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Foto: Héctor Garrido Photography

Es Historia: José María Pérez de Ayala (1950-2020)

AutorEduardo Crespo de Nogueira y Greer

Si suele resultar casi imposible hacer justicia con unos párrafos a la trayectoria vital de un ser humano, en este caso la tarea se antoja inabordable desde su mismo intento. Por eso, las palabras que siguen no pretenden ser un recuento de méritos o logros, por mucho que ahí estén los hechos objetivos sobre los cuales se ha asentado la historia de un Hombre Grande, con mayúsculas. Y es que la vida terrenal de José María Pérez de Ayala Sánchez (Pepe, rotunda, simple, e inequívocamente Pepe para quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos) estuvo tocada por los dioses.

Dicen los registros que Pepe apareció por Doñana en 1979, para ayudar en un trabajo que los científicos empeñados en salvar el paraíso empezaban a aceptar como necesario para conseguirlo: Divulgar. Mostrar. Retratar. No se conservaría lo que no llegase a ser conocido por la gente y en consecuencia amado. Hasta ahí los datos. La realidad profunda, sin embargo, nos ha convencido de que Pepe llegó muchísimo antes; de que en realidad, Pepe siempre estuvo secretamente ahí, durmiente bajo la tierra, guiando a las marismas y a las dunas hacia su encuentro mágico en la vera, y brotó entonces. Porque de algún modo, Pepe y Doñana han llegado a ser sinónimos. Porque no es posible entender ni explicar la Doñana de los últimos cuarenta años, su energía pese a las adversidades, su influencia más allá de los límites físicos, sin acudir a luces como la de Pepe Pérez de Ayala.

“Hombre cabal de campo, conservacionista prudente, fotógrafo sublime, consejero lúcido, amigo de sus amigos y, sobre todo, sabio”

Marisma al atardecer. Foto: José María Pérez de Ayala. Fototeca CENEAM. O.A. Parques Nacionales.

Con los ojos de Pepe

Probablemente a pesar suyo, a pesar de la alta modestia de su caminar, a pesar del silencio claro con el que construía la mayor parte de su discurso, el enjuto Séneca de la llanura eterna fue convirtiéndose en una referencia inevitable. Todos conocían a Pepe, y Pepe conocía Doñana como lo que era, la palma de su mano. Pepe sabía exactamente de qué modo cada rincón, cada paisaje, cada momento, y cada especie (también la nuestra) de Doñana conversaba o discutía con los demás. De día y de noche. En verano y en invierno. Del derecho y del revés. Y de tanto observar callado para comprender Doñana, Pepe Pérez de Ayala alcanzó a entender el mundo. Su juicio fino de las cosas, tanto las ecológicas como las humanas, lo llevó en incontables ocasiones a atinar con las respuestas que a otros, en apariencia más cualificados, les estaba costando precisar. Porque a Pepe Doñana le enseñó a distinguir las esencias universales, las claves útiles frente a las inquietudes básicas, y decidió ponerlas, por delante de su propia vida, al servicio de todos, sin importarle rangos ni procedencias. Stephen Hawking, Mijaíl Gorbachov, Constantino Romero, o Angela Merkel, fueron solo algunas de las muchas y muy variadas mentes que aprendieron a mirar ciertas cosas mayores recorriendo Doñana con los ojos de Pepe.

Pérez de Ayala transitó, en efecto, por todos los senderos de arena, arcilla y alma del Parque Nacional. Floras. Faunas. Amaneceres. Puestas de sol. Arqueologías. Historias y leyendas. Vidas reales y duras enraizadas en la Doñana inmemorial. Tales eran las materias primas de los relatos amables con los que Pepe se envolvía para volcarse en los viajeros visitantes. Unas copas de manzanilla sanluqueña y unas lascas de jamón, que sacaba de la nada y colocaba sobre el capó del Land Rover en el momento justo de la jornada, en el lugar preciso ante el horizonte, eran su única muleta en la faena. La belleza de Doñana es difícil, pero resultaba imposible no amarla intensamente tras hollarla con él.

Pérez de Ayala transitó, en efecto, por todos los senderos de arena, arcilla y alma del Parque Nacional. Floras. Faunas. Amaneceres. Puestas de sol. Arqueologías. Historias y leyendas. Vidas reales y duras enraizadas en la Doñana inmemorial. Tales eran las materias primas de los relatos amables con los que Pepe se envolvía para volcarse en los viajeros visitantes. Unas copas de manzanilla sanluqueña y unas lascas de jamón, que sacaba de la nada y colocaba sobre el capó del Land Rover en el momento justo de la jornada, en el lugar preciso ante el horizonte, eran su única muleta en la faena. La belleza de Doñana es difícil, pero resultaba imposible no amarla intensamente tras hollarla con él.

A lo largo de los años, el Uso Público de Doñana pasó de ser un apéndice, un embrión, a desarrollarse como un sistema complejo, con los criterios y elementos técnicos propios de cada etapa, pero el buen hacer de Pepe nunca dejó de ocupar su lugar destacado en la acogida a los visitantes y la atención diseñada para los casos especiales

La decisión en una encrucijada de barro espeso o de arena suelta, pero también la conveniencia o no de tal encuentro, de tal debate, de tal opción gestora de larga mira, fueron muchas veces guiadas por la mano firme y tranquila de Pepe. Y con ese bagaje, que en su mochila se hacía más liviano que sus teleobjetivos, se aventuró bastantes pasos más allá. Aceptó la responsabilidad de abrirle los ojos, en cualquier Parque Nacional de España, a quienes se acercaban a nosotros buscando sumar a la causa de la Conservación. Quiso y pudo, además, ofrecer la ayuda de su silencio paciente y su trabajo observador a los ecosistemas de otras tierras también necesitadas, ya se llamasen Mauritania, Guatemala o Uruguay. La impronta, el consejo patente o tácito de Pepe, alcanzó por muchas vías a mejorar el futuro de la Naturaleza, dentro y fuera de nuestro país.

Cachorro de lince. Foto: José María Pérez de Ayala. Fototeca CENEAM. O.A. Parques Nacionales.

Hombre cabal de campo, conservacionista prudente, fotógrafo sublime, consejero lúcido, amigo de sus amigos y, sobre todo, sabio, Pepe fue siempre maestro en la elegancia de no destacar. Subió a palacios y bajó a chozas, y en todas partes supo ser parte. Su pragmatismo discreto y benéfico se convirtió en el vehículo eficaz de su mensaje vital de amor a la Naturaleza. Con él sedujo José María Pérez de Ayala a cinco presidentes del Gobierno de España, predisponiéndolos sin confesarlo a mayores compromisos para con el Planeta. Lo hizo como quien atraviesa desarmado una batalla, como quien juega el juego más serio. Y lo ganó.

Decíamos que la vida de Pepe fue tocada por los dioses. Lo supimos porque la convirtió en una entrega generosa de todos los dones con que lo bendijeron. Hasta la Entrega última y total. Ha vuelto a donde siempre estuvo, a su hogar bajo la vera de Doñana, esa tierra que, siendo él mismo, sin duda le será leve.

Gracias, Pepe.

Dunas y pinos en Doñana. Foto: José María Pérez de Ayala. Fototeca CENEAM. O.A. Parques Nacionales.