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Una mirada a la agricultura como factor de desarrollo social y económico

LA AGRICULTURA FAMILIAR REVISITADA

Eduardo Moyano EstradaIESA-CSIC

La conmemoración del Año Internacional de la Agricultura Familiar (AF) suscita reacciones diversas. En los países en vía de desarrollo, se celebra desde una actitud de orgullo por un modelo de agricultura que muestra su vigor como factor de desarrollo de los territorios rurales y como elemento significativo en el bienestar de las comunidades locales. Es también una actitud de reivindicación y denuncia de las dificultades que encuentran este tipo de explotaciones ante los embates de la lógica económica impuesta por los mercados globales.

Sin embargo, en los países desarrollados esta conmemoración es motivo de debate y discusión entre quienes aún consideran que el modelo de AF tiene plena vigencia a pesar de los indudables cambios económicos y sociales que se han dado en su entorno, y quienes afirman que tiene ya poco de los rasgos familiares que lo caracterizaban, habiendo sido superado por el creciente predominio de una agricultura plenamente integrada en el sector agroalimentario.

Foto: Álvaro López. 

En los países desarrollados, los que defienden la vigencia de la AF (por lo general, sindicatos de pequeños agricultores, asociaciones de productores ecológicos…), aprovechan el Año Internacional para llamar la atención de la opinión pública sobre un modelo de agricultura que aún consideran necesario para el mantenimiento de un medio rural vivo y cohesionado, pero que entienden está cada vez más desprotegido por las políticas públicas (de ahí las críticas que dirigen a la reciente reforma de la PAC). Por el contrario, los que dudan de la vigencia de la AF (muchos procedentes del ámbito académico, pero también de las asociaciones empresariales) observan esta celebración con escepticismo y con cierta incomodidad, viéndose forzados a participar en ella para no quedarse atrás, para no ir contracorriente, conscientes de estar conmemorando algo anacrónico en nuestro entorno de economías guiadas por una lógica de mercados abiertos y globales.

No obstante, el acontecimiento propiciado por Naciones Unidas (a través de la FAO) y la creación de Comités Nacionales encargados en cada país de organizar los distintos eventos de este Año Internacional nos impele a todos a referirnos a la AF, aunque cada grupo piense cosas distintas sobre el tema y tenga expectativas diferentes. Sea como fuere, lo cierto es que el Año Internacional de la AF es una buena oportunidad para debatir, en nuestro contexto de países desarrollados, sobre el papel que desempeña la agricultura en una sociedad que ha cambiado sus demandas respecto a la alimentación y que observa el medio rural con nuevas expectativas. También es una buena ocasión para pensar sobre la diversidad de modelos agrícolas existentes en nuestras latitudes y para aportar algunas ideas sobre la evolución que ha seguido la que antaño fue un modelo familiar de agricultura, pero que ha perdido gran parte de esas características, aunque aún conserve rasgos distintivos respecto de las empresas agrarias de base capitalista.

El propósito de este artículo es precisamente contribuir al debate sobre la agricultura en una sociedad en la que han cambiado profundamente las actitudes, valores y demandas de los ciudadanos respecto a la salud y la alimentación, la explotación de los recursos naturales y la utilización de los espacios rurales. Nuestro objetivo es centrar el análisis en lo que realmente puede aportar la agricultura al bienestar de la población, así como al desarrollo sostenible de los territorios y espacios naturales en un contexto como el actual marcado por una fuerte interacción rural/urbana. En ese análisis veremos si las explotaciones que no responden a una lógica estrictamente capitalista de reproducción social y económica (herederas de las antiguas explotaciones familiares) se rigen o no por modos específicos de organización interna que las hacen más funcionales para la satisfacción de las nuevas demandas ciudadanas.

EN TORNO AL DEBATE SOBRE LA AGRICULTURA FAMILIAR 

Foto: Álvaro López .  

