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 TRANSICIÓN ECOLÓGICA: UN DESAFÍO CULTURAL

Víctor ViñualesDirector EjecutivoECODES 

La transición ecológica es un viaje. Un viaje desde la economía en guerra con la naturaleza que tenemos hoy a una economía reconciliada con la biosfera. Un viaje muy necesario y urgente.

Y en cualquier viaje nada hay más necesario que determinar con claridad adonde queremos ir. Una falta de precisión en este asunto hará que perdamos muchas energías y mucho tiempo zigzagueando.

En realidad, después de varias cumbres sobre el Desarrollo Sostenible, desde los años 90 sabemos bastante bien cuál es la economía que necesitamos:

Dados los números de los problemas  actuales, lograr completar esta transición hacia ese nuevo modelo económico no es nada fácil. En realidad es muy difícil porque, en muy poco tiempo, tenemos que cambiar leyes, tecnologías y hábitos sociales en todo el planeta. Estamos pues ante un enorme desafío. El desafío de nuestra generación, la última que puede hacer algo significativo para frenar el cambio climático en curso.


Si no logramos movilizar la voluntad colectiva de la sociedad, la transición ecológica no tendrá éxito. Foto: Álvaro López.

Pero  para ello necesitamos metas claras y no las muy frecuentes declaraciones genéricas electorales que por su carácter impreciso se alcanzan siempre. “Promover las energías renovables” es una declaración intencional y muy poco útil. “Lograr reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 90% “ ayuda mucho  más a  organizar la acción.

Sin embargo esa concreción de la meta debe ir  también acompañada de una concreción del plazo de tiempo en que la queremos conseguir. No es lo mismo plantear alcanzar el objetivo del vertido cero en 10 años que en 20. La concreción de en qué tiempo queremos alcanzar las metas es fundamental. 

Y dado que somos un país de cultura latina y muy dados a procrastinar, bueno será que combinemos los objetivos a largo plazo con los objetivos a corto plazo. El proceder común de muchas autoridades públicas es aceptar objetivos ambiciosos a muy largo plazo, pero no están  tan dispuestas a realizar acciones congruentes con ese objetivo en el año en curso.

“Resueltas” la determinación de las metas a lograr y el plazo de tiempo en el que debemos alcanzarlas, queda afrontar una gran pregunta: ¿Cómo movilizar la voluntad colectiva de la sociedad para realizar la transición ecológica? Y esta es la pregunta clave porque el desafío es tan enorme que, si no logramos movilizar esa voluntad colectiva de la sociedad, la transición ecológica no tendrá éxito.

Muchas personas piensan que esa  transición depende del cambio de unas tecnologías por otras o de la aprobación de tal o cual legislación ambiental. Desde mi punto de vista ambos cambios son muy importantes, pero el determinante sustantivo para el éxito o fracaso de la transición ecológica  depende, sobre todo, de nuestra capacidad para haber movilizado la voluntad colectiva. Y  los factores  culturales y sociales son claves en  esa movilización. Veamos los más importantes.  

LA MOVILIZACIÓN DE LOS PIONEROS 

Como el cambio social funciona por imitación, es muy importante movilizar y articular a los pioneros, esa minoría que, desafiando las costumbres aceptadas, arriesga e innova. Esos pioneros están en los distintos lugares de la sociedad: en las Administraciones Públicas, en las empresas, en las ONG, en la universidad... En todos los  ámbitos de la sociedad existe esa minoría abierta a los cambios y la innovación. Su movimiento empuja el movimiento de la sociedad.

Lograr su complicidad en el proceso es fundamental para provocar un efecto “bola de nieve”. El “alud del cambio social” no llegará sin movilizar primero la “bola de nieve” que significan las personas pioneras, las empresas pioneras, las administraciones públicas pioneras…

UNA CULTURA DE COOPERACIÓN MULTIACTOR 

Necesitamos realizar profundos cambios normativos, tecnológicos y culturales. Eso solo será posible con la cooperación para buenos fines entre los principales actores del cambio: administraciones públicas, empresas, ONG, medios de comunicación, centros de conocimiento… El Objetivo de Desarrollo Sostenible 17 es el de las alianzas. Sin alianzas para el cambio, no habrá cambio sustantivo. Eso exige realizar una cura de humildad, no hay ningún actor que pueda protagonizar el cambio en soledad. El desafío es enorme y solo la cooperación para buenos fines puede hacer que tengamos opciones de afrontarlo con éxito.

Esa cultura de cooperación no está tan extendida en la sociedad española, más proclive a buscar culpables que a buscar soluciones y más inclinada a practicar la resta y la división que la suma y la multiplicación.

EJEMPLARIDAD PÚBLICA 

Con el cambio climático pasa como con las enfermedades más mortales: que  cuando están en una fase incipiente son fáciles de curar y cuando aplazamos las terapias necesarias la curación se hace progresivamente más difícil. Foto: Álvaro López. 

Las administraciones públicas  crearán incentivos para el cambio. Pero no bastarán. También tendrán que crear nuevas regulaciones y nuevos impuestos y, además, tendrán que prohibir algunas actividades, tecnologías  o productos concretos. Eso creará tensiones en distintos sectores económicos o sociales.

La mejor manera de paliar esas controversias sociales, a veces inevitables,  es que las autoridades públicas practiquen lo  que predican, lo que piden que la sociedad haga. ¿Qué supone esta ejemplaridad pública? Eficiencia energética en los edificios públicos, eliminación de los plásticos de un solo uso… Nada complicado, pero una ruptura respecto a la inercia administrativa de, en general,  incumplir las  leyes que elabora.  Si no lo hacen y solo ejercen el poder pero no se ganan la autoridad,  deteriorarán la confianza de la sociedad. Y sin la confianza de los gobernados no podrán liderar el cambio.

