Motivación
Este día está centrado todo él en la Cruz. Pero no con aire de tristeza, sino de admiración y profundidad. Los cristianos escuchamos con atención el relato de la Pasión del Señor y adoramos su cruz.
Pascua significa «paso», el tránsito de Jesús de la muerte a la nueva vida. Hoy es el primer acto de este paso. No nos quedamos sólo con la muerte, ni tampoco sólo con la Resurrección, olvidando el paso de la muerte. El recuerdo de la muerte, hoy está llena de esperanza y de victoria, mientras que la Vigilia Pascual de mañana recordaremos la Resurrección. Hoy vienes a caminar con Cristo, que va hacia la muerte con actitud de perdón y amor. En la tarde destacan estos momentos:
En primer lugar, es importante tener un momento para escuchar las lecturas de la Palabra de Dios: escucha con atención especialmente el relato de la Pasión, una historia que es la historia del amor de Dios a los hombres.
Después es un día para que en nuestra oración personal y comunitaria fijemos nuestra oración en todo el mundo. Rezaremos por todos con un corazón abierto, como el de Jesús. ¿Sabes que en el mundo hay gente que llora, que sufre., que vive triste? Hay muchas cruces como la de Jesús. Si al mirar la violencia, hambre, injusticia, marginación, guerra, soledad, llanto, abandono, burlas... sientes que se te conmueven tus entrañas... ¿a qué esperas a comprometer tu vida para aligerar esas cruces?
En tercer lugar, la adoración de la Cruz, “el árbol que da buenos frutos”, el mejor fruto. Por eso, la adoramos como señal de agradecimiento y de certeza de que nuestras propias cruces de cada día y los crucificados de hoy han sido salvados en Jesús Crucificado.
La Palabra de Dios puede marcar nuestra reflexión de hoy, especialmente la segunda lectura de nuestra celebración en el día de hoy, una lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.
Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna. (Carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9).
A continuación, te ofrecemos una serie de recursos, incluida el texto de la Palabra de Dios que acabamos de leer, para que puedas entrar en tu corazón, en tus actitudes, en tu forma de afrontar la vida desde Dios hacia los demás. Usa el recurso que mejor te venga para estos momentos de Pascua, aquel material que más te pueda decir.
Texto de Mateo González Alonso en el artículo El papa Francisco solo en San Pedro en el ‘Urbi et orbi’ ante el coronavirus: “Señor, no nos abandones” en Vida Nueva.
Desde el atrio de la basílica vaticana, al final de una tarde lluviosa en Roma, el Papa ha presidido una liturgia de la Palabra ante el icono de la Virgen ‘Salus Populi Romani’ (la Virgen de la Salud) y el Cristo de la Iglesia de san Marcelo, en el centro de Roma, famoso por haber liberado a Roma de la peste en el siglo XVI.
Francisco elogió a todos los que no ocupan los titulares y están dándose a los demás: “médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”. Y es que, sentenció, en el sufrimiento “se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos”.
Haciendo una llamada a la unidad, destacó la labor de quienes transmiten esperanza: “Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración”. “La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras”, añadió.
“No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”, reclamó también.
El Papa ha señalado la Cruz como el “ancla”, el “timón” y la “esperanza” a la que agarrarse en medio del “aislamiento”. “El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita”, añadió.
“No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas”, ¿Cómo vives esta realidad en tu vida?, ¿necesitas de Dios o te crees autosuficiente?
El Papa ha señalado la Cruz como el “ancla”, el “timón” y la “esperanza” a la que agarrarse en medio del “aislamiento”, ¿qué es la Cruz para ti?, ¿es dónde depositas la esperanza en tu vida?
Francisco elogió a todos los que no ocupan los titulares y están dándose a los demás. Y es que, sentenció, en el sufrimiento “se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos”. ¿hasta qué punto te das a los demás?, en este momento sufrimiento, ¿cómo ves la sociedad?
Diario de María (Martín Valverde)
Después de ver el vídeo, reflexiona acerca de esta canción que se centra este Viernes Santo y que resume el sentido de este día.
Te miro a los ojos
y entre tanto llanto
parece mentira
que te hayan clavado
que seas el pequeño
al que he acunado
y que se dormía
tan pronto en mis brazos
el que se reía
al mirar el cielo
y cuando rezaba
se ponía serio.
Mira a la cruz de Jesús, ¿qué rezas?, ¿qué piensas en estos momentos y en la realidad que nos ha tocado vivir?
¿Cómo es tu vida de oración?, ¿en qué debes crecer?
Sobre este madero
veo aquel pequeño
que entre los doctores
hablaba en el templo
que cuando pregunte
respondió con calma
que de los asuntos
de Dios se encargaba
de ese mismo niño
el que esta en la cruz
el rey de los hombres
se llama JESÚS.
Los “asuntos” de Dios, ¿qué lugar ocupan en tu vida?
El Rey del servicio, de la entrega, de la disponibilidad, ¿qué tienes de todo ello?, ¿cómo vives la cruz en tu vida desde esas claves?
Ese mismo hombre
ya no era un niño
cuando en esa boda
le pedí mas vino
que dio de comer
a un millar de gente
y a pobres y enfermos
los miró de frente
rió con aquellos
a quienes más quiso
y lloró en silencio
al morir su amigo.
Jesús nos dejó el encargo de atender a pobres, enfermos, excluidos, rechazados,… ¿cómo estás llevando en tu vida ese mandato de Jesús?, ¿cómo vives el “Dales vosotros de comer”?
¿Cómo miras a los pobres y enfermos?
En estos días de conmoción, de sufrimiento, ¿cómo los estás viviendo?, ¿te conmueves?, ¿te compadeces?
Ya cae la tarde
se nublan los cielos
pronto volverás
a tu Padre eterno
duérmete pequeño
duérmete mi niño
que yo te he entregado
todo mi cariño
como en Nazaret
aquella mañana
he aquí tu sierva
he aquí tu esclava
Como cristiano, ¿estás dispuesto a todo?, ¿qué te echa para atrás?
¿Eres capaz de decir claramente “He aquí tu esclava”?
En tiempos de pandemia (Papa Francisco)
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).
Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P5,7).
“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos.”, ¿cómo has asumido la situación?, ¿cómo la estás viviendo?
¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús?, ¿cómo está tu fe?
“Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.”, ¿qué le pides a Dios en este Viernes Santo?