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DESPOBLACIÓN, SOSTENIBILIDAD SOCIAL Y ESPACIO RURAL. ALGUNAS CONSIDERACIONES PARA EL DEBATE

Ángel PaniaguaCSIC 

Existe un común acuerdo entre los científicos sociales, sobre todo entre aquellos especializados en el análisis del espacio, que estamos en la etapa del antropoceno. Con este término habitualmente se quiere señalar que no existe entorno natural con una plasmación topográfica  que no quede afectado por la mano del hombre, por la actividad humana. Esta corriente académica sirve para resituar al hombre en su entorno, como uno más. En las zonas despobladas o muy despobladas sirve de metáfora para resituar al  individuo, como la especie a preservar en un entorno rural, en coexistencia con otras especies no humanas y un medio habitualmente transformado por el hombre.  

Esta visión de cuidado de la persona, una visión moral de las personas que viven en entornos rurales, unida a la calidad de vida del individuo, habitualmente contrasta con la preocupación por el número de personas que viven en determinadas áreas rurales. Un reflejo de un punto de vista modernista del espacio rural, herencia de una tradición de preocupación por la  ocupación humana del espacio y el desarrollo rural (sostenible), muy notable en nuestro país. 

Muchas y remarcables aportaciones existen sobre el tema; de forma reiterada se ha escrito sobre el desarrollo rural sostenible, la despoblación, la ocupación del espacio…  

Escuaín. Pirineo oscense. Foto: Álvaro López. 

En las siguientes páginas realizaremos algunas consideraciones y aportaciones sobre la despoblación, que descontextualizo del marco normativo, dado que solo pretenden generar nuevos puntos de vista e interrogantes sobre la despoblación rural, la sostenibilidad social y el espacio rural. Espero que las reflexiones  que aquí se aportan animen a otras que impulsen nuevos textos (normativos o no) y aúnen voluntades  tanto políticas como sociales. Siempre es posible, y deseable, una reflexión más amplia, que permita resituar el debate sobre la despoblación y la sostenibilidad social en un contexto más dinámico, que sea reflejo de la etapa del antropoceno y la postmodernidad rural, que ahora vivimos. Esta perspectiva tiene como fin proponer nuevos puntos de vista que permitan evitar el círculo vicioso de la despoblación, que tiene componentes reales o materiales, pero también inmateriales. Tomemos el momento actual como una oportunidad y miremos al futuro. El pasado ya quedó atrás.   

 PALABRAS MODERNAS PARA PREOCUPACIONES ANTIGUAS 

Casona arruinada y tierra cultivada en Valderredible. Sur de Cantabria. Foto: Ángel Paniagua. 

La preocupación social y política por la despoblación rural en nuestro país tiene una clara raíz  histórica. Como problema político de ámbito nacional se puede situar a mediados del siglo XIX. De 1855, 1866 y 1868 datan las leyes que tenían como finalidad ocupar y distribuir la población sobre el territorio, sobre todo en aquellos espacios más alejados de los núcleos de población preexistentes. En definitiva se pretendía distribuir de manera todo lo homogénea posible a la población en el espacio rural, llevar la población a los confines del espacio. Sobre todo mediante incentivos fiscales.  El modelo del coto acasarado de Fermín Caballero inspiró estos intentos estatales de ocupar el territorio de una manera uniforme.  

La iniciativa era privada. La despoblación, la baja densidad y optimizar la distribución de la población rural en el espacio presidían el debate que animó las leyes de población rural de la segunda mitad del siglo XIX. ¿Qué tenemos que aprender de las leyes de población rural  del siglo XIX? Mucho. Actuaron con un programa y visión nacional que dejaron a la iniciativa de los moradores rurales. El incentivo fiscal era mayor cuanto más amplia era la distancia al núcleo poblado preexistente. Se actuó a pequeña escala y en muchos casos su huella todavía persiste en el territorio. Se promovía  la permanencia en el lugar. Ciento cincuenta años después el debate y la preocupación continúan.

En las postrimerías del franquismo y en la democracia la preocupación por la despoblación renace. Ahora ya las palabras son sostenibilidad social, desarrollo territorial sostenible, desarrollo rural sustentable, nuevas palabras para preocupaciones históricas. La baja densidad de muchas áreas, la escasa población, ahora ligadas a una herencia del proceso de urbanización e industrialización de nuestro país, renacen en la agenda política y social y no se apagan, al contrario.