Estamos ante un término ambiguo y confuso, debido a los profundos cambios que la realidad de la AF ha experimentado en los últimos cincuenta años y a la escasa renovación que ha tenido el propio concepto. Hoy, cuando hablamos de AF seguimos refiriéndonos a una amplia y variada gama de explotaciones agrarias en las que damos por supuesta la existencia de algunos rasgos comunes que las diferencian de las empresas agrarias de tipo capitalista. Sin embargo, cada vez nos resulta más difícil encontrar esos rasgos diferenciadores, debido a la diversidad de las formas de gestión con las que este tipo de explotaciones de base familiar responden a los cambios económicos y sociales del entorno.

Si nos atenemos al grado de aceptación que recibe la definición que da la FAO, parece existir consenso en torno a la idea de que la AF es un modelo basado en explotaciones en las que la mayor parte del trabajo agrario es realizado directamente por el titular y su familia, contratando sólo de manera excepcional (y por lo general, de modo estacional) trabajo asalariado. 

Aunque suele asociarse la AF a explotaciones de reducido tamaño, no parece que el tamaño sea una variable relevante, ya que nos podemos encontrar con explotaciones pequeñas que no tienen nada de familiares, y con medianas e incluso grandes explotaciones cuya gestión es nítidamente familiar.

La definición de AF que hemos asumido durante mucho tiempo, lleva implícitos varios elementos que conviene comentar para comprobar hasta qué punto siguen teniendo vigencia en la agricultura de hoy:

• convergencia entre el patrimonio familiar y el patrimonio agrario (los ingresos procedentes de la actividad en la explotación se integran en el patrimonio común de la familia);

• una determinada forma de organizar el trabajo familiar dentro de la explotación (el titular y los miembros de su familia aportan directamente la mayor parte del trabajo necesario para sacar adelante la explotación agrícola);

• una determinada forma de concebir la rentabilidad de la explotación (las estrategias se definen con criterios no sólo de racionalidad económica, sino también de racionalidad social, dado que la explotación es percibida por la familia como un instrumento de trabajo y una fuente de autoempleo, y no sólo como un capital productivo que hay que rentabilizar);

• vinculación directa entre explotación y territorio (en la medida en que la explotación familiar forma parte de la economía rural del territorio donde se inserta, y en tanto que las rentas que genera suelen consumirse en ese mismo territorio);

• conexión con la cultura local (en tanto que los miembros de la familia pertenecen a la propia comunidad local y participan de modo directo en sus dinámicas sociales);

• control sobre los recursos naturales (agua, suelo, material genético…).

Algunos de estos elementos han desaparecido casi por completo del escenario de estas explotaciones, debido a los cambios experimentados por la agricultura en las últimas décadas. Otros elementos continúan estando presentes, pero se expresan ahora con diferente intensidad en los diversos contextos económicos y sociales. El reto es, por tanto, revisar el concepto de AF y ver qué elementos continúan teniendo vigencia y cuáles no, con objeto de determinar aquéllos que son comunes a las distintas situaciones que podemos encontrar en estas explotaciones en las diversas regiones del planeta.

De todos los elementos tradicionalmente ligados al concepto de “agricultura familiar” los que más han variado son los tres siguientes: la imbricación entre patrimonio familiar y patrimonio agrícola; la asociación entre trabajo familiar y trabajo agrícola, y el control sobre los recursos productivos.

Respecto a la imbricación entre patrimonio familiar y patrimonio agrícola, la realidad actual de muchas de estas explotaciones en sociedades donde impera el derecho de propiedad, es la separación jurídica entre ambos patrimonios. Bien es cierto que aún existen regiones del planeta donde los regímenes de tenencia tienen una base comunitaria y en los que hay una confusa definición del concepto de propiedad de la tierra, pero la tendencia dominante conduce a un reconocimiento de ese derecho individual y a la separación jurídica de los distintos patrimonios que han ido acumulándose en el seno de las familias rurales.

Asimismo, en lo que se refiere a la asociación entre trabajo familiar y trabajo agrícola, es cada vez más frecuente que la mayoría de los miembros de la familia no trabajen en la explotación, sino fuera de ella, y que muchas de las tareas agrícolas se hayan externalizado. Tampoco los ingresos de los distintos miembros de la familia se integran en un patrimonio familiar común. Por eso resulta difícil mantener el calificativo de familiar en estas explotaciones, aunque continuemos observando en ellas importantes rasgos de diferenciación respecto de las empresas agrícolas de tipo capitalista.

