“Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe".
Fausto, Goethe.
Fausto es una obra teatral escrita por el filósofo, novelista y poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe, publicada en dos partes: la primera en 1808 y la segunda, póstumamente, en 1832, el año de su muerte. En total, tardó 60 años en acabarla.
Considerada la mejor obra de Goethe, también es reconocida como una obra maestra dentro de la literatura universal e, incluso, para algunos, es la mejor obra jamás escrita. Y esta distinción no es arbitraria, ya que Fausto es una obra profundamente compleja y multifacética, que aborda con gran profundidad un amplio abanico de temas relacionados con la filosofía (incluyendo ramas como la estética, la ética y la metafísica), la psicología, la política —si es que puede separarse de la filosofía—, y un largo etcétera. De entre todas estas opciones tan interesantes a explorar en la obra, hoy nos centraremos en la ética. Concretamente, lo relacionaremos y analizaremos desde la lente de la ética aristotélica.
Considero que esta es una perspectiva interesante porque, precisamente, en el prólogo en el cielo se da una apuesta entre Mefistófeles y Dios en la que se pone a prueba a la “mejor creación” de Dios: Fausto. O lo que es lo mismo, el “mejor humano”. Y ¿qué mejor elemento para poner a prueba a alguien que la propia ética?
Siendo así, una de las primeras escenas de Fausto tiene lugar en el prólogo en el cielo, donde Mefistófeles, el diablo, describe a Fausto tal que así:
“Ni la comida ni la bebida de ese insensato son terrenales. Su inquietud lo inclina hacia lo inalcanzable, pero percibe su locura sólo a medias. Le exige al Cielo las más hermosas estrellas y a la Tierra los goces más elevados y, sin embargo, nada cercano ni lejano sacia su pecho profundamente agitado.”
Es decir, desde el principio ya se nos está caracterizando a Fausto como un personaje de grandes ambiciones. Él es un estudioso que ha aprendido todo lo que podía de filosofía, ciencias, teología… y, aun así, la saciedad lo sigue carcomiendo. Pero, ¿por qué?
Desglosar los motivos de Fausto puede ser, en este caso, algo ambiguo. Desde la perspectiva de Aristóteles, podríamos interpretar que Fausto no busca más que la felicidad, como toda persona, pero a partir del estudio. Porque, como decía Aristóteles, para ser feliz es importante poner el foco en el carácter de uno mismo y, por lo tanto, también en la propia educación. No obstante, esta interpretación no es completamente acertada, porque Fausto no estudia para buscar la eudaimonía, sino que busca el conocimiento absoluto y traspasar las limitaciones humanas. En otras palabras, Fausto ve el conocimiento como una finalidad vital metafísica, como un bien en sí mismo. En contraste, la finalidad vital del humano, según Aristóteles, es la felicidad. De esta forma, ya intuimos desde incluso el prólogo de la obra (en el que ni siquiera ha aparecido Fausto) que Fausto no es un personaje ético (al menos desde la perspectiva de Aristóteles).
Otro momento interesante a comentar, y que sucede en apenas unas páginas, es cuando Fausto, ante la frustración y agitación que le produce el hecho de estudiar tanto pero no saber nada, decide suicidarse. Esto es porque, como por su cuenta no puede superar las limitaciones de la vida humana, solo puede enfrentarla mediante su “antagónico”: la muerte. Por eso Fausto decide suicidarse:
“Sea este el último trago que prepare y elija. Lo dedico, con toda mi alma, como saludo festivo y solemne, a la mañana.”
En este fragmento podemos comentar de nuevo cómo Fausto no es ético según la ética aristotélica si nos centramos en el concepto del término medio. Según Aristóteles, la virtud se encuentra en la capacidad de poder encontrar un equilibrio entre el exceso y el defecto. En el caso de Fausto, su exceso sería la ambición por el conocimiento absoluto. Mas, como no es capaz de alcanzarlo, en vez de encontrar el término medio se extrapola al defecto: el suicidio.
También es importante detectar cómo esta situación se puede interpretar, a su vez, como el eterno conflicto entre la razón y la emoción. Concretamente, el conocimiento al que aspira Fausto representa, obviamente, la razón, y el deseo de suicidarse, la emoción, ya que es una decisión motivada por emociones (negativas). De esta manera, vemos cómo Fausto, al menos al principio de la obra, es una persona que se deja llevar bastante por los extremos o, como diría Aristóteles, no es prudente. Y esto se refuerza aún más cuando, páginas después de que su suicidio fuera interrumpido, Fausto decide vender su alma a Mefistófeles para poder vivir de forma más completa.
