“Mi suicidio”, Emilia Pardo Bazán
Frida Lima Castañeda
Lengua y Literatura Hispánicas
TS de Edición Crítica de Textos
Estudio introductorio
Emilia Pardo Bazán, o la condesa de Pardo Bazán, ha sido una de las escritoras gallegas más representativas de España; nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921. La época en la que vivió resulta interesante en la literatura española, y hasta la fecha se le sigue reconociendo su gran labor en el ámbito literario y periodístico; Emilia fue escritora; novelista, poeta, dramaturga y traductora, a su vez, fue editora y crítica literaria, además de catedrática y se le reconoce por ser la primera mujer en ingresar al Ateneo de Madrid, donde llegó a presentar conferencias sobre la literatura rusa y el realismo de Dostoyevski.
No obstante, llegó a producir tanto debido a que escribía desde muy pequeña, su primer cuento lo escribió muy joven, y desde siempre tuvo la disposición de aprender otros idiomas para así leer las obras en francés. Era ávida lectora de la obra de Víctor Hugo durante finales del romanticismo; no obstante, tuvo la oportunidad de leer a Emile Zola (incluso lo conoció), por eso introdujo el naturalismo a España, adaptando así el realismo que se leía en esa época. Debido a que el realismo imperaba en la literatura española, Emilia fue amiga de diversos escritores contemporáneos a ella, como Campoamor, Cánovas, Menéndez Pelayo, Clarín. Con estos escritores mantuvo una correspondencia de la que aún se pueden leer algunas cartas, pero con Benito Pérez Galdós, al mantener una relación más estrecha, se pueden encontrar más cartas.
Su obra es extensa, abarca desde novelas, cuentos, obras de teatro y lírica; para la presente edición crítica se recupera “Mi suicidio”, cuento que se encuentra dentro de la antología Cuentos de amor, publicada en 1898. Resulta curioso pensar que un cuento con un título tan escandaloso forme parte de una colección sobre amor, pero es que el amor resulta tener tantas interpretaciones, y el suicidio, en este caso, fue el punto culminante de esta historia.
“Mi suicidio” es un relato en primera persona con un narrador intradiegético; es decir, desde el principio no nos podemos confiar de él ya que controla los hechos de la historia desde su percepción y por la misma focalización cero que posee (jamás salimos de su cabeza) nos enteramos, al mismo tiempo que él, sobre lo que aconteció con su esposa. Esta historia posee descripciones góticas, ya que su tema central es la muerte de la esposa y el primer párrafo del cuento nos remite a ella, acostada en el féretro. Con una profunda tristeza, el esposo se dispone a encontrar en los aposentos de su esposa para revisar sus últimas pertenecías, y mientras se enfocaba en aquella tarea, encontró en un cajón las cartas que le había mandado. Después de un momento de lectura, se percata de que esas no son sus cartas, sino las de otro hombre. Desesperado, procede a hacer la acción que le da nombre al cuento, sólo que con un enfoque distinto.
Si bien, hoy en día parecería que este cuento pertenece, más bien, a una antología de cuentos góticos, el hecho de que el amor y la muerte hayan sido dos conceptos tan unidos nos remite a la época de Emilia: el romanticismo en decadencia. La muerte y la desilusión, desde el más allá, sólo observan desde su posición privilegiada la manera en que este personaje va cayendo en la decadencia, para finalmente cumplir un destino que no tenía planeado, que lo ha tomado por sorpresa. “Mi suicidio” es un cuento que se sostiene bajo una prosa cautelosa y pulida que sorprende y esconde más de lo que deja ver.
Datos de la edición
“Mi suicidio” se encuentra en la antología Cuentos de amor, de la Condesa Emilia Pardo Bazán. El ejemplar editado se encuentra en la Biblioteca Nacional de España, en la Biblioteca Digital Hispánica. presenta como fondo los siguientes datos: 7/85873, 1102709189 y se encuentra en el Salón General, con el préstamo excluido ya que se encuentra en preservación. Fue impreso en 1911 en Madrid por Renacimiento, V. Prieto y Compañía. Tiene como soporte una encuadernación en pasta española y conserva la cubierta original en rústica con unas dimensiones de 19 cm. En total, presenta 298 páginas; “Mi suicidio” consta de 6 páginas.
