con detenimiento sus próximas palabras. Creí que iba a mentirme de nuevo, hasta que dijo:

—Ese lugar es peligroso.

—¡Eso ya lo sabía! Tú fuiste sola a la madriguera y regresaste sin ningún rasguño.

Mila se encogió de hombros.

—¡Conmigo es diferente! —exclamó—. Es… Noah, yo…

—¡Auxilio! —dijo una voz que venía de alguna parte del bosque.

Me volteé enseguida. A pesar de oírse lejos, esa voz me resultaba familiar.

—¡Ayuda! —gritaba Julián.


Corría con todas mis fuerzas hacía su voz. Mila iba detrás de mí. Después tendría tiempo de discutir con ella.

—¡Julián! —chillé.

—¡Noah! —me respondió. Debía estar cerca.

Necesitaba alcanzarlo. Necesitaba rescatarlo. Necesitaba…

¡BANG!

Me estampé con algo más pequeño que yo. Debí haber medido mejor mi velocidad. Para mí fue un golpe en la panza y las piernas, pero para Julián fue una tacleada. Lo levanté del suelo rápidamente.

—¡Noah! —Estaba llorando y no tenía puestos los zapatos—. Ayúdame, ¡el monstruo me quiere comer!

Entonces lo escuché.

El silbido agudo.

A juzgar por sus miradas, los demás también lo escucharon.

—Debemos irnos. El skadoug está muy cerca —dijo Mila.

—¿Qué cosa…? Noah, ¿qué está pasando? —lloriqueó el pequeño.

Mila no me dejó explicarle nada.

—¡Corran, chicos!

Sujeté a Julián de la mano y corrí junto a ella. Por mucho que nos alejáramos, el silbido no se detenía, hasta se escuchaba demasiado cerca.


—¡Por aquí! —gritó Mila. Nos dirigía a mi casa.

Temía empezar a escuchar el pitido, pero parecía que íbamos a buen ritmo. Tuve que cargar a Julián en mi espalda; el niño no aguantaba correr tanto como nosotros. Reconocí algunos sitios del bosque por mis pequeñas excursiones en él. Más allá se encontraba mi casa.

Hogar, dulce hogar.

El carro no estaba. Debían ser cerca de las nueve de la noche. Afortunadamente, los domingos mi madre trabaja hasta la madrugada.

En cuanto entramos, encendimos todas las luces y colocamos el seguro a la puerta, aunque no creía que sirviera de algo.

—Tomen linternas y todo lo que crean que necesitemos —dijo Mila.

De repente, se escuchó un fuerte silbido por toda la casa. Todo quedó en silencio.

Luego se apagaron las luces.

Un pitido en mi cabeza comenzó a aturdirme.

Busqué a Julián entre la oscuridad y el mareo. Lo llevé a mis brazos y lo abracé fuertemente. No permitiría que la criatura lo lastimara; tiene una gran alma como para que se la quitaran.

—Noah, no me siento bien —dijo él suavemente.

—Estaremos bien, pequeño —intenté tranquilizarlo.

Nos acurrucamos los dos en el piso frente al sofá. Juro que sentí algo tocarme el hombro, algo extremadamente frío…

Una luz me encandiló y el frío en mi hombro se disipó. El pitido se detuvo.

Se escuchaban pasos que se acercaban a la puerta. Después, el sonido de llaves que abrían el cerrojo. La puerta se abrió.

—¿Noah? ¿Por qué está tan oscuro? —preguntó mi madre. Luego dirigió su mirada hacía Mila— .¿Quién es ella?

—¿Mamá? ¡Oh, no! ¿Qué haces aquí tan temprano? ¡Debes irte!

—Me dieron este día libre porque mañana tendré que trabajar doble turno... Cariño, has estado actuando raro últimamente. ¿Te pasa algo? Vi tu mensaje en la nevera, pero…

Su mirada se perdió en la silueta que había detrás de mí. Me volteé rápidamente. Unos brazos huesudos estuvieron a punto de sujetarme. Tiré de Julián hasta donde estaba Denisse, quien había aventado un florero a la criatura mientras gritaba.

—¡Los huesos! —exclamó Mila—. Dejamos los huesos y él volvió por ellos, cuando atacó a Julián.

Eso daba respuesta a una pregunta. Pero en este momento lo que quería saber era: ¿¡CÓMO SALDRÍAMOS DE AHÍ!?

