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Homo ¿Sapiens? Historia breve de los grandes errores del conocimiento humano

Fue Carl Linneo, el gran naturalista del siglo XVIII, quien denominó a nuestra especie Homo sapiens, humano sabio. Unos 200 años después, como parecía que los sapiens se habían cruzado genéticamente con los neanderthalensis originándonos a nosotros, los paleontólogos añadieron otro sapiens para diferenciarnos de aquellos progenitores y durante un tiempo nos autodenominamos Homo sapiens sapiens, humano más que sabio, doblemente sabio... Al final, tras un intenso debate y nuevas investigaciones, los científicos han concluido que tales cruces fueron esporádicos y no originaron ninguna subespecie1, de modo que hemos vuelto a la denominación inicial. Los restos de H. sapiens más antiguos se han descubierto en Etiopía y tienen 195 000 años, antigüedad similar a la estimada para las mitocondrias femeninas, que sitúan a la antecesora de todos los humanos actuales en el África Oriental hace unos 200.000 años. Así pues nuestra especie debe tener aproximadamente esa edad, poca cosa si la comparamos con los 220 000 000 de años de existencia de los mamíferos y apenas nada si la comparamos con los 4 500 000 000 de años que le calculamos a la Tierra. Quizás por eso, por nuestra juventud evolutiva, nos comportamos como lo hacemos y encima nos atrevemos a llamarnos H. sapiens, porque observándonos objetivamente y estudiando a fondo nuestra historia lo de sabios resulta más que dudoso. En realidad los errores nos han acompañado siempre, incluso aprendemos con ellos porque comenzamos a andar tropezando y cayendo, a hablar balbuceando, a comer derramando la comida, a escribir haciendo tachones y a razonar equivocándonos una y otra vez. Cometemos errores en cadena hasta que finalmente acertamos y hacemos bien las cosas, lo cual no impide que de cuando en cuando volvamos a errar porque incluso maduros y experimentados seguimos equivocándonos, aunque afortunadamente mucho menos. Y si no podemos eliminar del todo los errores, porque son consustanciales a la especie humana y a la vida misma, lo mejor que podemos hacer es intentar reducirlos al mínimo, siendo precavidos y conociendo al menos los principales. Ése es precisamente el objetivo del presente ensayo, referir los mayores errores que nuestra especie ha cometido desde que inventamos la escritura hasta hoy para aprender de ellos y evitar otros semejantes.

Por ejemplo, en 1.917, al aplicar la Teoría de la Relatividad General a la gravitación, Albert Einstein dedujo que el Universo debía contraerse por acción de la atracción gravitatoria, la única fuerza conocida que actuaba a escala cósmica. No obstante, el consenso científico de la época suponía que el Universo se mantenía en un equilibrio estático, estacionario, así que Einstein pensó que debía existir entre las galaxias algún tipo de fuerza de repulsión, desconocida todavía, que equilibrara la atracción gravitatoria e introdujo en sus cálculos una constante cosmológica para obtener resultados concordantes con el Universo estacionario. Lo que no sabía el gran físico era que en 1.912, analizando la luz procedente de las galaxias más distantes, Vesta Slipher había observado que sus líneas espectrales visibles se desviaban hacia el rojo, un corrimiento que sólo podía explicarse suponiendo que dichas galaxias se estaban alejando a gran velocidad y el efecto Doppler actuaba sobre la luz que emitían alargando su longitud de onda. Posteriormente, en 1.929, Edwin Hubble descubrió que la velocidad de fuga es tanto mayor cuanto más lejos se hallan las galaxias, lo cual implica que el Universo se expande por todos lados, como un globo al inflarse. Cuando Einstein se enteró de ese último descubrimiento tuvo que reconocer que la constante cosmológica había sido la mayor equivocación de toda su carrera. En descargo suyo hay que decir que el error era general ya que todos los científicos de la época creían que el Universo era estacionario, algo comprensible porque hasta entonces no disponían de datos sobre el movimiento de las galaxias y éstas, a escala humana, parecen inmóviles. 

Recientemente el problema se ha complicado porque al estudiar las supernovas lejanas se ha averiguado que la expansión del Universo es acelerada, lo cual no concuerda con lo que se pensaba hasta ahora. Para intentar explicarlo los físicos teóricos han lanzado la hipótesis de que existe también una materia y una energía oscuras, oscuras en todos los aspectos porque todavía se ha de comprobar su existencia y sus propiedades. Habrá que esperar algún tiempo hasta que los astrofísicos puedan aclarar estas cuestiones9. Lo que sí parece claro es que el Big Crunch, la Gran Implosión, ya no tiene sentido. Según la Teoría del Big Bang, uno de los posibles finales de nuestro Universo era que la fuerza de gravedad, si la densidad media fuera suficiente, frenaría la expansión actual hasta detenerla para después hacer retroceder aceleradamente a toda la materia hasta que colapsara en un punto singular, un proceso inverso al hipotético Big Bang que originó el Universo presente. Lógicamente si el Universo está en expansión acelerada, como parece ser, ya no podrá colapsar y las hipótesis de la Gran Implosión y el Universo Oscilante quedan descartados. 