Por otra parte, antes de entregar su alma al diablo, Fausto parece por un momento acercarse a la virtud ética de Aristóteles, ya que empieza a traducir el inicio del Evangelio de San Juan “Al principio era la Palabra…”, pero descarta esta traducción y decide traducirlo como “Al principio era la Acción”. Con esta reflexión, parece que Fausto se aproxima a hallar la virtud mediante la acción. Pues, según Aristóteles, ser virtuoso consiste también en encontrar un equilibrio entre vivir bien (para el individuo) y actuar bien (para la comunidad). De esta manera, Fausto parece estar alejándose del extremo de la palabra (individuo) para equilibrarlo con la acción (comunidad). Sin embargo, tal como hemos observado en los anteriores ejemplos, Fausto no es capaz de alcanzar el término medio, y esto se ve manifestado cuando radicaliza la “acción”: realiza la acción de invocar al diablo, renuncia a todo el conocimiento científico que hasta ahora había cultivado y, además, le pide una “elevación espiritual” a Mefistófeles que ya no se basa en el conocimiento, sino en la experiencia.
Con estos ejemplos (y más que hay a lo largo de la obra), vemos reflejados los constantes puntos de tensión a los que se ve sometido Fausto para encontrar la dorada medianía, que es, según la perspectiva teleológica, la virtud que se alcanza al encontrar el equilibrio entre el exceso y el defecto. Esta dicotomía de Fausto se puede englobar, por un lado, con la vida contemplativa (conocimiento, palabra, razón) y, por el otro, con la vida activa (experiencia, acción, emoción). Pero como Fausto no es un personaje prudente y tiende a los extremos, no puede encontrar el término medio, lo que le lleva a asumir las consecuencias de sus acciones con, por ejemplo, la muerte de Margarita o la destrucción del viejo campesino y su cabaña al final de la obra, momento en el que Fausto, cegado por su ambición, ordena deshacerse de ellos para construir su gran proyecto.
No obstante, la conclusión de la obra abre una nueva dimensión en la comprensión del personaje. Al final de Fausto II, tras una vida de excesos y sus consecuencias, Fausto muere sin haber pronunciado la frase pactada con Mefistófeles “¡Detente, instante, eres tan bello!”, lo que representa que Fausto en realidad nunca llegó a un exceso tan extremo como el hecho de querer alterar la propia naturaleza de la existencia para su propio beneficio. Además, este acto también se puede interpretar como la culminación de su voluntad activa: no considera que el instante perfecto sea el placer propio, sino que es el proyecto de construir una sociedad mejor para las generaciones futuras. En otras palabras, ¿qué sentido tendría querer parar un momento que se ha creado para el bien y el progreso de otros?
Con la construcción de esta sociedad, parece que, después de tantos conflictos internos entre los dos extremos, Fausto ha conseguido llegar, de alguna manera, al término medio. Además, también se puede justificar este último momento de virtud de Fausto con el eterno femenino:
"Todo lo que ha ocurrido es sólo una parábola. Lo que es inalcanzable se convierte en suceso. Lo que es indescriptible se ha realizado aquí. Lo eterno femenino nos permite avanzar."
Esto es porque, en la obra de Goethe, figuras como el amor, la belleza o el eterno femenino se presentan como mediadores de dos realidades. En este caso, el eterno femenino (simbolizado sobre todo por el perdón de Margarita) es el mediador entre la vida activa y la vida contemplativa de Fausto, lo que le permite, en los últimos momentos de su vida, ser virtuoso y alcanzar la dorada medianía.
Aun así, desde la perspectiva eudemonista de Aristóteles, Fausto no alcanza plenamente la virtud porque su vida no se caracteriza por el equilibrio prudente ni por la moderación racional. Aunque su final indique que, al final de su vida, obtuvo cierta sabiduría, esta llega demasiado tarde y tras muchos actos de desmesura e impulsividad con sus respectivos daños colaterales. Y si al final de la obra es salvado por el cielo, no es porque haya sido virtuoso durante toda su vida, sino porque los cielos reconocen la voluntad final de Fausto de aspirar a algo más allá de sí mismo, sú estado último de virtud.
Por tanto, podemos concluir que Fausto no logra alcanzar la eudaimonía según Aristóteles, pero su desarrollo como personaje apunta a que acaba comprendiendo, al menos parcialmente, la importancia de las acciones éticas orientadas al bien común. El personaje creado por Goethe es una figura trágica, no por su condena final, sino por su incapacidad de armonizar la vida activa con la contemplativa a lo largo de la obra. Por eso mismo, no deberíamos tomarnos a Fausto como un ejemplo de virtud, sino como una advertencia sobre los peligros de los extremos y el precio que puede tener el hecho de no cultivar nuestro equilibrio interior, tal y como advirtió Aristóteles.