Concurso de Escritores 2022

Tercer lugar en el género de cuento

En la escuela Instituto Salvatierra había un grupo de niños que se hacían llamar Los Braves del Primero B. Estaba conformado por cuatro amigos: Luis, Alex, Samantha y Mía.

Era la noche de Halloween y ellos ya tenían sus planes:

–¿Qué tal si hacemos bromas en casas? Sería divertido, ¿no? –propuso Alex.

–No, mejor la broma de huevos y papel de baño a los patios –dijo Mía.

–Eso nos metería en problemas. ¿Qué tal si entramos a casas abandonadas? –intervino Samantha.

–¡Esa idea sí me agrada! –exclamaron los demás al mismo tiempo, emocionados.

Todos estaban listos para divertirse. Hacia las ocho de la noche ya se habían introducido a algunas casas abandonadas de ahí por su colonia. Pero, de repente, llegaron a una mansión en la que se podía ver que habían pasado muchísimos años sin que hubiera sido habitada. Las puertas crujían, la madera colgaba y se escuchaban algunos roedores dentro.

–Mejor no hay que entrar. Creo que esta es la casa de la leyenda que me contó mi abuelo –dijo Samantha.

“Dicen que esta casa fue hecha en época de la Revolución por un señor que era muy rico y que tenía una familia muy grande, con cinco hijas, y cuentan que eran personas muy buenas y queridas en la ciudad.

“Cosas extrañas pasaban. Las personas que ahí trabajaban contaban en el pueblo lo que les sucedía y lo que miraban.

“Mi abuelo me contó que en una ocasión hubo un gran ciclón y el pueblo se quedó sin luz, excepto esa casa, así que recibieron a varias personas que no tenían en donde dormir. Todos llegaban empapados por la lluvia, y entre ellos iba un niño enfermo de neumonía, que era el mejor amigo de Constance, la hija más pequeña de la casa. Pero, con la mojada que el niño se dio, enfermó más y murió ahí mismo.

“Después de eso, el fantasma del niño deambulaba por la casa y jugaba con su amiga. Los sirvientes que llegaron a mirarlo decían que sólo distinguían de la cintura para arriba, o sea que no tenía pies.

“Una de esas noches, el fantasma y su amiga jugaban a las escondidas. La casa estaba a oscuras y solo la iluminaban algunas velas. La mamá de Constance los descubrió, aterrorizada. Quiso tomarla en brazos y, por accidente, con la vela que llevaba en su mano se prendió la ropa de la niña y se quemaron ella y su madre.

“Después de esa tragedia, la familia abandonó la casa, dejándola sola, tal como estaba. Mi abuelo me contó esto porque él era el encargado de rentarla, pero nadie estaba interesado.

“Cuenta la leyenda que, al quitarle a su amiga, el fantasma del niño enfureció y acosaba a cada persona que entrara.

“Todo lo que ponían en la casa nunca duró: la hicieron salón de fiestas, la hicieron consultorios, hasta un templo religioso quisieron hacer. Pero las personas no se quedaban mucho tiempo; decían que miraban los fantasmas de la madre y de los niños, que les movían los muebles, que les apagaban la luz y que había un cuarto en especial en el que, después de las diez de la noche –que era la hora en la que la niña murió–, se escuchaban risas de niños jugando y ruidos macabros, así que todos salían corriendo aterrados.

“Y así es como terminó esta casona sola, sin que nadie quiera saber nada de ella. Por eso creo que no es buena idea entrar ahí”.

–¡Ándale, no seas gallina, Samantha! ¡Solo son cuentos! –gritó Mía.

–Pues mi abuelo me lo contó porque él fue una de las personas que salió un día corriendo y ya no quiso regresar.

–¡Ya sé, los reto a entrar a la casa! –dijo Alex– y, como son las nueve de la noche, tenemos una hora para recorrerla.

Está bien. ¡Pero antes de las diez salimos corriendo! –exclamó Luis.

Entraron por una ventana quebrada. Había muebles y todo estaba lleno de polvo y animales muertos. Los cuatro llevaban sus lámparas de mano, que eran lo que los iluminaría en su recorrido.

Había cuadros de la familia que al caminar pensarías que te seguían con los ojos. Entraron a una recámara donde encontraron juguetes, vestidos y hasta un tocador, todavía con pinturas de labios de las hermanas mayores. Tenían un olor muy extraño.

Samantha y Mía, curiosas, tomaron algunas de las cosas del tocador y, cuando se miraron al espejo lleno de tierra, atrás vieron la imagen de una niña enojada, como si estuvieran tomando sus cosas sin permiso.

–¡Pero qué es esto! –gritaron, huyendo despavoridas.

Por el susto, ya no recordaban dónde estaba la salida. Llegaron a un lugar en el que se encendió una imponente lámpara, que iluminó un gran comedor de madera con hierro dorado. Daba la impresión de que se esperaba una gran cena.

Por cada lado del comedor había un pasillo. Tomaron por el que les quedaba más cerca ¡y cuál sería su sorpresa que al final se encontraron con aquel cuarto donde se escuchaba a una niña llorar!

Quedándose mudos, sintieron cómo la piel se les erizaba. El candado que tenía la puerta se empezó a agitar, como si alguien tuviera la necesidad de arrancarlo con agresividad, y los ruidos se escuchaban cada vez más fuertes y cerca de sus oídos.

Por el miedo, salieron corriendo por diferentes pasillos. Las diez de la noche habían llegado. Parecía que la casa había cobrado vida nuevamente. Las luces se encendieron. No había más polvo ni telarañas; por el contrario, era una casa hermosa, con un olor delicioso procedente de la cocina.

El club de Los Braves corrieron hasta regresar todos al comedor. Se podía ver cómo había sido la vida en esa casa cuando aún era habitada.

Ante sus ojos estaba toda la familia, felices sentados en el gran comedor, con una gran cena servida en la mesa, solo que había una silla vacía.

De repente se levantó la madre y, estirando su mano para poder tocar la de Samantha, dijo:

–¡Por fin has llegado, hija mía! Ansiábamos tu regreso. Ven, toma tu lugar.

Los amigos, paralizados, vieron cómo su amiga se transformaba en una linda niña, la más pequeña de todas: Constance, la hija de la familia.

Corrieron gritando hasta llegar a la calle. Los vecinos rápidamente se reunieron para entrar a sacar a la amiga de los niños que, decían estos, había quedado dentro de la casa. Pero no se encontró a nadie. La residencia estaba en ruinas y no era posible que alguien viviera ahí,

Samanta nunca volvió a ser vista de nuevo y los demás fueron tachados de locos.

Me tocó ver a uno de ellos en un hospital psiquiátrico. Sus amigos se habían suicidado uno por uno, hasta solo quedar él.

Dicen que por las noches de Halloween se puede ver la figura de una niña asomándose por la ventana, deseando ser visitada por los tres niños que la olvidaron aquella noche de travesuras.

Primer grado de secundaria