Materiales para adultos


Jueves Santo

Reflexión 1: Amar es servir

“No he venido a ser servido, sino a servir” (Mateo 20, 28)

No hay amor si no se aprende a conjugar el verbo servir. No hay amor si, como lo hace Jesús, no estás dispuesto a bajar, a inclinarte, a despojarte de todo tipo de mantos y de títulos. No hay amor si no te pones a los pies de todos, incluso ante el más insignificante de los hombres. Cuando se ama no te consideras superior o por encima del otro, tratas al otro con dignidad, valoración y respeto. No te importa que sea pobre o inculto, solo sabes que es tu hermano. Y por eso quieres situarte ante él como discípulo, quieres aprender de él, escucharle, dejar que pueda abrir sin reparos su corazón, que pueda contarte su historia vivida, sabiendo que ante él no hay un juez, sino un hermano o hermana que lo ama y lo mira con compasión.

¿Pero cómo conseguir que esto sea una realidad en nuestras vidas? Quizá, además de la respuesta personal de cada uno, podríamos buscar unas líneas comunes de respuesta: ¿Podrían ser estas?

  • Tratar de ser personas capaces de dejarnos lavar, de recibir agradecidos el cariño y el servicio de otros: sentirnos queridos. Y, desde esta experiencia, intentar despojarnos de tantos ropajes que nos impiden ser nosotros mismos.

  • Y desde ahí acercarnos a los demás tratando de servirles gratuitamente, especialmente a los más pobres de la Tierra.

  • Pero, si previamente no nos hemos sentido queridos y servidos, quizá esto nos resulte muy difícil, por no decir imposible. Tal vez, si asumimos estas actitudes, podremos comprender lo que Jesús ha hecho con nosotros, así como su encargo de que también nosotros hagamos lo mismo con los demás.

“¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.”

Cada Jueves Santo los cristianos hacemos memoria de la Última Cena del Señor, y todo lo que aconteció en el marco de la misma. Entre ello, el mandato del Amor fraterno (“Amaos unos a otros como yo os he amado”, Jn 13, 34), que Jesús significó con el Lavatorio de pies y que, para todos los que nos sentimos parte de Cáritas, es expresión del amor hecho servicio al que estamos llamados.

Sufrimiento de Cristo hoy entre los pobres, marginados y refugiados. Basta abrir los ojos para darnos cuenta que el mundo está agitado y en ebullición. A poco que salgamos de nosotros y nos asomemos a la ventana, veremos que hay un gran número de excluidos; observaremos que la marginación y la pobreza adquieren formas y dimensiones nuevas a cada instante, y veremos que los refugiados han venido a destapar una realidad ante la que cerrábamos los ojos y ahora cerramos también las puertas. La artificial sociedad del bienestar, que hemos fabricado asentándola sobre insolidaridad e injusticia, parece que sufre sus horas más bajas. Hemos tardado en darnos cuenta que no puede haber desarrollo y bienestar si esto lleva consigo exclusión y pobreza. No puede ser que los más débiles sostengan el tren de vida indecente de los fuertes y del autodenominado, sin rubor alguno, primer mundo.

El Jueves Santo es la invitación directa de Jesús a sentarnos a su mesa a compartir el pan y la vida; es la invitación a aprender la lección que debe cambiar nuestra vida haciendo de ella un servicio a los hermanos y hermanas más necesitadas.

Quienes nos consideramos personas cristianas, estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos y hermanas, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos. Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo.

Es día de Eucaristía, y recibir el cuerpo de Cristo es abrirnos a quienes han sido excluidos de la mesa del bienestar: Parados de larga duración, personas sin las necesidades básicas cubiertas, familias en vulnerabilidad, infancia en riesgo de exclusión, personas sin hogar, personas víctimas de la trata y la prostitución, enfermos y ancianos solos, los migrantes y refugiados que esperan un abrazo mientras tantas puertas y tantos corazones están cerrados… Es necesario ver el rostro misericordioso de Dios detrás de cada grito desgarrador provocado por el sufrimiento, porque sólo así, unidos a Cristo que ha sufrido y vencido a la muerte, permaneceremos abiertos a la esperanza y caminaremos convencidos de que otro mundo, otra sociedad y otro modelo de persona es posible.

Ojalá escuchemos del Señor y lleguen a nuestro corazón esas palabras de las que se hace eco el evangelio de San Juan en la última cena: “¿Veis lo que he hecho? Haced vosotros lo mismo.” No nos dé miedo lavar los pies del otro, mirarle con ternura y llamarle hermano.

Preguntas para el diálogo y la reflexión

  1. ¿Qué subrayarías de este texto? ¿Qué ideas, reflexiones, pensamientos, te ha suscitado? ¿Qué es lo que más te ha llegado dentro?

  2. ¿Qué es lo que más te cuesta hacer de lo que ahí se dice?

  3. En circunstancias normales, hoy sería un día para compartir la mesa de la Eucaristía con nuestros grupos, comunidades, amigos... pero no será así. Hoy, el día de la eucaristía habrá ayuno eucarístico. ¿Qué significa para ti hoy esta falta, el no poder acercarte a comulgar?