“Busquen el camino a la ciudad”, me dijo mi cerebro.

¿Qué otra opción teníamos?

Creo que Mila y yo éramos los únicos que no nos habíamos paralizado. Tomé del brazo a mi familia y corrimos. Debí haber puesto más atención a la ruta que habitualmente recorríamos para salir del bosque.

No te detengas.

No te detengas.

Me detuve.

Julián había soltado mi mano.


—¡Noah, mi tobillo! ¡No puedo correr!

—¡Entonces camina rápido! Mejor yo te llevo, o mamá. ¡Solo no te rindas, podemos hacerlo! —chillé.

Mila me miraba con lástima. Pude ver en sus ojos que no creía que lo lograríamos.

—Noah —dijo—, nos retrasará. Dudo que alcancemos siquiera a llegar a la calle. Alguien debe quedarse como carnada.

—¡No, nadie lo hará!

—¡Si no lo hacemos, puede que nos lleve a todos! Tu mamá dijo que aumentaron los casos. Significa que el skadoug es capaz de elegir no solo a una presa.

—¡Basta, yo lo haré!

Mis pensamientos se perdieron ante esas palabras pronunciadas por mi madre.

—¡No…!

—Noah, no fingiré que no tengo idea de lo que está sucediendo, pero sé que está relacionado con las muertes. Soy tu madre, mi deber es protegerlos. Lamento no haberte dicho lo que sabía de mi trabajo, pero no quería que te preocuparás más después de todo… aunque veo que conoces más del tema que yo. Así que, hijo, cuando salgan de aquí, ve con las autoridades. Trata de explicar esto con la verdad, aunque no crean ni una palabra. Guíalos a mí, llama a tus abuelos y ellos vendrán por ustedes... Promételo.

—No… no puedo.

—Sí puedes… No sería la primera vez que te despides.

¿Se suponía que eso me debía animar? Solo quería ir a casa, en Boston. Volver en el tiempo a cuando mis padres me contaban historias para dormir, veíamos películas juntos, comíamos juntos, reíamos juntos. Me destrozaba el saber que, aunque todo eso no hubiera sucedido, esos tiempos no volverían. Y en esos momentos, menos.

—Lo prometo.

Los tres compartimos un último abrazo.

—Los amo, mis niños.

—Y yo te amo a ti, mamá —dijo Julián.

¿Por qué ese momento no podía ser eterno? Antes me quejaba cuando Denisse mostraba muestras de afecto, incluso en privado. Esa noche estaba rogando que durara más tiempo ese abrazo. Como dicen por ahí: no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.

—Yo también te…

No terminé la frase.

Mi madre gritó.

No escuché el pitido. No escuché el silbido. Era como si el skadoug hubiera sabido que mi madre se estaba sacrificando, ya que ella nos soltó, se llevó las manos a la cabeza y gritó aún más fuerte.

El skadoug estaba detrás de ella. Sus manos atravesaban su panza, estaban jalando algo desde su interior. Nosotros solo nos quedamos viendo, paralizados. Los brazos de Denisse se alzaron a los lados; su boca se abrió; ya no veía sus ojos cafés. Parecía poseída.

Cuando creí que iba a explotar, se desplomó en el suelo. No se movía. Fue ahí cuando tuve una mejor imagen del skadoug. Lucía como lo recordaba, a excepción de un detalle: sus ojos ya no brillaban. Ahora eran como dos simples agujeros. Una silueta semitransparente estaba siendo succionada por su extraña boca, hasta ya no hubo nada.

El skadoug me miró, luego a Julián y finalmente a Mila. Estaba seguro de que se decidía si comernos o no. Debimos haber corrido, pero tras lo que pasó dudo que alguno habría podido hacerlo.

Al cabo de unos segundos, retrocedió sin quitar su mirada de nosotros y desapareció tras un arbusto.


Entre los tres llevamos el cuerpo de mi madre al sofá de la casa. Su piel muerta nos helaba las manos, pero lo soportamos.

No permití que Julián la viera en ese estado. Le iba a decir que subiera a su habitación, pero no quería alejarme de él, así que nos reunimos en el sótano.

—¿Irás por las autoridades, Noah? —preguntó Mila.