CULTURA DE CORRESPONSABILIDAD 

Con frecuencia en España es usual ser muy exigente con la responsabilidad de los otros y muy laxo al afrontar las propias responsabilidades. Las culpas las tienen los otros. El desafío ante el que estamos exige que todas las personas y todos los actores económicos, sociales e institucionales se comprometan con el cambio, cada cual con su cuota parte de responsabilidad. Las responsabilidades son diferenciadas, pero es muy importante que toda  la sociedad sienta que forma parte del problema y que, por tanto, tiene que formar parte de la solución.  

SENTIDO DE URGENCIA 

Frente al cambio climático llevamos demasiadas décadas procrastinando. Hace tiempo que sabemos lo que deberíamos hacer y por razones de conveniencia económica y/o política  hemos ido retrasando una y otra vez decisiones necesarias. Esa cadena de aplazamientos debe acabar, debemos enfrentarnos con los ojos abiertos a los problemas existentes y a las consecuencias que tiene ignorarlos.

Con el cambio climático y  con muchos de los problemas ambientales pasa como con alguna de las enfermedades más mortales: que  cuando están en una fase incipiente son fáciles de curar y cuando aplazamos las terapias necesarias la curación se hace progresivamente más difícil.

Esa deriva de inacción debe concluir y eso pasa por generar un sentido de urgencia en la agenda pública. En las graves crisis de salud personales, todas las personas, sintiendo que peligra su existencia, reprograman sus días y sus prioridades y se concentran con urgencia en lo prioritario: su propia existencia, su seguridad más primaria, su vida. Nuestro planeta está sufriendo un “fallo multiorgánico” y los seres humanos que lo habitamos debemos reaccionar, de forma proporcional a la gravedad del problema, con determinación y urgencia.  

CREAR CIUDADANÍA GLOBAL 

Los bienes comunes que permiten la vida en la Tierra están amenazados. La atmosfera está cargándose  de gases que  dañan gravemente  la vida humana en el planeta. Los océanos están perdiendo su vitalidad, los bosques siguen disminuyendo, las especies animales y vegetales también, el Ártico y la Antártida están en problemas… Esos daños en los bienes comunes del planeta afectan de forma desigual, pero crecientemente grave, a unos u otros países. Pero ningún país, por sí solo, puede solucionar los problemas comunes de la humanidad. Cada país, en proporción a su responsabilidad en la generación de los problemas, debe asumir su cuota parte de responsabilidad y cooperar lealmente con los otros países  para afrontar los problemas globales.

Pero para que eso ocurra las personas de un país deben sentirse ciudadanos de un solo mundo que comparten los problemas y las soluciones. Pero estamos asistiendo en sentido contrario,  a movimientos crecientes de tribalización. Primero mi tribu, mi bandera, mi religión, mi raza, mi lengua… Es preciso generar un sentimiento de pertenencia a un planeta común, una ciudadanía global. No va a ser fácil.  

Los bienes comunes que permiten la vida en la Tierra están amenazados. Son muchas las especies animales y vegetales en peligro de extinción. Visón europeo. Foto: J.L. Rodríguez. Fototeca CENEAM. 

CAMBIAR LOS DIOSES Y LOS SUEÑOS  

Lo dijo en su momento Erich Fromm: tener o ser. La economía actual, la capitalista y también de los antiguos  países del socialismo real, se ha basado en el consumismo. Eres lo que consumes, lo que tienes. Si seguimos identificando que nuestro bienestar y nuestra felicidad pasa por poseer cuantos más bienes materiales mejor…, no habrá transición ecológica. Debemos cambiar “los dioses” y debemos cambiar nuestros sueños. Más no es mejor. Consumir no es derrochar. El cambio ambiental debe ir acompañado del cambio mental.

En ese cambio  de valores las acciones de las ONG son muy importantes, la línea editorial de  los medios de comunicación, también. Y ojalá que las religiones se sumen y  contribuyan de forma significativa. La encíclica Laudato Sí, del Papa Francisco, y algunas declaraciones de líderes musulmanes, permiten tener esperanzas en ese sentido.

GESTIONAR LA ESPERANZA  

Si hay que movilizar la voluntad colectiva, la dosis de esperanza presente en el cuerpo social es el factor determinante. Donde no hay esperanza, habrá siempre un déficit de voluntad. Y en este punto la sociedad española y la mundial tieneN un serio problema. Las evidencias sobre el avance del cambio climático se acumulan y, además, la sociedad percibe con claridad el enorme desafío que implica lograr que la temperatura no suba más de grado y medio sobre los niveles preindustriales. En consecuencia: la esperanza mengua y la voluntad, muy contagiada por ella,  se marchita.

Gestionar la esperanza, por tanto, pasa a ser “una tarea de estado”.  André Malraux  decía que el motor de la revolución es la esperanza. Estamos inmersos en una gran revolución tecnológica, económica y social  y el motor de esa revolución, como nos recordaba el escritor francés, es la esperanza. Sin esperanza no lograremos realizar la transición ecológica  en el tiempo debido.

Estos factores culturales y sociales que he mencionado  líneas arriba son  más difíciles de visibilizar  que una placa solar o un automóvil eléctrico. Además no aparecen en los presupuestos públicos. Por eso, a pesar de que son factores críticos para el cambio,  con frecuencia se infravaloran.  Por favor, no lo hagamos en esta ocasión. Nos jugamos mucho. Hagámoslo bien.