En lo que se refiere al control sobre los recursos productivos de que siempre ha hecho gala la AF, lo cierto es que cada vez se reduce más ese margen, debido al predominio de una lógica económica de la que no les resulta fácil escapar a este tipo de explotaciones, tanto en lo que se refiere a la adquisición de los insumos (semillas, fertilizantes, pesticidas, piensos…), como a la venta de la producción a través de los canales industriales o de la gran distribución. Alternativas como las cadenas cortas de comercialización, los mercados de proximidad o la venta directa, son vías interesantes para recuperar esa autonomía, pero aún no tienen el peso suficiente dentro de la AF como para erigirse en alternativas sólidas al dominio de la lógica económica del mercado global.

De los elementos que aún conservan su vigencia y que pueden ser útiles para diferenciar a las explotaciones familiares de las empresas agrícolas de tipo capitalista, cabe destacar los dos siguientes: su mayor integración en la economía del territorio y el hecho de estar orientadas hacia el trabajo (autoempleo), más que hacia el mercado y la filiére.

Mientras que las empresas de tipo capitalista transfieren hacia fuera de la economía local la mayor parte de las rentas extraídas de la actividad agraria, las explotaciones calificadas de familiares consumen una gran parte de esas rentas en la propia economía local. Dejando al margen la agricultura de autoconsumo (presente en algunas regiones del planeta), es un hecho que la renta generada en las explotaciones familiares procede de los intercambios con el entorno exterior (compra de insumos y venta de la producción en el mercado) y que se destina gran parte de esa renta a la adquisición de bienes de consumo. No obstante, el rasgo distintivo de la AF es que su entorno exterior continúa estando circunscrito a la economía local/comarcal en mucha más intensidad que en el caso de las grandes explotaciones de tipo capitalista. Bien es verdad que algunos de estos agricultores acceden ya a las redes sociales para adquirir sus bienes de consumo, pero en general su economía está aún bastante circunscrita al entorno local.

Respecto a su orientación económica, cabe señalar que las estrategias de las explotaciones familiares se guían por una lógica basada no sólo en la reproducción económica, sino también social, pensando, sobre todo, en el mantenimiento del empleo (autoempleo), mientras que las estrategias de las empresas agrarias de tipo capitalista se rigen por el funcionamiento de los mercados y basan sus decisiones en criterios de rentabilidad económica.

Esto no quiere decir que las explotaciones familiares de hoy no estén integradas en el mercado (de hecho todas venden su producción a los mercados, salvo en el caso antes citado de la agricultura de autoconsumo), sino que la lógica que mueve las decisiones de su titular no consiste en adaptarse de manera exclusiva a los criterios de competitividad fijados por el mercado. Su objetivo es asegurar el trabajo directo en la explotación, conservar el patrimonio, darle continuidad a una forma de vida… Ello imprime a este tipo de explotaciones una cultura de resistencia ante la adversidad, que sólo se quiebra cuando la sucesión no está garantizada.

Aun así, y a pesar de su capacidad de resistencia, la AF en los países desarrollados (y en muchas regiones en vía de desarrollo también) es hoy un sistema agrario abierto, que no es ajeno a los efectos de la economía más amplia, encontrándose con serias dificultades para adoptar estrategias eficaces en mercados cada vez más globalizados. Esto hace que las explotaciones que aún denominamos familiares sean especialmente vulnerables en estos escenarios de fuerte competencia, y se vean necesitadas del apoyo de las políticas públicas para reproducirse social y económicamente, siendo este rasgo uno de los que más diferencian a este tipo de explotaciones de las empresas de tipo capitalista.

LA AGRICULTURA EN EL NUEVO CONTEXTO DE CAMBIOS 

Sea como fuere la conducción del debate sobre la AF, lo cierto es que la agricultura y el medio rural en su conjunto experimentan un importante proceso de cambio social y económico, proceso que, obviamente, tiene efectos distintos en los diversos modelos agrícolas.