La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Lo haría? Sé que lo había prometido, pero debía de haber otra solución. No podría acabar así. Ya había perdido a papá, no quería perder también a mamá.

—Dijiste que el skadoug esperaba a llegar a su madriguera para comer, ¿no?

Al ver su expresión, supe que no era la respuesta que ella esperaba.

—¡Ni lo pienses! ¡No!

—Tú no puedes decidir qué tengo que hacer o no.

—Noah, piensa en que Julián se quedará solo si no regresas.

Era un buen punto. Había más probabilidades de no volver. Pero si no hacía algo viviría con la culpa, el remordimiento por haberme quedado de brazos cruzados. Créanlo o no, la culpa te hace sufrir mucho.

Me limité a decir:

—De acuerdo.

Esperaba haber sonado convincente para Julián.

Subimos a mi cuarto. Mi hermano insistió en que me quedara a su lado, a lo que no me negué, pues quería que lo venciera el sueño lo más rápido posible. Aun así, tardó en dormirse.

Mila notó mi sospechoso comportamiento, pero también se acostó. Cuando pareció que ambos dormían, me levanté, bajé las escaleras, tomé mi mochila con mis suministros (a la que había agregado el cuchillo más grande que vi) y me dirigí a la puerta. Apenas di un paso hacía ella cuando una voz dijo:

—Tenía la esperanza de que te quedaras.

Era Mila, obviamente. Estaba de brazos cruzados y me fulminaba con la mirada.

—Quédate con Julián hasta que regrese —ordené—. Si no lo hago, llama a emergencias y cuéntales la verdad; que se lleven el cuerpo de mi madre y que vayan por el mío, si pueden… ¡Ah, una cosa más! Dime hacía dónde tengo que ir para encontrar la madriguera.

—Te dije que no estaba segura…

—¡No me vengas con mentiras! Sé que solo me distraías para que no hallara el camino correcto.

Nos quedamos en silencio un tiempo. Yo no apartaba la vista de sus ojos, ni ella de los míos. Me pareció un duelo de miradas interminable, hasta que Mila cedió.

—Bien, te lo diré.


Por fuera, la madriguera era un tronco grande y viejo que estaba roto de arriba.

“Tal vez le cayó un rayo”, pensé.

Para entrar había un gran hoyo, por donde me deslicé como en una resbaladilla hasta el suelo.

Adentro se veían varias raíces de otros árboles, ya que estaba bajo tierra. Era como una cueva estrecha. No se veía casi nada y se oían gotas de agua caer en pequeños charcos, que pisaba accidentalmente. Encendí una linterna.

Recorrí durante un largo tiempo el estrecho túnel. ¿Por qué siempre había que caminar demasiado? Entre más me adentraba, más frío se ponía el ambiente. Mi linterna empezó a parpadear, hasta que escuché lo que esperaba.

El silbido afirmó que estaba acercándome al final de ese pasadizo. Me dije a mí mismo que trataría de permanecer de pie y vencer el mareo, pero no fue necesario, ya que nunca escuché el pitido. Cuando llegué al último tramo del túnel, mi linterna se apagó completamente y el miedo se apoderó de mí. Ahora sí era una gran cueva.

No había ningún sonido, solo las gotas que chapoteaban en el agua. Estiré el brazo mientras caminaba. Odié el sonido de mis pasos, hacían demasiado ruido…

Tuve el primer contacto con algo en la oscuridad. Era una mano, una mano humana que se había entrelazado con la mía. Era suave y más pequeña, pero extrañamente familiar.

La mano se retiró de golpe. No la veía por ningún lado; en realidad no percibía nada por ningún lado. O eso era antes de ver esos ojos brillantes, de ver cómo su brillo alumbraba la parte superior de su cuerpo.

El skadoug estaba frente a mí.


No me atacó, ni siquiera cuando tomé el cuchillo de mi mochila. Levanté el arma a la altura de su cabeza, me temblaba la mano.

—¡Llegó tu hora, monstruo!

Verlo inmóvil me daba más miedo. Me vislumbré a mí mismo y pensé en lo ridículo que me vería si alguien hubiera podido grabarme en esos momentos.

“¡Miren a ese chico! Está a punto de pelear contra una criatura que te deja aturdido con un sonido y luego te succiona el alma. ¡Seguramente saldrá con vida!”.

No sabía cuánto llevaba en la misma posición, pero me eché hacía atrás cuando mi nombre retumbó en la cueva.