El testimonio presenta una tonalidad amarilla, con algunas manchas en los bordes. La portada contiene los datos de la autora, así como la aclaración de que son las Obras Completas, Tomo 16. El título está escrito en mayúsculas con una tinta roja, y debajo se presenta una ilustración con las palabras “DE BELLO LUCES”, justo encima se presentan dos sellos en tonalidad morada de la Biblioteca Nacional. Debajo de la ilustración se encuentra el nombre de la editorial. La portada presenta un margen de color negro alrededor de todo el folio.
En la portada, debajo del nombre de la autora se encuentra la señalización CONDESA DE PARDO BAZAN, estando las últimas letras subrayadas con lápiz azul, al igual que el OBRAS COMPLETAS y el número 16. Presenta unas marcas en la misma tonalidad azul, y un 8° escrito debajo de esto. Al lado de la ilustración se muestra, en el mismo tono de azul que dice “Mod. 1408”. Al lado de la editorial se encuentra, en azul, un 53 / 2.
La parte superior derecha del folio 26 presenta unos dibujos para indicar el inicio de un nuevo cuento. El título se encuentra en mayúsculas, y unas líneas abajo, enfocado en la parte derecha se encuentra la dedicatoria a Campoamor. El cuento inicia con una capitular que abarca dos líneas y posee dos párrafos, el segundo continúa en el siguiente folio.
En la parte superior del folio 27 encuentra escrito CUENTOS DE AMOR con el número 27 anclado a la parte superior derecha, justo debajo, la línea que divide el margen. Algunas partes presentan lagunas que son fáciles de inferir, y entre el primer párrafo y el segundo existe una división o un salto en la historia que se marca con muchos puntos.
El folio 28 presenta en la parte superior izquierda el número 28, y centrado E. PARDO BAZÁN, justo debajo, la línea que divide el margen. Algunas veces se intercala la fuente normal por cursivas. El folio posee dos párrafos, el primero largo y el segundo corto. A partir de aquí será lo mismo para los folios del reverso y vuelta, dependiendo de la página que se esté presentando. Las comillas que se presentan a lo largo del relato son del tipo: «».
Criterios de edición y notación
Debido a la sencilla prosa del siglo XIX, la modernización careció de problemas al no presentarse formas arcaicas o abreviaturas; no obstante, se utilizó una combinación entre los criterios de Blecua y Astey para una propia modernización.
En esta edición se cotejaron dos testimonios impresos de la misma época, con algunas variaciones entre sí; no obstante, en la presente edición crítica se optó por modernizar el uso de las tildes: á, é, ó, que ya no se usan, así como la actualización de la puntuación. Todo esto para que la lectura sea ágil y amena. Además, se decidió dejar las formas sintácticas antiguas y comunes para la época: pareciome, devolvíalas, gritábame, ya que funcionan y se entienden aún en nuestros tiempos; estas formas conservan y refuerzan la prosa estilizada de Pardo Bazán, manteniéndose en una forma clásica. Continuando con la puntuación, se hizo la omisión de los puntos suspensivos en una ocasión, ya que interferían con el uso de guiones y entorpecían la lectura.
Durante el proceso de transcripción del texto se encontraron guiones que resguardaban información complementaria al texto; es decir, que hoy en día funcionan como paréntesis, por lo que se decidió cambiarlos. A su vez, hubo un par de ocasiones en las que se encontraba un sólo guión ejerciendo la función de la coma, por lo que se optó por una modernización. Durante las partes en las que los guiones englobaban más información sí se decidió conservarlos; no obstante, se omitieron ambos en una ocasión, dejando a la oración sola para una lectura más ágil y sin tantas interrupciones.
Se presentan algunas palabras en manuscrito; cuando es el caso de “ella” se optó por dejarlas así ya que le dan una entonación distinta al texto: al principio es ella con adoración, la esposa fiel y dedicada, mientras que al avanzar la lectura podemos observar como la percepción del personaje principal cambia y ahora el tono de “ella” se ha transformado y transfigurado: ya no es ella, no es la que conocía, y quizá nunca lo fue debido a los secretos que encontró en el mueble con casi el mismo nombre. Secreter se presenta una vez en manuscrito, quizá para realzar su categoría de extranjerismo, pero al avanzar en la lectura se encuentra en itálicas.
Para los criterios de notación se utilizó, de igual forma, una combinación de los criterios de Arellano y Higashi, esto debido a que el texto de Pardo Bazán es mucho más moderno que otro tipo de textos. Se buscó que las notas fueran sencillas y amenas, y que no interrumpieran de forma brusca la lectura.
