Concurso de Narrativa 2022

Segundo lugar

de la categoría A

(Alumnos de la Escuela Secundaria)

EL DÍA EN QUE YO CAMBIÉ


El 19 de junio de 2021 yo iba con mi familia de camino a Ensenada. El evento al que acudiríamos no me emocionaba tanto como el que me estaba perdiendo: mis familiares de parte de mi papá se habían reunido en otra parte del municipio para, a la mañana siguiente, festejar el día del padre.

Siempre me ha entusiasmado pasar el rato con mis primas y hacía mucho tiempo que no disfrutábamos de la compañía de todas juntas, por lo que me decepcioné al enterarme de que, antes de llegar al lugar donde ellas estarían, tendría que esperar en un rancho con la mayoría de mis parientes maternos. No es que no quiera a esa parte de mi familia, solo es que no me divierto tanto como con la otra.

Cuando arribamos al estacionamiento del rancho vimos muchas vacas. Esto se debía a que es uno de los establecimientos de producción de queso. De hecho, el evento se trataba del aniversario de la empresa quesera de un familiar mío. Mi abuelo materno forma parte de ese negocio, así que él y mi nana estuvieron presentes ese día para probar las delicias. Nos encontramos con ellos y fuimos a sentarnos en nuestra mesa correspondiente.

Me encantó la comida: había variedad de carnes, quesadillas, bebidas, postres, entre otros. Obviamente, el evento era al aire libre, por lo que hubo problemas con las moscas y los mosquitos.

No sé si, de haber tenido la oportunidad, habría escogido ir directamente con mis primas, ya que, mientras ellas se paseaban, platicaban y compraban nieves que se veían deliciosas, yo estaba en el rancho descubriendo que una conocida era, en realidad, una prima segunda.

Se llama Marifer, era una compañera de mi equipo de atletismo. Al igual que yo ahora, estaba en la modalidad de vallas. Al principio, según me recuerda mi abuelo, me comporté desinteresada con ella, como si no me importara ese lindo hallazgo de que somos parientes lejanas, pero la verdad es que en ese momento yo estaba perdida en mis pensamientos. Como no quería malentendidos, fui a arreglar mi accidental equivocación. Al final hablamos, nos actualizamos con las novedades de atletismo y nuestras vidas y nos fuimos.

Mi mamá y mi hermano menor, Vladimir, se regresaron de una vez a casa con mis abuelos, en tanto que mi papá condujo nuestro carro para llevarnos a mí y a mi hermano David con los demás que nos esperaban.

Ya era de noche, pero obviamente nadie estaba dormido aún, ni mis primos pequeños. Había dos cabañas. Mis tíos les asignaron la más chica a mis primas (incluyéndome) y todos los demás (tíos, abuelos paternos, primos, mi papá y mi hermano) se quedaron con la otra. Primero saludé a todos en la cabaña grande, luego me dirigí a la que compartiría con mis primas.

Cuando las vi supe que debía ponerme al corriente con la conversación que tenían con mi primo mayor: era sobre sus exnovias. La verdad, no me sentía incluida. Todas hablaban siendo expertas o sabiendo expresarse de manera graciosa, pero yo no. La única con la que me sentí a gusto fue mi prima Aylin, quien me alentaba a hablar y se tomaba fotos conmigo.

Durante la noche, antes de dormir, tenía el sentimiento de que yo no significaba nada ahí; de que, si me iba, nadie lo notaría. Y, con solo mirar las fotos de mis primas juntas, disfrutando, en verdad creí que ellas estaban mejor sin mí. Me preguntaba si notaban mi ausencia. Me dijeron que me hubiera ido con ellas, mejor; les respondí que yo quería eso y trataba de explicarles algunas cosas, pero pensaba que las aburría.

A pesar de todo, me divertí. Lo mejor, y es algo que se quedará para siempre en mi memoria, es que nos tuvimos que salir de la cabaña y dormir apretadas en una tienda de campaña, porque había arañas y telarañas por doquier. La gota que derramó el vaso fue que, al quitar las cobijas de la cama, nos encontramos una de ellas. No íbamos a dormir en ese lugar lleno de insectos.

El 20 de junio les deseamos un feliz día a todos los padres presentes. Llevamos un rico pastel, todos gozamos de su sabor. Después mis primas y yo fuimos de compras al mercado y, cuando volvimos, ya estaban empacando para volver a Mexicali. Recogí mis cosas y me despedí de todos.

De regreso tuve mi reflexión del viaje. Mi papá, concentrado manejando y yo, volteada hacia la ventana en el asiento del copiloto, así que él no pudo notar las pequeñas lágrimas que salían de mis ojos. Cuando me preguntaba cosas le decía que estaba cansada y que no tenía ganas de hablar, lo cual era cierto, así que me quedé dormida, pensando en lo poco sociable que había sido con mis primas y en cómo corrían a platicar entre ellas mientras yo permanecía donde estaba.

Cuando desperté, todavía no habíamos llegado. En el tiempo restante armé un plan: desde ese momento cambiaría mi forma de ser, pero para mi bien. Decidí que estaba cansada de no saber qué decir, de quedarme callada en una conversación, de tener baja autoestima al tomarme fotos y por mi ropa.

En los días que seguirían buscaría el estilo que más me gustara, trabajaría en mi capacidad social y autoconocimiento, aprendería las mejores maneras de seguir una conversación (en persona y por mensaje) y ya no permitiría que me hicieran a un lado los demás o yo misma.

Y, sobre todo, no dejaría que mi cambio afectara a mis seres queridos ni a mi persona. Elaboré mentalmente algunas reglas para mí que incluían mis puntos de vista sobre distintos temas, tomando en cuenta la moral y el aprendizaje obtenido de mis padres.

Desde ese día mejoré la persona que era y me convertí en la que soy ahora.

"Interesantes puntos, buen manejo del tiempo".

Daniela Villarreal Grave, integrante del Honorable Jurado Calificador


Tercer grado de secundaria