—Noah. —Era la voz de una chica. Se escuchaba un eco suave cada vez que decía alguna palabra—. Noah, mírame a los ojos, Noah.

No sé por qué, pero lo hice. Por primera vez vi directo a los ojos del skadoug.

Fue como una visión. En un momento estaba en la cueva con un cuchillo en la mano y en otro me hallaba en el estadio del equipo de beisbol de los Red Sox, en Boston. A mi lado derecho se encontraba toda mi familia: mi hermano, mamá… y papá. Él tenía esa sonrisa igual a la de Julián que tanto recordaba. Sus ojos azules reflejaban su felicidad, o la felicidad que sentía entonces. Recuerdo bien ese día: el último juego al que había asistido toda la familia, antes de separarnos. Papá festejaba porque habíamos atrapado una pelota del juego.

—Es muy lindo, ¿no crees? —dijo la misma voz de hacía rato.

Me sentí tonto por no haberla reconocido.

Pero no quería creerlo.

¡No podía ser!

—¿Mila?


No sé cuántas veces parpadeé para asegurarme de que no estaba alucinando.

—Desearía tener recuerdos como los tuyos.

—¿Cómo…?

—Une las piezas, Noah. Al final tiene sentido.

¿En serio estaba ocurriendo esto? Conecto las piezas…: cuando Mila aparecía de la nada, cómo sabía tanto sobre el skadoug, su tío al que nunca vi, por qué no quería que fuera a cazar al monstruo. Todo encajaba, pero seguía sin tener sentido, o yo estaba tratando de encontrarle otro sentido. Ya no escuchaba los vítores de las personas a mis alrededores. Solamente me concentraba en Mila, quien parecía invisible a los ojos del resto.

—Yo soy El Alma, los huesos son El Cuerpo y el otro es La Sombra. La Mente. El Espíritu. Juntos, formamos al skadoug.

—Eres el… ¿qué?

—Mi labor no es muy importante —continuó—, solo me llaman cuando necesitan que purifique el alma de su cena. El resto del tiempo estoy merodeando por el bosque, nunca me acerco demasiado a la ciudad. Sé lo que piensas, Greg también tenía esa expresión cuando se enteró de la verdad. Solo que él trató de hacerme daño, hasta que mis dos colegas se encargaron de él.

“Después de él, lo más cercano que tuve de interacción humana fue Hans Persan, pero no era muy amigable conmigo que digamos. El día que te conocí te juzgué; creí que eras como él y, cuando nos convertimos en el skadoug, los vimos a ambos esa noche. Me dejaron decidir a la víctima. Como sabes, fuimos por el pelirrojo.

“Te fui conociendo y me agradaste. Eso es todo. Quería que te dieran una oportunidad y que no se repitiera lo de Greg... Eres muy necio, ¿sabes? Traté de advertirte. Tu mamá se sacrificó por ti y tu hermano, así que les comuniqué a los otros que los dejaran ir. Pero tenías que arruinarlo, ¡pudiste estar a salvo! Pero querías hacerte el héroe…”.

Me quedé sin palabras. En esos momentos no sabía lo que tendría que hacer. Si mataba al skadoug, Mila desaparecería. Eso habría estado bien, ¿no es cierto? Ella era parte del monstruo, pero no lucía como uno; en realidad, parecía que no le gustaba lo que hacía.

—¿Qué harás ahora? No creo que Mila Friest sea tu verdadero nombre, si es que tienes uno. Pero esa chica que conocí era divertida, alegre y despreocupada... ¿Sí eras tú?

—Soy un alma libre cuando no estoy trabajando. Puedo hacer lo que quiera y ser quien quiera. Mi único límite es el bosque y tener amistades o amores.

—¡Oh…! Así que te desharás de mí y de Julián.

—Si decides irte, podemos considerar dejarlos ir, pero se largarán de Winchester para siempre.

“Podemos considerar”. No me gustaba esa respuesta.

—¿Y si decido quedarme e intentar matarlos?

—En ese caso, El Cuerpo y La Sombra no tendrán piedad. No tienes oportunidad solo.

Debía pensar bien la respuesta. Quedarme y esperar una muerte segura, o irme y dejar que más gente muriera hasta que el skadoug completo terminara de ejecutar su plan. El plan.