Mi suicidio
A Campoamor.[1]
Muerta ella; tendida, inerte, en el horrible ataúd de barnizada caoba que aún me parecía ver con sus doradas molduras de antipático brillo, ¿qué me restaba en el mundo ya? En ella cifraba yo mi luz, mi regocijo, mi ilusión, mi delicia toda..., y desaparecer así, de súbito, arrebatada en la flor de su juventud y de su seductora belleza, era tanto como decirme con melodiosa voz, la voz mágica, la voz que vibraba en mi interior produciendo acordes divinos: «Pues me amas, sígueme.»
¡Seguirla! Sí; era la única resolución digna de mi cariño, a la altura de mi dolor, y el remedio para el eterno abandono a que me condenaba la adorada criatura huyendo a lejanas regiones. Seguirla, reunirme con ella, sorprenderla en la otra orilla del río fúnebre... y estrecharla delirante, exclamando: «Aquí estoy. ¿Creías que viviría sin ti? Mira cómo he sabido buscarte y encontrarte y evitar que de hoy más nos separe poder alguno de la tierra ni del cielo.»
Determinado a realizar mi propósito, quise verificarlo en aquel mismo aposento donde se deslizaron insensiblemente tantas horas de ventura, medidas por el suave ritmo de nuestros corazones… Al entrar olvidé la desgracia, y pareciome que ella, viva y sonriente acudía como otras veces a mi encuentro, levantando la cortina para verme más pronto, y dejando irradiar en sus pupilas la bienvenida, y en sus mejillas el arrebol de la felicidad. Allí estaba el amplio sofá donde nos sentábamos tan juntos como si fuese estrechísimo; allí la chimenea hacia cuya llama tendía los piececitos, y a la cual yo, envidioso, los disputaba abrigándolos con mis manos, donde cabían holgadamente; allí la butaca donde se aislaba, en los cortos instantes de enfado pueril que duplicaban el precio de las reconciliaciones; allí la gorgona de irisado vidrio de Salviati[2], con las últimas flores, ya secas y pálidas, que su mano había dispuesto artísticamente para festejar mi presencia… Y allí, por último, como maravillosa resurrección del pasado, inmortalizando su adorable forma, ella, ella misma... es decir, su retrato, su gran retrato de cuerpo entero, obra maestra de célebre artista, que la representaba sentada, vistiendo uno de mis trajes preferidos, la sencilla y airosa funda de blanca seda que la envolvía en una nube de espuma. Y era su actitud familiar, y eran sus ojos verdes y lumínicos que me fascinaban, y era su boca entreabierta, como para exclamar, entre halago y reprensión, el «¡qué tarde vienes!» de la impaciencia cariñosa; y eran sus brazos redondos, que se ceñían a mi cuello como la ola al tronco del náufrago, y era, en suma, el fidelísimo trasunto de los rasgos y colores, al través de los cuales me había cautivado un alma; imagen encantadora que significaba para mí lo mejor de la existencia... Allí, ante todo cuanto me hablaba de ella y me recordaba nuestra unión; allí, al pie del querido retrato, arrodillándome en el sofá, debía yo apretar el gatillo de la pistola inglesa de dos cañones –que lleva en su seno el remedio de todos los males y el pasaje para arribar al nuestro donde ella me aguardaba–. Así no se borraría de mis ojos ni un segundo su efigie: los cerraría mirándola, y volvería a abrirlos, viéndola no ya en pintura, sino en espíritu...
La tarde caía; y como deseaba contemplar a mi sabor el retrato, al apoyar en la sien el cañón de la pistola, encendí la lámpara y todas las bujías de los candelabros. Uno de tres brazos había sobre el secreter[3] de palo de rosa con incrustaciones, y al acercar al pábilo el fósforo, se me ocurrió que allí dentro estarían mis cartas, mi retrato, los recuerdos de nuestra dilatada e íntima historia. Un vivaz deseo de releer aquellas páginas me impulsó a abrir el mueble.
Es de advertir que yo no poseía cartas de ella: las que recibía devolvíalas una vez leídas, por precaución, por respeto, por caballerosidad. Pensé que acaso ella no había tenido valor para destruirlas, y que en los cajoncitos del secreter volvería a alzarse su voz insinuante y adorada, repitiendo las dulces frases que no habían tenido tiempo de grabarse en mi memoria. No vacilé (¿vacila el que va a morir?) en descerrajar con violencia el primoroso mueblecillo. Saltó en astillas la cubierta, y metí la mano febrilmente en los cajoncitos, revolviéndolos ansioso.
