Concurso de Escritores 2022

Segundo lugar en el género de cuento

Las cinco de la tarde, y Daniela Mendoza empezaba a impacientarse para salir del salón:

—¡Ay, qué aburrido! Todos sabemos comportarnos en una expedición a un bosque.

En eso, su hermano Juan se acercó a ella y le preguntó:

—¿Por qué estás tan desesperada por ir al bosque ese? Daniela le respondió:

—Es que no entiendes. Ese lugar está lleno de leyendas y planeo averiguar cuántas de ellas son reales.

En ese momento, la directora de la escuela les dijo que, en fila, se fueran al estacionamiento, para entrar a sus respectivos autobuses. Daniela y Juan iban en el mismo grupo, así que se subieron juntos.

Cuando estuvieron listos se dirigieron hacia el campamento en el bosque. En el trayecto, Daniela contaba a su hermano todas las historias que se sabía de ese bosque y su campamento.

Al llegar, la directora les empezó a hablar sobre las especies de árboles, de hongos, etcétera. Daniela estaba superaburrida, así que decidió salir a recorrer los alrededores. Justo cuando estaba por entrar al bosque alguien la agarró por el hombro... Era su hermano, que le dijo:

—¿A dónde vas? Si te vas sola te vas a perder. Vete con tus amigas a comer.

De un corto movimiento, Daniela separó su hombro de su hermano y se fue, enojada, a sentarse con sus compañeras.

Un rato después de comer, Juan fue con ella para preguntarle si aún quería ir a explorar. La niña le dijo que sí, así que se fueron a escondidas a caminar un poco. Horas más tarde estaban perdidos.

—Estoy seguro de que es por aquí. Vamos —dijo él, mientras daba una vuelta entre los árboles.

—No es por aquí, Juan, y lo sabes —lo regañó Daniela—. ¡Ya deberíamos haber llegado hace varias horas!

—¡Pues si te callaras llegaríamos más rápido! ¡Oír tus quejas no nos va a regresar!

—¡De todas formas, no sabes en dónde estamos, acéptalo!

—¡Ya deja de quejarte! ¡Solo me desconcentras!

—¡Ah, pues, perdón, señor concentrado!

—¿Sabes qué? ¡Vete por tu lado, si sabes por dónde ir!

—¡Bien! ¡Al fin y al cabo no te necesito para regresar al campamento! —le espetó Daniela con furia.

Ya era muy noche; los animales emitían sonidos aterradores en medio de la pesada oscuridad. Daniela caminaba en silencio, con un frío tan horrible como sentir un taladro en los huesos. Lo hacía en círculos, sin poder encontrar huellas que no fueran las suyas ni alguna otra señal del campamento.

De pronto, vio a lo lejos algo enorme. Al principio parecían muchas hojas y ramas enredadas, hasta que la criatura se volteó. Lo único que se apreciaba en la oscuridad eran los grandes y espeluznantes ojos amarillos, tan brillantes como dos faros.

Se le quedó mirando a Daniela unos segundos, hasta que, sin previo aviso, se abalanzó sobre ella. La niña tardó unos segundos en reaccionar, pero en cuanto se recuperó corrió lo más rápido que pudo. Sin embargo, esa criatura avanzaba más veloz que cualquier vehículo, Ella corrió hacia cualquier lado, evitando como pudo al ser que la perseguía.

De pronto y de milagro, llegó al campamento, y, sorprendentemente, la criatura no se atrevió a seguirla hasta ahí. Solo se alejó lentamente, regresando al bosque.

Daniela se fue a su cabaña, en donde también estaba su hermano. Parecía que no había llegado mucho tiempo antes que ella, porque lo halló medio despierto. En cuanto la vio, él se levantó y se disculpó por haberle dicho de cosas y no ir a buscarla en cuanto se separaron.

La niña escuchaba todo, pero estaba aturdida, así que solo podía asentir con la cabeza. Al darse cuenta de esto, Juan le preguntó qué había pasado. Como pudo, ella le contó sobre el monstruo y cómo este la persiguió.

Juan estaba que no se la creía, pensaba que su hermana le estaba jugando una broma o que se había vuelto loca, pero al ver su expresión se dio cuenta de que hablaba en serio.

Al día siguiente fueron directo con la profesora Andrea, a contarle lo que había ocurrido. Sin embargo, la maestra creyó que se lo habían inventado todo, como una historia, y les dijo:

—Vayan a contarle eso a sus amigos, seguro también los asustan, ¡ja, ja, ja!

—¡Pero, profesora, es en serio! —insistió Juan.

—¡Sí, sí, seguro! Vayan y cuéntenlo también a sus compañeros. Y también díganles que preparen sus cosas, porque ya nos vamos a ir.

Daniela y Juan sabían que los demás no les iban a creer, así que decidieron investigar alguna leyenda o historia acerca de ese monstruo. La niña no sabía de él, aunque conocía casi todo lo que se decía acerca de ese lugar.

Decidieron ir con la directora del campamento, para preguntarle sobre alguna leyenda de ese tipo.

—¿Que si conozco alguna? ¡Pero claro! Existe una leyenda bastante vieja de mi familia —respondió ella. Y prosiguió:

—Verán: mi familia es dueña de este bosque desde hace un par de años; pero, aun así, este bosque es increíblemente viejo. Dicen que no lo dañan gracias a un monstruo que habita en él, que, en realidad, es un humano que sufre de una maldición y cuando tiene cien años la maldición se transfiere a otro ser humano, que tiene por obligación irse al bosque antes de que se convierta por completo. Esta maldición te convierte en un monstruo hecho de hojas, raíces, ramas, enredaderas, moho y muchas otras cosas del bosque. Si permanece fuera del bosque mucho tiempo, empieza a deshacerse.