—Mila, ¿por qué están atacando a más personas?

Ella suspiró profundamente.

—Antes existían más de los nuestros. Se fueron extinguiendo, en parte por tu gente y en parte porque eran despistados. La sombra es lo más importante de nosotros y el único que no es inmune a la luz. Pero yo soy a la que deben cuidar más. Soy la más débil, la que sí desaparece.

“Verás: cuando matas a un skadoug, su alma desaparece, la sombra huye a refugiarse y los huesos se quedan donde están. Hace poco encontré los huesos de un antiguo skadoug. Para revivirlo, necesitábamos otra sombra y otra alma. La sombra es fácil, cualquiera puede servir, pero para hacer un alma nueva necesitas muchas. La de tu madre era la última que ocupábamos”.

—¿Dónde almacenan las otras sombras?

—En nuestro estómago, es obvio.

Tenía la información suficiente. Ahora solo faltaba llevar a cabo mi plan.

—Oye, Mila

—¿Sí?

—Gracias, por esto —apunté con la cabeza a mi derecha, donde estaba mi familia.

—Solo quería que revivieras un recuerdo bueno, antes de que mueras.

¿De que muriera? Todavía no le había dicho nada…

—Puedo buscar en tu alma lo que más anhelas, Noah. ¿Crees que no sabemos lo que piensas?

Justo en ese momento me di cuenta de que ya no se oían los vítores de las personas. En su lugar, todos me volteaban a ver con ojos muy abiertos, incluso mi familia.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

—Adiós, Noah —Mila se levantó de su asiento—. Me gustaría haber tenido más tiempo.

—¡Espera!

La visión desapareció. Volvía a estar en la cueva a oscuras.


Perdí el equilibrio y caí de espalda. Me incorporé lo más rápido que pude. Seguía con el cuchillo en la mano, pero ya no veía al skadoug. Volteaba de un lado a otro en busca de alguna señal, pero en eso sentí un fuerte golpe en el brazo y solté mi arma.

Sabía que el skadoug solo estaba jugando conmigo, ya que podría usar el pitido y atraparme en un santiamén. Intenté llegar al cuchillo, pero cuando me arrodillé para buscarlo la criatura colocó sus frías manos en mi cabeza por un momento; después me soltó bruscamente. El dolor no se comparaba a nada que había sentido antes. De mi mochila saqué otra linterna, que se apagó en cuanto la prendí. Debí haber llevado otro cuchillo.

Ninguna linterna funcionó. El skadoug llegaba de repente y jalaba de mí (a mi sombra, más bien). Yo gritaba ante cualquier contacto.

Después paró de atacarme. Pero sabía qué significaba eso.

La cabeza me empezó a dar vueltas, pero me ardía también. Aumentaba cada vez más.

—¡Basta! —grité.

Más y más.

—¡Mila, por favor!

Me agarró de la cintura. Mis brazos se extendieron al tiempo que mi sombra me abandonaba el cuerpo. Eso sería todo. Lo lamento, Julián…

Caí fuertemente al piso. Cuando volteé arriba, el skadoug estaba volteando al frente, sin moverse.

—Noah —era la voz de Mila—, Noah… hazlo…

Sus ojos brillaron aún más, tanto que alcancé a vislumbrar el cuchillo. Me lancé por él y, cuando estuvo en mis manos de nuevo, el skadoug se abalanzó sobre mí.


Recuerdo haber gritado del susto cuando su cara se acercó a la mía. Pero fue la última vez que lo vi. Cuando abrí los ojos, había una pila de huesos por todo mi cuerpo. Las linternas se encendieron y alcancé a vislumbrar sombras que volaban hacia el túnel; iban con sus dueños. Había una en específico que me llamó la atención, una diferente, más grande y oscura. Era La Sombra. Dejé que se fuera, por lo que me había dicho Mila: era imposible matarlas sin una fuente de luz como el sol.

Hablando de Mila, ahí estaba ella, o creía que era ella. Ya no tenía su forma humana común, sino que era una bola de luz brillante; hasta encandilaba de solo verla.

—Espero que vivas una vida feliz, Noah —dijo… ¿la luz?—. Aprovecha la oportunidad que te he dado y ve a otro partido de beisbol.

—Mila… ¿por qué hiciste eso?

—Nunca me gustó mi trabajo, solo quería ser libre. Tal vez ahora lo sea.

