FOLLAS NOVAS
Una vez tuve un clavo
clavado en el corazón,
y yo no me acuerdo ya si era aquel clavo
de oro, de hierro o de amor.
Sólo sé que me hizo un mal tan hondo,
que tanto me atormentó,
que yo día y noche sin cesar lloraba
cual lloró Magdalena en la Pasión.
“Señor, que todo lo puedes
—pedile una vez a Dios—,
dame valor para arrancar de un golpe
clavo de tal condición.”
Y diómelo Dios, arranquelo.
Pero... ¿quién pensara?... Después
ya no sentí más tormentos
ni supe qué era dolor;
supe sólo que no sé qué me faltaba
en donde el clavo faltó,
y tal vez... tal vez tuve soledades
de aquella pena... ¡Buen Dios!
Este barro mortal que envuelve el espíritu,
¡quién lo entenderá, Señor!...
"Dicen que no hablan las plantas"
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
de mí murmuran y exclaman:
—Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
En las orillas del Sar
Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;
Ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.
Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,
Ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.
Sólo el cauce arenoso de la seca corriente
Le recuerda al sediento el horror de la muerte.
¡Mas no importa!; a lo lejos otro arroyo murmura
Donde humildes violetas el espacio perfuman.
Y de un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,
Tiende en torno del agua su fresquísima sombra.
El sediento viajero que el camino atraviesa,
Humedece los labios en la linfa serena
Del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,
Y dichoso se olvida de la fuente ya seca.
Cenicientas las aguas, los desnudos
Árboles y los montes cenicientos;
Parda la bruma que los vela y pardas
Las nubes que atraviesan por el cielo,
Triste, en la tierra, el color gris domina,
¡El color de los viejos!
De cuando en cuando de la lluvia el sordo
Rumor suena, y el viento
Al pasar por el bosque
Silba o finge lamentos
Tan extraños, tan hondos y dolientes,
Que parece que llaman por los muertos.
Seguido del mastín, que helado tiembla,
El labrador, cubierto
Con su capa de juncos cruza el monte;
El campo está desierto,
Y tan sólo en los charcos que negrean
Del ancho prado entre el verdor intenso
Posa el vuelo la blanca gaviota
Mientras graznan los cuervos.
Yo desde mi ventana,
Que azotan los airados elementos,
Regocijada y pensativa escucho
El discorde concierto
Simpático a mi alma...
¡Oh, mi amigo el invierno!
Mil y mil veces bien venido seas,
Mi sombrío y adusto compañero.
¿No eres acaso el precursor dichoso
Del tibio mayo y del abril risueño?
¡Ah!, si el invierno triste de la vida,
Como tú de las flores y los céfiros,
¡También precursor fuera de la hermosa
Y eterna primavera de mis sueños!...