Concurso de Escritores 2022

Participación en el género de cuento

KEYFOURD


Anne Abigaíl López Manríquez

Una explosión resonó en mi cuarto mientras dormía y caí en seco al piso. Me retiré los cabellos amarillos con mechones naranjas de la cara, para que mis ojos color verde claro pudieran ver. Siguieron sonando miles de disparos. Al escuchar diálogos de personajes me percaté de que era mi alarma lo que sonaba. Seguí al pie de la letra la conversación; nada como iniciar la mañana con mi escena favorita de una película de ficción.

Me preparé para lo que sería un día extraordinario. Dirigiéndome hacia la cafetería, me coloqué los audífonos y me dispuse a escuchar música. Al llegar abrí la puerta de vidrio para entrar, pero una chica derramó su café sobre mí al dar un mal paso y tropezarse. Pestañeé y ella estaba a punto de desbordar su bebida sobre mi ropa; me hice a un lado y consiguió restablecerse en su lugar. Logré sujetar su vaso y se lo devolví. Se me quedó viendo y entré a la tienda.

Pedí un café frío con extrahielo y un toque de vainilla. Después de todo, son mis últimas veinticuatro horas de vida.

Me encontraba leyendo mi lista de deseos. Sí, tengo una lista de deseos. Algunos lo encontrarán ridículo, pero para mí es una corta relación de cosas por hacer antes de morir.


Estaba colocándome el abrigo; me hallaba preparado con todo lo necesario. ¡Cumpliría lo primero de la lista!

Llegando a mi puesto junto a otras personas, seguíamos a nuestro guía. Dirigí la mirada a mi costado derecho. Mi compañero al parecer tenía mal sujetada su cuerda, ya que no se la colocó bien. Le advertí, pero decidió hacer caso omiso a mi observación.

Empezamos a subir la montaña. Él comenzaba a resbalarse. Poco a poco su cuerda se fue deslizando, hasta que cayó al precipicio y murió...

Di un pestañeo y vi a mi compañero a mi lado. Le dije que tuviera cuidado y que sujetara bien su cuerda. A la mitad de la montaña empezó a resbalarse. Cuando estaba a punto de caer lo sujeté del brazo, evitando su muerte Se me quedó viendo raro por unos segundos, pero ya estoy acostumbrado… Luego me agradeció estrechándome la mano. Comenzamos a bajar lentamente, con el debido cuidado de no tropezarnos y caer.


Gritaba, cayendo del avión, desesperado. Seguí con gritos más fuertes, forcejeando y tratando de abrir lo que en estos momentos salvaría mi vida. Caía sin poder accionar el paracaídas. Parpadeaba velozmente repetidas veces. Estaba a punto de morir, sin lograr abrirlo con éxito. Pestañeé una última vez antes de preguntar:

–Disculpe, ¿podría repetir cómo abrir el paracaídas, por favor? –aspirando y exhalando con normalidad de nuevo.


Di un hondo respiro mirando el lujoso edificio frente al cual me encontraba. “Hace mucho que no la veo…”.

Hice una mueca, haciendo mi cráneo tensarse, debido a que apreté los dientes, para acto seguido encaminarme a la entrada del hotel más aclamado en la ciudad, donde trabaja mi madre. Típico de ella: cinco estrellas y brillan tanto que acaparan toda la atención, opacando lo demás, como siempre.

Al entrar volví a pestañear y detuve el desliz de quien, a mi parecer, era una mesera o secretaria. Estaba a punto de tropezarse debido a que alguien había abierto una puerta, tomándola por sorpresa. Ella, tratando de evitar que algo le pasara al vino que llevaba en las manos, se removió, dando un paso hacia atrás, y se tropezó así conmigo. Mientras yo la detenía, me examinó con la mirada unos segundos; levanté ambas cejas de arriba abajo, mostrando una sonrisa divertida. Ella se apartó y salió corriendo lejos de mí. Supuse que iría a contarle a su jefa que pisé su hotel. ¿Ya qué?, esperaré a mamá en una habitación.

La puerta de la habitación se abrió junto con una inexplicable luz que caló mi vista unos segundos y provocó que me pusiera ambas manos en la cara, intentando taparla. Sin dejar de ser el centro de atención, apareció ella con su cabello levemente esponjado, con mechones rubios amarillentos y algunas canas que hacían notar su edad, aunque físicamente permaneciera igual que hacía algunos años. Vestía una blusa blanca con líneas delgadas color café claro y botones negros, pantalones color café chocolate y un par de brillosos tacones negros.

–¿Hace cuánto que no nos vemos? –preguntó, haciendo una mueca con sus ojos verde oscuro y luciendo un poco sus arrugas.

–¿Qué? –dije, moviendo ligeramente la cabeza–. ¿Ya no recuerdas lo que pasó? –Hice un puchero fingido.

–¿A qué viniste? –escupió las palabras con resentimiento y desesperación.

Di un corto aplauso, con una sonrisa de labios apretados. Me levanté de donde me encontraba sentado y la encaré.

–Quiero resolver las cosas –le respondí serio.

–¿Llamando la atención de nuevo?

–¿Otra vez con eso? –bufé, dándole la espalda y empezando a cansarme de repetir las cosas con ella.

–Nunca cambias, Klaus –expresó, sonriéndome sarcásticamente.