—Pero, ¿por qué me salvaste?

—Al principio intentaba ganar tiempo en lo que decidía, perdón por eso; después, tomé mi decisión... Fueron divertidos los momentos que pasamos juntos, ¿no?

—Sí —contesté—. Sí lo fueron.

—Vaya, creo que estás dejando de ser un amargado.

Y, sin más, la esfera de luz desapareció.


Epílogo


—¿Qué pasó después, papi?

—Noah regresó a su casa, donde aguardaban su madre y su hermano.

—¿Eso es todo? ¿Qué pasó con el skadoug?

Su padre siempre le contaba un cuento para dormir. Aunque su relato había sido largo, no sintió que hubiera pasado mucho tiempo.

—Pues desapareció, solo quedaron sus huesos. Noah nunca volvió a ver a La Sombra o algún rastro de Mila Friest.

—Oh… ¿Seguro que es solo un cuento, papá?

—Sí, Tommy. Además, nunca dejaría que un skadoug te hiciera daño.

Eso lo tranquilizaba un poco.

—Gracias, papi.

—Mañana vendrán tu abuela y tu tío para felicitarte por tu cumpleaños. ¡Mañana es tu día, campeón! Descansa, Thomas Kadaghan.

El papá de Thomas apagó las luces de la habitación y salió de ahí. Al pequeño le alegraba mucho que casi toda su familia llegara a verlo por su aniversario, a pesar de la distancia. Honestamente, preferiría quedarse en Boston con su tío Julián, con quien la pasaba muy bien en sus visitas. Además, muchas veces le aterraban las historias de su padre sobre el bosque que rodeaba su hogar. Había veces en que juraba escuchar sonidos extraños por la ventana, y otras ocasiones por el sótano, pero cuando bajaba para ver el origen solo era su padre con algunos instrumentos y objetos extraños que él no identificaba.

Esa noche fue uno de esos días terroríficos. Se sentía observado. Se dijo a sí mismo que no pasaba nada, pero en eso oyó el extraño, pero débil, sonido. Se imaginaba de dónde venía, pero no quería creerlo, pues su padre le había explicado el silbido de sus historias, hasta había hecho demostraciones.

No pudo soportarlo más y se levantó de la cama. En la habitación de sus padres solamente su mamá estaba acostada, ya dormida, pero su papá no se encontraba por ahí. En ese momento escuchó un ruido proveniente del piso inferior. Supo que debía provenir del sótano.

Con pasos lentos y cautelosos, bajó por las escaleras que lo llevaban a la pieza subterránea.

—¿Papi?

Las únicas luces que había eran de la cocina, que entraba por la puerta abierta, y de una lámpara de escritorio. El niño se acercó a la mesa, donde la iluminación hacía visibles los objetos extraños que alcanzaba a ver de reojo antes de que su padre le ordenara marcharse de ahí. Al analizarlos, concluyó que eran huesos, como los que le enseñaban en sus clases de biología; pero estos tenían un aspecto un poco diferente, más tenebrosos.

Antes de que pudiera tocar uno, las luces se prendieron y, cuando se giró, su padre había llegado hasta donde él estaba.

—¿Qué haces aquí?

—Y-yo… Lo lamento, padre —titubeó—. Escuché un ruido aquí abajo y pensé que eras tú, pero cuando bajé el sótano estaba vacío.

—Sí era yo, pero estaba en el baño. —Su padre lo agarró de la mano y lo llevó de nuevo a su habitación—. Sabes que no deberías estar en el sótano de noche.

—Perdón, solo me asusté.

—No pasa nada —le dijo comprensivamente mientras lo cobijaba en su cama—. ¿Quieres que me quede contigo hasta que te duermas?

Lo consideró por un momento. No quería sentirse solo con esos sonidos espeluznantes.

—Sí, por favor.

Su padre permaneció sentado a su lado. Thomas cerró los ojos. Cuando ya estaba cayendo en sueños, escuchó el silbido que tanto le aterraba. Buscó la mirada de su papá, pero cuando la encontró él lucía tan tranquilo, como si no lo oyera.

—Duérmete —dijo Noah dulcemente. Fue lo último que recordó Thomas antes de despertar al siguiente día.


Texto ganador del primer lugar del género de cuento en el Concurso de Escritores 2022.

Tercer grado de secundaria