Sólo en uno había cartas. Los demás los llenaban cintas, joyas, dijecillos, abanicos y pañuelos perfumados. El paquete, envuelto en un trozo de rica seda brochada, lo tomé muy despacio, lo palpé como se palpa la cabeza del ser querido antes de depositar en ella un beso, y acercándome a la luz, me dispuse a leer. Era letra de ella: eran sus queridas cartas. Y mi corazón agradecía a la muerta el delicado refinamiento de haberlas guardado allí, como testimonio de su pasión, como codicilo en que me legaba su ternura.
Desaté, desdoblé, empecé a deletrear... Al[4] pronto creía recordar las candentes frases, las apasionadas protestas y hasta las alusiones a detalles íntimos, de esos que sólo pueden conocer dos personas en el mundo. Sin embargo, a la segunda carilla, un indefinible malestar, un terror vago, cruzaron por mi imaginación como cruza la bala por el aire antes de herir. Rechacé la idea; la maldije; pero volvió, volvió... y volvió apoyada en los párrafos de la carilla tercera, donde ya hormigueaban rasgos y pormenores imposibles de referir a mi persona y a la historia de mi amor... A la cuarta carilla, ni sombra de duda pudo quedarme: la carta se había escrito a otro y recordaba otros días, otras horas, otros sucesos, para mí desconocidos…
Repasé el resto del paquete; recorrí las cartas una por una, pues todavía la esperanza terca me convidaba a asirme de un clavo ardiendo... Quizá las demás cartas eran las mías; y sólo aquella se había deslizado en el grupo, como aislado memento de una historia vieja y relegada al olvido... Pero al examinar los papeles, al descifrar, frotándome los ojos, un párrafo aquí y otro acullá, hube de convencerme: ninguna de las epístolas que contenía el paquete había sido dirigida a mí... Las que yo recibí y restituí con religiosidad, probablemente se encontraban incorporadas a la ceniza de la chimenea; y las que, como un tesoro, ella había conservado siempre, en el oculto rincón del secreter, en el aposento testigo de nuestra ventura... señalaban, tan exactamente como la brújula señala el Norte, la dirección verdadera del corazón que yo juzgara orientado hacia el mío... ¡Más dolor, más infamia! De los terribles párrafos, de las páginas surcadas por rengloncitos de una letra que yo hubiese reconocido entre todas las del mundo, saqué en limpio que tal vez... al mismo tiempo... o muy poco antes... Y una voz irónica gritábame al oído: «¡Ahora sí... ahora sí que debes suicidarte, desdichado!»
Lágrimas de rabia escaldaron mis pupilas; me coloqué, según había resuelto, frente al retrato; empuñé la pistola, alcé el cañón... y apuntando fríamente, sin prisa, sin que me temblase el pulso... con los dos tiros... reventé los dos verdes y lumínicos ojos, que me fascinaban.
Referencias:
Arellano, I. (1985). En torno a la anotación filológica de textos áureos y un ejemplo quevediano: el romance “Hagamos cuenta con pago”. Criticón (Toulouse), 31(84). Recuperado en: https://cvc.cervantes.es/literatura/criticon/PDF/031/031_007.pdf
Astey, L. (1998). Procedimientos de edición para la Biblioteca novohispana. México: El Colegio de México. Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios.
Blecua, A. (1983). Manual de crítica textual. España: Cátedra.
Higashi, A. (2008). La anotación en textos virreinales: hacia una anotación crítica. Literatura Mexicana, XIX(1). México: Universidad Nacional Autónoma de México. Recuperado en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=358242149007
Hurtado González, S. (2022). Así consiguió Emilia Pardo Bazán entrar en El Ateneo. España: National Geographic España. Recuperado en: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/cuando-emilia-pardo-bazan-entro-ateneo_17811
Villanueva, D. y González Herrán, J. M. (2021). Los orígenes y bases literarias y feministas de Emilia Pardo Bazán. WMagazín, 2021. Recuperado en: https://wmagazin.com/relatos/los-origenes-y-bases-literarias-y-feministas-de-emilia-pardo-bazan/#emilia-pardo-baz%c3%a1n-y-sus-ra%c3%adces-literarias-e-intelectuales
[1] Ramón de Campoamor (1817-1901), poeta español, amigo de doña Emilia.
[2] Ornamento de cristal para mesa, puede ser imitación del vidrio romano. De Antonio Salvati, una fábrica de vidrio veneciano popular.
[3] Del francés: secrétaire. Mueble de cuatro patas, similar a un escritorio, con tablero y cajones para guardar papeles.
[4] De pronto.