–¡Vamos! ¿No quieres volver a ser una familia feliz? –dije, pestañeando repetidas veces, con una sonrisa grande e inocente de lado a lado, con una mano encima de la otra bajo la barbilla.

–¡Deja de hacer eso! –refunfuñó, sentándose con una mala cara.

–¡Por favor, mamá, tu hijo está aquí, alégrate! –le recordé, soltando una pequeña risita, haciendo como si tuviera maracas en las manos–. ¿No te dan ganas de bailar? –Me empecé a mover de un lado a otro bailando, mientras me reía.

–¿Acaso estás drogado?

La volteé a ver serio, dejando de bailar.

–¿O quizá estás ebrio? –me acusó, haciendo una mueca retadora y un ligero movimiento de cabeza.

–¿De verdad crees… –pregunté, empezando a hablar ofendido– que… –continué, sintiéndome insultado– ...si no lo estuviera hubiera venido? –Me reí en su cara sarcástico.

–¡Lárgate! –exclamó impulsiva, parándose del pequeño sillón.

–Solo quiero tu aprecio, mami –dije, fingiendo que lloraba–. Dale un abrazo a tu hijito.

Abrí ambos brazos, esperando recibir un abrazo, pero recibí un golpe en la mejilla izquierda. Exclamé de dolor ante su acto y me giré a mirarla, mientras me tocaba el pómulo con la mano. ¿De verdad me merecía esto por lo de papá? En verdad no fue mi culpa...

–Estás repitiendo lo que pasó hace años… –indicó amargamente.

–Sí –dije enderezándome–, excepto que esta vez no me voy de tu casa, madre; me voy de tu lujoso hotel –seguí, haciendo una mueca de oposición y fastidio, junto a unas comillas con las manos al pronunciar la palabra “lujoso”–; y que ya no soy un niño –terminé de decir, para ir hacia la puerta, no sin antes patear un balde gris y pequeño que se encontraba ahí, concluyendo mi discurso.

–Desearía que nunca hubieras nacido… –expresó ella, fracasando al intentar que yo no escuchara.

–Yo también –le contesté, para luego respirar y cerrar los ojos por unos segundos.

–Eres una deshonra para la familia –retumbó en mi oído.

–Sabía que esto pasaría, lo vi –suspiré derrotado–, aun así decidí venir –admití decepcionado–. Es una lástima –confesé.

–¿Otra visión? –se burló–. ¡Porque tienes poderes! –dijo, con un tono de ironía en la voz; alzó las manos y abrió más los ojos–. Las drogas te hacen daño, Klaus; te hacen creer cosas que no son –simuló lástima–, como la voz que te dice que tienes algo que te hace destacar –siguió diciendo, con una gesto de furia en los ojos.

–¡Soy especial! –vociferé frente a ella.

–¡Eres menos que ordinario! –lanzó las palabras irritada.

Nos acercamos peligrosamente el uno al otro, bastante alterados. Cuando examinaba lo que iba pasar, estando a unos centímetros, tocaron la puerta.

Abrió la chica de piel morena, ojos café y cabello negro que me había encontrado al entrar.

–Señorita Keyfourd…

–¿Señorita? –la interrumpí, sorprendido con la boca hasta el suelo–. ¿Le dices así porque, si no, te despide, verdad? –Solté una risotada–. Perdón, me reí… –Me puse serio y la chica me dio una mirada rápida antes de seguir.

–La esperan en el piso cinco –terminó, para salir apresurada.

–Si regreso y sigues aquí, te voy a matar, como lo hiciste con tu padre.

Entreabrí la boca cuando mencionó eso.

–Quiero que en mi lápida esté la frase: “Todo es una pesadilla”.

Sonreí mientras lo decía, abrí los brazos y los moví en forma de arcoíris junto a mis manos de jazz.

–¿Sabes? Todavía no aprendo a controlar mis poderes –sonreí a medias cuando dije eso–. ¡Oh!, casi lo olvido. –Hice un movimiento de descuido–. Quiero rosas negras, ¡no!, rojas, mejor…

Volteé para continuar, pero ella ya se había ido. Sonreí con los labios cerrados y, sosteniendo la mirada por donde se había marchado, divisé que unos guardias se aproximaban a mí, así que salí apresuradamente de aquel lugar, siendo esos los últimos pasos que daba ahí.

Partía camino a mi fatídica trayectoria, recordando lo que había pasado hace años, y llegué a la heladería. Estaba a punto de entrar por la puerta, pero di un paso inconcluso, debido a que sentí algo en la cabeza. ¿Por qué no evité esto?, se preguntarán…

Al llegar a la nevería, di un primer paso para poder entrar, abriendo la puerta con una hoja de promociones pegada en ella. Sin embargo, no logré entrar, pues caí al piso sintiendo un dolor en la cabeza. Empecé a recordar a mi padre, cuando vine aquí con él y comimos nieves; pidió de pistache y yo de cereza. Él sabía de mis poderes. Me enseñó que algunos actos compensan otros y que hay actos fijos, los cuales afectan más; pasarán, porque están escritos en piedra.

Tal vez sea por el balazo, pero en el fondo sé que mi madre me quiere. Yo nunca la dejé de querer, sin importar que ella crea que yo maté a papá, aunque él haya fallecido en un accidente de auto intentando salvarme… “Él es el héroe que le faltó a esta historia”, pensé en mis últimos segundos de vida, para al final respirar y pestañear una última vez.

Segundo grado de secundaria