—¡Guau, no conocía esa leyenda, señorita directora! —exclamó Daniela.

En cuanto ella dijo eso, la profesora Andrea llamó a todos los de su grupo:

—¡Júntense, niños! ¡Vamos, en dos filas, ya nos vamos a ir! ¡Por favor, recojan sus cosas!

Ambos hermanos se sintieron un poco más tranquilos, porque ya no tendrían que lidiar con el monstruo. Fueron a su cabaña para recoger la ropa y las mochilas. En cuanto llegaron, hicieron algo de tiempo para estar a solas y poder hablar tranquilos:

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Juan.

—¿Hacer de qué? —le respondió Daniela.

—Si nos vamos ahora, la señorita directora se va a quedar aquí sola con el monstruo, y él probablemente acabe con ella, ¿entiendes?

—Sí, sí, comprendo. Pero, ¿qué podemos hacer?

—Pues no lo sé, pero debe haber algo que podamos hacer.

Daniela negó con la cabeza, con aspecto triste. Justo en ese momento la profesora Andrea llamó por última vez para que fueran al autobús, y de inmediato los dos niños se levantaron con sus mochilas. Ellos fueron los últimos en subir y en cuanto ocuparon sus asientos se cerraron las puertas y se pusieron en marcha.

Se fueron más o menos al atardecer. La maestra les dijo que llegarían a casa antes de que anocheciera. Lo más tarde que podrían llegar sería a las ocho, o a las ocho y media.

A las 7:48 el autobús empezó a fallar y a detenerse lentamente, muy, muy lentamente, hasta que lo hizo por completo. Ya estaba oscuro y empezaba a caer una niebla, producto del invierno. Muchos de los que traían celular intentaban llamar o mandar mensajes a sus padres o a la policía; sin embargo ninguno alcanzaba señal. Estaban en una parte del camino en el que crecían árboles a ambos lados. Todos se encontraban tensos, sentían miedo.

De pronto, Juan y Daniela vieron dos luces amarillas que los observaban desde los árboles y que, rápidamente, se movieron de ahí, hasta que se apreciaban entre la niebla en la parte de atrás del autobús. Esas luces se acercaban más y más. Algunos niños ya las habían notado. Creían que eran linternas de alguna persona que llegaba por ellos, pero solo ambos hermanos sabían que se trataban de los ojos de aquel monstruo del bosque.

Un murmullo se extendía por todo el autobús, un murmullo lleno de emoción por irse a casa.

Pero las luces desaparecieron de repente y todos se callaron. Nada pasaba y nadie movía ni un músculo.

De manera inesperada, un grito desgarrador se escuchó por todo el camino, aunque parecía provenir del suelo. Justo cuando terminó algo levantó el autobús violentamente y lo sacudió tan fuerte que casi lo rompía; después lo dejó caer desde una altura considerable. Las puertas estaban selladas por unas cosas verdes y mohosas, que no paraban de crecer.

En eso, unas garras tan filosas como navajas atravesaron el techo del vehículo y lo arrancó violentamente. Y ahí estaba, ¡el monstruo! Preparado para atacar, rugiendo y aterrando a los alumnos. Entonces la criatura abrió su gran boca y lanzó un rugido horrible y alto. Luego estiró uno de sus enormes brazos hacia un estudiante. Sin embargo, en un movimiento, Daniela le lanzó su mochila. Esto solo lo enfureció más, así que la tomó a ella y se la llevó al bosque.

El temible ser huyó con ella hasta el centro de la espesura, donde la bajó al suelo. En cuanto hizo esto, el monstruo empezó a cambiar de forma, redujo su tamaño poco a poco y parecía que se comía a sí mismo para crear un nuevo cuerpo, uno muy pequeño, de un niño de no más de ocho años, que miraba a Daniela con una expresión de vacío y furia.

Ella se había quedado sin palabras. Sin embargo, como pudo le preguntó:

—¿Q-qué e-eres?

El niño tardó en responder, pero con una voz fría y seca le dijo:

—Mi nombre es Adrián. Soy el décimo dueño de este bosque y vivo para protegerlo… hasta hoy.

—¿Por qué hasta hoy?

—Porque ahora es tu turno —le contestó, con una mirada aterradora.

Daniela se quedó paralizada de miedo. Solo podía ver cómo la sonrisa del pequeño crecía y crecía, al tiempo que se transformaba y… ¡se abalanzaba sobre ella!

Mientras tanto, Juan se encontraba asustado. Ese monstruo había capturado a su hermana desde hacía ya dos horas y treinta minutos y aún no había señales de ella. Habían llamado a la policía en cuanto regresó la señal a los teléfonos celulares, así como a sus padres y los bomberos. Pero el bosque era enorme y nadie tenía ningún rastro de Daniela.

Juan llegó a un claro del bosque y ahí estaba su hermana. Corrió hacia ella, pero esta yacía tirada en el suelo, inconsciente. El niño temió lo peor y, rápidamente, sin soltarla, llamó a sus padres y a quien estuviera cerca.

Dos semanas después de esa aventura Daniela despertó, al principio sin darse cuenta de dónde se encontraba, hasta que vio a su lado. Ahí estaban su hermano y una pared de hospital.

Se sentó en la cama con dificultad y miró con atención a Juan. Este le devolvió la mirada y eso fue más que suficiente para decirle todo lo que había pasado. Entonces se acercó a él y le dio un afectuoso abrazo, mientras una raíz crecía de su espalda.

Primer grado de secundaria