En general, cabe señalar que el nuevo contexto de cambios tiene para la agricultura tres tipos de consecuencias. La primera es que genera nuevas exigencias y limitaciones a la actividad agraria, bien sea mediante restricciones al uso y explotación de los recursos naturales con fines productivos (exigencias basadas en una lógica de sostenibilidad ambiental), bien sea mediante restricciones a la utilización de determinados insumos en el proceso de producción (pesticidas, tratamientos fitosanitarios, aditivos, piensos…) (restricciones basadas en una lógica orientada a la salud y la seguridad de los alimentos).

En materia de salud, se le ofrecen a la agricultura nuevos espacios de oportunidades. De una parte, en todo lo relacionado con la nutrición y la alimentación sana, así como con la lucha contra la obesidad y las enfermedades cardiovasculares; son áreas en las que la agricultura puede desempeñar un importante papel a través de sistemas de producción ecológica o integrándose en el movimiento slow-food. Foto: Álvaro López.    

La segunda consecuencia es la de situar a la agricultura en un contexto de creciente incertidumbre ante la apertura de los mercados y la eliminación de los tradicionales sistemas de protección vinculados a las políticas agrarias (mecanismos de intervención, precios garantizados, ayudas ligadas a la producción…), provocando un escenario de volatilidad que afecta la competitividad de muchas explotaciones, especialmente a las de menor escala y base familiar.

La tercera consecuencia del actual contexto de cambios es que le abre a la agricultura la posibilidad de desempeñar nuevas funciones, ampliando el campo de acción de su tradicional función productora de alimentos (nuevos consumidores, nuevas demandas alimentarias…), pero también permitiéndole desplegar nuevas áreas de actividad en sintonía con el principio de la multifuncionalidad. Por ejemplo, en la dinamización de las zonas periurbanas, en la mitigación de los efectos del cambio climático, en la lucha contra los incendios forestales, en la producción de fibras o plantas medicinales, en la creación de espacios de ocio, en actividades educativas (granjas escuela), en tareas de rehabilitación social de enfermos mentales o en la inserción social de las personas mayores a través de los huertos urbanos, por citar algunas.

Todas ellas son nuevas exigencias y funciones, que complementando, en unos casos, y sustituyendo, en otros, a la que ha sido su tradicional función de producir alimentos, ubica a la agricultura y a los agricultores en un nuevo escenario social, económico y político. Es un nuevo escenario social, en el sentido de que la agricultura y la política agraria pasan a ser un asunto no sólo de los agricultores, sino del conjunto de la sociedad. En base al principio de “bienes públicos”, la agricultura es percibida por los ciudadanos como una actividad que debe ser recompensada por su contribución a todo ese conjunto de funciones que ahora se le demanda, siendo esa nueva percepción especialmente interesante para la legitimidad social de los modelos agrícolas de base familiar e integrados en el territorio.

Es también un nuevo escenario económico en la medida en que la apertura creciente de los mercados agrícolas modifica el marco de referencia donde los agricultores habían venido definiendo sus estrategias empresariales.

En ese nuevo escenario económico, la rentabilidad de las explotaciones agrarias depende menos de su capacidad productiva, que de su inserción en los mercados y en las redes de comercialización. En este sentido, mientras que las grandes explotaciones de tipo capitalista tienen capacidad para integrarse por sí solas en la filiére, las de base familiar y menor escala tienen que hacerlo a través de fórmulas asociativas (por ejemplo, las cooperativas), lo que les plantea el reto ineludible de la cooperación. Además, el nuevo escenario económico abre otras posibilidades a los agricultores, en la medida en que las nuevas funciones que puede desempeñar la agricultura permiten aprovechar nuevas fuentes de renta (muchas de ellas no vinculadas a la actividad productiva), lo que le obliga a modificar su perfil profesional con objeto de adquirir la preparación y formación adecuada para ello. Es ahí en esas otras funciones no productivas, donde, debido a su mayor integración en el territorio, la agricultura de base familiar puede encontrar vías de ingresos complementarios a los de origen productivo, garantizando así su reproducción social y económica.