Pero, “fijar población en el territorio” o “luchar contra la despoblación” no deja de ser un punto de vista ideológico o un punto de vista  académico sobre la relación entre el espacio y el individuo.  Como también lo es pretender “equiparar” el mundo urbano al rural. Dos realidades diferentes que requieren estrategias diferentes y diferenciadas. Desde mi punto de vista, alguna comunidad autónoma, como quizás la CA Castilla y León,  ha realizado un ejercicio de reflexión que muestra una visión de futuro  a largo plazo sobre las zonas rurales despobladas, como espacios de oportunidad – en su Agenda para la Población de Castilla y León 2010-2020-. Como espacios donde vivir, espacios atractivos, incluso, para la vida diaria. Vivir en una zona rural despoblada es optar por un estilo de vida claramente diferente. La negatividad tradicional asociada al fenómeno es posible reconvertirla en oportunidad. Sobre todo para nuevas poblaciones rurales. Los incentivos tendrían que ir, en este marco, a mejorar la calidad de vida cotidiana de los individuos, de cada individuo.

Una estrategia de desarrollo sostenible en el medio rural nacional seguramente debe armonizar los distintos territorios rurales, pero sin olvidar la capacidad de los ciudadanos rurales para desenvolverse por sí mismos. Reunir normativamente muchas medidas y abarcar demasiados aspectos de la realidad socioeconómica y ambiental sugiere una escasa efectividad. Puede quedar en un catálogo de múltiples medidas que ya existen y se implementan en las zonas rurales.

Además,  establecer un único umbral de municipio rural de pequeño tamaño para el conjunto del país, es complejo. No parece que 5000 habitantes sea una medida aceptable para todas las áreas rurales: muy elevada en unas Comunidades Autónomas  y ajustada en otras. Quizás este sesgo enciclopédico es un debe en la Ley 45/2007 de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, que pretendía rellenar un hueco en la política rural nacional.  En cualquier caso, se debería  concentrar, en las áreas más remotas y aisladas, con menor población. No se debe olvidar que en las zonas rurales hay mucho Estado, se percibe más, incluso, que en las zonas urbanas. Pero, el Estado debe servir y ayudar, siempre, al ciudadano rural. El espacio rural es un espacio eminentemente regulado y diferenciado, pero este hecho debe servir para mejorar la vida de sus moradores y no para condicionarla. En los núcleos de poblaciones muy reducidas esto tiene, incluso, connotaciones emocionales. Imaginemos el ganadero que vive solo en un pequeño pueblo… Especialmente en estos casos las administraciones públicas de todo tipo tienen que mostrarse cercanas al ciudadano rural: con el ganadero, el pastor, el artesano, el empresario turístico, el jubilado o el adolescente.  

DESPOBLACIÓN, POST-MODERNIDAD Y POST-HUMAN 

Una primera consideración sería que es preciso entender estas zonas desde una visión postmoderna, situadas en su contexto y tiempo histórico actual. Es decir, en mi opinión no se deben entender estos  espacios apoyados en un punto de vista histórico tanto en su dimensión demográfica, social como cultural. Socialmente tienen un comportamiento cíclico, muchas veces de carácter semanal o estacional, e incluso diario.

Esta nueva dinámica debería aceptarse y aprovecharse para la generación de actividad económica (cuidadores de jardines, vigilantes/mantenimiento de casas, mercados locales de vivienda rural tradicional, mercados locales de alimentos). 

Las entrañas de la despoblación. Suroeste de Soria. Foto. Ángel Paniagua. 

Demográficamente han perdido población, pero los stocks demográficos –con todas las salvedades de las estadísticas de base municipal-  se deben entender para establecer  análisis precisos de intervención en política sectorial-social y no como un elemento determinante en la política de/para estas áreas.  Es decir, ahora viven menos personas que en el pasado, pero esto no significa algo en sí mismo, salvo que ha cambiado el modelo productivo  y las condiciones de vida. Qué sentido tiene, como punto de partida, situar/analizar estas áreas (despobladas) adoptando como punto de partida de 1950 o 1960. ¿Somos la misma sociedad urbana o rural? ¿Somos la misma economía? Desde mi punto de vista la pregunta es: ¿Cuándo ser pocos afecta a la calidad de vida de los pocos que viven? La respuesta no deber ser un prisma  de la dotación de servicios públicos, sino una respuesta moral, fundada en la dimensión subjetiva del individuo. En definitiva, el deseo de seguir viviendo en el lugar con otros pocos.

