Materiales para adultos


Sábado Santo

Reflexión 1: El paso del Mar Rojo

La situación del pueblo de Israel no fue fácil en la tierra de los egipcios. El duro trabajo al que eran sometidos los israelitas, la esclavitud, el sentirse extraño en una tierra que no les daba acogida les llevó al desánimo y al desaliento. Pero las cosas cambian cuando Dios las mira, y es entonces bajo esa mirada cuando surge alguien capaz de liberar a este pueblo. El convencimiento es claro: solo Dios salva, solo Él puede sacar a su pueblo de las tinieblas a la luz, de la desolación a la esperanza, de la tierra firme al paso de un mar. El pueblo se resiste, la validez del líder aún no está demostrada y la intrepidez de la aventura les supera.

Pasar el Mar Rojo tiene mucho de osadía, de que para Dios todo es posible, de que fiarse del Señor es la única salida, el único camino hacia la salvación. Fiarse de Dios convierte el agua en camino, los soldados en simples marionetas a merced de las olas, y Egipto atrás. Fiarse de Dios es querer caminar junto a otros, es mirar hacia adelante antes de que el mar los arrastre, es saberse pueblo salvado.

Cuántas situaciones de nuestro mundo han de ser «liberadas», cuántos mares nos quedan por cruzar, comprometerse, fiarse, arriesgarse, ser con otros, aportar nuestro granito de arena, para hacer más grande el camino que cruza el mar. El ser humano sigue clamando hoy, ¿estás dispuesto a escucharlo? Tú compromiso, nuestro compromiso, ayuda a otros a mirar hacia delante como un signo de liberación.

Algunas mujeres

No deja de ser sorprendente que, en todos los relatos evangélicos, las primeras testigos de la resurrección de Jesús sean mujeres. No aparecen a priori como discípulos de primera mano, no le han acompañado a Jesús en su transfiguración, en la oración en el huerto, según las narraciones, pero están ahí. Ellas han visto morir a Jesús, han creído en él, han tenido fe. También saben dónde está su sepulcro, dónde colocaron su cuerpo y están decididas a cumplir con el rito funerario de embalsamar al difunto. Y el día primero de la semana, al amanecer, allí van, su tristeza y dolor perfumados de ungüentos. Pero Jesús ya no está ahí. El sepulcro está vacío. No Vida no puede ser contenida en un lugar oscuro, la vida tiene que salir a la luz, manifestarse. De esto, tal vez, entiendan las mujeres que van al sepulcro, de dar la luz, de alumbrar la vida. Ellas, que le han seguido desde Galilea a Jerusalén, que son sus discípulas, tienen que anunciar. Las mujeres no confesaron como Pedro y los discípulos el mesianismo de Jesús, para ellas estaba reservado el anuncio más esperado: ¡el Señor vive!. ¡Ha resucitado! ¡Id a contarlo!

Para rezar y reflexionar

Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los redimidos.
Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.
Haz que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como el alba, haz que seamos realmente hombres y mujeres pascuales en medio del Sábado Santo de la historia.
Haz que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura. Amén.

  • ¿Qué frutos de la experiencia de resurrección podemos ofrecer a nivel de Iglesia, de comunidad, familia,...? En la dificultad tratemos de invocar al Espíritu del Resucitado para percibir signos de resurrección.

  • ¿Cómo vivir este escenario de cruz testimoniando la esperanza en el Resucitado?