Es también un nuevo escenario político, dado que los asuntos relacionados con la agricultura dejan de ser monopolio del lobby agrario (ministerios de agricultura, sindicatos agrarios, federaciones de cooperativas…), para ser objeto de debate entre grupos de intereses diversos (agrarios, rurales, industriales, ambientalistas, industrias, consumidores…).

Este nuevo escenario político se refleja en dos niveles: en la reforma de las estructuras administrativas (con la integración de las competencias agrarias en macroministerios o macroconsejerías) y en la composición de las instancias de concertación social (con la presencia de organizaciones representativas de la diversidad de intereses existentes en la sociedad civil). Esta apertura de las dinámicas de concertación agraria a una mayor pluralidad de intereses se explicaría por el hecho de que la agricultura deja de ser un tema sectorial (exclusivo de los agricultores) para convertirse en un tema de interés general, dadas sus diversas implicaciones (económicas, culturales, sanitarias, sociales, ambientales…). Además, es lógico que, conforme se consolida el principio de la multifuncionalidad de la agricultura, y sus funciones trasciendan el ámbito productivo, sean más diversos los intereses implicados en la regulación de la actividad agraria.

En definitiva, la agricultura se enmarca en un escenario social, económico y político, que es muy diferente al que ha guiado durante mucho tiempo las estrategias de los agricultores. Este nuevo escenario les crea, sin duda, incertidumbres y les genera temores, que son evidentemente distintos según los tipos de explotaciones. Sin embargo, es también cierto que les ofrece nuevas oportunidades y les plantea nuevos desafíos, rompiendo la ideología corporativista que ha sido históricamente la principal seña de identidad de la agricultura, e incorporando en el sector agrario una nueva cultura basada en la diversidad y pluralidad de intereses. Obviamente, no es igual la inquietud que siente un pequeño agricultor por la volatilidad de los precios agrícolas y el aumento de los costes de producción, que la del titular de una gran o mediana explotación, cuya economía de escala o las posibilidades de diversificar sus inversiones para hacer frente a esta situación son mayores. Eso explica que las reivindicaciones planteadas por las organizaciones de pequeños agricultores sean diferentes de las de los grandes empresarios agrícolas.

LA AGRICULTURA EN UN NUEVO ESPACIO DE INTERACCIÓN RURAL/URBANA 

En materia educativa, los agricultores están experimentando formas interesantes de mostrar los entresijos de la agricultura a los niños de las ciudades mediante la creación de “granjas escuela”, donde, en colaboración con los centros de educación, se produce una estrecha interacción rural/urbana. Foto: Álvaro López.

Sin duda, uno de los grandes elementos del actual proceso de cambio es la fuerte interacción rural/urbana, que modifica el papel desempeñado tradicionalmente por la agricultura generando nuevos flujos de intercambio entre el medio rural y el medio urbano. Merece la pena detenerse en el análisis de este nuevo escenario y ver cómo afecta a los distintos modelos agrícolas.

Históricamente, el papel desempeñado por la agricultura en las dinámicas de interacción rural/urbana se basaba en dos tipos de flujos. Existía un flujo sociedad rural → sociedad urbana, que se desarrollaba a través de varios procesos de intercambio: producción de alimentos con destino al abastecimiento de la población de las ciudades; y éxodo de mano de obra procedente del medio rural con destino al sector industrial o de servicios.

En sentido inverso, existía un flujo de intercambios sociedad urbana → sociedad rural que se desarrollaba a través de la venta de insumos y maquinaria a los agricultores por parte de las industrias y sus intermediarios, y mediante los mecanismos de las políticas agrarias formuladas desde los organismos públicos (en forma de ayudas, subvenciones, servicios de extensión agraria…).

En el nuevo escenario de cambios sociales, económicos y políticos, se abren nuevos flujos de relaciones entre la sociedad rural y la sociedad urbana, basados en las nuevas demandas y exigencias a la actividad agraria y en las nuevas funciones de la agricultura. Citaré a continuación algunos de esos nuevos flujos de interacción rural/urbana sobre la base de la agricultura en sus diversas dimensiones (productivas y no productivas).