Ahora, el balance demográfico rural/urbano sería posible decir que es estable, en el contexto de una población del volumen de la española. De acuerdo con la Estadística de Variaciones Residenciales del Instituto Nacional de Estadística –INE- el saldo de migrantes rurales-urbanos-rurales (adoptando como umbral 10 000 habitantes del municipio) es favorable todavía al mundo urbano, pero en un volumen muy reducido (13000 habitantes en 2014, 22000 en 2013  y 2012 ó 35000 en 2010, en 1998 la cifra era de 58000), para el conjunto de la población nacional.  Ahora ya son casi tantos los que abrazan lo rural (despoblado) como los que orientan su vida hacia el mundo urbano. Para llegar a este punto ha existido un notable vaciamiento y envejecimiento de la población. Pero, también permite observar y acercarse a  las zonas rurales despobladas con más sosiego. También reflexionar que parte ¿de culpa?, en esta nueva dinámica está fundada en muchos años de políticas de desarrollo rural-agrario y que parte en procesos espontáneos de poblaciones rurales y urbanas. Fomentar nuevas actividades económicas para fijar/atraer población ha sido una perspectiva recurrente durante décadas en las zonas despobladas: productos de calidad, teletrabajo, actividades recreativas y turísticas, recuperación de arquitectura e industrias tradicionales. Quizás sin ellas el deterioro de estas áreas habría sido más rápido. Quizás en este nuevo escenario demográfico sea más propicio concentrar esfuerzos en determinadas zonas y colectivos. Un rediseño de la política de desarrollo rural/local, que no tuviese un carácter  territorial horizontal, debería considerarse. También la implícita marginación de las poblaciones locales más vulnerables. Para pedir dinero y empezar es preciso tener dinero o capacidad de generarlo. 

Por otra parte, si es preciso seguir animando la vida en estas áreas habría que aceptar que no siempre va ligada al fomento de la (nueva) actividad económica en estas zonas despobladas. Un ejemplo son los agricultores, que reciben subvenciones por su actividad profesional, pero que en muchos casos, sobre todo en áreas despobladas de secano extensivo, tienen una residencia compartida entre el pueblo y la cabecera comarcal o la capital de provincia.  La movilidad de las personas sobre el espacio no deja de ser un derecho individual, pero tampoco tiene que ser una obligación. Por ello habría que fomentar instrumentos fiscales autonómicos que reconociesen  y fomentasen la vida efectiva en estas áreas, al menos durante una parte del año.  Las áreas rurales despobladas y de montaña son un elemento de consumo y no un elemento de producción en las sociedades postmodernas. Es preciso entenderlas y ubicarlas en este contexto. Actualmente, muchas de las actividades de producción son también, en paralelo,  actividades de consumo de espacio o valores. En esta fase, las tradiciones se trasforman y se adaptan e incluso en muchos casos se recuperan como un nuevo elemento de identidad en estas zonas entre las poblaciones tradicionales y los recién llegados. 

Pueblo abandonado y tierra cultivada. Foto: Ángel Paniagua. 

A veces, la propia dinámica establecida en las politics de estas zonas rurales fuerza un punto de vista que llamamos de container, con fronteras y una visión binómica del espacio que hace difícil entender su dinámica actual, regida por la interrelación escalar entre espacios (in between place). Nos dedicamos a contar personas que viven en demarcaciones municipales que utilizamos como modernos containers, para comprobar su evolución a través del tiempo. Para comprobar, en definitiva, el stock de población, el número de personas, aunque en muchos casos no sea el número efectivo de moradores. A veces confundimos la pervivencia de los municipios con la pervivencia de la vida efectiva. En estos espacios viven ciudadanos, individuos, que seguramente entienden su vida cotidiana de manera diferente a los que viven en las ciudades. 