Otro tremendo error que aún se tiene como cierto en algunos países: la superioridad del varón sobre la mujer. Hombres y mujeres son diferentes, físicamente salta a la vista y psicológicamente también parece claro. La cuestión es que los hombres son más fuertes y durante milenios, bajo el imperio de la fuerza bruta, han considerado inferiores a las mujeres y las han dominado hasta tal punto que ellas mismas han acabado creyéndose la parte débil del binomio humano. Como botón de muestra tenemos las opiniones de los filósofos clásicos más reputados: Platón (-IV) afirmaba que “las mujeres son el resultado de una degeneración física del ser humano. Sólo los varones han sido creados directamente de los dioses y reciben de ellos el alma. 

En la época contemporánea, Theodor L. W. Bischoff (XIX), profesor de anatomía y fisiología y miembro extranjero de la prestigiosa Royal Society de Londres, estudió el peso de numerosos cerebros humanos y calculó que el cerebro masculino pesaba una media de 1350 g y el de las mujeres 1250 g, de lo cual infirió que “la capacidad intelectual de los hombres es mayor que la de las mujeres”, sin considerar para nada la diferente masa corporal de ambos sexos ni las diversas funciones del cerebro. Lo gracioso del caso es que Bischoff donó su cuerpo a la ciencia y cuando murió se comprobó que su cerebro pesaba solamente 1245 g, menos que el de las mujeres...  No obstante las mujeres viven 6 años más que los hombres, lo cual indica que su organismo es más resistente al desgaste y las enfermedades, además de tener menos tendencia a las conductas de riesgo y los accidentes; la evolución ha favorecido a las mujeres más resistentes y precavidas porque dejaban más descendientes y al cabo de muchas generaciones tales características han acabado predominando entre ellas. También intelectualmente parecen estar bien dotadas para la vida moderna porque las chicas suelen ser más tranquilas, más constantes, maduran antes, aprovechan mejor el tiempo y avanzan más en el estudio o el trabajo; así, en los países desarrollados son ya mayoría en las carreras superiores y pronto lo serán en las tareas de mayor responsabilidad. Y si resulta que las mujeres son más resistentes, menos accidentables, mejores estudiantes y más adaptables, ¿no será acaso el hombre el sexo débil e inferior? ; no obstante, las hormonas y los roles biológicos han organizado algunas áreas neuronales de forma distinta, de modo que tienen capacidades diferentes, siendo quizás más hábil el cerebro masculino en asuntos como la orientación o la geometría y el femenino en otros como el lenguaje o las interrelaciones13. Por lo tanto ni las mujeres son inferiores ni los hombres tampoco. Somos una especie con dimorfismo sexual y cada sexo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, lo más lógico sería aprovechar lo mejor de cada uno, considerando ambos complementarios.

Otro error  de la humanidad que aún persiste es el tratamiento de los residuos. Hace unos 20 años se descubrió en el centro de las corrientes oceánicas del Pacífico Norte una inmensa acumulación de residuos sólidos flotantes, constituida mayoritariamente por plásticos. Dicho basurero marino ocupa un área de 1 400 000 km2, mayor que España y Francia juntas, y con cierta ironía alguien lo denominó el séptimo continente. Su origen hay que buscarlo en las enormes cantidades de plásticos no biodegradables que tiramos los humanos, algunos de los cuales son arrastrados a ríos y mares, y flotando a la deriva viajan hasta quedar varados en los vórtices oceánicos, donde se acumulan. Hoy los plásticos están por todas partes y originan ya hasta cinco grandes islas; de hecho, en 2010, la expedición científica Malaspina halló plásticos en el 88% de las muestras de agua que tomó por los océanos. Esa sopa de residuos degrada los ecosistemas y causa estragos entre la fauna acuática, que confunde los plásticos con el plancton, las medusas u otro alimento y se los traga o se enreda con las anillas y los envases. Por ese motivo mueren cada año millones de peces, aves, mamíferos y otros animales marinos, algunos en peligro de extinción. Lo peor de todo es que aquellas acumulaciones, según los científicos, sólo corresponden al 1% de lo que debería haber en los océanos, el 99% restante no se sabe donde puede estar. Las partículas de plástico menores de 5 mm apenas aparecen y podría ser que los peces mesopelágicos las estuvieran ingiriendo, como se ha visto en los estómagos de algunos, introduciéndose así en la cadena trófica y creando problemas imprevisibles. Las soluciones, conocidas desde hace décadas, pasan por aplicar la estrategia de las 3R (reducción, reutilización y reciclaje con recogida selectiva) y utilizar materiales biodegradables. Técnicamente es posible conseguir el residuo cero. 

El autor,  licenciado en  Químicas en la Universidad de València, ha ejercido como profesor de Física y Química en varios Institutos durante 30 años. Paralelamente realizó el Máster en Sanidad Ambiental por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y el curso de Diplomado en Promoción de la Salud Pública del Instituto Valenciano de Estudios de la Salud. Comprometido con las causas sociales y medioambientales, ha sido organizador y ponente en cursos para educadores sobre Salud y Medio Ambiente, Nuestros Ríos, el Huerto y el Jardín Escolar Ecológico, etc. También ha colaborado y presentado comunicaciones en cursos, jornadas y congresos de Agricultura Ecológica y Sanidad Ambiental. Actualmente desde La Ribera en Bici promueve el uso de la bicicleta.

El libro, impreso en papel FSC, de 20x13 cm y 208 páginas,se puede pedir por e-mail a info@hsapiens.es   indicando nombre y dirección. El PVP es de 10 €.


Editorial: autopublicación

ISBN: 00000000000

Autor/es: Pedro Domínguez Gento