En materia de empleo, los flujos laborales cambian, de tal modo que hoy puede verse un mayor flujo de trabajadores desde la ciudad al campo. Los asalariados agrícolas de hoy viven muchos de ellos en áreas urbanas y se desplazan al lugar de trabajo de manera similar a lo que ocurre en los centros industriales o de servicios. A ello está contribuyendo, sin duda, la crisis económica que incita a la búsqueda en el sector agrario de empleo que no existe en otros sectores. Este proceso se está dando con cierta intensidad en las familias rurales,  a cuyo seno regresan algunos de los miembros que habían salido de ellas para dirigirse a otros sectores productivos y que ahora se integran de nuevo en la explotación familiar. Pero incluso en el caso de este tipo de agricultores, el flujo ha cambiado, ya que la mayor parte de los titulares de las explotaciones familiares residen en los pueblos cercanos, y sólo se desplazan a ellas para realizar las tareas agrícolas o supervisar su gestión. Hay, por tanto, en ambos casos una interacción rural/urbana de diferente naturaleza a la que ha sido tradicional.

En materia de producción/comercialización de alimentos, están cambiando las pautas de la relación rural/urbana. Ya no es sólo un flujo unidireccional campo/ciudad, en el que los productos agrarios iban a los mercados urbanos para su comercialización a través de una amplia red de intermediarios. Ahora, además de ese flujo que sigue existiendo, se desarrollan otras formas de interacción rural/urbana, como las cadenas cortas de comercialización, los sistemas de proximidad, la agricultura periurbana…, que acercan los consumidores a los productores o viceversa (pensemos, por ej. en los sistemas “de la granja a la mesa” o en los mercados ecológicos donde los productores establecen una relación directa con los consumidores). Estas iniciativas, aún en fase incipiente, están siendo protagonizadas sobre todo por las agriculturas de pequeña escala, que ven en ellas una vía de reducir el peso de los intermediarios y captar mayor valor añadido, además de ser una forma de transmitir a la población urbana los valores singulares de la cultura rural y de establecer nuevas alianzas con los consumidores.

En el área del medio ambiente y la preservación de los espacios naturales, es indudable la importancia de la agricultura, en tanto que contribuye a la creación de nuevos espacios y paisajes (con su correspondiente ecosistema) y a la conservación de paisajes tradicionales que habrían desaparecido si la actividad agraria hubiera sido abandonada. Son esos paisajes (antiguos y nuevos) los que constituyen la base para el desarrollo de actividades de ocio por parte de la población urbana (por ejemplo, deportes de naturaleza, turismo rural, agroturismo…), o para impulsar actividades relacionadas con la gastronomía (ver la proliferación de programas televisivos sobre estos temas). Ahí, tanto las grandes explotaciones como las de menor escala tienen posibilidades de aprovechar las nuevas oportunidades, sobre todo aquéllas que guían sus estrategias por una lógica menos marcada por la competitividad en los mercados agrícolas, y más por el principio de la multifuncionalidad.

En materia educativa, los agricultores están experimentando formas interesantes de mostrar los entresijos de la agricultura a los niños de las ciudades mediante la creación de “granjas escuela”, donde, en colaboración con los centros de educación, se produce una estrecha interacción rural/urbana. En estas experiencias, las explotaciones de base familiar están siendo muy adecuadas, debido a su integración en el territorio y a su mayor empatía con ese tipo acciones culturales y educativas.

Asimismo, en asuntos relacionados con la medicina, la agricultura siempre ha tenido una notable presencia en la producción farmacológica, que se ha intensificado en los últimos años en determinados sectores medicinales (por ejemplo, la producción de aloe-vera), no existiendo ahí diferencias notables en lo que se refiere al tamaño de las explotaciones o en la base familiar o empresarial de las mismas. Es más, parece que tienen más probabilidad de aprovechar estas oportunidades en el ámbito medicinal las explotaciones de mayor tamaño en tanto que sus economías de escalas les permiten más capacidad para innovar y diversificar la producción.

