Un chirriante y desapacible sonido reducía el sonido ambiental exterior. Ya habían pasado horas, mas aún así, Emilia seguía escribiendo en el tren. El motivo de su viaje se debía a la inesperada muerte de su gran amigo y novelista José María Gabriel y Galán, cuyo funeral se celebraría en la ciudad de Salamanca. Era la primera vez que la escritora gallega, Emilia Pardo Bazán, visitaría la ciudad. Por eso mismo, no dudó en pasar unos días más allí, y así aprovechar para conocerla.
El funeral de Gabriel y Galán se celebró en la Catedral Vieja de la ciudad. Un gran número de personas acudirían a él, y Emilia, tras dejar todas sus pertenencias en un hostal, se dirigió hacia el lugar.
Durante lo que llevaba de viaje, Emilia no paraba de pensar en su gran aunque secreto amado: Benito Pérez Galdós. La relación que Emilia tenía con el gran novelista estaba reflejada en cada una de las cartas que recíprocamente se escribían y enviaban día tras día. El asunto de esas cartas no era cualquiera, pues eran secretas y trataban de temas más bien privados.
Cuando finalmente Emilia decidió entrar a la catedral, guardó en uno de los bolsillos de su gabardina la carta que había terminado en el tren, la cual más tarde enviaría a Galdós.
Cuando terminó el funeral, en el que Pardo Bazán le dedicó unas palabras a su compañero de oficio, inmediatamente llevó su mano al bolsillo en el que anteriormente había creído guardar la carta. Para su sorpresa, esta no estaba ahí. Buscó en el otro bolsillo, miró el suelo donde había estado, pero la carta no se encontraba en ningún lugar.
Para su sorpresa, alguien se la había tenido que robar durante el funeral. A Emilia no le preocupaba especialmente quién había sido, sino que le preocupaba aún más que la carta llegase a los medios de comunicación. Por ello, debía recuperarla cuanto antes, si no quería que su reputación y todo su trabajo quedará por los suelos, además de que su relación con Galdós terminaria en ese mismo momento.