Vivir en democracia: el fin del terror en la Argentina y la importancia de un pueblo esperanzado
Pablo Giles
"La violencia política ha sido una constante en la historia argentina, desde golpes de Estado hasta persecuciones ideológicas. En este contexto, Raúl Alfonsín emerge como un símbolo de esperanza. Fue el líder que defendió la democracia y buscó justicia para las víctimas del terror. Su legado no solo se mide por sus logros, sino por lo que representó: la posibilidad de reconstruir un país sobre la base del respeto a los derechos humanos y la convivencia pacífica. Hoy, en un momento en que las divisiones políticas y la violencia resurgen con fuerza, el llamado a defender lo colectivo y la democracia de Alfonsín cobra una relevancia urgente. Recordar su lucha es un recordatorio de que la paz social sólo es posible cuando se prioriza el respeto mutuo."
Hay algo particular en pensar en la figura de Raúl Alfonsín como un hombre que fue el padre de la democracia. Bajo esa percepción, hay una certeza tan correcta que contrasta con el oscuro y repugnante contexto político y social de la Argentina durante los años setenta y los primeros dos años de los ochenta.
Es muy importante poner el foco en algunas cuestiones necesarias para comprender por qué los militares perdieron poder: las denuncias que se hacían tanto en el país acerca de las desapariciones de personas, como las denuncias de militantes políticos y artistas desde el exilio sobre las situaciones que ocurrían en el país, la lucha cotidiana y valiente de las Madres de Plaza de Mayo, y el posterior desastre de la guerra de Malvinas, fueron factores decisivos, lo que los llevó a tener que acceder a llamar nuevamente a elecciones.
Recordemos un poco cómo veníamos. El 16 de septiembre de 1955, Pedro Eugenio Aramburu dio el paso más importante de su recorrido como militar: derrocó al presidente democrático Juan Domingo Perón, durante el transcurso de su segundo mandato. A partir de ese día, y más específicamente luego de los bombardeos en Plaza de Mayo, el peronismo se fragmentó de una manera tal que, como producto del terror instaurado, Perón se vio obligado a exiliarse en España, donde pasaría dieciocho años, en los cuales sus ideales políticos se verían proscriptos en la República Argentina.
A su regreso a la Argentina y ya en su tercer mandato, surgió un grave problema. López Rega, el ministro de Bienestar Social, con el objetivo de influir sobre el presidente y su esposa Isabel (la vicepresidenta de la nación), y tener más poder, creó la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), con el fin de perseguir a personas con ideales de izquierda, sobre todo a quienes participaran de agrupaciones clandestinas (que se las denominaba como guerrilleros, apátridas, extremistas, etc.).
A partir de este momento, la tensión y la violencia, cada vez mayores entre la Triple A y las organizaciones guerrilleras, terminaron generando un argumento para que los militares finalmente tomaran el poder. Con la excusa de que el caos de violencia que acontecía en el país no encontraba solución, ellos tomaron el poder con el apoyo de un variado arco político, social, empresarial y religioso, denominando a su proyecto de dictadura militar “Proceso de reorganización nacional”.
Transitar hacia la democracia después del proceso dictatorial era un desafío complejo y abrumador. Se cerraba el capítulo de la dictadura más oscura de nuestra historia, y, aunque la democratización se volvía un paso imprescindible, también resultaba profundamente frágil.
En este contexto, Alfonsín ejerció un mandato cargado de tensiones, responsabilidades y la necesidad de consenso. Por un lado, se tomaron medidas que castigaron a los militares y pusieron en marcha la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia sobre los desaparecidos durante la dictadura. Algunos ejemplos fundamentales fueron la creación de la Conadep, el 15 de diciembre de 1983, y el juicio a las juntas militares en 1985. Por otro lado, se promulgaron dos leyes que buscaban disminuir las tensiones siempre presentes con los militares, que presionaban al gobierno y hubieran podido intentar otro golpe de Estado, algo con lo que siempre seguían amenazando, de un modo u otro.
Por un lado, la ley de Punto Final establecía una caducidad o prescripción de las causas contra los militares, de modo que, si no iban a declarar dentro del periodo de los sesenta días desde la promulgación de la ley, no podrían tratarse más causas sobre los delitos de lesa humanidad. Por otro lado, la ley de obediencia debida implicaba que los delitos cometidos por miembros de las fuerzas armadas con un grado inferior al de coronel, siempre que no se hubieran apropiado de menores o bienes de desaparecidos, no fueran punibles.
Además de la sanción de estas leyes, se debe mencionar la preocupante hiperinflación de 1989. Si bien el oficialismo llegó al poder de manera democrática, en lo económico el plan de gobierno no fue tan distinto a la corriente neoliberal que había tomado un lugar importante durante el golpe cívico-militar.
Sin embargo, más allá de las particularidades del doctor Alfonsín y de su gobierno, él fue el hombre que Argentina necesitaba en ese momento histórico. Fue el único capaz de devolverle la esperanza a un pueblo desgastado por años de sufrimiento e incertidumbre. En medio del dolor acumulado durante siete años de dictadura, Alfonsín logró poner en pie la democracia, restituyendo al país la posibilidad de enriquecerse con la libertad de expresión y de construir una realidad social y política más justa e igualitaria para todos y todas
Pero fue más que eso. Fue el primer líder político, o uno de los pocos en mucho tiempo, capaz de ganarse el total respeto y la empatía de todo un pueblo. Un pueblo que, desde los últimos años del gobierno de Perón, ya había conocido el horror de la violencia y la persecución política. Durante la dictadura, vivió asesinatos, secuestros, torturas, la apropiación de bebés y amenazas de muerte a artistas, intelectuales y escritores, quienes, aun siendo inocentes de cualquier delito, eran considerados un "peligro" para la sociedad.
Hoy en día, la sociedad argentina se encuentra en peligro. La violencia política y el intento de destruir a aquellos que piensan diferente están regresando a la realidad del país. Ni la violencia, ni la persecución, ni la destrucción de quienes opinan distinto pueden convertirse en prácticas que se naturalicen en nuestra sociedad. Es peligroso que las disidencias y rivalidades se vean como algo “normal” o “establecido”, cuando bien sabemos que, en este siglo, las luchas de poder están en su apogeo y las discusiones más intensas se dan dentro de los propios partidos políticos, entre sus chicanas y estrategias.
Más allá de la miseria y de las disputas políticas que generan grietas en nuestro contexto social e histórico, más allá de la pérdida de conciencia sobre lo colectivo, es el respeto, el intercambio de ideas con buen trato y la puesta en valor de todas las voces lo que debe prevalecer. Solo así la democracia podrá expresarse en su totalidad, en su más pura y verdadera forma.
"No vengo ni a buscar votos ni a buscar aplausos; vengo a algo más grave y fundamental; vengo en horas trágicas para mi patria a hablar a mis conciudadanos y a mi pueblo, para decirles: cuidado, ciudadanos, la libertad, la democracia y las instituciones, esas conquistas que han costado la sangre de tantas generaciones, tantos sacrificios del pueblo argentino, están en peligro. Tiene que defenderlas el pueblo argentino, si no quiere mañana llorar su pérdida."
— Marcelo T. de Alvear