Mesa Lectura de Otoño 2021

Memorias

MI MAJESTUOSA AVE GRIS


El camino en la vida de una pequeña es muy interesante. Al crecer el mundo te hace sentir que eso solo significa responsabilidad, no aventura.

Mi gran familia pertenece a zonas rurales, de las cuales es propietaria. Una de ellas, mi favorita: “La Casa del Negro”, un inmueble construido por mi abuelo rondando por la bella época de los ochenta, aislado de la urbe, junto a la hermosa naturaleza que lo rodea.

Su peculiar diseño te transporta a una era en la que el mundo era únicamente viento, sol, mariposas, catarinas y pajarillos. Mi parte favorita era una hamaca que se sostenía del más grande de los árboles, el que proyectaba una sombra sin igual, con grandes ramas y hojas verdes que brillaban al compás del ritmo del aire.

En mis lindos trece años, me encontraba recorriendo el sendero de mi vida como de costumbre, cuando de pronto mi abuela me invitó a tal paraíso. Al llegar, la compañera de mis días gracias a mis padres y yo comenzamos una profunda exploración por la divina creación terrenal, pues hacía mucho que no éramos afortunadas de presenciarlo.

Aquella mujer de cabeza blanca con rasgos únicos en su cutis me dirigió la palabra. Con un tono de sorpresa gritó: “¡Grecia, Grecia, ven!”. Al instante mostró una sonrisa; sin embargo, la causa de su asombro era difícil de revelar, siguiendo tan solo sus gestos. En cuanto exclamó, sin pensarlo dos veces seguí su interesante mandato, a una velocidad descomunal, tan rápida que el tiempo de mis pasos cuando tocaban el piso era más corto que en el aire al correr.

Cuando estuve finalmente justo al lado de mi queridísima nana (es este el nombre cariñoso con el que me dirijo a ella), pude comprender su efusividad. Mi mirada se postró a los pies de un árbol colmado de esplendorosas hileras de destellos verdes, sitio donde yacía un pequeñísimo polluelo recién nacido.

Nuestra intuición nos incitó a pensar que la criatura indefensa que nos provocó querer ayudarlo se había caído de su nido hecho de ramas de trigo doradas. Mi siguiente acción fue tomarlo con el mayor grado de delicadeza y calidez que le pude brindar. Al encontrarlo frenamos nuestras actividades, para cuidarlo de regreso a mi hogar.

Su cuidado fue conflictivo. El papel que decidimos tomar como madres de un animal tan diminuto que cabía tres veces en nuestras manos nos hizo enamorarnos de él. Cada día lo vimos crecer más y más. Su plumaje brotó gallardamente, alternado entre plumas negras, grisáceas, cafés y blancas.

Entre tanto, comenzamos a comunicarnos con él, su maravilloso y fuerte canto nos embelesó. Es impresionante que el instinto animal sea tan arraigado que un ave pueda tener los rasgos característicos de su especie, a pesar de no convivir con esta. Un ejemplo de ello es cómo aprendió a volar, asearse y alimentarse, en sí, cuidar de él por sí mismo.

Es una paloma silvestre valiente. Ha logrado sobrevivir, desarrollarse, educarse y se ha acostumbrado a la presencia humana. Otro animal en su lugar no hubiera soportado lo que ella tuvo que pasar. Es extraordinario cómo al salvar una criatura la misma presencia de esta se convierte en necesidad, tanto que el pensar en perderla nos provoca unas inmensas tristeza y melancolía.

Gracias a ella mis días están llenos de odiseas en mi propia casa, melodías por la mañana y búsqueda inalcanzable en la tarde, como si de escondidas se tratase.

Gracias, Lalo, mi majestuosa ave gris.


Tercer semestre de preparatoria