No todos quieren lo mismo, son sociedades heterogéneas, al igual que no es posible entender las ciudades de una manera homogénea. 

Es igual vivir en el mejor barrio de la capital que en aquel más deprimido? No parece, en consecuencia, que la dualidad –una de las visiones binarias más características del análisis espacial- entre campo y ciudad que ha recorrido la historia comparativa en términos de  sostenibilidad social pueda sustentarse como reflejo, adecuado, de la complejidad territorial actual.

Las áreas rurales son diversas, plurales y heterogéneas, como lo son las áreas urbanas. Los intercambios entre lo rural  y lo urbano son permanentes, muchas personas son ciudadanos urbano-rurales o rurales-urbanos. Es preciso engranar las visiones y las dinámicas de los locales y los recién llegados, pero también de los hijos de los que se fueron que sustentan, parcialmente, una sociedad rural episódica.  La frontera, la división, no parece que hoy tenga en las politics de las zonas rurales una gran perspectiva y profundidad. Un espacio hoy  solo se puede considerar entre muchos espacios. Un espacio se continúa en el siguiente, que interactúa a su vez con otros, tanto en una escala horizontal como vertical. Esto es importante para la construcción de indicadores sociales de sostenibilidad ¿estáticos?  En todo caso, aspectos esenciales para las administraciones deben ser los servicios básicos: sanidad y educación. Permiten y fomentan la permanencia en el lugar. También la seguridad. En estos aspectos quizás sea pertinente una visión más de container, para la planificación adecuada de estos servicios públicos. A partir de aquí creo, y es un juicio arriesgado para la diversidad de situaciones de las áreas rurales despobladas,  que la intervención de las administraciones debe ser selectiva en espacios y colectivos críticos. Sobre todo en los pueblos/zonas  con muy poca población, los ancianos, los jóvenes … 

La ITI –Inversión Territorial Integrada- puede ser un adecuado instrumento de política pública para actuar en espacios extensos, más allá de las fronteras administrativas provinciales y regionales, en espacios de frontera, siempre que tenga una adecuada consideración del contexto natural y reconozca una perspectiva de la  compleja vida de las poblaciones rurales de estas zonas. La extensión de las zonas con poca población, en sí misma, puede ser un reto notable para el diseño de políticas públicas novedosas, sobre todo en el ámbito de la sanidad, la educación y también la seguridad ciudadana. Más allá de la perspectiva económica. En todo caso, los instrumentos de política rural, son eso, instrumentos, la perspectiva y el objeto siempre serán lo relevante. La ITI incorpora implícitamente que la despoblación más acusada se produce en espacios que están más allá de los límites, de las fronteras administrativas, que son espacios de una cierta extensión, pero que se pueden delimitar.  Allí es donde ser pocos puede condicionar, en exceso, la vida de los pocos que viven.  Este siempre será el mejor indicador de sustentabilidad social  para el desarrollo de políticas públicas. Pero, no se trata solo de hacer inversiones, sino de que las personas que desean vivir en un área lo puedan hacer, con una calidad de vida razonable para ellos. 

PARA CONCLUIR 

En las páginas anteriores he querido conceder una (nueva) visión a la despoblación, más allá de lo que habitualmente nos sugieren los datos demográficos y los fríos indicadores numéricos. Con ello pretendo dar algunas ideas ¿renovadas? para un acercamiento más centrado en el individuo que vive en las áreas despobladas, que rompa con el acercamiento dual y rígido al espacio al que estamos acostumbrados. También para que rompa con un cierto fatalismo hacia estas áreas, asociado al círculo vicioso de la despoblación, como base para que se acepte, como punto de partida hacia el futuro, su ritmo social actual. No es posible poner "puertas al campo", como tampoco se debe "mostrar la puerta".

En definitiva, creo que no es preciso preocuparse tanto de los stocks de población de estas zonas (des)pobladas, sino por las condiciones de vida cotidianas  y las aspiraciones de los que viven en ellas. Múltiples. Por ello,  no es posible esperar un único futuro para estas zonas –tampoco es deseable-, sino diversos, tan diversos como las aspiraciones de los que viven y quieren vivir en ellas.

Bibliografía de referencia se puede encontrar en: http://ipp.csic.es/es/personal/angel.paniagua