En materia de salud, se le ofrecen a la agricultura nuevos espacios de oportunidades. De una parte, en todo lo relacionado con la nutrición y la alimentación sana, así como con la lucha contra la obesidad y las enfermedades cardiovasculares; son áreas en las que la agricultura puede desempeñar un importante papel a través de sistemas de producción ecológica o integrándose en el movimiento slow-food. De otra parte, la agricultura también puede contribuir a la rehabilitación de enfermos de salud mental o a la de personas afectadas por problemas asociados al consumo de sustancias tóxicas (drogas, alcohol…), gracias, por ejemplo, a los excelentes resultados que está teniendo la actividad agraria como parte de las terapias destinadas a este sector de la población. Por las mismas razones que las señaladas en materia educativa, parece que las explotaciones de base familiar están en mejores condiciones que las de base empresarial para aprovechar estas oportunidades debido a que esas orientaciones en materia de salud y alimentación están más integradas en sus propios valores culturales.

Merece ser destacado también el amplio espacio que se le está abriendo a la agricultura en la inserción social de las personas mayores, mediante la creación de “huertos urbanos” en los entornos periféricos de las ciudades. Estas iniciativas reactivan de algún modo la antigua cultura familiar de las explotaciones agrarias, siendo protagonizadas ahora por sectores de la población urbana que habían perdido sus raíces rurales y que retornan a ellas en un proceso de reconstrucción de su identidad.

Asimismo, la creciente dependencia energética del modelo actual de consumo y las limitaciones de las energías renovables para satisfacer la demanda, plantean la necesidad de explorar nuevas fuentes de producción de energía. En ese entorno la agricultura adquiere una nueva función, ya sea en el área de la producción de biomasa, ya sea en el de la producción de biocarburantes. Quizá sea ésta un área en la que la agricultura de pequeña escala tenga menos posibilidades que las explotaciones de mayor tamaño, salvo que opte por fórmulas de integración cooperativa.

En el área del ocio y el esparcimiento, la agricultura se ha convertido en una fuente importante de actividad, tal como se comprueba en la explotación, con esos fines, de los grandes cortijos y haciendas para albergar la celebración de eventos de diversa índole (congresos, bodas, paseos ecuestres…). Es un nuevo modo de interacción entre el medio rural y el medio urbano, donde son indudables las ventajas que ofrecen las grandes explotaciones frente a las pequeñas.

En el ámbito de la cultura, están abriéndose interesantes espacios de colaboración entre agricultores y artistas (pintores, cineastas…), en los que se promociona el consumo de determinados alimentos (vino, aceite, carne…), remarcándose su carácter de “productos de la tierra” en una especie de síntesis rural-urbana (por ej. el programa de TV “Un país para comérselo”). Ahí, la cultura campesina que acompaña a los modelos familiares de agricultura, integrados en los territorios y en las comunidades locales, se encuentra en un lugar privilegiado para aprovechar tales oportunidades.

A la búsqueda de una nueva forma de situar a la agricultura en el espacio de interacción rural-urbana, está contribuyendo, sin duda, la estrategia de apertura al mundo urbano que vienen desarrollando desde hace ya tiempo algunos sindicatos agrarios (como UPA y COAG), mediante la organización de campañas como “Orgullo Rural” o la creación de plataformas como “ArcoAgro”. Es una forma de romper con la cultura de repliegue corporativista que había caracterizado al mundo agrario y que le había separado del resto de la sociedad, pero también es un modo de reivindicar para los agricultores su integración como ciudadanos con iguales derechos y deberes que el resto de la población. En el distinto grado de sensibilidad que muestran ante las oportunidades ofrecidas por los nuevos escenarios de interacción rural-urbana, pueden verse ciertas diferencias entre los diversos modelos agrícolas, plasmadas a su vez en el modo diferente de reivindicar el papel de la agricultura por parte de sus organizaciones más representativas.

Así, en los sindicatos que representan los intereses de la agricultura de base familiar y de menor escala encontramos la firme defensa de este modelo en tanto que receptáculo de una forma de vida y de una cultura propia, y en tanto que factor de desarrollo y cohesión de las áreas rurales. Por el contrario, en las organizaciones que representan a las explotaciones agrarias de base empresarial se aprecia una actitud más guiada por una racionalidad de tipo instrumental, por una lógica económica de cuenta de resultados en la que las nuevas funciones de la agricultura son percibidas como nuevas oportunidades de negocio para superar las dificultades de un contexto cada vez más hostil para este tipo de explotaciones.

CONCLUSIONES 

El marco de referencia de la agricultura ha experimentado importantes cambios, debido a las profundas transformaciones sociales, económicas y políticas que acontecen en las sociedades industriales avanzadas. En el nuevo escenario coexiste una pluralidad de modelos de agricultura, cada uno de ellos cubriendo espacios determinados de viabilidad para satisfacer viejas y nuevas demandas de la población. La tradicional función productiva en materia de alimentos y fibras sigue ocupando un importante espacio en el mundo agrícola y ganadero, coexistiendo modelos convencionales de agricultura, redimensionados y adaptados a las nuevas exigencias de los mercados, con modelos alternativos en línea con las nuevas demandas sociales (agricultura ecológica, slow food…).

Sin embargo, junto a esos sistemas de producción se desarrollan nuevos modelos de agricultura que no están basados en las actividades productivas, sino en otras dimensiones (culturales, educativas, sanitarias, ambientales, paisajísticas…), y que ofrecen a los agricultores un campo de oportunidades aún por explorar.

En todo ello, la agricultura desempeña un nuevo y más complejo papel en las dinámicas de interacción rural/urbana. Es un papel menos unidireccional que antaño, y más abierto a flujos multidireccionales de intercambio económico y social entre el medio urbano y el medio rural.

La agricultura se ha hecho más diversa y plural, y, en consecuencia, los intereses implicados en ella trascienden el ámbito de los agricultores y sus tradicionales organizaciones profesionales para adentrarse en asuntos menos sectoriales que afectan al conjunto de la ciudadanía. Con ello, los agricultores dejan de ser el grupo aparte y singular de antaño que vivía protegido por el paraguas de las políticas agrarias de tipo sectorial, para adquirir un estatuto pleno de ciudadanía, con lo que ello significa de adaptarse a un escenario de mayor complejidad en incertidumbre.

Merece ser destacado también el amplio espacio que se le está abriendo a la agricultura en la inserción social de las personas mayores, mediante la creación de “huertos urbanos” en los entornos periféricos de las ciudades. Estas iniciativas reactivan de algún modo la antigua cultura familiar de las explotaciones agrarias, siendo protagonizadas ahora por sectores de la población urbana que habían perdido sus raíces rurales y que retornan a ellas en un proceso de reconstrucción de su identidad. Foto: Álvaro López.    

En ese escenario, las respuestas de los diversos modelos agrícolas difieren según que guíen sus decisiones y estrategias en función de lógicas exclusivamente económicas (marcadas por la búsqueda de rentabilidad en los mercados agrícolas y/o por la emergencia de nuevas oportunidades de negocio) o de lógicas que incluyan también criterios de reproducción social (marcadas por el objetivo de garantizar el autoempleo en las explotaciones).

Con motivo del Año Internacional de la AF, se han planteado en este artículo algunas claves del debate sobre la vigencia de este modelo agrícola en los países desarrollados, y se ha analizado el modo según el cual estas explotaciones se posicionan en el nuevo contexto de cambios económicos y sociales. El análisis muestra cómo en algunas áreas este tipo de explotaciones tienen más capacidad para satisfacer las demandas y expectativas de los ciudadanos gracias a su mayor integración en el territorio, mientras que en otras presentan menos ventajas que los modelos empresariales de agricultura debido a su menor escala.

En todo caso, el análisis muestra que, en los países desarrollados, un rasgo bastante común de las explotaciones que aún calificamos de familiares aunque hayan perdido gran parte de esos rasgos, es su mayor vulnerabilidad y la necesidad de recibir apoyos desde las políticas públicas para garantizar su reproducción social y económica, siendo éste precisamente la característica más distintiva respecto de las empresas agrarias de tipo capitalista.